El soldado olvidado
Capítulo 1
"La esclava de la cocina"
Los enclaustrados comenzaron a empujarlos hacia los lados y Dende chilló cuando lo comenzaron a presionar contra la reja contraria. Una mano apareció desde su izquierda y aunque sus dedos se cerraron con fuerza sobre su pequeño hombro, la mujer lo sacó de en medio de la turba que intentaba alejarse del guerrero que los inspeccionar para elegir. Iría a elegir a uno, les habían escuchado a los vendedores. También se decía que sus nuevos amos eran tan terribles que nadie hablaba de su identidad porque ellos estaban malditos y de los malditos no se podían referir.
Al guerrero le pareció gracioso el que los esclavos se pegaran a la reja opuesta por la que él miraba hacia dentro de la jaula, y sin preguntarle a los traficantes, el gigante subió por la plataforma hasta la puerta y enredó los dedos en los barrotes. Una risa le brotó de las entrañas y todos los esclavos tiritaron cuando el guerrero forzó la puerta hasta sacarla de sus bisagras. Dende miró hacia arriba sólo esa vez para mirar a la mujer que lo había sacado de entre la estampida pero ella no lo miraba de vuelta, estaba concentrada en el gigante que se oscurecía en las sombras de la jaula cada vez que daba un paso y los sirvientes intentaban con todos sus medios de alejarse, aunque se enterraran las rejas en el cuerpo y perdurara su marca como un surco que hundía la piel.
La jaula tembló con sus pasos y el niño tuvo la necesidad de hacerse el ciego, miró al techo y lo vio tambalearse mientras recitaba palabras en su propia lengua, de esas que lo tranquilizaban, y de pronto los quejidos de miedo de los demás se callaron y sólo se pudo escuchar las plegarias de Dende. La mujer le pidió que se callara, que los estaba notando, y lo zamarreó suavemente por los hombros. Pero él no lo hizo hasta que terminó con la última frase. El niño llevó la vista hacia el frente y una sombra gigantesca se había detenido a pasos de él, los ojos le brillaban con una luminosidad inquietante y toda la sangre se le vio congelada cuando lo tomó por una de las manos para arrebatarlo de los brazos de la mujer.
—¡Parece que tenemos a un pequeño gusano por aquí! —Dende chilló con miedo mientras se ponía a llorar, escuchó a la mujer que lo había sacado de la turba gritar pero no lo suficientemente fuerte para que el soldado lo escuchara, y se abalanzó hacia gigante diciendo que era sólo un niño, un niño pequeño. Él era sólo un niño.
—Por favor, déjalo en paz —la escuchó gritarle mientras le ponía sus manos sobre el antebrazo y el guerrero la empujó con un golpe suave para él, importante para ella. La morena cayó al suelo sin que el gigante la mirara y Dende pensó que debería dejar de llorar.
El gigante lo observó como si fuera un insulto y lo lanzó hacia afuera como si fuera una roca. Dende rebotó en el suelo y el polvo le tiñó la cara de café cuando se le pegó a las lágrimas. El gigante dio unos pasos dentro de la jaula y la prisión pequeña se tambaleó con cada movimiento, ninguno de los esclavos se calmaría hasta que se fuera de ahí, ya había elegido a su esclavo.
Se escuchó una risa más cuando Raditz se volteó a la mujer que había botado al suelo, las hebras negras de ella le cubrían parcialmente la cara y se levantaban cada vez que daba una exhalación profunda. Era una mujer muy bella y gozaba de un parecido bastante peculiar con ellos, sólo la ausencia de su cola sugería que ella no era de su raza. El soldado se hincó a su lado con prisa y cuando le intentó tomar de un brazo, Milk se soltó de un tirón. Aquello sólo lo hizo sonreír antes de tomarla enserio. La agarró por la cintura y aunque pataleara y rasguñara, el soldado no pareció darse cuenta de ello.
—¿Dos de ellos? —Comentó uno de los comerciantes de esclavos con una sonrisa que difícilmente pudo reprimir—, pensé que querían sólo uno esta vez.
