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Espere aquí... enseguida le diremos algo.

Habían pasado casi tres horas desde que el policía había pronunciado esa frase, y seguía sin recibir una explicación de cuál era la situación de su marido. Se movió en la fría silla de la sala de espera, cambiando de postura y jugando con sus manos, aún más angustiada y temblorosa, mientras las lágrimas escapaban de sus ojos. Su mirada estaba fija en la puerta metalizada que él había traspasado acompañado de dos policías. Por tercera vez, la mujer se levantó de su asiento dirigiéndose hacia la recepción. La policía pelirroja la reconoció, debido a que ella había contestado a sus preguntas anteriormente.

–¿Aún no se sabe nada de mi marido, Ed Peletier? –Preguntó a la pelirroja con voz temblorosa.

–No, señora, ya le avisaremos.

De nuevo, volvió a sentarse en la sala de espera de la comisaría, a medida que el miedo se apoderaba de ella. El pánico iba aumentando a cada segundo que pasaba, imaginando todo lo que estaba sucediendo en el interior de las dependencias. Pero lo que más terror le causaba era saber la reacción de Ed cuando saliera de allí, pues era consciente que iba a ser una noche muy complicada. Ante ese pensamiento, Carol respiró hondo intentando convencerse a sí misma de que iba a ser diferente aquella noche, pero sabía que no era cierto.

Carol se sentía culpable por el hecho de que Ed estuviera encerrado en los calabozos. Era estúpida por no haber hecho caso a las órdenes de su marido, pues sabía que las consecuencias iban a ser peores.

Aquella tarde, el matrimonio Peletier debía asistir a la escuela de su hija Sophia para ver la función de teatro de la pequeña. Pero Ed no quería ir, y pretendía que su mujer tampoco fuera. Sin embargo, en cuanto Ed se fue al bar, Carol desobedeció las órdenes de su marido y decidió ir sola.

Carol disfrutó mucho viendo a su pequeña interpretando el Rey León.

Ella rezaba para que pudieran llegar a casa antes de que lo hiciera Ed. Sin embargo, no fue así y al llegar vieron a Ed aporreando la puerta, enfurruñado por no encontrar a nadie en el interior, ya que se había dejado olvidadas las llaves. Nada más percatarse de que se trataba de Carol, Ed se separó de la puerta y avanzó como pudo hacia el coche de la mujer, lleno de furia e ira. Sophia, quién estaba sentada en la parte trasera del coche, se percató del enfado de su padre y sintió el miedo en su pequeño cuerpo.

–Mamá, papá está enfadado.

–Lo sé, cariño, no te preocupes. –Dijo la mujer en un intento de tranquilizar a la pequeña.

Cuando Ed consiguió alcanzar el coche, éste abrió la puerta del conductor y agarró a Carol por el brazo sacándola a la fuerza del vehículo.

–¿Dónde estabas? –masculló enfadado.

–Yo... he ido a ver a Sophia, –repuso. Carol vio el odio aumentando en el rostro de Ed, y cuando éste quiso responderle, fue interrumpido.

–¡Ed! –gritó Bryan Peter, su vecino. Ed se giró para ver a Bryan junto a su mujer Kearney que avanzaban hacia ellos. –¿Cuántas veces te he dicho que no pongas el coche enfrente de mi garaje? No puedo sacar el mío.

Ed se giró sobre sí mismo soltando a Carol. La mujer pudo ver la sonrisa cargada de maldad, pues realmente lo había hecho a consciencia sabiendo que le molestaba. La relación entre ambos vecinos cada vez era más tensa y Carol sabía que gran parte de la culpa era de Ed, pues se dedicaba a provocarle cada vez que podía.

–No tenía otro lugar para aparcarlo –contestó el hombre con sarcasmo, y evidenciando su estado de embriaguez.

–Bryan ahora lo movemos –habló Carol con una suave voz, intentando mostrar una sonrisa a la pareja y calmar la tensión entre ambos. Los tres le miraron, antes de que Ed hablara.

–No, no vamos a quitar nada, –contestó lleno de rabia.

–Ed, por favor. –Pidió Carol para evitar que Ed se pusiera violento con su vecino.

–¡Cállate! –le dijo a Carol.

–Voy a llamar a la policía, –masculló Bryan, mientras llevó su mano a su bolsillo para agarrar el celular–, estoy harto de tus tonterías...

Sucedió demasiado rápido, pues de pronto, Ed levantó su puño y le propinó un puñetazo a Bryan. El hombre cayó al suelo, mientras su mujer corrió a socorrerle. Pero rápidamente Kearney Peter llamaba con su móvil a la policía denunciando la situación. Tras esto, la familia Peletier se adentró en la casa, dejando al matrimonio a las afueras. Sin embargo, la policía no tardó en hacer su aparición, picando en la puerta de los Peletier para llevarse a Ed a la comisaría. Carol llevó a Sophia a casa de una amiga de la pequeña, y se fue directa a la comisaría.

