Esta es mi respuesta al reto "Estaciones" de Bella Becquer en la comunidad Weird Sisters de HP. El reto establecía que se constituyese de un one shoot de 4 viñetas, cada una de una estación dentro del mismo año, que la historia fuese de Romance/Drama sobre una pareja y que contuviese las palabras amor, lágrimas, capullo, castigo, alcohol y magia.
En Primavera, la letra en cursiva marca los diálogos que da Rowling en las Reliquias Mortales.
Espero que os guste.
Kira.
Disclaimer: Ningún personaje es mío. Tampoco los escenarios. Yo solo pongo el drama.
Invierno. Enero de 1971
Se arrebujó un poco más en la manta que lo envolvía y volvió a sonarse la nariz. Estaba griposo y malhumorado, mirando por la ventana del ático con envidia a toda aquella gente que disfrutaba de la primera nevada auténtica del año. Sus vecinos, aquellos niños que siempre lo miraban con muecas de asco o desprecio cuando se los cruzaba, corrían por la calle, gritando y lanzándose bolas de nieve. La carretera estaba cortada, así que jugaban sin peligro. De todas maneras, ningún coche hubiera podido circular con aquel grosor blanco recubriéndolo todo.
De todas maneras, se dijo, tratando de aliviar un poco el resentimiento que sentía, él no habría disfrutado de la nieve. Verlos divertirse de una forma tan burda, tan absurda e infantil (se le estaba olvidando de que ninguno de todos ellos, incluido él mismo, superaba los quince años) le hacía sentirse apartado y bastante superior. Él habría disfrutado de un sencillo paseo. Si hubiese tenido con quién darlo, por supuesto.
Pero no, él estaba enfermo y su madre no se encontraba en condiciones de acompañarle. Estaba metida en su cama, recuperándose de su última "caída en la bañera" como les diría a sus vecinas cuando, dos días después, los moratones se hubiesen suavizado y ella fuese a hacer la compra.
Apretó los ojos para que las lágrimas que se le habían agolpado en ellos no saliesen, pero no pudo evitar que una escapase y se deslizase silenciosamente por su mejilla. Entreabrió un poco la ventana, recogió un copo de nieve del alféizar y la volvió a cerrar rápidamente. Lo normal hubiese sido que aquel copo se derritiese nada más tocarlo, pero su propia energía lo mantuvo intacto en la palma de su mano. Era su don. Y cada vez le quedaba menos para poder irse lejos, a un lugar donde la magia no era algo extraño y por fin podría encontrar a gente como él. Y dejar de disimular, de esconderse, de ver a su padre.
Oyó un sonoro estruendo en el salón, dos pisos más abajo. Su padre debía de haberse desesperado en busca de una nueva botella y, seguramente, había vuelto a romper la vitrina donde guardaban los platos y los cubiertos de las cenas de Nochebuena. Dentro de poco, Tobías Snape se cansaría y caería dormido en cualquier esquina. Cuando despertase, la resaca sería tan fuerte que no haría ni diría nada, salvo, quizás, farfullar alguna incongruencia. Todo aquel proceso le daría a su hijo al menos unas horas para dejar su asiento junto a la ventana y quitar de en medio todo el alcohol que hubiese podido encontrar. Quizás después, durante una nueva búsqueda, aquello le costase algo más que un par de bofetones, pero por lo menos eliminaría a Eileen de su punto de mira por un tiempo.
Hacía tiempo que Severus había dejado de pensar en ellos como mamá y papá. Únicamente seguía llamando a su madre de aquella forma, pero sólo porque sabía que la heriría que la tratase como a una extraña. Su madre era una persona débil y sumisa, y Severus la quería, pero muchas veces se avergonzaba de ella. De que siguiese soportando todo aquel infierno día tras día, que no se defendiese ni sacase su varita como la gran bruja que, hasta donde él había podido averiguar, había sido en sus años de estudiante. Aquel hombre, sin más poder que los engaños, sin una gota de magia en sus venas, había conseguido engatusarla y encerrarla para siempre en una cueva donde terminaría ahogándose. Y él sentía una incontrolable rabia impotente en su interior cada vez que lo pensaba.
Su falta de concentración hizo que el copo terminase derritiéndose. Masculló una maldición que, hasta que no tuviese varita, no serviría de nada, y volvió a mirar por la ventana, buscando refugio en su antigua distracción.
Y fue entonces cuando la vio.
Una niña de su edad, bien protegida del frío dentro de un anorak blanco y con un gorro del mismo color sobre una larga melena rojo vino, ondeante cada vez que se movía esquivando una bola de nieve de otra chica poco mayor que ella, morena, mucho más escuálida y de rostro menos agradable. La pelirroja no dejaba de reírse corriendo de un lado para otro hasta que, al final, la morena la derribó y, en el suelo, comenzó a hacerle cosquillas.
Severus no necesitó más de treinta segundos para percibirlo. Ella era como él. Las vibraciones, el poder que emanaba, eran tan fuertes que le pareció desesperante que nadie más fuese capaz de notarlo a su alrededor. Estaba claro que el resto de los allí presentes eran muggles. Simples muggles.
Sus ojos negros volvieron a clavarse en ella, siguiendo cada uno de sus movimientos mientras trataba de encontrar algo, una pista, cualquier cosa que pudiera decirle quién era. No recordaba haberla visto nunca y, sin embargo, por todos con los que jugaba y reía estaba claro que debía de llevar en aquel barrio toda su vida. Claro que él nunca se había relacionado mucho con nadie de su edad.
Se revolvió un poco en su asiento, tratando de acomodar mejor su espalda, y cuando la volvió a mirar se encontró con que la pelirroja se había girado y observaba con el ceño ligeramente fruncido en su dirección, como si pudiese sentirle. A Severus le dio un vuelco el corazón. Nunca, jamás, olvidaría la mirada penetrante de aquellos ojos verde intenso.
Un bolazo en la cabeza hizo que la niña volviese al juego.
Él, en cambio, la observó hasta que se hizo de noche y ella se marchó a su casa. La primera de tantas veces…
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