—El gusano verde es un nameku —las palabras se le hicieron agrias en la boca y le dedicó una mirada cargada de desprecio a Dende antes de tomarlo por el cuello de sus ropas con la mano que tenía desocupada. No se resistió tanto como Milk y se puso tieso cuando reconoció la cola velluda que decoraba la cintura de su nuevo amo y señor, pertenecía a la raza que su propio pueblo había maldecido muchos años atrás, cuando los obligaron a despertar al dragón para que los hiciera inmortales. Por supuesto que no habían conseguido su deseo y su planeta se había transformado en una roca muerta con ríos de lava y lenguas de fuego que lamían en cielo, cuando decidieron confiar en el guerrero nameku que despertó al dragón para pedir su exterminio en la lengua nativa que no podían entender los saiyan.
Cuando llegaron a la fortaleza estaba nublado y sólo el fuego distante de una hoguera le dio a entender a Milk que tenía frío, habían llegado a la cocina y una vieja nativa de ese planeta los esperaba junto a las brasas. Raditz la abandonó ahí y se fue sin dedicarle más atención de la que se merecían como esclava. Al cerrar la puerta y trancarla por detrás, la morena se vio golpeando a mano abierta la entrada e implorando que la sacara de ahí, las palmas le ardieron al cabo de unos momentos en los que se percató que Dende ya no se encontraba junto a ella. Raditz se lo había llevado con él. Los gritos de Milk para que volvieran por ella atrajeron a la vieja que tenía un aspecto muy distinto al de ella y su captor, era una enana de piel azulina, además de unos penetrantes ojos amarillos. Llevaba una trenza gruesa que casi tocaba el suelo y una piel de animal sobre sus hombros.
—Por más que grites no vendrá, le perteneces a la cocina ahora —le informó con un agarre firme en su brazo y la hizo separarse de la puerta. Milk puso mala cara y casi le gruñó—. Ven, niña, ven. Te enseñaré tu lugar.
—El chico, el alienígena —se refería a Dende y caminó rezagada sin oponer resistencia a su mandato—, ¿a dónde se lo llevaron?
—Ah, el nameku, lo vi. Los amos odian a los nameku, quizás lo humille, quizás nada —Milk dejó de seguirla y llevó la vista al suelo, a Dende lo había conocido sólo por unos momentos pero era sólo un niño—. Camina, niña, tenemos una cena que armar. Los amos comen mucho, debemos empezar a cocinar anticipadamente.
La tipa la condujo por el entramado que era la cocina, tenía una serie de mesones y muchos de ellos estaban rebosantes de ingredientes. Ninguno le llamó la atención hasta que se fue acercando cada vez más al centro y un animal que seguía sangrando formaba ríos de sangre que caían al suelo y formaba un posa espantosa. Milk se llevó las manos a la boca mientras un escalofrío le nacía de la espalda baja y le hacía temblar los hombros. La mujer la miró de soslayo con indiferencia.
—¿Qué ocurre? ¿Acaso jamás has matado a un animal para comer carne? —Por supuesto que lo había hecho pero esa imagen no podía parecerle grotesca, por lo que asintió con la cabeza sin fuerza—. Entonces no te pongas así, anda, camina. Ya estamos retrasadas. —A Milk le pareció que la mujer había quedado con otra palabra en la boca y no estaba equivocada, luego de una pausa ella agregó—. Es mejor que hagas todo lo que piden o sufrirás. ¿Sabes separar la carne del hueso?
Milk no respondió enseguida y abrió la boca para decir algo pero la vieja le puso en las manos un cuchillo tan grande como un machete, antes de comenzar a caminar hacia otro lado. La terrícola miró el cuchillo sin poder mirar otra cosa mientras se decidía a no dejar hasta ahí la conversación.
—¿Por qué les sirven? —Su voz salió triste cuando ella no se sentía así y bajó la vista con pesar, quizás lo estaba un poco.
