Las partes en cursiva son recuerdos.

Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Hajime Isayama.

ADVERTENCIA: Mención de EruMika.

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Primera parte

"No te enamores de mis manías, de mi risa, ni de cómo te miro cuando somos uno. No te enamores de mi serenidad al dormir, ni tampoco de la paz que transmito mientras saboreo un buen café.

No te enamores del entusiasmo que demuestro al hablar de las cosas que me apasionan, ni de mi expresión de preocupación cuando sé que algo no anda bien.

No te enamores de mis besos, ni de los abrazos que te doy durante las noches frías. No te enamores de la mueca que suelo hacer cuando algo me desagrada, ni del brillo que oscila en mis ojos cuando te miro ser feliz.

No te pido mucho, sólo que, por favor, no te enamores de mí".

Rusbeell.

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Levi, te presento a Mikasa. Mi futura esposa.

Esa simple frase tuvo el poder de arruinar mi día. Mi semana, mi mes, mi año, mi vida…

De todas las personas que esperé hallar en ese lugar, definitivamente ella jamás habría figurado en mi lista de posibilidades. Ni en mis sueños más retorcidos algo como aquello llegó a materializarse alguna vez.

Maldije incontables veces a mi suerte cuando, un 14 de octubre, durante la celebración de su cuadragésimo cumpleaños, Erwin Smith me presentó a Mikasa Ackerman como su prometida.

Toparme con esa mujer bajo esas circunstancias a escasos meses de haber destrozado lo poco que teníamos fue la casualidad más despiadada y garrafal de todas.

¿Qué tan desgraciado y jodido se tiene que estar para correr con semejante infortunio?

Recuerdo haber estado en shock, completamente consternado y furioso al mismo tiempo durante un buen rato apenas el rubio anunció su descabellado compromiso.

Muchísimas preguntas abarrotaron mi mente, y todas y cada una de ellas conducían a un callejón sin salida por no tener respuestas.

¿Cuándo se habían conocido?

¿Tanto se querían, se amaban, se adoraban como para casarse?

¿Es que cambió de parecer respecto a lo que ella consideraba conveniente y lo que no?

¿Realmente fue tan fácil desecharme y sustituirme por otro imbécil?

¿En qué momento, cuánto, por qué…?

Tch.

Menuda mierda.

¿Acaso importaba ya, de todos modos?

Sentado en uno de los mullidos sillones de aquel lujoso salón, la vi conversar animadamente con los que supuse eran sus amigos. Llevaba un precioso vestido de color rojo intenso, que resaltaba su busto y caía holgado y con gracia hasta la mitad de sus muslos. Su corto cabello recogido en una trenza baja sujetada con bonitos adornos de pedrería, un par de brillantes brazaletes adornando una de sus muñecas, y unas sandalias de tacón alto enalteciendo aún más sus torneadas piernas…

Era intolerable.

Era jodidamente insoportable no ser yo el causante de su desbordante felicidad.

Mi pecho dolía y mi cabeza punzaba, mis entrañas se revolvían y mis manos temblaban de sólo pensar que ya de ninguna manera habría una oportunidad para nosotros.

…Que la había perdido para siempre.

Llevé una mano a mi frente y masajeé mis sienes con mis dedos deseando que todo fuese una mentira, una broma de mal gusto, una pesadilla... Pero era real. Demasiado real.

Apreté los párpados y sentí náuseas con sólo figurarlos como marido y mujer.

E infinita fue mi desdicha al ser consciente de que precisamente mi mejor amigo ocuparía el lugar que tanto anhelo tener junto a la mujer que amo.

Era absurdo.

De todas las personas, ¿por qué él?

¿Por qué ella?

¿Por qué ellos, juntos?

