Disclaimer: Hetalia y sus personajes no me pertenecen, son propiedad del señor Himaruya. Esta historia tampoco es mía, sino de la fantástica escritora Happymood (os la recomiendo), quien amablemente me ha dado su permiso para traducirla a español y publicarla.


Si le preguntaran, Romano Lovino Vargas diría que su mayor problema era su segundo nombre. ¿La razón? Era estúpido y para nada masculino.

Se preguntaba qué demonios había impulsado a sus padres a elegir tal nombre (y usarlo a diario), lo que le llevaba a la conclusión de que su mayor problema, mucho mayor que su segundo nombre, eran sus padres (es decir su padre, Rómulo Vargas, porque su madre había sido una santa, así que no, sólo su padre).

Por tanto, Romano podía muy bien culpar a su padre de todos sus problemas, desde su complejo de inferioridad de mierda, a su segundo nombre de mierda y a su atracción de mierda por hombres más mayores, lo que lo hacía una especie de Lolita moderna salvo por el vestido. Vale- y menos por la existencia de pervertidos hombres más mayores en su vida (quizás). A tomar por culo, él no era ninguna Lolita.

El punto era que si Romano Lovino (que le den a ese nombre) Vargas tuviera que describirse a sí mismo en pocas palabras, habría dicho que sólo era un chico de diecisiete años que odiaba la escuela y que no quería ir a la facultad, universidad, trabajo, lo que fuera.

Dejando a un lado su segundo nombre de mierda, Romano se consideraba a sí mismo un adolescente bastante normal. No era consciente de su complejo de inferioridad (sólo cuando podía usarlo en su beneficio) y no tuvo ni idea de su atracción hacia los hombres más mayores hasta mucho más tarde (y culpad a su padre por eso también, por cierto. A Romano le habría encantado vivir sin ese conocimiento de sí mismo, muchas-gracias).

En otras palabras, si le preguntaran, Romano habría dicho que su mayor problema era principalmente su segundo nombre. Después de aquel día, sin embargo, Romano añadiría la atracción sexual que sentía hacia hombres ligeramente más mayores a la lista.

Aquel día había sido un día bastante normal. Romano fue al instituto y durante la pausa estuvo al acecho en una esquina para asegurarse de que ese voluminoso y estúpido estudiante alemán que conocía no tocara inapropiadamente a su hermano Feliciano (347 días y Romano todavía no lo había pillado en el acto, lo que ―maldición. Le habría encantado usar eso para que lo expulsaran de la escuela, preferiblemente atado a un cohete). Casi se duerme en Matemáticas, se echó una siesta durante la clase de Geografía y se dio un paseo por el patio en Latín. Lo típico.

Al salir de la escuela, Romano y Feliciano (de verdad, sus padres tenían serios problemas relacionados con los nombres) se fueron para casa juntos, discutiendo un poco sobre qué sabía mejor (pasta o pizza, y hasta ahora era un empate) en el autobús y planeaban ir cada uno a lo suyo una vez que entraran en su apartamento.

No hubo tal suerte.

Porque tan pronto como Feliciano abrió la puerta, su padre los recibió con los brazos abiertos, lo que no era inusual en sí mismo, y dijo:

"¡Tengo noticias!"

Lo que en cambio significaba algo generalmente horrible.

Romano y Feliciano se miraron dubitativos el uno al otro y luego a Rómulo Vargas, que los tomó del hombro y los condujo hacia adentro.

"¿Qué pasa, papá?" preguntó Feliciano con una sonrisa. Romano resopló y cruzó los brazos sobre su pecho, murmurando algo sobre que tenía cosas que hacer y que no tenía tiempo para esta mierda de reunión familiar.

La cara de Rómulo se volvió dramática en cuanto se sentó en el sofá y los instó a sentarse junto a él. Feliciano lo hizo felizmente, mientras que Romano decidió felizmente echarse sobre la pared en lo que esperaba pareciera un gesto guay y para nada nervioso. (Si el suspiro de Rómulo significaba algo, probablemente falló).

"Sabéis que tenemos algunos problemas financieros, ¿verdad?" preguntó Rómulo, y antes de que ninguno de ellos pudiera responder añadió: "Desde que vuestra madre nos dejó, he intentado hacer todo lo posible para daros una buena educación, pero…" los ojos de Rómulo se llenaron de lágrimas, "… hace poco redujeron mi salario a la mitad, y no importa lo mucho que trato de compensarlo trabajando en el Pub, ¡no puedo permitirme el lujo de compraros todas las cosas que necesitáis!"