—Son dioses. Pueden levantar rocas gigantescas, iniciar fuego e incendiarnos las casas y a nosotros mismos, matarnos mientras dormimos y no sufren por la mortalidad como nosotros. Desde que llegaron aquí jamás los hemos visto sangrar.
—Ellos no son dioses —aseguró la chica con un fruncimiento de su entrecejo—, los dioses que conozco no sólo destruyen. Ellos son malvados.
—Son los últimos de su raza —la mujer habló por sobre sus palabras para hacerse escuchar—, si ellos no son dioses entonces son lo más parecido que tenemos. Ellos están malditos, niña, su planeta es una roca muerta y las llamaradas de su destrucción todavía arden. Los señores ya no pueden hacer daño, su maldición no se los permite. Ahora ponte a trabajar.
Cuando salieron con las primeras bandejas hacia el comedor, Milk sintió el calor de los braseros como un golpe en el rostro que la hizo enrojecer. La habitación era amplia y tenía un brillo rojizo que en otra situación sería acogedor, y que en ese momento le daba un tinte sangriento y escalofriante a todo el asunto. En el centro de la habitación estaban ellos, sentados alrededor de una mesa larga llena de cuencos con alimentos fríos; frutas, tubérculos, raíces. Alimentos que no parecían tocar y que simplemente estaban ahí para adornar. A Milk le temblaron los brazos cuando se voltearon a mirarla, estaban charlando, riendo y tomando vino, y pararon todo eso para contemplarla. Sólo Raditz la conocía, él mismo la había escogido, y meneó la copa en el aire para que le sirvieran más licor sin dejar de mirarla con una sonrisa en los labios.
—Avanza, niña —la incitó la vieja con un toque en la espalda con la bandeja que estaba trayendo en sus manos, iba detrás de ella y la comida que había calentado el metal le escoció la piel. Milk volvió a caminar con movimientos torpes, oxidados, y se desplazó por todo el tramo que la distanciaba de la mesa con temor.
El tintinar de las cadenas la hicieron voltearse lo necesario para divisar a Dende aproximarse a Raditz con dificultad, tenía cadenas en los pies y en las muñecas, y un líquido morado comenzaba a manar donde lo esposaban, Milk supuso que era el color de su sangre. El niño era el encargado de servir el vino y su rostro demacrado le sugería que había llorado hasta que se había hartado y apenas pareció notarla a su lado cuando él se acercó con su pellejo de vino para rellenar la copa de su amo.
—… Es extraño que Vegeta hubiese aceptado llevar al chico en sus paseos…—escuchó ella a lo lejos, a donde charlaban los soldados más próximos a la cabeza de la mesa. Supuso que serían más importantes en jerarquía que el propio Raditz.
—¿Te gusta? —le preguntó el gigante con la voz queda, sólo para que ella lo escuchara, pero no pudo evitar el sobresaltarse. Raditz la miraba con una sonrisa torcida y dio un sorbo sin quitarle de encima la mirada oscura. La morena no pudo ni siquiera mover la cabeza para contestarle de manera afirmativa pero Raditz no parecía aguardar por una respuesta y se agachó un tanto hasta quedar a la altura de Dende, que tenía la mirada perdida— ¡Vete, enano! Me repugna tu presencia.
El niño se alejó tan rápido como sus cadenas se lo permitían, arrancándole risas al gigante que se terminó la copa de un solo sorbo. Cuando se percató que no se había retirado todavía, Raditz la observó de la misma forma con la que había despachado a Dende.
—¿Qué estás mirando? Ándate, sirve la comida. —Era claro que la terrícola ya le había aburrido y la siguió ignorando hasta darle a entender que su presencia era igual que su ausencia, era tan importante para él como los cuencos de comida fría.
Milk le dedicó una mirada fugaz al niño verde antes de ponerse a caminar por todo el largo de la mesa, apilando las bandejas que la vieja y más viejas completamente iguales le extendían desde la entrada. Al parecer, para las nativas no les era tan grato pasearse por la sala del comedor si estaba Milk para secundarlas, más tarde sabría que su imagen tan similar a ellos era más agradable a la vista que esas aldeanas feas.