Suspiré y me desconecté de lo que sucedía a mi alrededor, encerrándome así en una burbuja que me aislaba del evento que se llevaba a cabo justo frente a mis narices. Combatí fervientemente las inmensas ganas de huir de allí, y traté de distraerme para no adentrarme aún más en las fauces de ese oscuro abismo en el que irremediablemente estaba atrapado.

Sin embargo, como solía sucederme muy a menudo, me resultó imposible sacar a la mocosa de mis pensamientos. Y sin poder evitarlo, mi mente empezó a divagar en los momentos que compartimos antes de que todo se fuera directo al infierno.

Más de una vez llegué a preguntarme si hubiese sido mejor nunca haber ido a ese bar, en el que por razones que desconozco nuestros caminos se cruzaron por primera vez.

Fue un viernes por la noche, que dejó de ser aburrido y rutinario desde el brevísimo instante en el que fuimos conscientes de nuestras existencias.

Recuerdo haberme levantado de la solitaria mesa que ocupaba incluso antes de que mi cerebro pudiese registrar tal acción, para abrirme paso entre la multitud con el único objetivo de ir tras la dueña de esos ojos fríos que me atrajeron como si con toda intención me hubiesen embrujado.

Tontamente me sentí afortunado cuando supe que ella, al igual que yo, visitó ese sitio por puro azar. Y con absoluta ingenuidad le agradecí al universo y a la coincidencia que la hizo estar allí, en ese preciso momento, sin otra compañía que me impidiese estar a su lado.

Aún a estas alturas no entiendo cómo es que congeniamos con tanta naturalidad, cómo es que siendo completos extraños fuimos capaces de notar ese interés que nació en ambos con solo intercambiar una simple mirada… Cómo es que tuvimos la pericia de descifrar el deseo implícito en la intención jamás mencionada de querer compartir más que una amena conversación esa noche.

No tardamos demasiado en llegar a mi apartamento, y fue cuando me abalancé a probar sus labios que ella me interrumpió para plantear las condiciones que debía aceptar como parte de un contrato tácito que delimitaría el vínculo que ese día se formó.

Será sólo sexo. Sin compromisos, sin enamoramientos, ¿de acuerdo, Levi?

Está bien. Sólo sexo.

Concordamos antes de sellar el pacto con un beso desenfrenado que rápidamente nos dejó sin aliento.

Teníamos una química excepcional, una afinidad y una sincronía tan perfectas que sin mucho esfuerzo nos permitieron alcanzar una y otra vez el éxtasis más delicioso que hemos podido experimentar alguna vez.

Basta decir que quedé fascinado, como nunca lo había estado antes de ninguna mujer.

Su belleza era indiscutible, y a eso se le sumaba lo alucinante que era que esa mocosa de apenas veinte años supiera hacerlo todo tan bien, que pudiese seguirme el ritmo sin cansarse ni un poco, que tuviese la increíble habilidad de descubrir con facilidad esos puntos exactos con los que podía hacer que tirarse por la borda todo rastro de cordura.

Después de ese encuentro furtivo, siguieron muchos más. Varias veces a la semana nos encontrábamos en su apartamento o en el mío, y haciendo uso de esa destreza innata que nos hacía rebuscarnos uno al otro con desespero, dedicábamos toda una noche a complacer nuestra insaciable libido.

Éramos adictos, pero no sabía si era al simple hecho de tener sexo o a ese tumulto de magníficas y exclusivas sensaciones que sólo nosotros podíamos brindarnos.

Cumplíamos con nuestros roles sin inconvenientes manteniendo lo que sea que teníamos bajo la sombra de la clandestinidad. No nos inmiscuíamos en los asuntos personales del contrario, no pretendíamos indagar de más en nuestras peculiaridades, en nuestras virtudes, ni en nuestros defectos.

Nos conformábamos con saber lo básico.

Ella 20, yo 33.

Ella la mejor estudiante de la carrera de psicología, yo un renombrado arquitecto de la ciudad.

Ella de nacionalidad japonesa, yo de la alemana.

Ambos hijos únicos.

