UN GIRO EN EL TIEMPO

Enero 2016

Aquella mañana el clima no podía ser peor; aun estando en casa, bajo las cobijas de mi cama me moría de frío. Tenía los pies congelados y las orejas frías.
El despertador sonó una vez más después de haberlo postergado tres veces por diez minutos más, pero al parecer no entendía la indirecta que no quería levantarme de la cama. Era viernes y no tenía mucho trabajo así que ¿para qué llegar temprano a la oficina?

Después de apagar la alarma y encender la radio para no volver a quedarme dormida me levanté de la cama envuelta en una frazada que mamá me había regalado la Navidad pasada.
Envuelta fui hasta la cocina y preparé la cafetera para tener algo caliente que tomar. Mientras el aparato hacia ruidos que indicaban que pronto tendría en mis manos una taza de café, revisé los nuevos correos electrónicos que habían llegado durante la noche y parte de la mañana. Nada importante; un par de promociones de tiendas departamentales, la factura de mi última compra de iTunes en la que había comprado cuatro nuevas canciones y también estaba un correo de Matt, mi novio, recordándome que el sábado a las nueve de la mañana pasaría por mí a mi casa para ir a ver a mi familia. La verdad es que no tenía ganas de ir. La visita era en honor a una reunión familiar que se hacía cada mes a las afueras de la ciudad donde vivía mi abuela Claire, la mujer por la que yo llevaba el mismo nombre.

Arrojé el teléfono sobre el sofá y volví a la pequeña cocina donde ya estaba listo mi café. Perfecto. Tal como me gusta. No muy caliente con poca azúcar sin llegar a ser muy cargado.

Ahora venía la prueba más difícil; tomar el valor de algún rincón mágico de mi ser y girar la llave de la ducha y, lamentablemente tener que tiritar de frío al sentir el agua nada caliente que salía de la regadera. Ni modo; ese detalle de la casa era lo único que no había podido reparar desde hacía dos años que llevaba viviendo aquí.

Me bañé en tiempo récord, algo digno de un reconocimiento, pero vestirme ameritaba una medalla olímpica a la persona más rápida del mundo: me calcé un pantalón negro ajustado y unas botas negras cómodas y protectoras del frío que hacía afuera. Una blusa rosa de mangas y cuello alto y mi chamarra negra que era un escudo para mí. —En verdad nunca había sentido tanto frío en mi vida. — del armario saqué bufanda y guantes y después de verificar que llevara todo en mi bolsa salí del apartamento y fui hasta el estacionamiento subterráneo donde estaba mi coche.

Cuando llegué a la oficina me di cuenta que no era la única que se moría de frío. Todos en sus escritorios tenían una taza de café caliente y algunos hasta un par de rosquillas.

Amy, mi asistente me pasó unos cuantos recados y me metí a mi oficina. Yo trabajaba en una reconocida agencia de publicidad. Mi jefe, el señor Miller me había encargado la publicidad de un nuevo producto de comida orgánica que pronto se lanzaría, así que eso me tenía con los nervios de punta a pesar de tener más del setenta por ciento del trabajo hecho. Este proyecto me tuvo ocupada toda la mañana hasta la hora del almuerzo.

Después de colgar una llamada, Amy abrió despacio la puerta de mi oficina. Tenía un par de años menos que yo (yo tenía 26) y era la mejor asistente que uno pudiera desear ya que incluso aceptaba deshacerse de contactos indeseables que todos los días me llamaban. Un par de empresas de publicidad me habían llamado en las últimas semanas para ofrecerme empleo. Mi trabajo les había llamado la atención, pues la reciente época navideña había hecho que las ventas de ciertos productos aumentaran considerablemente.
La primera vez que llamaron los había atendido yo, pero conforme fueron aumentando sus llamadas, mi paciencia disminuyó y le lancé a Amy la molestia de rechazarlos categóricamente.

—jefa, su novio está aquí— dijo moviendo los dedos sobre su iPad — dice que la llevará a desayunar. Por cierto, llamó la señora Jones, su vecina para decirme que su nieto vino a visitarla y que, si le permite ocupar su lugar del estacionamiento el fin de semana ya que usted no va a estar, ¿qué le digo? — preguntó levantando su vista hacia mí.

—primero, no me hables de usted, sabes que no me gusta. Segundo dile a Matt que pase y tercero dile a la señora Jones que no hay problema.