La esclava de la cocina contó cinco guerreros en total. Raditz, el más alto de todos y el primero que había conocido; Bardock, el padre de él, el más callado de los cinco pero el que las hacía de líder; Toma, la mano derecha de Bardock; Seripa, la mano izquierda; y Nappa, el calvo. Además de eso, había un trono vacío, asiento del príncipe que nunca se encontraba en casa y por último, el hermano menor de Raditz, Kakaroto, quien había partido junto al heredero en su más reciente escapada. Milk no conocería a los últimos dos hasta mucho después pero no estaba apresurada, la vida de esclava era una eternidad y sólo podía pensar que a su llegada, tendría que trabajar aún más.
El ruido de la sala fue muriendo a medida que iba transcurriendo el festín, las conversaciones eran vivaces hasta que el hambre les había ganado y ya no podían hablar con la boca llena. Milk tuvo que volver por más comida tantas veces que había perdido la cuenta cuántas habían sido y no sintió la necesidad de comer puesto que la preparación del festín y la manipulación de los platos la hicieron sentirse saciada. Mucho más tarde se daría cuenta que su estómago estaba lleno de imaginaciones.
Ya comenzaba a sentirse adormilada cuando la voz de Bardock la hizo despertar de sus ensueños, al levantar la cabeza, el soldado de la cicatriz la estaba mirando de forma tan dura como su rostro. Milk estaba segura de que lo hubiese encontrado bello de ser más joven y sin todo ese desánimo que llevaba en los hombros. Toma fue quien habló en vez de su líder.
—¿Qué es lo que eran antes de venir aquí, esclava? —Su voz era amena y podía asegurar que sería el más simpático de todos los presentes, pero esa era una respuesta que no quería dar.
—Era…—Milk se tuvo que aclarar la garganta antes de continuar, habían pasado muchas horas desde su última palabra—. Era una princesa.
La morena se permitió alzar la mirada para contemplar a sus captores, Bardock y sus manos abrieron los ojos en sorpresa y el calvo rió una carcajada profunda.
—Una princesa terrícola —dijo Nappa en voz alta hacia sus compañeros—, una princesa esclava.
—Estoy harta de los príncipes —añadió Seripa con un fruncimiento pronunciado de sus cejas y recibió una mirada de parte del calvo que intentaba hacerla callar—, podemos casarla con nuestro príncipe, una princesa esclava le serviría. Se haría rey de una vez por todas
—Un rey que no tiene dónde gobernar no es rey —le respondió de una forma más calmada la mano derecha, Toma, y Seripa chasqueó la lengua con disgusto. A Milk le pareció que ambas manos eran más que sólo los confidentes de Bardock.
—Vegeta es nuestro príncipe —bramó Bardock con fuerza y todos se voltearon a verlo con la boca cerrada, si el tal Vegeta era el príncipe, Bardock debía ser el rey, pensó Milk—, deja de quejarte, Seripa.
No le hablaron más en lo que restaba de la cena y se limitaron a no mirarla para no revivir el conflicto a causa del príncipe. Para suerte de la esclava de la cocina, el festín no demoraría mucho más de lo que ya lo había hecho y poco a poco fue dándose cuenta que los soldados olvidados ya estaban dejando de comer y de hablar, y sólo se limitaban a beber tragos cortos antes de pensar en retirarse. Raditz fue el primero en levantarse con lentitud y pareció no reconocerla cuando pasó a su lado, pero eso no era totalmente cierto, y lo escuchó decirle unas palabras tan quedamente que la chica tuvo que pensar dos veces antes de decidir que no lo había imaginado.
—Anda a mi habitación.
Milk no se atrevió a mirarlo retirarse por el pasillo y deseó con todas sus fuerzas a que la cena no se terminara todavía.
