Capítulo 1. Danniel Sung
La lluvia caía como torrenciales sobre los desolados páramos y el suelo estaba empantanado por el desbordamiento del río Silmor. Danniel Sung enterró la cara en el pañuelo que llevaba al cuello, y un espeso vapor humedeció su nariz al respirar. Era marzo de 983 d.C. pero en la tierra de Dwänholf parecía que el sol se negase a salir y la niebla era tan espesa que Danniel apenas podía ver al batallón de dwanenses que esperaban al otro lado del campo, liderados por el renombrado Karlen "un ojo" Braxtus. En su honorable y digna figura, Danniel se notaba inquieto.
Karlen "un ojo" era un antiguo mercenario, convertido ahora en el señor del crimen local tras acabar con el consejo de nobles y autoproclamarse el gobernante de Pragna, ciudad de Dwänholf a unos setecientos kilómetros de distancia de Phaion Eien Seimon, y sus actividades contrabandistas contra el principado de Phaion habían sido denunciadas en el Alto Senado del Imperio por la Asociación de Mercaderes de Eien. Tras la aprobación de la guerra, la Asociación envió varios grupos de operaciones especiales a capturar a Karlen y a otros Reyes Piratas. Phaion en sí mismo no tenía un ejército propio, en lugar de eso, la Asociación de Mercaderes de Eien poseía una milicia privada, la Guardia Eien, que ponía al servicio de la nación. Contaban, además, con varios grupos de mercenarios, profesión respetada y valorada por los phaianos.
Desde hacía tres meses, Danniel Sung era un guardián de la Asociación, igual que lo había sido su padre, Bon Hwa Sung y su abuelo Kyung Sung antes que él. Prácticamente su sangre estaba ligada por el destino a Eien, y Danniel había sentido la llamada de sus antepasados cuando la guerra contra Dwänholf se declaró, por eso, aunque sólo tuviese catorce años, había mentido sobre su edad para poder unirse a la Guardia Eien y servir a la patria. Los mercenarios de la Compañía Akaryu habían atacado por el mar, y los de los Hijos de Tuonela por tierra. Danniel guardaba un terror traumático al mar desde niño, cuando casi se ahoga jugando en la playa de Meidel, así que pidió servir en tierra, con el pelotón de la Guardia Eien que combatiría al lado de los Hijos de Tuonela en las fronteras de Dwänholf que daban con Pahion.
Salvo los mercenarios de los Hijos de Tuonela que llevaban diferentes armaduras y protecciones sobre sus caballos, los guardianes de Eien contaban únicamente con un peto de cuero endurecido con planchas móviles atadas a la cintura que cubrían las caderas, estómago y muslos. No necesitaban mucho más; Karlen "un ojo" era un viejo pirata astuto y sus hombres estaban formados por marineros que no sentían miedo en la pelea, pero no estaban acostumbrados a los combates en tierra, ni a llevar pesadas armaduras.
—¡Formación! —gritó la voz del capitán de la Guardia Eien, Kazuya Haitimy del clan Koremune de Lannet.
Era el único miembro de la Guardia que llevaba una cota de hierro, una delicada pieza de artesanía, con enganches cuidadosamente montados. Su hermosa faz, conocida por haber roto más de un corazón, iba cubierta con un casco de hierro barnizado, con cuernos de latón amarillos. Portaba una espada oriental con hoja de hierro y empuñadura esmaltada. Su semental alazán llevaba capizana y testera, y tenía los cuartos traseros protegidos. La silla, muy alta, estaba adornada con dragones orientales. Hizo moverse en círculos al caballo, mirando a su ejército.
En primera línea estaban los arqueros, en segunda la caballería de los Hijos de Tuonela, y en tercera los soldados. El campo estaba lleno de sonidos: gritos, llamadas, trompetas de bronce, cuernos de guerra, tambores, el golpeteo de los caballos inquietos. Desde allí llegó el sonido de un enorme cuerno al otro lado del campo, que pronto desapareció ahogado por el rugido de miles de gargantas que gritaban.
Danniel pudo sentir como el fango del suelo vibraba con los pasos del batallón de dwanenses.
—Esperad —ordenó firmemente el capitán Haitimy. Sus soldados golpeaban los escudos con las espadas y los arqueros tensaban lentamente sus arcos con las primeras flechas. Los gritos de los enemigos se acercaban y Danniel apretó con la mano la empuñadura de su katana y musitó una silenciosa oración para tener suerte —. ¡Esperad! —volvió a repetir con más énfasis, asegurándose de que nadie cometiese una estupidez adelantándose por el miedo. Escudriñó con la mirada en la niebla y dejó que su oído viajase por el campo—. ¡ESPERAD!— Daniel pudo ver a través de la espesa niebla como el hierro de las armas emitía destellos fugaces, faros en mitad de la noche—: ¡DISPARAD! —ordenó el capitán y sus arqueros lanzaron una fulminante lluvia de flechas.