—sí jefa— asintió Amy ignorando el punto número uno. Salió cerrando la puerta tras de sí pero inmediatamente se volvió a abrir y dio paso a Matt, el hombre perfecto para mí. Medía un metro setenta, eso lo sabía por la última vez en que lo acompañé al doctor por un resfriado que tuvo durante diciembre del año anterior. Ancho de hombros, su pecho simplemente perfecto y bien marcado; cabello cobrizo, alborotado y endemoniadamente sexy. Sus ojos azules me miraron divertido cuando se dio cuenta que lo miraba de arriba a abajo con contemplación y su sonrisa de medio lado fue lo que me cortó la respiración.

Me levanté de mi escritorio y sin importarme nada le rodeé el cuello con los brazos y lo besé. Sentí como él sonreía e inmediatamente me tomaba por la cintura para acercarme más a su cuerpo.

—tomaré eso como un ´buenos días´— dijo después de que me separara de sus labios. Sonreí y sentí como el color rojo se instalaba en mis mejillas. A pesar de los cuatro años que llevábamos como novios nunca me cansaba de besarlo y tampoco de sonrojarme cada vez que lo veía.

—¿cómo estás? — pregunté besando su mejilla sin dejar de abrazarlo.

—hasta hace unos minutos muriéndome de frío— dijo haciendo que yo me pusiera más roja al entender su indirecta— ¿nos vamos ya? — preguntó acariciándome la mejilla y sonriendo juguetonamente.

—dame un segundo— dije volviendo a mi escritorio para suspender la laptop y tomar mi chamarra y mi bolso— lista— sonreí tomando su mano para salir juntos de mi oficina.

Matt trabajaba en una editorial de Nueva York y cada viernes al igual que yo, se escapaba de su lugar de la oficina para que almorzáramos juntos. No teníamos un lugar preferido, de hecho, algunas veces comprábamos hot dogs y comíamos en su auto; pero aquella mañana fuimos a una cafetería y sentados uno junto al otro para aminorar el frío comimos un buen omelette y disfrutamos de un capuchino caliente.

—¿seguro qué quieres ir a la reunión? — pregunté mientras le daba un sorbo a la caliente bebida— no creo que pase nada del otro mundo. Sólo las mismas anécdotas de siempre por parte de mis abuelos y las quejas de mis tíos— dije un tanto fastidiada.

—si no quieres que vaya no iré— dijo poniéndose serio.

—no es que no quiera que vayas, sólo no quiero que te aburras— respondí tomando su mano entre la mía para bajar su enojo. Con Matt un mimo nunca estaba de más.

—sabes perfectamente que no me aburro, ni fastidio ni nada parecido— dijo apretando mi mano— de hecho, creo que la única que no quiere ir eres tú.

¡Exacto! Había dado en el blanco. No tenía ningunas ganas de salir este fin de semana ni de levantarme temprano para llegar al desayuno familiar del domingo y después tener que quedarme al menos dos horas en una charla con todos mis familiares. Pero eso no quería decírselo a Matt, él quería demasiado a mi familia y ellos a él.

—¿acerté? — levantó una ceja y me quitó un mechón de cabello de la cara— ¿por qué? — preguntó al saber la respuesta a su pregunta.

—no sé— me encogí de hombros y bajé la mirada. Él no dijo nada; sólo extendió un brazo y me atrajo hacia su pecho. Recargó su mentón en mi cabeza y emitió un profundo suspiro.

Su reacción no era extraña pero tampoco natural. Yo sabía perfectamente que a él le gustaba estar con mi familia, cosa que ningún novio que se haya registrado en la historia gustaba de hacer, pero simplemente él quería a mi familia: a mis padres, Helen y Peter, a mi hermana Carol junto con su hijo Kevin y su esposo Richard. A mis tíos Nick y William.

Aún y con todo ese afecto que le tenía a mi familia había algo raro en que insistiera tanto en que fuera a ver a mi familia.

—está bien. Si no quieres ir no iremos— dijo después de un largo minuto en silencio.

—¿por qué tanto interés en que vayamos? — pregunté.

—son tu familia y últimamente no los ves mucho, ni siquiera los llamas por teléfono para saber cómo están— respondió sin dudarlo. Al parecer ya tenía ese argumento preparado.