El sonido tenue del fuego sisear y la efervescencia con la que se levantaba el humo aromático la hicieron sentirse en otro lugar más un tanto más afable, pero la risa suave de Raditz la violentaba y le arrancaba temblores. No había pasado mucho tiempo desde que ella golpeara su puerta, la vieja de la cocina le había indicado dónde estaba y le había prohibido explícitamente el incumplimiento de su orden. «Las órdenes son órdenes y tú eres una esclava que las cumple», le había dicho a regañadientes y Milk tuvo muchas ganas de golpearla, pero no lo hizo. El gruñido la sacó de sus propios pensamientos, Raditz se había parado detrás de ella con una jarra de vino en la mano y una sonrisa en los labios. La morena se dedicó a mirarlo por sobre su hombro con desconfianza.
Raditz la volteó con una mano sobre su hombro y ella no se pudo resistir al movimiento casi violento, que la puso de espaldas a él. Lo oyó suspirar mientras le olía el pelo, hebra por hebra, se le escapaban a través de los dedos como agua, y Milk dejó escapar otro suspiro de miedo al tiempo que una lágrima le corría por la mejilla.
—¿Qué es lo que quieres?
—¿No es obvio? —Lo era para Milk y cerró los ojos con fuerza, más lágrimas le corrieron abundantemente por las mejillas pero logró permanecer callada en un intento por pasar desapercibida. Raditz por supuesto que se percató de su miedo y la orbitó a pequeño pasos con contento. Para cuando estuvo frente a su oreja izquierda, se le acercó hasta que la punta de su nariz le hizo cosquillas—. Te quiero a ti.
—¿Acaso te complace verme sufrir? —Milk no era como las otras esclavas que habían llevado a su planeta y Raditz lo sabía bien, cualquier otra se habría limitado a obedecer con los labios cerrados, ninguna objeción salía jamás de esa boca. Pero Milk lo hacía sonreír.
—Hay muchas otras formas para complacerme —respondió con calma y a la morena se le escapó un sollozo quejumbroso. Aquello invitó al gigante a voltear la cabeza para darle una mirada fugaz antes de tomar la jarra del vino para pararse frente a ella. Milk todavía no lo miraba a los ojos pero no opuso resistencia cuando él la tomó del cuello para hacerla erguir la cabeza—, esclava.
Los ojos negros de ella se encontraron con los de él cuando Milk lo desafió sólo con su vista y Raditz la soltó complacido, de haber tenido cola, ella pasaría como cualquier saiyan. La ilusión de que lo era lo excitaba más.
—¿Quieres estar aquí?—le preguntó con una risa diminuta, escapándosele de la garganta en un descuido.
—Preferiría estar en el infierno —le dijo sin quitarle los ojos de encima, el dedo índice de él se pasó por encima de las mejillas de Milk y ella se estremeció un poco.
—Si no tuvieras lágrimas en tu cara te podría creer. —Milk apartó el rostro para que no la tocara más y aunque intentara verse fiera, Raditz sólo la veía asustada—. ¿Vino?
No hubo respuesta alguna, el soldado simplemente le acercó la jarra que él mismo estaba tomando y la terrícola la tomó sin miramientos, estaba hambrienta y un poco de líquido era mejor que nada. Pero no fue poco lo que bebió y se vio intentando sacar hasta la última gota de la jarra hasta que ésta estuvo perpendicular al suelo. Raditz sólo la miraba y sonreía ante su desesperación al beber, al terminar, ella se encogió de hombros, avergonzada.
—Seripa dice que te trate bien —comenzó él mientras se daba la vuelta a donde se extendía su cama y un escalofrío de miedo sacudió la espalda femenina—, me lo aconseja porque sabe que puedes escupirle a mi comida si me llegaras a detestar.
Quizás lo haría, quizás no. La verdad era que ella no se había detenido a pensar en lo que podía hacerle a la comida, aunque no sabía si un simple escupitajo sería lo que intentaría. Algo más letal, algo que los matara, sólo tenía que estudiar las plantas y los frutos en busca de algún veneno que no les permitiera dar con ella.
