Capítulo 4: Deseo en la mirada

Haciendo acopio de valor y falso arrepentimiento, me dispongo a acercarme cuando los pasos amanerados de un clérigo interrumpen el silencio. La curiosidad hace que mis pies retrocedan hasta un rincón oscuro desde donde espío cómo Sebastian desciende los escalones y atraviesa el templo hasta alcanzar a la orante arrodillada. Se arrodilla junto a ella frente a la imagen sagrada y, por mucho que la razón me argumente que no tengo nada que temer de un hermano de fe que ha renunciado al mundo y a los deleites de la carne, un escalofrío recorre mi espalda cuando posa su mano sobre el hombro de Hawke. Con su voz pausada y condescendiente de confesor le reprocha:

-Hawke, por mucho que seas Campeona y hayas hecho tanto bien a la ciudad, debes entender que no puedo abrirte las puertas de la Capilla después del anochecer. Por ahora no hay problema, pero ya es la tercera vez y Elthina me devolverá al Refugio Celeste de una patada en cuanto se entere. ¿Seguro que no puedes esperar hasta la misa del alba para orar?

-Por favor, será la última vez que te lo pido, de verdad. Si pudiera esperar, no estaría aquí.

-Está bien.- El clérigo resopla con resignación y esboza una sonrisa amable que me desconcierta.- Rezaré contigo si no te importa.

La feligresa niega con la cabeza. Entonces Sebastian de su hombro desliza los dedos hasta sus cabellos para apartarlos del rostro cabizbajo y colocarlos amorosamente detrás de la oreja. Sus ojos azules desprenden un brillo que dista demasiado de la castidad o al menos eso parece a la luz de las velas. Si Anders hubiese sido el autor de esos gestos, inmediatamente lo habría interpretado sin inocencia. Pero al tratarse de un sacerdote no sé qué pensar. Me enloquece el dolor de cien agujas clavadas en mi estómago, aun no teniendo motivos reales para sentirlo. De todos modos, Sebastian ya había conocido el calor de los muslos de una mujer antes de ingresar en la Capilla. ¿No sentirá la misma agonía que me consume desde que abandoné el lecho de Hawke? ¿No extrañará la textura de dos cuerpos enmarañados en un idilio de amor o el dulce néctar que emanan los labios carmesíes y convierten a cualquier amante en un esclavo? ¿Resistirá a todas y cada una de las tentaciones que se le presentan a cada paso? Me cuesta creerlo en el fondo de mi ser, por muy razonable que pueda parecer. Sin embargo, a pesar de mis dudas, siempre he sentido cierta simpatía por él y su fe inquebrantable. Ojalá yo pudiera renunciar al odio y la venganza como ha hecho él permaneciendo en la Capilla en vez de reconquistar el trono que le pertenece gracias a los asesinos de su familia. Sin él, quizás podría convertirme en el hombre que ella necesita y dejar de ser un cobarde amargado incapaz de retener al amor de su vida a su lado. Tras varias oraciones mudas en las que la fiel y el sacerdote sólo compartían el roce de sus rodillas y el contacto confusamente tierno de Sebastian, Hawke se incorpora a la vez que el arquero, recibe su bendición y ella comenta con lisonja:

-Por cierto, ¿irás mañana también al Cadalso para confesar a los magos?

-Claro, pero no entiendo por qué lo preguntas.

-Por nada.- Responde con el mismo tono zalamero que Varric cuando me interroga sobre mi relación con Hawke, aunque parece más evidente cuando yo no soy el destinatario.- Sólo lo comento porque Bethany siempre está más contenta después de confesar contigo.

-¿De verdad? Esto...claro, la confesión es un ritual eficaz para la purificación del alma.- Por primera vez veo enrojecerse a un sacerdote como un enamorado cualquiera del mundo profano.

-Ya, por supuesto. Mañana podrás purificar mejor su alma en el confesionario privado de Orsino, toma la llave. Las amistades siempre tienen beneficios.- Le entrega la llave y le guiña un ojo pícaramente.

¡Qué sorpresa! Al fin de al cabo, Sebastian sigue siendo un hombre antes que un sacerdote. Por lo menos puedo estar tranquilo de que no me alejará de mi amada, aunque sigue siendo decepcionante que pretenda hablar de pureza y paz espiritual cuando siente pasiones como cualquier otro. Si estaba lejos de convertirme al culto de Andraste, ahora lo está aún más. Cuando van a despedirse, aprovecho para huir sigilosamente por la puerta del templo. Sin embargo, el sacerdote detiene mi huida llamándome por mi nombre y preguntándome:

-¿Quieres rezar tú también con nosotros o prefieres mantener tu reputación de ateo nihilista?

