Dedicado para Aredian Baratheon. Espero que te guste, me convenció bastante el resultado.
Disclaimer: todo lo que puedas reconocer pertenece a George R.R. Martin, este fic no tiene fines de lucro.
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A veces, Selyse Florent se miraba al espejo y pensaba que era una reina regia, noble y capaz. Había llevado los asuntos de Rocadragón cuando su señor esposo estaba en Desembarco del Rey, fue la primera en abrir los ojos y darse cuenta que aquel dios de las siete caras era falso, una abominación, atrayendo cada vez más adeptos a la nueva y verdadera fe; y sobre todo, gozaba de la frialdad que pocas damas tenían y sabía callar.
Si había algo que aprendió al haberse casado con el témpano de hielo que era su marido, era a guardar silencio. No protestar, no dar demasiado motivo de queja. En Aguasclaras, su septa le enseñó que la vida de una dama era complacer al marido, y que su razón de ser, serían siempre los descendientes que fuese capaz de darle. Descendientes...
Selyse pasó por alto ese pensamiento. Le gustaba decirse que era capaz y buena reina, pero llegaba el tema del heredero que jamás podría darle a su rey y se le demudaba el semblante. Tristeza e ira deformaban sus facciones desde ya poco agraciadas; se le crispaban las manos, y sus fríos ojos se volvían aún más fríos.
"Maldita Delena. Deshonraste mi lecho nupcial y me maldijiste por siempre." El chico tenía la culpa de todo. ese muchacho de ojos azulísimos y grandes orejas, le traía a la mente su fracaso. Su vida marital no era más que un juego de causa y efecto, impulsado por el desprecio del mayor de los Baratheon hacia su hermano y culminando con la infertilidad de Selyse. Ignoraba si Robert arruinó su boda y vida a propósito, pero le gustaba creerlo así. Se aferraba a esa creencia y lo odiaba tanto como a su prima, y tal vez menos que a ese otro hombre que no la ayudaba demasiado con la labor de traer al mundo a otro hijo que no estuviera manchado por la terrible psoriagrís. "Y que no sea chica, por favor. R'hllor, que sea varón."
La noche era fría en Rocadragón, pero no tan fría como las manos de Stannis cuando le subieron las faldas. No era dado a las ceremonias, no la desnudaría ni diría palabras bonitas de esas que todo caballero dice a su dama, o más bello aún, que todo rey obsequia a su reina. Para él, la consumación era solo un deber más y Selyse lo asumía. "Callada, siempre callada, demuestra que no te importa y aprieta los labios". La corona de llamas que portaba la cabeza de la reina, se le desprendió del cabello y cayó al suelo con un sonido que resultó casi ensordecedor. El silencio era total y gélido, pero no tanto como el rechinar de los dientes del rey. Sus ojos como heridas abiertas la enfocaron.
Y supo que ni siquiera el Muro albergaba en sí mismo tanto frío como esos ojos. Como ese marido o su vida, condenada a un témpano a pesar de que buscase con Ansias el favor del dios de fuego. "Pero esta noche sí. Esta noche podré darle lo que quiere. Le demostraré que soy capaz" se dijo, como tantas otras noches. Era un vano consuelo, por supuesto. sus entrañas también parecían estar frías, podridas, muertas como cada pequeño que traía al mundo.