—he tenido mucho trabajo. Lo sabes bien. Ya ni siquiera tengo tiempo para mí— contesté separándome de su abrazo. Me fastidió un poco su comentario, él sabía la carga que trabajo que había tenido en los últimos meses.

—no es excusa— dijo molesto— pero es tu decisión— se bebió de un trago el resto del café que tenía y pidió la cuenta

Cuando salimos de la cafetería ya no sentía tanto frío, pero aun así el aire que me golpeó la cara fue una clara señal de que el día no mejoraría.
Caminamos hasta el auto de Matt y emprendimos camino de vuelta a mi oficina en completo silencio. Al parecer le había molestado en extremo mi apatía con respecto a la reunión familiar.
Cuando detuvo el auto frente al edificio desabrochó su cinturón de seguridad y se giró un poco para verme.

—no me gusta pelear contigo— dijo tomando mi mano.

—no peleamos— dije lo más normal que pude. A mí tampoco me gustaba pelear con él— en fin, mañana pasas por mí a las nueve a mi casa— dije dando un suspiro.

—me refiero a lo de ayer— dijo bajando un poco la voz.

¡Ah! Se refería a eso. El día anterior habíamos discutido por una tontería para él. Yo tuve una junta importante que se extendió hasta muy tarde y no pude ir a cenar con él. Estaba empeñado en que saliera sin terminar mi trabajo y que continuara al día siguiente porque ya era tarde, debo admitirlo y mi jefe parecía no terminar nunca.
Me enojé, se enojó; dijimos cosas absurdas y colgué el teléfono sin decir "adiós" o "te llamo cuando termine"

—entiende que tenía trabajo; era una reunión importante— dije con voz tranquila, intentando no iniciar una nueva discusión.

—eso lo entiendo. Lo que no comprendo es cómo te has vuelto tan obsesiva con tu trabajo. Sé que estás haciendo lo que te gusta; lo que siempre soñaste, pero te estás olvidando de ti misma. No quieres ver a tu familia porque estás demasiado cansada por tu trabajo. No puedes ir a cenar conmigo por tu trabajo. Los fines de semana nunca dejas el teléfono y últimamente lo único que hacemos es hablar de trabajo.

—tú también hablas de trabajo y no me quejo— respondí frunciendo el ceño tratando de repartir la culpa entre ambos.

—porque parece ser la única manera de llamar tu atención. — respondió esta vez enojado— ¡genial! Pensé, ¡ya estalló la bomba!

—eso no es cierto— me quejé haciendo una voz chillona que odiaba que saliera de mi boca— podemos hablar de lo que sea y sabes que te escucho.

—claro— dijo él irónicamente— dime ¿por qué quería salir a cenar contigo ayer? — me preguntó— te lo dije la semana pasada.

¡Demonios! No tenía idea de qué estaba hablando. ¿Qué me había dicho? Su cumpleaños no era, faltaban un par de semanas todavía. Tampoco un ascenso de trabajo. ¡Dios! Qué tonta me sentí en ese momento. Matt tenía razón, no recordaba el motivo.

—lo lamento— dije con toda la sinceridad del mundo admitiendo que ese había sido error mío.

—seguro que sí— dijo molesto y después se quedó callado.

—Matt, por favor, discúlpame: no ha sido mi intención comportarme de esa manera— dije esperando encontrar las palabras correctas para disculparme. — dime algo por favor— pedí ante su mutismo.

—será mejor que subas. Tengo que volver al trabajo— dijo mirándome fijamente a los ojos. Yo me quedé ahí y le sostuve la mirada hasta que se fue suavizando un poco y me regaló una sonrisa de medio lado. Se acercó a mi lentamente y me besó— sólo recuerda que no todo es trabajo— dijo cuando se separó de mí. — y que te amo.

—en verdad lo lamento— repetí apenada—

—olvídalo ya— dijo— tendremos muchas noches más para cenar juntos.

—eso tenlo por seguro— sonreí y le besé la mejilla, pero él volvió a besarme en los labios— te veo mañana— dije después.

—¿quieres que pase por ti?

—no, no sé a qué hora saldré— respondí.

—está bien— dijo antes de que saliera de su auto.

Cuando entré en la oficina todo era un caos. La gente corría de un lado para otro con papeles, cajas y más cosas entre las manos.

—¿qué pasa? — pregunté a Amy cuando la pude localizar.