Danniel oyó a hombres gritar mientras flechas empapadas en brea prendida en fuego describían arcos sobre los páramos, dejando detrás hilos de humo negro. Una segunda bandada de flechas volvió a caer sobre la niebla, iluminando, por momentos, el campo con su leve fuego. Danniel entrevió hombres iluminados en llamas caer al suelo y rodar.
—¡Caballería! —decidió el capitán Haitimy tras una tercera oleada de flechas. A su mandato respondió el capitán de los Hijos de Tuonela, un hombre imponente como una montaña. Su armadura negra era tan pesada que ningún hombre ordinario podría moverla y portaba un escudo de roble macizo. Desenfundo con ligera una espada bastarda tan ancha como la mano de un hombre y más alta que el propio Danniel Sung, pero entre las manos enfundadas en guanteletes negros del Hijo de Tuonela parecía ligera como una pluma. Su caballo, un semental de piel brillante y negra como un espíritu de Abaddon, tenía unas patas extraordinarias, fuertes y grandes para soportar aquel enorme jinete a su espalda. Danniel sintió que aquel enorme hombre con su enorme caballo podrían cegar una ciudad entera del sol.
El Hijos de Tuonela se bajó el visor del yelmo, que reproducía la cara enfurecida de un demonio negro, e hizo un ademán con la cabeza a sus hombres, que con trote rápido se lanzaron al campo de batalla. La caballería cayó sobre el enemigo como lobos hambrientos sobre un rebaño de ovejas, haciéndoles retroceder y rompiendo filas. Sus mandobles y lanzas convirtieron a los hombres de Karlen "un ojo" en pulpa de carne, huesos y cartílagos. Danniel no vio cómo se inició el primer choque, pero oyó los gritos en aquel acento tan peculiar de los hombres de Dwänholf. Escuchó también estallidos de armas de fuego a lo lejos y el sonido estrepitoso de algún caballo cayendo.
—¡Hombres de Eien! —habló Kazuya Haitimy, sacando a Danniel de su ensimismamiento—; Nos toca luchar por nuestra patria, ¡por las Puertas Eternas de Eien! ¡Seguidme!
No necesitó más palabras para su discurso. Sus efectivos tenían sus corazones insuflados de ánimos y corajes, briosos y crispados por el honor samurái. El capitán desenvainó la katana, hizo dar media vuelta al garañón, emprendió el trote hacia la batalla y se lanzó al frente. Danniel, con la katana desenvainada, siguió a su capitán. Le pareció que sus compañeros le seguían, pero no se atrevió a mirar. Pero un grito de batalla desgarrador compuesto de diferentes voces corales se unieron al suyo, llenando el páramo entero. Fueron castigados severamente por una lluvia de flechas negras emponzoñadas.
Los saqueadores de Karlen "un ojo" los recibieron, pero los Hijos de Tuonela los barrieron en una estruendosa marea de metal, dejándoles paso libre. Los soldados se apresuraron, con lanzas y espadas, y en un momento, la escena se convirtió en un caos sangriento. Les flechas volaban y llovían piedras sobre las cabezas, que caían ciegamente sobre tierra, fango, acero y carne. En aquel momento, una bandada de flechas cruzaron los dos campos y un soldado de Ein detrás de Danniel cayó al suelo desangrándose por el cuello.
Danniel vio como un hombre se acercaba corriendo hacia él con un sable. El arma silbó al cortar el viento y Danniel a duras penas logró esquivarlo echándose hacia atrás de un salto. Su atacante volvió a lanzarle otro sablazo y esta vez consiguió pararlo con la katana, con tanta fuerza que el sable vibró hasta la empuñadura, adormeciéndole el brazo a su oponente. Danniel aprovechó para golpearlo en la cara con la funda de acero de su arma que sostenía en la otra mano, y el hombre se hizo unos pasos hacia atrás, raqueteando. Danniel no bajó la guardia y golpeó el rostro del hombre con toda su fuerza con la katana, arrancándole la mitad de la cabeza. La sangre bañó su pálida piel y Danniel Sung probó el metálico líquido. Era la primera vez que mataba, y el corazón le palpitaba tan fuerte en las venas que era incapaz de oír nada más que el pum-pum constante de un tambor en su cabeza. Miró a su alrededor, pero la formación se había roto y cada soldado libraba su propia batalla.
Un segundo atacante le puso en alerta y Danniel tuvo que rodar por el suelo para librarse de una espada larga que se dirigía a su pecho. El suelo estaba empapado y resbaladizo por las entrañas de los hombres mezcladas con el cieno. Al incorporarse tomó la empuñadura de su arma con las dos manos, y se lanzó sobre su nuevo rival; cuando éste alargó su espada, Danniel se inclinó hacia atrás, parando la carrera bruscamente y dejando que la cinética lo arrastrase por el fango. Beneficiándose de esta fuerza, rasgó el abdomen del guerrero, vertiendo su intestino sobre el suelo.