—Acércate —la llamó dándole la espalda mientras se quitaba la armadura que llevaba puesta y se recostaba sobre su cama. Estaba llena de pieles y mantas para capear el mal tiempo y la frialdad del ambiente. La hoguera no iría a durar para siempre.
—¿Y qué ocurre si no quiero? —El cuestionamiento había quedado atorado en su garganta y el decirlo en voz alta le dejaba la sensación de que había errado. Raditz se incorporó de su cama al verse desobedecido pero no había rastro de ira en su rostro, sólo satisfacción.
—Tendré que hacer que lo quieras.
El lugar era lúgubre y sólo contaba con luces artificiales pero a Kakaroto eso no lo iría a desmotivar, sonreía como un tonto cada vez que miraba a cada rincón y a cada nueva especie del que él no tenía idea de su existencia. Cuando la Maldición había caído sobre ellos, él era un simple bebé recién nacido y su padre había podido sacarlo antes de que el planeta muriese, por lo que jamás había vivido la vida que su hermano mayor o el propio príncipe habían hecho antes de su nacimiento.
Luego de vagar por todo el lugar, el menor de todos los sobrevivientes de su raza se sintió perdido entre la muchedumbre y comenzó a buscar a su compañero, ese que había aceptado a regañadientes su decisión de seguirlo, y que en ese momento se encontraba silenciosamente bebiendo desde la barra más central del lugar. Kakaroto sonrió al reconocer su inconfundible espalda y apresuró el paso para secundarlo en su acción, sin dejar de ser el foco de atención de muchas de las mujeres que servían tragos, bailaban o que simplemente merodeaban para hacerse de un poco de joyas, el dinero universal de aquel infinito sin reglas ni gobernantes.
—Me pregunto por qué no vienen todos, ¡esto es emocionante! —le dijo al príncipe en tanto llegó junto a él y buscó un asiento sin miramientos. Vegeta puso los ojos en blanco con la jarra del vino en la mano y bebió un sorbo corto como para evitarlo.
—Porque tu padre es un cobarde —le dijo cuando dejó la jarra vacía sobre la barra y se volteó a mirarlo con una sonrisa. A Kakaroto se le borró la suya al instante y apartó la vista en un gesto incómodo. Vegeta siempre había sido el más próximo a él en edad y siempre había buscado en él un amigo, «como era Bardock con Toma». Pero hasta ese día, Vegeta seguía rechazándolo—, Bardock jamás saldrá de su puto planeta, le teme a que la maldición lo queme vivo.
—Tú deberías hacerlo también —respondió de una manera queda, sin esperar a que el príncipe lo escuchara realmente y limitó a mirar alrededor. El cantinero acudió a él al verlo y le sirvió lo mismo que al príncipe, un jarrón grande de vino amargo—. Gracias.
El ser saiyan estaba penado y no existía un lugar en el mundo que no se les buscara para matarlos o simplemente esclavizarlos, por lo que Vegeta siempre había tomado la precaución de llevar una capa larga que lo cubría de la garganta hasta los pies y le había sugerido a su acompañante hacer lo mismo. La cola era la única evidencia que los distinguía de los humanos y por ello, los últimos habían sido perseguidos también. Tener un esclavo humano era una moda tonta.
Kakaroto no llevaba bebiendo más que un sorbo cuando sintió que se le paraban atrás de él y miró de soslayo un tanto intranquilo. Al ver a una mujer sonreírle, pensó que se trataría de otra de las prostitutas que buscaban lo que tenía en sus bolsillos y se dio la vuelta para rechazarla gentilmente como lo había hecho todas las veces anteriores. Al quedar frente a ella, la chica estiró un brazo de una manera tan inesperada que no divisó el arma que llevaba en la mano. La punta de su revólver besaba el entrecejo del soldado sin ejército.
—¿Es este el humano «con cola»? —La chica le dijo a Vegeta con una sonrisa coqueta y Kakaroto no supe qué hacer, parecía ser amiga más que enemiga. Estaba seguro de que podía inmovilizarla y quitarle el arma sin esfuerzo pero no sabía si Vegeta aprobaría eso.