—el señor Miller ha llamado diciendo que habrá hoy, dentro de una hora, una revisión general de los proyectos que tenemos en proceso. — respondió.

—¡¿qué?!— exclamé frunciendo el entrecejo— ¿por qué no me llamaste?

—era su hora de descanso, y hasta ahora tenemos todo bajo control— respondió Amy mirando algo en su iPad. Estaba segura que si mi asistente perdía su aparato electrónico, perdería su vida entera.

—debiste llamarme de todas formas— dije un tanto molesta— ahora veamos qué debemos hacer.

La hora que siguió fue la más corta de mi vida. Los vídeos de la comida orgánica que se habían filmado tres semanas antes aún no llegaban a mis manos y aunque teníamos todo listo, si no presentábamos los vídeos sería como sí no tuviéramos nada.

Mi jefe llegó tan puntual como nunca lo era y nos llamó a todos los líderes de cada proyecto a la sala de juntas. Con una carpeta en la mano y seguida de Amy entré en la sala y tomé mi lugar en la mesa. La presentación comenzó con Michael encargado de una nueva línea de dulces sin azúcar. El señor Miller lo aprobó y lo felicitó por su puntualidad y buena preparación. Después pasó Robert con el proyecto de una empresa de seguros y justo tres minutos antes que él terminara recibí los vídeos. Respiré aliviada y pude presentar mi trabajo con todo el éxito posible.
El señor Miller me felicitó y me puso como ejemplo a seguir ante el resto de mis compañeros. Me sentí orgullosa por mi trabajo; el tiempo invertido había valido la pena ya que me estaba abriendo camino en mi carrera. Sonreí y la voz de Matt se coló en mi mente. "Recuerda que no todo es trabajo" tal vez tenía razón, pero no me había matado estudiando toda mi vida para no dar todo de mí en lo que me gustaba hacer. La verdad era que no me veía trabajando en otra cosa que no fuera Publicidad.

Una vez terminada la reunión el señor Miller me pidió que me quedara en la sala a esperar a los representantes de la empresa de comida orgánica que venían en camino para ver lo que les teníamos preparado.

—¿vienen ya? — pregunté nerviosa.

—sí; en media hora— dijo el señor Miller con toda la calma que yo ya no tenía.

—¿cómo sabía que tendría todo listo? — pregunté — ¿qué tal si no teníamos los vídeos o el estudio de mercado?

—te conozco Claire, sé que por encima de todo está tu trabajo— dijo Miller descaradamente. ¡Maravilloso!, hasta él se daba cuenta que dejaba de lado mi vida para dedicarme al trabajo. Claro que eso le convenía, pero tal vez no tanto a Matt y a mi familia.

Las personas que esperábamos llegaron dos horas más tarde. Dos horas en las que me dediqué a contarle a Matt por medio de mensajes de texto lo que había pasado desde que me dejó en la oficina.

"¿Entonces saldrás temprano?" Preguntó en uno de los mensajes.

"Tal vez. Te llamo cuando salga ¿ok?"

"Bien. Felicidades"

"Gracias. Lamento sólo hablar de trabajo. Prometo ya no hacerlo"

"No pienses ahora en eso. De hecho, yo también tengo una buena noticia. Publicaremos uno de los manuscritos que propuse en la última junta. Será un éxito, estoy seguro"

"Me alegro mucho por ti. Estoy segura que así será"

Salir temprano de la oficina era una utopía. Cuando me disponía a salir Miller entró en mi pequeño lugar de trabajo y tiró sobre mi escritorio un montón de documentos que quería que analizara.

—¿ahora? — pregunté mirando el reloj.

—no creo que tengas nada mejor que hacer— respondió mi jefe dando media vuelta.

—no, dormir no es necesario para mí— murmuré volviendo a sentarme en la silla giratoria. En ese momento me pregunté si siempre había sido así y yo no lo notaba o si de un tiempo a la fecha me explotaba más, o si ese día había estado más sensible a su actitud por el regaño que había recibido de Matt.

Amy entró diciendo que ya se iba y deseándome un buen fin de semana. Cuando se dio cuenta de que seguía trabajando ofreció quedarse a ayudarme, pero yo me negué. Le sonreí y la dejé ir. No porque Miller me retuviera ahí yo haría lo mismo con Amy, ella se merecía un buen descanso y yo no se lo iba a quitar.