Ambos sin responsabilidades mayores.

Ambos poseedores de un corazón indomable.

No hacía falta nada más. Con eso estábamos bien.

Una que otra salida al cine, a tomar un café o a almorzar ocupaba parte de nuestro tiempo compartido. Empero, antes o después de cada salida terminábamos en la cama y con propósitos netamente carnales. Era como una especie de recordatorio, de siempre tener presente que debíamos respetar los límites que por mutuo acuerdo nos establecimos desde antes de efectuar el primer roce.

Sin compromisos.

Sin enamoramientos.

Y así ocho meses transcurrieron hasta que las cosas comenzaron a cambiar.

Sobre la marcha fui dejando a un lado el desenfreno, la rudeza y las palabras sucias para sustituirlos por una cálida afabilidad plena de besos, caricias, más besos y movimientos sutiles que distaban por mucho de la lascivia obscena a la que estábamos acostumbrados.

Me equivoqué al creer que en ese entonces aquellas cuatro palabras ya no tendrían relevancia.

¿Sin compromisos?

¿Sin enamoramientos?

Todo escudo falló, ningún método de defensa me salvó de la caída inminente. Nada evitó que sucumbiera ante sus adorables encantos.

Quizá me entregué más de la cuenta. Tal vez confié demasiado en el desapego emocional que me mantenía desligado de cualquier mujer con la que me involucraba.

En algún momento indeterminado, embriagarme con su cuerpo no me era suficiente.

Necesitaba más.

Lo quería todo.

Fui yo quien cometió el grave error de romper la regla más importante.

¿Quién iba a pensar que enamorarse sería sinónimo de perderlo todo?

Aún recordaba en carne viva el momento en el que la estabilidad ficticia que teníamos se quebró.

Estiré el brazo con pesadez y tanteé el espacio de la cama que ella solía ocupar cuando se quedaba conmigo a pasar la noche. Abrí los ojos y me reincorporé a regañadientes al percatarme de su ausencia.

No me costó ubicarla allí, frente al ventanal de la habitación. A la mocosa le gustaba apreciar la vista que ofrecía el décimo piso, y a mí por mi parte me encantaba admirar su silueta de reloj de arena, delineando su desnudez bañada por la blanquecina luz de luna que se reflejaba en ella.

Aparté la cobija y con pasos sigilosos recorrí el espacio que nos separaba, la rodeé por su cintura posesivamente y me pegué a ella buscando resguardarme en la calidez de su cuerpo. Estampé mis labios en su hombro derecho y su cuello hasta llegar a su nuca, donde la acaricié con la punta de mi nariz antes de hundirla en sus abundantes y suaves hebras azabaches.

Volvamos a la cama.

Mascullé contra su piel sin recibir respuesta alguna. La mocosa se comportaba taciturna y distante desde hacía unas horas; estaba más callada de lo normal y de a ratos parecía extraviarse en sus cavilaciones. Justo como en ese momento.

¿Mikasa?

¿Hmm?

¿En qué piensas?

Silencio. Permanecimos quietos y en mudez hasta que suspiró y se giró hacia mí con una lentitud que denotaba cierta indecisión.

Estaba pensando en lo que me dijiste temprano.

¿Y bien? ¿Decidiste darnos una oportunidad?

Mi corazón saltó y mi pulso avanzó desaforado conforme los segundos pasaban. La esperanza que albergaba en mi interior ardió con ímpetu y por un efímero instante creí que al fin le daríamos otro significado al lazo que nos unía.

Uno verdadero y puro como lo que sentía por ella.

No. Esto ya no puede seguir, Levi.

Sus ojos estaban ensombrecidos, su semblante endurecido… Algo en mi tórax se oprimió y una oleada de frío me atravesó entero al enfrentarme con esa determinación atiborrada de estoicidad que reflejaba.

Esto no está bien, debes entenderlo —insistió al ver que me había quedado helado y sin habla.

