Disclaimer: Ni digimon ni percy Jackson me pertenecen


Prologo

Hacía un par de meses que había terminado la segunda guerra mundial, guerra ocasionada en gran parte por los hijos de los dioses considerados más poderosos, los tres hijos varones de Cronos. Todos habían tomado parte, pero como de costumbre tan sólo culpaban a uno solo, a él y toda su descendencia. Hades. Él siempre había sido el culpable de todo. Dicho dios estaba furioso y en cierta manera nervioso, su hermano Zeus, el rey de los dioses, le había ordenado dejar a sus hijos en el campamento mestizo, con el pretexto de tenerlos controlados para que no les pasase nada y entrenarlos adecuadamente. Él no se fiaba de las palabras de su hermano, sospechaba que el gran Zeus quería o utilizarlos en un futuro como arma contra él o encontrar la forma que sufriesen un desafortunado accidente. Era algo que siempre había sucedido, Zeus se caracterizaba por matar a la mayoría de sus hijos, también a los de Poseidon y a algunos de los de Demeter, los que más destacaban en poder y habilidades; para Hades estaba claro que Zeus sólo se movía por sus propios intereses.

Se encontraba en un hotel, hablando con la mortal a la que amaba, o al menos en la manera que un dios puede amar a un mortal; era algo complicado de describir, pero esa persona, esa mujer lo había visto y tratado de una forma que no había sucedido en eones. Le había expuesto la situación, y trataba de convencerla que accediese a refugiarse en el inframundo, donde podría cuidarlos y protegerlos, tanto a ella como a sus dos hijos Nico y Bianca, de diez y de doce años respectivamente. Pero María no accedía a hacerlo, quería seguir como ahora, sin separarse de sus hijos.

— Me he dejado el bolso en la habitación, vigila a los niños.

Asintió, poniendo la mirada en sus hijos que estaban jugando en un lado del vestíbulo, cerca de donde estaba. Por unos instantes le pareció que estaban discutiendo, peleándose por el juego de cartas y figuras de acción que poco a poco le había ido regalando a Nico. Fue entonces cuando lo sintió, segundos más tarde de haber escuchado aquellas palabras, se percató del poder de su hermano dirigirse completamente al hotel. Le dio tiempo tan solo a poner una barrera protectora en torno a los niños, pero no alanzó a llegar a proteger a Maria. Se giro furioso por no haberlo logrado y al mismo tiempo queriendo comprobar el estado de sus hijos. Casi se le cae el alma a los pies al ver que donde antes estaban ellos ahora tan solo estaba una asustada Bianca.

— Tranquilo — Una voz femenina captó su atención desde la otra punta de lo que segundos antes era el vestíbulo del hotel, ella había protegido a Nico, aunque se preguntaba sus razones — No me agrada el matar por matar, simplemente. Son inocentes, no merecían eso; nadie lo merece en realidad.

— Te debo una.

— Eso parece; será mejor que los escondas, yo no diré nada.

— Si lo hicieses te delatarías.

— Ya nos veremos.

Con sus dos hijos a salvo, avisó a Alecto, ordenándole que los ocultase en el Hotel casino Lotus en Las Vegas; no sin antes borrarles los recuerdos en el río Léteo. Puede que fuese un poco cruel hacerles eso, quitarles su pasado, lo que era la fuente de su personalidad, pero era necesario para protegerlos. Notó la presencia de alguien mas en el lugar, era el Oráculo, o más bien el cuerpo actual del mismo. Estaba tan furioso que tenía ganas de destrozar algo, pero no podía hacer frente a su hermano, así que descargó gran parte de su furia maldiciendo al oráculo, nunca podría encarnar un nuevo cuerpo. De todas formas seguía deseando vengarse de Zeus, y encontraría la forma. Todo por la estúpida profecía del oráculo y el juramento que le habían hecho hacer, aún pasasen los años no olvidaría este día. Ni la promesa de vengarse de su hermano, ni el favor que debía a quien había salvado a Nico.

(***)

Corría diciembre de 1991, una nueva semidiosa había nacido; en ella, ya en ese estado se notaba un gran potencial en poder y eso había traído el disgusto del Olimpo, cuyo rey quería que fuese sometida al escrutinio del Olimpo para decidir que hacer con ella, pues la consideraba una futura amenaza. El padre biológico de la criatura hacía un par de meses que había muerto en extrañas circunstancias, así que teniendo en cuenta las leyes antiguas la niña no tenía a donde ir. Su madre era una de las diosas, pero se negaba a que sufriese ese escrutinio, se temía que todo era una farsa y que en realidad ya habían decidido. Por suerte, había preferido alumbrar lejos del Olimpo, en uno de los invernaderos que tenía cerca de los ángeles. Fue entonces cuando se presentó uno de sus hermanos, el soberano del inframundo, junto a su esposa, que curiosamente era hija suya también.