-Déjate de sermones, yo sólo buscaba a Hawke. ¿Podemos hablar de camino a tu casa?

-De acuerdo. Adiós, Sebastian.

-Que Andraste guíe tu camino. Y el tuyo también Fenris, no pierdo la esperanza.

Escucho esas últimas palabras estando ya los dos fuera de la Capilla. Bajamos por la escalinata cada uno a un escaso metro de distancia del otro aun cuando una tensión indescriptible me hacía señas para que juntase más mi cuerpo al suyo. La acompañada me mira en silencio, interrogándome con sus pupilas hipnóticas. Finalmente, puedo balbucear bruscamente:

-Siento lo de la taberna.

-Lo sé. No te lo tengo en cuenta. Después de tantos años, debería estar ya acostumbrada a vuestras riñas.- Se ríe con el tono apagado de los que intentan ver humor en las ironías desagradables del destino.- Aunque debo reconocer que no me gustan.

-No puedo cambiarlo.- No podría hacerlo tampoco ni aunque quisiera, ni siquiera por borrar el timbre decaido de su voz.

-Bueno, por lo menos todavía no le has sacado el corazón del pecho y te lo agradezco.

Deja caer los párpados con aire derrotado y suspira profundamente. Siempre tan diplomática a pesar de su amor por la acción y los combates escondido detrás de sus ofrecimientos para causas perdidas. Contagiado por su influencia caritativa, me excuso diciendo:

-Sólo lo hago para que seas feliz, aunque contradice mis principios.

Seguimos andando hacia la finca y según nuestros pies avanzan, mi piel se acerca más a la suya hasta el punto de rozar nuestras manos a la vez que caminamos. Hawke sonrie sin apenas cambiar los gestos y atrapa mi mano entre sus dedos finos sin que hubiera podido predecirlo. Mi corazón late con tanta violencia que me parte las costillas, no sé como puedo controlar mis impulsos de raptarla entre mis brazos y llevármela lejos de Kirkwall y del mundo entero conocido para regresar al paraíso que compartimos hace años.

-¿Vendrás mañana a casa para continuar con la lección?- Me pregunta mientras acaricia el dorso de mi mano con el pulgar en un gesto de cariño. No quiero negarme a ninguna petición que salga de su boca, aunque si hubiese querido ese contacto me habría quitado la idea.

-Por supuesto, ¿por qué lo dudas?

-Porque me has estado evitando durante días y supuse que a lo mejor ya no querías.

-No era nada, tranquila. Mañana no me la perderé, te lo prometo.

Su cara resplandece de alegría, el reflejo de la luna sobre su piel la convierte en un icono de marfil y oro en los ojos. Sus iris atrapan mi consciencia y a través de ellos transluce un anhelo profundo, aún más profundo y escondido que el mío, reflejado en su mirar. Las estrellas del cielo se desvanecen para ejecutar una danza de luces y deseos en el aire que se interpone entre mi frente y la suya. De no ser por la caída libre a la realidad causada por la imagen de la puerta cerrada de Hawke, ya habría perdido la compostura tomando su cabeza y anudando mis dedos a su pelo durante un beso robado. Ante su puerta, ella me despide contenta y antes de internarse entre los muros de su hogar, me lanza una última mirada vidriosa y vuelve su cabeza con rapidez para no verme más. Permanezco inmóvil frente a la ventana durante horas, contemplando otra vez la ceremonia del sueño de mi fereldena. Su reflexión solitaria frente a la chimenea, su desnudez nacarada bajo la luz de una vela, su camisón y su postura encogida y derrotada sobre el colchón. Esta vez resisto la tentación de quedarme a los pies de su cama y regreso de nuevo a la mansión para descansar hasta mañana. La última vez huí de allí por culpa de las azucenas de Anders, pero esta vez sé que nada volverá a hacerme escapar de su vera. La abominación no puede apartarme de ella con coincidencias, flores ni provocando discusiones delante suyo. De todos modos, no descarto que pueda idear algún otro plan para recuperar posiciones. En fin, al menos no tengo como rival a un sacerdote libertino, ese prefiere predicar la castidad entre las faldas de una maga del Círculo.