(En este punto Romano rodó los ojos porque 1. El salario de su padre estaba bien e intacto, y 2. ¡Trabajar en el Pub e ir a ver a las strippers no es lo mismo, papá! Y no necesitamos cosas, tú necesitas el dinero para pedirle salir a la guapa camarera que trabaja en el Pub y llevarla a un restaurante. Confía en Romano, él lo sabía).

Los ojos de Feliciano se llenaron de lágrimas también y agarró las manos de su padre entre las suyas.

"¡No te preocupes, papá!" exclamó, "¡Encontraremos una manera de salir de esto! ¡Dejaré la escuela y trabajaré si eso te hace feliz!"

(En este punto Romano sintió la necesidad de vomitar porque era excesivamente melodramático, y tuvo el extraño impulso de decirle a Rómulo que Feliciano estaba mintiendo, porque de ninguna manera Feliciano dejaría la escuela para irse a trabajar, no mientras ese tipo alemán estuviera en el país).

Rómulo parecía conmovido por la propuesta de su hijo pequeño y, de repente, parecía tan feliz como siempre. Esbozó una sonrisa y le dio unas palmaditas en la espalda a Feliciano.

"¡Oh, hijo! ¡Tus palabras me enternecen!" exclamó Rómulo, "Pero no necesitas hacer eso, ¡tengo la solución perfecta!"

Feliciano pareció animarse con eso. Romano simplemente rodó los ojos otra vez.

"¿Cuál es?" preguntó Romano porque necesitaba exponer sus dudas. Rómulo finalmente volvió la vista hacia él y sonrió:

"¡Alquilar tu habitación, por supuesto!"

Los ojos de Romano se abrieron como platos.

"¡¿Alquilar qué?!"

"Tu habitación." repitió Rómulo. "Es una manera fácil de ganar algo más de dinero sin la necesidad de buscar otro trabajo y, adivina qué: ¡Encontré al tipo perfecto para alquilársela justo hoy!"

Romano dio un paso adelante y gritó:

"Estás bromeando, ¿verdad?"

"No, por supuesto que no." dijo Rómulo, genuinamente confundido.

"¿Y dónde me voy a quedar?" preguntó Romano. "Sabes que tengo los exámenes finales pronto, ¿verdad? ¿Qué voy a hacer?"

"¡Te quedarás con Feliciano como cuando erais niños!" dijo Rómulo rodando los ojos en una fiel imitación de su hijo mayor, "Y estoy seguro de que no tendrás ningún problema estudiando con tu hermano. De hecho, creo que tendrás menos distracciones que quedándote solo navegando en internet."

Romano frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho.

"Esto es un plan malvado de tu parte para hacerme estudiar, ¿verdad?"

"¡No, por supuesto que no!" exclamó Rómulo y esbozó una sonrisa, lo que Romano interpretó como una confirmación de sus temores. Maldición, él creía que había sido cuidadoso. Después de todo, consiguió un buen resultado en su último examen. (Ese chico letón era muy fácil de asustar y chantajear, de verdad, era ridículo.)

"¡Será como en los viejos tiempos!" se metió Feliciano, "¡Tú y yo en el mismo cuarto! ¡Podemos contarnos historias hasta tarde por la noche!"

"¡Esto no va a pasar!" exclamó Romano.

"Romano tiene razón, Feliciano." dijo Rómulo. "Necesitáis acostaros a horas razonables".

"¡Eso no es-!" intentó decir Romano, luego se llevó una mano al pelo. "¿Te das cuenta de que es peligroso meter a un perfecto extraño en nuestra casa? ¿Qué si nos mata mientras dormimos?"

Rómulo se rio encontrando la idea simplemente absurda.

"Sólo es un universitario." dijo Rómulo. "Es nuevo en la ciudad y necesita una habitación. Yo le ofrecí una."

"Aun así." Romano intentó quejarse, pero Rómulo agitó la mano con desdén.

"Él está bien. Estoy seguro de que te gustará, Romano. Parece realmente inocente." dijo Rómulo. Romano gruñó fuerte y pateó el suelo.

"¡Seguro que no me gustará!" dijo Romano y se volvió para ir a su habitación y recoger sus cosas (sólo para descubrir que todo había sido trasladado ya. Qué bastardo.)