Ms. Malfoy

El juego era el mismo cada viernes por la noche, lo único que cambiaba era ellos. Un día, la mujer respondería al nombre de Amanda Stacy, una maestra de preescolar, y él sería John, un importante empresario. La siguiente semana, serían Meredith y Wendell, dos americanos que se habían encontrado en el reino inglés. Ella siempre estaría sentada en la barra, con un trago de whisky en la mano y la otra revolviendo el líquido amarillento. Él entraría al bar casualmente y se detendría a verla por un momento, admirando la belleza de mujer que miraba al montón de botellas con aburrimiento. Luego, se arreglaba la corbata y con gran confianza caminaba directo al asiento vacío al lado de ella. Se sentaba y pasaba un rato callado, hasta que le soltaba un comentario cualquiera y ahí iniciaba una conversación que solía terminar con la desaparición de ambos en el callejón de la ciudad.

La noche del veintitres de septiembre no fue distinta. La mujer se puso un ajustado vestido negro que realzaba su figura y acercaba la atención a sus atributos, escogió unos zapatos de tacón aguja también negros y dejó su melena pelirroja suelta, cayendo a lo largo de sus hombros en pequeñas ondas, llegando casi hasta la mitad de su espalda. Su labial era igual de intenso que el tono de su cabello y una gruesa capa de rímel cubría sus pestañas, con una sombra oscura que hacía ver sus ojos más brillantes.

Llegó al bar a las nueve de la noche, se sentó en su asiento habitual en la barra y pidió el mismo vaso de whisky que alegraba sus noches de viernes. Quince minutos después, un hombre alto y en buena forma entró al local. Vestía un pantalón gris, zapatos de vestir negros, camisa blanca con las mangas arremangadas hasta los codos, una corbata negra y en mano llevaba una chaqueta gris arrugada que debió de haber completado su traje más temprano ese día. Con rapidez visualizó a la mujer y una pequeña sonrisa escapó de sus labios. Esta vez no se tardó tanto en llegar a su lado, el hombre parecía tener una especie de urgencia en sentarse con ella y poder sentir su aroma.

–Vodka, por favor. –Pidió el hombre al bartender, que simplemente sonrió y asintió. Él conocía mejor que nadie el juego preferido de esos dos.

El hombre volteó hacia la mujer, que lo ignoró por unos momentos hasta que rodó los ojos con exasperación e impaciencia y con algo de rudeza, le espetó: – ¿Qué estás viendo?

Él sonrió y se encogió de hombros, aunque luego señaló la mejilla de ella y con una expresión entretenida, explicó: –Tienes una pestaña ahí.

–Oh. –Respondió con extrañeza, tomando su bolso de la superficie de la barra y apresurándose a sacar su espejo de mano, sacando cualquier cantidad de otros objetos en el proceso.

–Nunca entenderé el empeño de las mujeres en llevar tantas cosas con ellas, cuando lo único que necesitan en verdad es su billetera, móvil y llaves. –Se burló él.

–Nunca entenderé el empeño de los hombres en criticar la elección de las mujeres en llevar cuantas cosas ellas crean que necesitan.

Él rió mientras hacía señales de negación con su cabeza, y luego extendió la mano hacia ella. –Soy Patrick Dunne, es un placer.

–Sabía que no me estaba imaginando el acento irlandés. –Bromeó, regalándole una amplia sonrisa a la par que estrechaba la mano que él le ofrecía– Me llamo Lydia.

Charlaron incansablemente por un largo rato, entre bromas sobre irlandeses y críticas sociales, además de sus vidas inventadas. Patrick resultó ser un médico cirujano con especialización en cardiología y Lydia era una publicista en la empresa más importante de todo Londres. El bar poco a poco se fue quedando solo, afuera cada vez oscurecía más pero la pareja seguía compartiendo anécdotas.

En algún punto antes de las dos de la mañana, hubo un minuto de silencio entre ambos. Para el momento, ya las sillas estaban más unidas que antes y se estaban viendo intensamente, tratando descifrar la mirada del otro. Como en un acuerdo mutuo, ambos se levantaron y dejaron varios billetes en la barra. Ella lideraba la marcha mientras él la seguía, enviando continuas miradas a los atributos de la mujer que se marcaban bajo la delgada tela.

Se metieron en el callejón que estaba unos locales después del bar y una vez estuvieron ocultos de la luz pública, el hombre la acorraló contra la pared e inició una sesión de besos apasionados entre ambos. Ella recorría con sus manos cada espacio de cuerpo que tenía a su alcance, y una vez los besos de él comenzaron a bajar por su cuello ella se quedó quieta, haciendo a un lado su rostro para dejarle más espacio, y suavemente comenzó a deshacer el nudo de su corbata.

Él la tomó de la cintura y la alzó, ella inmediatamente, rodeando su cintura con sus piernas. El hombre estaba bajando su vestido con ligereza, buscando tener más contacto con su pecho y ella se sentía tan ligera como una pluma, mientras acariciaba su cuello y nuca, llegando incluso a enterrar sus dedos en el cabello de él.

–Scor…–Murmuró cuando comenzó un tortuoso camino de besos en el espacio entre sus senos. La mujer tenía los ojos cerrados, permitiéndose sentir con más atención cada una de las acciones que él tenía sobre ella.

El hombre se separó momentáneamente y abrió la boca para decirle algo, cuando, de repente, una intensa luz inundó el callejón que hasta entonces se había mantenido en penumbras. Con rapidez, la mujer se soltó de él y tuvo la gracia de alguien experimentado en volver al suelo de un salto y usando tacones de aguja, sin tropezar ni causarse dolor. Sin embargo, no perdió tiempo en felicitarse, pues tuvo que acomodar su vestido, negándose a que cualquier extraño la viera en esas condiciones.

Prontamente se dieron cuenta de que no se trataba de alguien, sino de algo. Era un búho, solo que compuesto de una extraña sustancia flotante, de color blanco y gran luminosidad.

– ¿No es ese el patronus de San Mugo? – Murmuró la mujer, con el ceño fruncido y algo sorprendida–. Creí que hoy no tenías guardia de emergencia.

–Es que no la tengo, Lily. –Explicó él, casi tan confundido como ella.

– ¿Entonces qué….?– Empezó, pero el patronus se apresuró a interrumpirla. Era una voz gruesa, que reconoció como la del jefe de emergencias.

–Scorpius Malfoy, es solicitado en el hospital San Mugo el veinticuatro de Septiembre de este año a las dos cero dos de la mañana para el reconocimiento de los cuerpos de Draco y Astoria Malfoy.