Aunque ella no era la culpable directa de los actos de Ed, la mujer no podía evitar sentirse responsable de todo lo sucedido. Quizá si hubiera permanecido en casa, como Ed le había dicho, él no hubiera estado tan enfadado como para asestar un puñetazo a Bryan. Ella sufriría las consecuencias de sus actos aquella noche.

En ese momento se dio cuenta que lo mejor era que Sophia pasase la noche fuera de casa. Sacó el móvil del bolso, buscó en la agenda el número de Sarah James, -la madre de la amiga de Sophia- y se lo llevó a la oreja.

–Hola Sarah, soy Carol... quería preguntarte si Sophia puede pasar la noche en tu casa. –Preguntó. Aliviada, Carol escuchó como Sarah aceptó rápidamente sin poner ni una objeción. Le agradeció un par de veces, antes de cortar la llamada.

Absorta en sus propios pensamientos, Carol se mantuvo en silencio escuchando los murmullos de los allí presentes, pensando que podía hacer para evitar lo que iba a suceder aquella noche. Respiró hondo, pensativa y sintiendo la punzada de miedo en el pecho.

Los gritos de un hombre le hicieron desviar la mirada hacia la entrada de la comisaría, viendo como un hombre rudo de unos 50 años y calvo, era arrastrado al interior de las dependencias policiales. Los dos policías que lo agarraban parecían tener serios problemas para poder retenerlo, pues éste se resistía. El hombre no dejaba de soltar comentarios machistas y xenófobos dedicándolas a todas las personas con las que se cruzaba, mientras los policías lo aferraban más fuerte. Carol sintió miedo al presenciar esa situación debido a la violencia que ese hombre transmitía.

La tranquilidad apareció de nuevo cuando fue arrastrado al interior, y Carol se tranquilizó levemente. Pero cinco minutos más tarde, otro hombre rubio y visiblemente alterado se adentró en el recinto, volviendo a destruir la tensa tranquilidad del lugar.

–¿Dónde demonios está Merle? ¿Qué le habéis hecho a mi hermano? Maderos de mierda... - gritó el hombre acercándose a los policías.

–Quiere hacer el favor de calmarse. Espere aquí, ahora el sheriff Rick Grimes vendrá hablar con usted, –pronunció la policía, intentando calmar a ese hombre.

–¡Rick Grimes! –Se burló del policía, mientras se movía inquieto.

El hombre sureño se giró sobre sí mismo, antes de pegar una patada contra las sillas, haciendo que la mujer se sobresaltara. Ella levantó la mirada hacia ese hombre de aspecto violento y completamente fuera de sí. Al sentirse observado por todas las personas que estaban en la sala de espera, el hombre dirigió la mirada de odio hacia ellos.

–¿Qué?, ¿Qué cojones miráis? –la mujer vagó la mirada por la sala de espera, evitando al hombre que soltaba improperios e insultos a todo aquel que se atreviese a coincidir con su mirada.

–Señor Dixon, soy Rick Grimes, su hermano ha intentado atacar a un policía cuando iba a ser detenido por amenazar a un hombre con una pistola. Por el momento, estará en el calabozo hasta mañana, cuando el juez decida si quedará en libertad.

–Cojonudo, –dijo bastante molestó. Sin dejar terminar a Rick se giró sobre sí mismo en dirección a la puerta, saliendo de la comisaría, dando golpes y lanzando gritos a todos. –Putos maderos de mierda.

Carol estaba absorta mirando a ese hombre, cuando de pronto sintió la mano de alguien agarrándole por el brazo y levantándola de su asiento. Se trataba de Ed, quien estaba lleno de furia.

–Vámonos, –la mujer se dejó arrastrar hacia la puerta de la comisaría mientras éste le susurraba. - Por tu jodida culpa he estado encerrado en ese calabozo durante tres horas.

Tras traspasar la puerta, Ed la soltó empujándola, y debido a la violencia que había empleado contra ella, Carol se tropezó a punto de caer al suelo. Rápidamente ella se repuso, avanzando hacia el coche y abrir la puerta de éste.

Se sentó en el asiento del copiloto, y entonces, se percató que el hombre sureño, que había estado gritando a los policías, estaba apoyado en una moto con un cigarro entre los dedos. Carol sintió vergüenza, y desvió la mirada hacia adelante. El hombre seguía observando la situación atentamente. A pesar de que quiso evitar mirarle, Carol volvió a centrar la mirada en él. Vio en sus pequeños ojos mucho odio, y ella lo asoció a lo sucedido en el interior de la comisaría.

Sin embargo, ese tal Dixon no apartaba la mirada de la suya, y en ese instante, ambos notaron una conexión entre ellos a pesar de que eran personas totalmente desconocidas.