Una flecha se le clavó en la pierna, pero la adrenalina impidió el paso del dolor. Danniel abatió a un arquero lanzándole un cuchillo, abrió a un bucanero con red desde el costado izquierdo hasta el ombligo, desmembró a un enemigo por el hombro hasta el pecho, y repelió el ataque de un hombre con hacha, atravesándole la pierna con la katana. Se sentía embriagado por el frenesí del combate.
En medio del fragor, mientras degollaba a un gigantón de un salto, Danniel reconoció a Karlen "un ojo" que, montado a caballo, derribó a todo el que se pusiera a su alcance. Su espada cortaba miembros, partía cabezas y destrozaba escudos. Aunque ebrio de sangre, Danniel reculó al recordar el objetivo. Ir él solo por Karlen "un ojo" no era de valiente, era de ser estúpido, y ésta era su primera batalla real. Debía avisar a Kazuya Haitimy. Miró desorientado a su alrededor: Los hombres se lanzaban unos a otros, los caballos relinchaban, las flechas se cruzaban en la niebla, y los hombres caían. La lluvia se mezclaba con la sangre y se le metía en los ojos.
Danniel atravesó la multitud combatiendo, en busca del capitán Haitimy, pero lo encontró muerto con el cráneo reventado y sus sesos machacados por el vaivén de los soldados. Cuando se hallaba de pie junto al cadáver, alguien le lanzó un hachazo por la espalda. Pudo sentir como la armadura de cuero se doblaba con el impacto del hacha, metiéndose por dentro de la piel al ser desgarrada. Pero no gritó de verdad hasta que notó como ésta salía bruscamente de su cuerpo, llevándose consigo trozos de armazón, carne y cartílago. Dolorido, lo único que atinó a hacer fue girarse para ver a su atacante lanzarse sobre él con un grito. Era Karlen "un ojo" Braxtus, con el casco de hierro con cuernos de Kazuya Haitimy atado a su cintura, cabalgando desde su montura. Danniel se vio reflejado en el ojo bueno de Karlen "un ojo", y a la Muerte detrás de él, esperándole, mientras el hacha del Señor Pirata caía sobre él con toda la fuerza que poseían sus robustos brazos. Cerró los ojos, incapaz de soportar la sonrisa del shinigami que le susurró al oído desde atrás: «hoy vendrás conmigo. No temas, alguien pagará tus monedas al barquero y tu madre encenderá incienso para ti. Lo has hecho bien».
Con los ojos cerrados, percibió como el aire se rompía y sacudiendo sus cabellos negros a los lados según el hacha bajaba, como una honda de energía ki liberada. A su cara llegaron trozos minúsculos de metal que se clavaron en su piel al estallar los aceros del hacha de Karlen y la espada del capitán de los Hijos de Tuonela al chocar. La bastarda del mercenario de armadura negra se había interpuesto en el ataque de Karlen, deteniéndolo y librando a Danniel de una muerte segura. Karlen sonrió:
—Hijo de Tuonela —habló al jinete oscuro—, ¿cuánto os paga el engolado de Takeshi y sus lameculos de la Asociación, a ti y a tus hermanos, por mi cabeza, eh?
No hubo respuesta más que acero. El cabello negro del capitán giró sobre el de Karlen "un ojo", que tuvo que sujetar con fuerza las riendas de su montura para que no encabritará, siguiendo el movimiento de su adversario.
—Supongo que acobijado bajo la falda del Senado y los picapleitos que aceptaron esta mierda os sentís más dignos —volvió a hablar Karlen mientras lanzaba un hachazo, que fue eludido fácilmente por el resuelto capitán al hacerse un lado—; pero no sois muy diferentes a nosotros —soltó otro hachazo que fue interceptado por la espada bastarda. Los aceros giraron entre sí, trabados. La bastarda se deshizo del hacha y voló rápido hasta el hombro de Karlen "un ojo", partiéndolo hasta llegar a la axila.
Karlen retrocedió con el caballo bañado en su propia sangre, y con el brazo totalmente inutilizado manejo su hacha con la izquierda. Aún con el brazo malo, Karlen logró asentar un buen par de hachazos, pero aquella montaña que cabalga, toda de negra como el ala de un cuervo, se movía rápidamente. Casi de una manera sobrenatural. El Hijo de Tuonela acabó clavándole su espada en el pecho a Karlen. El pirata cayó de su montura, que encabritado huyo arrastrando su jinete por el fango hasta que el Hijo de Tuonela cortó la estribera que sujetaba el pie de Karlen. En el cieno, Karlen aún respiraba a pesar de sus heridas. El Hijo de Tuonela se posicionó a su altura, alargó su bastarda que brilló como hierro negro y la dejó caer sobre Karlen. Después cortó a la altura de mandíbula, trinchando en dos el rostro
Danniel Sung vio morir a Karlen "un ojo" Braxtus. Ensimismado ante la lucha de los titanes, no vio venir la lanza que atravesó su pecho, ahogándolo en su propia sangre.
El shinigami acarició su rostro, y Danniel Sung expiró entre borbotones de sangre, barro y lluvia. Efectivamente, alguien pagó las monedas al barquero y su madre encendió incienso por él.