¿Por qué? ¿Qué tiene de malo…?

Basta —sentenció con firmeza, moviendo su cabeza en negación—, no lo digas. Por favor no lo hagas.

Dime por qué está mal amarte, dime por qué estaría mal que tú me ames también.

Una risa amarga emergió de ella, pasó ambas manos por su cabello y se alejó de mí como si mi cercanía le repugnara. Yo me quedé inmóvil observándola quedamente, luchando por mantener la calma y haciendo un esfuerzo sobrehumano por obviar el miedo que me invadía y se apoderaba de mí sin piedad.

¿Iba a abandonarme?

¿De verdad iba a dejarme porque la amaba?

¿Qué clase de reacción es esa?

Tú no me amas, tú realmente no sientes eso. Estás confundido, es todo.

¿Crees que si estuviese confundido habría optado por confesarte mis sentimientos? Tch, no seas ridícula.

¡Lo único ridículo aquí es eso que afirmas! —rugió apuntándome acusadoramente—. ¡Te dije que no te enamoraras de mí Levi, te lo advertí muchísimas veces y aun así terminaste cayendo como un estúpido!

¿¡Qué!? —bramé ya harto de escuchar tantas sandeces y reclamos absurdos, perdiendo por completo la compostura. Me sentía como un idiota, sí, pero ya nada podía hacer para redimirme—. ¿¡Cuál es tu maldito problema, mocosa de mierda!?.

¡Mi maldito problema es no poder corresponderte! —me gritó, destrozándome—. ¡Ese es mi maldito problema!

Salí de mi ensimismamiento cuando, a unos metros de distancia, la vi acomodarse de lado sobre las piernas de Erwin para apoderarse de sus labios. Él gustoso se dejó hacer, se mostraba bastante cómodo a pesar de que nunca solía ser partícipe de ese tipo de escenitas en público. Posteriormente la azabache lo envolvió por el cuello con ambos brazos, él hizo lo mismo a la altura de su cintura.

No podía evitar debatirme si lo hacía adrede. Ella sabía que yo contemplaba con minuciosidad cada mínimo movimiento, y parecía no importarle en lo absoluto el hecho de que yo lo presenciara aun sabiendo que esa sería la peor de las torturas.

A lo que a mí respecta, Mikasa interpretaba a la perfección su rol de reina del hielo. Yo de igual manera representaba al rey de la indiferencia ante ella, aunque por dentro me sentía desfallecer.

Un par de extraños. Eso simulábamos ser.

En ese punto ya nuestras miradas habían coincidido un par de veces con la misma simultaneidad de aquella noche en la que nos conocimos. Y sospechaba que Erwin era totalmente ajeno a la complicidad que escondíamos detrás de ese inocente gesto.

El Smith no debía tener ni la más mísera idea de que su prometida y yo habíamos compartido algo más que la cama en incontables ocasiones. Así como Mikasa no debió tener conocimiento hasta ese momento de que su futuro esposo era nada más y nada menos que el mejor amigo de su ex amante.

Supongo que el haber sido demasiado reservados con nuestras vidas privadas nos jugó en contra a los tres.

—Tch, que maldita porquería.

No fui consciente de lo fuerte que sostenía mi vaso de whisky hasta que mis dedos punzaron en protesta. Me levanté y fui hasta la barra en la que servían los tragos, rehuyendo como un cobarde de mi horrible realidad.

—Levi —la voz de Hanji me alcanzó justo antes de que llegase a mi destino. Tomé aire pesadamente previo a girarme hacia ella con fastidio—, ¿podemos hablar un momento?

—¿Acaso me queda de otra?

Con un ademán me indicó que le siguiera y yo por inercia lo hice. Nos condujo a una de las esquinas más alejadas y menos concurridas de la ceremonia, internamente le agradecí a todos los dioses que allí pudiésemos obtener un poco de paz en medio del jodido bullicio.