"No saldré tan pronto como creía. Nos vemos mañana"

El mensaje era para Matt y aunque sabía que se molestaría más de lo que ya estaba (aunque lo disimulara) tenía que saber que podía irse a su casa sin problema de tener que pasar por mí.

Las nueve; las diez, las once y cuarto de la noche marcó el reloj y al fin pude irme. Ya sólo quería subirme a mi coche y llegar a casa, pero no podía. Recordé que le había dado permiso a la señora Jones, mi vecina, de utilizar mi lugar del estacionamiento y dejarlo en la puerta del edificio no era una opción.

Con la chamarra puesta y la bolsa al hombro salí del edificio esperando poder conseguir un taxi. Esperé por diez minutos hasta que frente a mí se detuvo un auto más viejo que una máquina de escribir. El conductor era un señor ya mayor con una espesa barba blanca.

Consciente que no conseguiría un taxi en mejores condiciones me subí esperando que no me dejara tirada a mitad de camino o muerta en algún barrio peligroso.

—una fría noche ¿no? — dijo después que le diera la dirección de mi casa.

—creo que nunca había sentido tanto frío— dije subiendo con dificultad la ventanilla del auto. El frío que había sentido en la mañana ahora era más fuerte.

—estoy seguro que ha habido inviernos más crudos en la historia— dijo el conductor sonriéndome.

—me alegra no haberlos vivido— dije devolviendo la sonrisa. El señor parecía amable y muy decente así que no me dio ninguna desconfianza.

—si…— murmuró él— dígame ¿acaba de salir del trabajar? — preguntó con mucha curiosidad.

—sí— suspiré— tuve que quedarme a revisar unas cosas.

—espero que eso no pase muy a menudo. A veces por trabajo dejamos de lado lo que realmente importa en la vida.

¡Ay no! Otra charla motivacional sobre el trabajo y la vida. ¿acaso los reproches iban a continuar? ¡Gracias Destino!

—es la primera vez que pasa— mentí recordando la noche de la semana anterior y la anterior a esa y... Y varias más.

—¿en qué trabaja? Si no es indiscreción— dijo mirándome por el retrovisor.

Yo le expliqué a grandes rasgos mi trabajo por tres calles.

—podría decirse que ayudo a que las personas hagan lo que tienen que hacer para vender o promocionar algo.

—ayuda... supongo que es una buena palabra para describir lo que hará— dijo pensativo.

"¿Lo qué hará?" Tal vez quiso decir lo que hace. Me encogí de hombros ignorando el comentario. Probablemente el señor estaba tan cansado como yo, después de todo era viernes.

El auto se movió por varias calles rápidamente hasta que tuvo que detenerse de pronto a causa de un accidente que había alentado el tráfico. "Tendremos que tomar otra ruta" dijo y yo recordé la única opción que había y la más larga. Acepté el cambio y giramos por una calle menos congestionada.

El camino que debía tomar se haría de cuarenta y cinco minutos. Las primeras calles me mantuve despierta, pero poco a poco me fui quedando dormida y me perdí el resto del camino.

Desperté cuando ya estaba a una calle de mi casa. Pagué el taxi y antes de que el auto se volviera a poner en marcha el conductor dijo:

—el tiempo no se puede recuperar. Así que utilízalo bien. — después dijo algo en voz baja que no pude entender.

Entré al edificio y fui hasta la parte de la recepción donde estaba el correo de todos los vecinos. Saqué una pequeña llave de mi bolsa y la metí en el número que me correspondía. Había poca correspondencia así que sólo le eché una mirada y metí todo en la bolsa.

"Llegué viva a casa. Fue un día muy largo. Te veré mañana"

"Dulces sueños"

Sonreí como una tonta al leer el mensaje de Matt. ¡Cielos!, lo quería tanto y aún no me cabía en la cabeza como es que me estaba alejando de él. Me propuse aprovechar el fin de semana familiar para hacer las paces con él.

Subí las escaleras para llegar a mi piso. Una chispa pasó junto a mi justo cuando tocaba el ultimo escalón y me di cuenta que todo el pasillo estaba a oscuras, creo que la luz del corredor se había fundido justo en ese momento. ¡Qué más daba! Conocía el pasillo y mi casa como la palma de mi mano.