Las pupilas oscuras del hijo de Bardock buscaron al príncipe, y para su sorpresa, lo vio sonriendo con el ceño fruncido. La chica de pelos lilas debía ser una amiga.
—Es simplemente un humano inútil —le respondió con la voz plana y Bulma le quitó el revolver de la frente. Para Kakaroto aquello no había sido un insulto, simplemente era una respuesta para desviar la atención y negar que era un saiyan, o eso era lo que pensaba.
—Mira, no tengo tiempo que perder. Tengo otros negocios que atender aquí y estoy perdiendo el tiempo contigo. El tiempo es oro —dijo la chica apuntando con el revolver hacia atrás, donde estaban sus dos acompañantes. Eran corpulentos y no parecían hablar mucho, pero le servirían para protegerla—. Mis chicos están cansados y hambrientos, lo que nos des puede ayudarnos demasiado, pequeño.
Y Vegeta se levantó de su asiento a un lado de la barra para caminar hacia un lugar escondido dentro de la misma, el cantinero los hizo pasar raudamente. Vegeta junto a Kakaroto abriendo la marcha, Bulma iba detrás, y sus chicos cerraban la marcha. Cuando bajaban las escaleras que olían a moho, el menor se atrevió a dirigirle la palabra al príncipe.
—¿Es esto lo que haces cuando sales? —No recibió respuesta—. ¿Haces tratos con contrabandistas?
—Caza-recompensas —corrigió el más bajo de una manera más huraña—, los contrabandistas esperan que les pagues. En cambio, los caza-recompensas, no.
Vegeta estaba enfadado con él, lo notaba, y se rezagó en sus pasos para no provocarlo más de lo que ya había hecho. En su marcha, se topó con el avanzar de Bulma y ésta le regaló una sonrisa coqueta. Kakaroto no supo por qué se sonrojaba.
—Eres muy guapo, ¿te lo habían dicho? —Era claro que la caza-recompensas no quería una respuesta y se adelantó lo que él no caminaba. Bulma llegó a la habitación secreta antes que él y junto a Vegeta, lo miraron deseosos.
Al tocar el suelo húmedo, Kakaroto tuvo la necesidad de subir a esperar a Vegeta en la superficie. Sin desalentarse, compuso una sonrisa queda y abrió la boca para decir una disculpa pero no hizo nada de eso. Sus pupilas divagaron por la oscuridad, sólo bastó un poco para que se acostumbraran completamente a la negrura y no escuchó nada más que su respiración, la que se estaba poniendo cada vez más profunda, para oírla menos. Los chicos de Bulma lo miraban desde las alturas, eran tan grandes como Raditz, o quizás un poco más. Se habían colocado entre las escaleras y él, y cerraron la puerta con un movimiento lento y seguro.
—Es él, no me mientas —dijo la terrícola con más certeza que duda y Kakaroto se volteó más contrariado que nunca. Cuando los enfrentó, Vegeta le respondió a la caza-recompensas pero lo miraba a él.
—Por supuesto que es él —Sus ojos eran oscuros pero ese día tornaron una oscuridad peor y al menor se le heló hasta la última gota de sangre.
—¿Qué soy quién? —Kakaroto tartamudeó levemente, a Vegeta aquello le arrancó una risa corta—. No entiendo.
—No tienes por qué entenderlo, Kakaroto, siempre has sido un tonto —El aludido descubrió que a Vegeta el insultarlo lo hacía feliz—. Soy el príncipe, el último guerrero de clase alta que queda en el universo y tú no eres más que un soldado olvidado, pero de alguna manera…—Aquello lo hacía hacer una mueca molesta—. Me has derrotado en los entrenamientos y tienes más ventaja que yo en la batalla. Eso no lo puedo permitir.