— Te dije que te debía una y te ayudare a mantener viva a esa niña.

— ¿Cómo?

— Tengo una idea, pero tendrás que hacer creer ante todos que yo te la he arrebatado, como venganza por la "muerte" de mis hijos o cualquier cosa por la que nos hayamos peleado — Le dedicó una sonrisa astuta — Entrega la criatura a Perséfone; ella se encargará de rehubicarla lejos de la mirada de nuestro hermano.

—Eso supondría no volverla a ver nunca con total probabilidad. Ella es una pequeña Luz

— Es lo más seguro para ella — Intervino Perséfone — Y si los destinos quieren volverá a donde pertenece — Aseguró antes de desaparecer.

Tenía un plan a seguir, ignoraba si esa niña que su esposo había insistido en salvar desarrollaría o no todo su potencial, pero los motivos que le había dado para hacerlo le parecían válidos, sino ni siquiera se habría implicado. Se apareció en un torbellino que era una mezcla de trigo y sombras en una ciudad muy lejos de allí, al otro lado del pacífico. Allí no había monstruos, no todavía. La ciudad se llamaba Hikarigaoka, sonrió ante la ironía que se le presentaba ante las manos.

Con el bulto entre los brazos envuelto en una pequeña manta con el símbolo de su madre, una hoz con espigas. Tocó a una de las puertas, sabía que allí vivía un matrimonio que deseaba tener más hijos pero que tras un parto difícil con el primogénito la mujer no podía tener más.

— Buenas noches. Soy Perséfone, diosa de la primavera y reina del Inframundo — Observó las caras atónitas del matrimonio — Se que deseabais tener otro hijo y esta es vuestra oportunidad — Acercó la criatura un poco a ellos permitiendo que la viesen — Si aceptáis os contare algunas pequeñas cosas que debéis saber respecto a ella.

Notó la duda en ambos, también el deseo de tener un hijo y el instinto de protección hacia un ser indefenso de su misma especie. Buenas cualidades humanas, en ese momento, mientras les contó lo que ocurría, no podía dejar de pensar que había hecho una excelente elección con esa familia. Los notaba dispuestos y receptivos. Había hecho bien en escogerlos para entregarles a ese bebé.

— La llamaremos Hikari — Dijo la mujer.

Perséfone no pudo sino sonreír ante la ironía de la situación. Su madre había dicho que esa niña era una pequeña luz, y tenía gracia que quienes eran ahora los padres de la niña hubiesen escogido aquel nombre en concreto.

Abandonó el lugar, regresando de inmediato al inframundo para cuestionar a su esposo por la parte del plan que era el teatro que él y su madre habían ido a representar. Aquel 21 de diciembre había resultado ser de los más interesantes.

(***)

Los años pasaron y aunque al principio la niña había sido un tanto enfermiza, había acabado por crecer fuerte y saludable. No habían aparecido monstruos a lo largo de los siguientes once años, o al menos no los monstruos mitológicos de los que los padres de la joven semidiosa habían sido advertidos; pero si que se vio envuelta en otra serie de acontecimientos que en cierta manera la hicieron desarrollarse como persona. Ello comenzó cuando tenía cinco años.

Primero fue un huevo que salió de un ordenador y que se abrió en presencia de ella y de su hermano. De este había salido una criatura que había mutado varias veces a lo largo del día y que tras un paseo nocturno, había vuelto a mutar para pelearse con un pájaro gigante. En ese momento la niña había ignorado que el huevo era un digihuevo y que ambas criaturas eran digimons o monstruos digitales como se hacían llamar.

Tres años después de aquello, unos digimon habían invadido el mundo real, buscando destruirla porque resultó que era el octavo niño elegido; y tras una complicada batalla, al ver que el mundo estaba en peligro se había marchado al digimundo con su hermano y otros seis niños. Pues como elegidos su deber era salvar al mundo.

Casi tres años después había ocurrido algo parecido, y esa nueva aventura, que había comenzado unos meses antes del verano y que estaba a punto de culminar. No era en realidad sino el comienzo de su aventura, algo que ella misma ignoraba. Había crecido ignorante su naturaleza, y esta pronto le sería desvelada.