Saqué la llave y la introduje en la cerradura. Todo estaba a oscuras, di un par de pasos y busqué con la mano el interruptor para encender la luz y cuando todo se iluminó me llevé la peor sorpresa de todas:

Mi televisor, mi reproductor de música, mi librero, mis cuadros en la pared en fin nada de lo que yo tenía estaba en su lugar.

Los muebles eran diferentes, yo tenía dos sofás que estaban frente al televisor; ahora había un solo sofá al lado de un librero. Esto era demasiado extraño.

La pared en la que yo tenía varias fotografías de mi familia, de Matt y de paisajes habían desaparecido y ahora había un... ¡Afiche de Romeo y Julieta!

La confusión, el miedo y el enojo se intensificaron cuando escuché la voz de un hombre.

—¿qué hace usted aquí? — giré a mi izquierda, donde estaba la pequeña cocina. Sólo había una alacena, una estufa y una sencilla mesa rodeada de sillas. Ni rastro del microondas, la cafetera, los sartenes que había comprado— ¿quién es usted? — preguntó la misma voz. Un hombre, o tal vez un joven de no más de veinte años, cabello castaño, abundante y largo; tez blanca, alto y vestido con una ropa que no pertenecía a esta década, ni siquiera a este siglo.

—eso le pregunto yo— dije sacando valor no sé de dónde— ¿quién es usted y qué hace en mi casa? — pregunté.

¿En verdad le había hablado de usted? ¡El muchacho era más joven que yo!

—¡su casa! — exclamó el joven— se equivoca. Esta es mi casa.

—¡claro que no! — grité— salga de inmediato si no quiere que llame a la policía— metí la mano en la bolsa trasera de mi pantalón buscando el teléfono celular pero no lo encontré. ¡Imposible! Lo había dejado abajo mientras revisaba el correo y enviaba los mensajes a Matt.

—yo soy el que debería llamar a la policía— dijo el muchacho acercándose a mí— dígame quien es, qué hace aquí y por qué lleva esa ropa tan ridícula.

—¡ridícula! — exclamé indignada— mi ropa es mejor que la suya. ¿Dónde consiguió eso? En un mercado de pulgas. Nadie se viste como sí viviera en los años veinte, o antes de esa época.

—estamos en 1914— dijo el chico mirándome como a un bicho raro, aunque el raro era él. — dígame, ¿ha tomado algo? — preguntó acortando la distancia que había entre los dos.

—no se acerque— dije dando un paso hacia atrás— y dígame de qué va este numerito de que estamos en 1914, ¡está loco! Estamos en el 2016.

El chico se echó a reír y su gesto me recordó a alguien; sí, definitivamente él hacía lo mismo: cuando reía con ganas echaba la cabeza hacia atrás y cerraba los ojos.

No, no, no esto era imposible. Debía estar soñando. Simplemente era imposible. Debía ser un sueño, sí. Yo seguía dormida en el taxi y todo esto era un mal sueño. Me mordí la lengua para asegurarme de que estaba dormida, pero el mordisco me dolió terriblemente y, por loco que pareciera, supe que no estaba soñando.

—no sé quién sea usted ni como entró a mi departamento, pero esa ha sido una buena broma— dijo en cuanto paró de reír.

—no estoy bromeando, mocoso insolente— dije enojada como si le hablara a un hermano menor— el cual nunca había tenido, yo era la más pequeña de mi familia.

No sé qué fue lo que lo hizo cambiar de expresión. Si mi cara molesta o cómo le había dicho de mocoso insolente, pero se puso serio y me miró muy fijamente.

—te pareces a.…— me miró de nuevo ladeando un poco la cabeza— no, es imposible— dijo más para sí mismo— ¿cómo te llamas? — preguntó.

—Claire— respondí.

—bueno Claire, dime qué es lo que quieres en mi casa— dijo cruzándose de brazos.

—ya te dije que es mi casa— dije fastidiada a punto de hacer una rabieta— mira, aquí está la llave— dije moviendo el juego de llaves.

El chico sacó de su pantalón un juego de llaves idéntico al mío y me miró confundido.

—debe haber un error— murmuró.

—ya lo creo— dije— por cierto, ¿cuál es tu nombre? — pregunté.

—Terrence Gandchester— dijo con voz solemne.

¡No! Eso era imposible. ¿Cómo rayos había pasado esto? ¿cómo y por qué estaba yo en el siglo pasado?...


Gracias por leer el comienzo de esta nueva historia.