—¿Estabas al tanto de esta mierda, Hanji? —cuestioné una vez que nos detuvimos.

—Por supuesto que no, te lo habría comentado de inmediato.

—¿Por qué carajos lo mantuvo en secreto ese infeliz?

—Créeme que estoy tan confundida como tú.

Sentía mi sangre hervir. Estaba endemoniadamente furioso por razones que escapaban por mucho de mi compresión.

—¿Cómo es que Erwin no lo sabe?

—¿Saber qué?

—No te hagas el desentendido —dijo después de resoplar y poner los ojos en blanco—. He visto cómo la miras. Te gusta esa niña.

—Tsk, cállate. Tú te mueres por el cejotas y yo ni lo menciono.

De soslayo atisbé la mueca de disgusto que figuró en su rostro, yo suspiré exhausto.

—Estamos jodidos —murmuró con pesar arrastrando las palabras con sus orbes fijos en los aludidos. Apreté los dientes viéndola escuchar atentamente lo que sea que él le decía mientras la miraba con total devoción; ambos abstraídos uno en el otro, como si estuviesen solos en el mundo.

Quería marcharme, irme lejos y no volver a saber de ellos nunca más. No obstante, algo me retenía allí.

Debía hacerlo o sino terminaría volviéndome loco.

—Hanji, ¿podrías distraerlo un momento?

—¿Qué harás?

—Esa mocosa y yo tenemos una conversación pendiente. Trataré de encontrarle sentido a esta locura.

—Vale, pero no tardes mucho. Sabes lo perspicaz que Erwin puede ser.

—Y lo idiota también —musité tan por lo bajo que ella no alcanzó a oírme.

Aguardamos hasta que finalmente los tortolitos se separaron. La cuatro ojos se encaminó en dirección al rubio, y yo seguí con discreción la ruta que Mikasa trazaba hacia el baño.

La mocosa jadeó de sorpresa cuando la intercepté justo antes de que se encerrara; desde su espalda tapé su boca y a empujones nos introduje en el reducido espacio. Con torpeza logré trabar la puerta, pues ella hecha una furia forcejeaba para zafarse de mi agarre.

—Mierda —siseé entre dientes soltándola. Me dejó un mordisco en la mano que dolía como el demonio.

—¿¡Qué mierda haces aquí, Ackerman!? —soltó enfurecida.

Arrugué el entrecejo y avancé hacia ella con el juicio enteramente nublado; la mocosa retrocedió hasta que su espalda baja se topó con la encimera del lavamanos.

—¡No, no, no, Levi, vete, vete!

—Joder, cierra la boca y quédate quieta.

Me golpeó sin parar hasta que en plena disputa conseguí sujetarla por sus muslos para subirla a la superficie de mármol. A duras penas pude asirla de ambas muñecas para inmovilizarla mientras me presionaba contra ella para obligarla a abrir sus piernas y así poder situarme en medio de su incesante pataleo.

—Mikasa —la llamé roncamente, pronunciar su nombre me causaba amargura. Ella se tranquilizó por un segundo—, ¿puedes calmarte por un mísero minuto, por favor?

—¿Qué es lo que quieres?

El ritmo de nuestras respiraciones aceleradas fue lo único que se escuchó una vez que cesamos de batallar. Me tomé unos pocos segundos para detallar su precioso rostro, la observé deslumbrado por tenerla tan cerca después de tanto tiempo sin siquiera oír su voz.

Actué por puro instinto tan pronto como salí de mi letargo, reaccionando al primer impulso que cruzó por mi mente: lanzarme a devorar sus labios. Nuevamente empezó a retorcerse bajo mi peso, estuvo reacia a dejarme continuar hasta que el beso se tornó más demandante y urgido. De un momento a otro fuimos víctimas del hambre voraz que se acumuló día tras día que tuvimos que sobrellevar la insoportable ausencia que nos dejó su abandono.

