Sobre el cristal
Instante I
A veces Anna se pregunta por el mensaje oculto en los suspiros de Elsa. Cuestiona, mientras sus ojos recorren sin pizca de disimulo las finas facciones de la joven de orbes hielo, cuál es el misterioso sentimiento que cubre con capas y capas de nieve la mirada perdida de la reina. Se inquieta por sus tormentos, sus miedos y Anna se da cuenta, una vez más, que conocer a la primogénita de Arendelle, después de tanto tiempo, le tomaría más tiempo del que estaba dispuesta a esperar. Porque a pesar de convivir diariamente y notar la atenta mirada de la mayor sobre ella, Anna se inquietaba al no saber en qué momentos la sonrisa de Elsa era real o mera cordialidad.
De nuevo suspira. De nuevo pierde su mirada en el horizonte, en busca de un algo lejano, ¿estaría Elsa enamorada? ¿Anhelaría a alguien más allá de las montañas del norte, del gran mar azul? El pensar en la posibilidad de algo semejante descompuso la expresión de la cobriza, convirtiendo los hilos de sus pensamientos en nudos y su palpitar sereno en angustia que se clavaba en forma de agujas en su piel. Desvío sus pensamientos incongruentes agitando la cabeza, ignorando el dolor punzantes, evitando que los caminos de la suposición bloquearan su mente con cuestiones absurdas.
Si Elsa estuviera enamorada se lo diría.
¿Verdad?
Pero el pensamiento se quedó flotando en el aire y su incapacidad de llegar a Elsa le resultaba frustrante, extenuante incluso, e intentar ser sutil con su personalidad impulsiva era aún más trabajo del que su hermana o cualquier sirviente del palacio pudiese siquiera imaginar. Además, la mayor era astuta, logrando esquivar sus preguntas elaboradas con maestría, como si ella hubiese inventado el arte de la persuasión o hubiera nacido con aquel don. Cualquiera fuera la respuesta, le frustraba el hecho de que Elsa de Arendelle, su hermana mayor, tuviera dicha facultad.
¡Una total injusticia y falta de respeto hacia su insaciable curiosidad!
Mientras refunfuñaba sobre el sillón del despacho, haciéndose un embrollo de dudas, una mirada temerosa se posó en su silueta a través del reflejo de cristal. Una mirada que gritaba anhelos, deseos, caricias, pero que se mantenían sujetos a quedarse allí, amarrados dentro de su pecho, dentro muy dentro.
Un par de orbes que dibujaban alegría ante los gestos graciosos que apreciaba en la cobriza, suspiraban por su sonrisa tierna, que se estremecían ante un cruce de miradas y vibraban ante un contacto suave de manos.
Elsa estaba perdida en el deshielo naranja de su corazón. Aquel que Anna había provocado y en el cual se sumergía día a día sin poder detener el sentimiento abrazador, cálido pero doloroso que la iba consumiendo cada segundo un poco más.
Lo único que esperaba era que el hielo volviera a reinar en su interior, en sus sentidos, en su piel.
Cuan equivocada estaba.
–––––––––––––––––––––––
¡Hola! Si llegaste hasta aquí, muchas gracias por leer. Me he animado a compartir un poco de lo que escribo a través de pequeños instantes entre esta hermosa pareja que, en lo personal, me ha enamorado.
¡Pronto volveré con otro instante!
Frozen, ni sus personajes, me pertenecen –pero ojalá fuera así-.