Si Kakaroto pudo haber dado con la razón de esas palabras, no quiso creerla, y buscó en la habitación en penumbra la salida, tan contrariado como confundido. Cerca de donde estaba la chica de pelo lila, una luz se colaba entre la hendidura que hacía la puerta alternativa cuando se juntaba con la pared y caminó hacia ella. Ya no se sentía a gusto con la presencia de Vegeta y le comenzaban a dar escalofríos. Los labios del príncipe se curvaron en una sonrisa cuando pasó a su lado y su mano enguantada se hizo paso entre su capa para dar con la cola enrollada sobre su cintura. Al tirar de ella, la cola quedo tan estirada que Kakaroto no pudo dar un paso más sin sentir dolor.
—¿Qué estás haciendo? —El menor gimió de dolor y se retorció para liberarse al tiempo que la otra mano de Vegeta salía de debajo de la capa para cumplir con su plan.
—Supero mis desventajas.
La cola se separó de su cuerpo con el movimiento certero de Vegeta y apenas unas gotas de sangre manaron de su punta cuando le lanzó el miembro a Bulma. La terrícola lo recibió casi con asco y una arcada la hizo curvar el cuerpo hacia delante. Sus acompañantes caminaron hasta el centro de la habitación y levantaron al mutilado del suelo tomándolo de las axilas, un grito de dolor acudió a Kakaroto cuando lo alzaron en el aire hasta quedar a la misma altura de Vegeta. Su espalda baja sangraba abundantemente y pronto formó un charco bajo sus pies, salpicándole de rojo las botas blancas del príncipe.
—¿Por qué…? —El menor no pudo terminar la frase pero no tuvo que hacerlo, su príncipe lo entendió muy bien. Para ese entonces, Kakaroto ya no sentía sus piernas.
—Porque un soldado de clase baja no debería superar al príncipe. —La risa sonó bajo su boca cerrada y se dio la vuelta, los acompañantes de la caza-recompensas esperaron su turno—. Hagan lo que quieran con él, no me interesa.
Vegeta caminó a la salida mientras se sacudía las manos de la sangre y el vello que seguía teniendo, y cruzó miradas con la terrícola quien lo miraba con una especie de resentimiento. Fruncía tanto las cejas con los labios.
—Eres cruel —le espetó quedamente pero él logró escucharla.
—Tú querías una cola, te di una, ¿no estás contenta? —Y se fue sin más. Bulma miró la cola mutilada con pesar, ese no era el trato que había tenido en mente.
Nota de la Autorísima: Se me ocurrió la historia cuando veía los trailers del Hobbit 2, sin darme cuenta de cómo, y bastó con ver otro trailer, el de 12 years a slave, para montar casi toda la historia. No sé cómo terminará ni sé qué pasará en el futuro, sólo sé que tengo que escribirla lo antes posible. Quise hacer algo que no fuera vegetariano, no que tuviera a la pareja de Bulma y Vegeta como principales porque ya no soy tan fan de ellos como lo era cuando empecé mi otra historia "El último vigilante". Aprendí a apreciar a Goku y a Milk, y los que me conocen saben que ya aprecio mucho a Raditz, por lo que no fue difícil intentar un triángulo entre los tres. Como sabrán, no me gustan las historias de una sola trama, así que eso será principal pero no lo total :3 Desde el principio les diré, en esta historia no existe Freezer ni su imperio, y el universo es un lugar peligroso lleno de contrabandistas y caza-recompensas como Bulma.
A las vegetarianas que les moleste mi Vegeta, recuérdenlo en sus inicios xD ¡Esto es IC!
Le dedico esta historia a la que con sus conversaciones me ayudó a encausar mi amor por la zanahoria y la leche, la que fue ayudada en cierta medida por el rábano, y a querer hacer algo distinto. Ya existen muchos AU de Vegeta y creo que faltan más de Goku :) A ti, sí, ¡ati, Kattie88! Te regalo al soldado olvidado :D
Gracias por leer hasta aquí. No sé qué más poner, estoy segura que cuando despierte en la mañana me golpearé en la cabeza porque recordaré algo importante por poner. Muchos besos, RP.
PD: Mi historia del 1ero día de enero :D buena fecha para comenzar algo nuevo :)
