Es fácil decir qué camino seguir cuando conoces las consecuencias de tal elección, sin embargo, saber la respuesta de tu apuesta es un regalo difícil de obtener, y el 99% del tiempo debes tomar una decisión a ciegas.
Ahora, años de madures después, soy consciente de tal cosa y hago un esfuerzo diariamente por meditar y tratar de adivinar el alcance, las posibles consecuencias de mis actos, pero en el tiempo de aquel pequeño error no era capaz de tomar una decisión esperando que fuera la correcta. Mis hermanos no podían quedarse a cuidarme, así que me ordenaron permanecer oculto. Aquel era un tiempo muy difícil para todos ellos, luchaban entre ellos y no podían preocuparse por un suelo tan inhóspito como el mío, solo luchaban por ser mi "dueño" para tener un nombre más en su lista de posesiones.
En una de sus ausencias -una de las mas largas- un navío llegó a mis costas, desde el sur. Pensé que sería alguno de mis hermanos, pero al primer vistazo noté la diferencia. Mis hermanos aún eran jóvenes y yo, aunque no sabía nada de navegación, pude distinguir la grandeza de aquella nave comparada con las rudimentarias balsas que usaban los otros nórdicos; este visitante sabía cómo construir barcos, suficiente grande para una tropa, pero sin dejar ni un solo motivo al azar. Lo más sorprendente no fue el barco, sino la gente que bajó de él; hombres de piel oscura, con tantos variantes, desde color arena hasta la piedra más negra, descendieron en la playa. Me llamo la atención todo de aquellos, desde el color de piel que ya mencioné, hasta sus cuerpos, corpulentos, pero diferentes a los de mis hermanos, y los atavíos con los que se cubrían; usaban en ellos colores que yo sólo había visto en las luces boreales.
Debí haberme retirado, pero la variedad de los invasores casi me hipnotiza, y a la poca gente que conformaba mi población en ese entonces también. Nos acercamos con inocente curiosidad, sin imaginar que nos tomarían como recuerdo de su gran expedición.
Perdí la noción del tiempo y la conciencia poco después de subir al barco. En aquel entonces, mi edad humana podría haber estado alrededor de los 13 años, aunque yo me sentía más pequeño, y más aun en manos de extranjeros. No me di cuenta cuánto tiempo había pasado hasta que el clima respondió la incógnita que aún no me había planteado; hacía calor, tanto, que imaginé que caminaba cerca de un río de lava. Podía ver el cielo desde nuestra celda, por entre unas ventilas. El firmamento continuaba siendo azul, pero el aire, contaminado por el sudor de los prisioneros, era distinto. El sol se colaba por cualquier espacio entre las maderas, los cuales eran muy pocos, pero aun así penetraba hasta hacernos sentir la fuerza con la que contaba al sur. No estábamos acostumbrados a tal cosa, y nos aterraba, el sol quema distinto en nuestra tierra… ésa fue una de las cosas que nos hizo comprender lo lejos que nos habían llevado, ahora, como viles pedazos de carne, piezas para mercadeo, poco después aprendimos que seríamos usados como esclavos.
Al llegar a la costa, difícilmente nos pusimos de pié después de días -o semanas- de estar sentados, apretados en una celda. Todos los esclavos veníamos montados en el mismo bote. Al salir de nuestro reclusorio nos enfrentamos a un tremendo choque cultural, no supe medir cuál asombro era mayor, si el de los locales al vernos, semejantes gentes, que lucían como los europeos, pero mas pequeños, más pálidos y escuálidos, o el nuestro al mirar tan complejo movimiento y manera de vestir.
-Vaya botín con el que volvimos!- soltó con un aire de arrogancia, una voz que anteriormente había escuchado durante el viaje, tan fuerte y dominante, que supuse que era el jefe -Ese es el chico, no? -sentí una mirada sobre mi cuello- transpórtenlo al palacio y a los demás, distribúyanlos en las casas de los jefes, hasta que todos queden saciados de servidores. No me importa para qué trabajo los pidan, es su premio por el buen trabajo
No supe por qué era capaz de comprender aquella lengua tan ruda, quizá los días del viaje, en cuyo silencio de mi sangre y la voz de los secuestradores era lo único que me hacía recordar que estaba vivo, sirvieron para que las palabras adquirieran un sentido en mi mente. Sentí a aquel hombre pasar junto a mí y elevé el rostro; una figura cubierta totalmente de blanco, con detalles carmesíes y dorados que reflejaban el sol. Me miró por un segundo con el rostro también cubierto por un antifaz blanco y siguió de largo; Era alto, tan alto como el más fuerte de mis hermanos. En mi inocencia infantil elevé el deseo con toda mi alma, de que fuera uno de ellos disfrazado haciéndome una mala broma. Ahora me avergüenzo de aquella idea, era realmente estúpida.