Nos besamos con el apremio que lo haría un adicto que prueba la única droga capaz de saciar su ansiedad después de mucho tiempo de abstinencia.

Mis manos viajaban por su cuerpo a medida que mis labios marcaban cada centímetro de piel que encontraban a su paso; los suspiros que escapaban de su boca sumados a los jalones que me propiciaban sus dedos enredados en mi cabello me incitaban a ir por más. Sin embargo, fue precisamente cuando me aventuré a subir su vestido que la mocosa me empujó con tanta fuerza que por tomarme desprevenido me hizo trastabillar.

La miré descolocado y aturdido, ella por su parte lucía aterrorizada.

—Mikasa…

—No te atrevas a hacer eso de nuevo o gritaré —me advirtió con una firmeza propia de su carácter dominante—, y le diré a tu mejor amigo que intentas follarte a su mujer.

—¿Por qué aceptaste a Erwin y no a mí? ¿Por qué él y no yo? —inquirí, pero estuvo indispuesta a soltar palabra alguna—. ¡Respóndeme, maldita sea! —insistí furibundo—. ¿Te bastaron sólo tres miserables meses para enamorarte de otro?

—Ya basta Levi.

—¿No es eso? Hn, espera, permíteme adivinar… ¿Es que estuviste revolcándote con los dos al mismo tiempo hasta que finalmente decidiste quedarte con él?

—¿Y qué si es así?

—No me jodas —siseé hastiado. Y con la cólera haciendo estragos en mi raciocinio, la tomé del brazo y de un jalón la forcé a bajarse de la repisa

—¡Suéltame! —exclamó tironeando para que la liberase, y así lo hice al caer en cuenta de la forma en la que estaba magullando su piel—. Recuerdo haberte dejado las cosas bastante claras aquella vez, pienso que no es preciso repetírtelo… ¿No crees que fue suficiente? —dijo con cansancio, yo apreté los puños haciendo mi mejor intento de soportar ese malestar en mi pecho que muy difícilmente me dejaba respirar. Dolía, dolía desmesuradamente.

—Sólo… Sólo dame una razón —susurré derrotado, apoyándome de la puerta para impedir que la abriese.

—Déjame ir.

—Por favor… Necesito saberlo Mikasa, te lo suplico. ¿Por qué haces esto?

—…Porque estoy esperando un hijo suyo.

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¡Holaaa a todos! ¿Qué tal están? ¡Yo espero que bien!

Comenzaré diciendo que esta idea nació de la cita que puse al inicio. Días atrás estaba revisando mis cuadernos y encontré eso que escribí hace un tiempo, durante unos de mis esporádicos bajones de ánimo. De inmediato me imaginé una situación en la que Mikasa le dijera eso a Levi y PUM, todo lo demás se le sumó después.

Estoy segura de que muchos se llevarán una gran sorpresa con esta trama. Es muy diferente a lo que acostumbro hacer, sí. Peeeeero, como SIEMPRE me sucede, la idea llegó para quedarse y no me quedó de otra que escribirla. Fue algo arriesgado y un poco extraño; sin embargo, admito que me gustó salir un poco de mi zona de confort, jaja.

Debo confesar que al final sentí pena por Levi :c es decir, que feo tuvo que haber sido perder a la mujer que ama, luego enterarse que su mejor amigo la desposaría y lo peor de todo, que estuviese esperando un hijo de él. Santo cielo, mi pobre bebé u.u

¡No se alarmen! Eso no termina allí, pronto traeré la segunda parte. ¿Qué creen que suceda después? Está bastante delicada y complicada la situación, ¿eh?

En fin, ¿les gustó? ¿Sí? ¿No?

¡No olviden votar y comentar! Lo aprecio de todo corazón, y me encantaría saber qué opinan al respecto. :3

¡Muchísimas gracias por leer!

Cuídense, los quiero.