Los pasillos de Hogwarts se encontraban desiertos a esa hora, no había rastro de ningún estudiante, ni siquiera una lechuza. Una joven rompía el silencio a medida que avanzaba hacía el despacho del director, daba pasos torpes, caminaba con miedo, como si estuviera a punto de hacer algo malo, como si hacer "eso" sería tomar una mala decisión.
"Claro que no lo es" —pensó— "Lo repasé millones de veces y la mayoría de ellas terminó en que sé que es lo correcto"
Además ya lo había consultado con sus padres y más allá de que al principio no se hayan mostrado de acuerdo al final, con los argumentos necesarios terminó por convencerlos.
Llegó hacia la estatua y se quedó allí, mirándola fijamente por unos minutos. Sabía perfectamente que después de hacer esto (y si daba resultado, claro está) no habría marcha atrás.
Sus pensamientos desaparecieron de un golpe al darse cuenta de que no tenía la contraseña del director. Bufó y se sintió estúpida, no había planeado tan bien la ida hacía allí, es más, salió de su cuarto por medio de un impulso.
— ¿Señorita Weasley? —llamó una voz familiar.
La joven se dio vuelta y encontró al profesor Longbottom detrás de ella
—Oh, hola profesor —dijo la chica sobresaltada por la llamada del hombre.
— ¿Se lo ofrece algo? —preguntó el mago acercándose a la chica.
Las dudas volvieron a su cabeza, junto fuerzas y contestó.
—Sí, quería ver al profesor Dilstedd —respondió tragando saliva, no muy convencida de aquello.
— ¿Para algo en especial?
—Quería hablar sobre la beca para ir a estudiar a Francia —anunció la joven, con un tono más decido.

El sueño comenzó a hacerse borroso y la niña —ahora convertida en una adolescente— se despertó por el toque de una azafata.
—Llegamos —avisó la mujer, sonriendo maternalmente.
— ¿Qué? —Preguntó la chica, aún adormilada.
—Que llegamos a Londres —repitió aún sin dejar de sonreirle de aquella manera.
Dominique se sorprendió, no había sido un viaje tan largo, tomó sus cosas y salió del avión. Sonrió al sentir el agradable clima que había en Londres, gracias a los consejos de vestimenta de sus amigas ella estaba preparada, pensó en que luego tendría que darles las gracias.
Llevaba una remera blanca con letras negras que formaban la palabra "wild", la prenda dejaba descubierto su ombligo, donde reposaba uno de sus piercings (los otros estaban en su cara, uno en la nariz y los otros en las orejas), tenía un short corto de color negro, unas zapatillas del mismo color, también varios colgantes y pulseras de colores y de plata, haciendo juego con unos maravillosos aros nuevos, todo regalo de sus fieles amigas.
Esperó un largo tiempo su equipaje hasta que por fin llegó, miró su reloj y comprobó que el vuelo había llegado antes, lo que le dejaba tiempo para un recorrido por sus lugares preferidos de allí mientras se preparaba para el encuentro.
Se dirigió hacia el baño, se encerró en un cubículo y sacó su varita, con unos movimientos de la misma transformó su equipaje en una versión miniatura del mismo y los guardó en el pequeño bolso negro que llevaba a todas partes. A pesar de que ella no tenía los diecisiete años cumplidos en Francia la mayoría de edad se contaba a los dieciséis gracias a una nueva ley. Claro que no había sido fácil, ya que más allá de que según ella era más francesa que inglesa había tenido problemas con eso, pero gracias a Merlin fueron solucionados por su padre, el único impedimento era que tenía más limitaciones en hechizos que el resto, pero poco era mejor que nada.
Pensó en su padre y la conversación que había tenido con su madre hace casi dos semanas atrás sobre Bill y su enfermedad. Su madre le había pedido que fuera a verlo, solo por las dudas de que pasara algoy que se quedara allí por un tiempo, Dominique enjuagándose las lágrimas dijo que si y comenzó a hacer todo lo posible para que la transfirieran de Beauxbatons a Hogwarts.
Le costó mucho irse de allí ya que tenía su vida, amigos, estilo de vida y libertad pero nada era más importante que su padre.
Recordó el día de su "despedida" mientras abrazaba a sus amigos, profesores y más importante a sus "hermanas"; a ellas las quería como a nadie. Una lágrima se escapó de sus ojos recordando esto, no iba a ser fácil, especialmente porque no tenía ningún tipo de relación con sus primos ya que no vivía en Inglaterra ni iban a la misma escuela y en cuanto a sus hermanos tenía relación, los amaba pero no se veían casi nunca ya que tanto Vicky como Louis eran mayores y su vida estaba en ese país.
Salió de aquel lugar y se encaminó hacía las afueras del aeropuerto, el ánimo mejoró al ver Londres, siempre le había gustado todo de aquel lugar, decidió ir a recorrer un par de lugares para despejar su mente y así sacarse un poco los nervios.
Luego de una hora y media y algunas compras caminó hacía el borde de la vereda para llamar un taxi, sonrió al mismo tiempo que el auto paraba abruptamente.
El viaje fue más largo de lo que creyó pero aun así se mantuvo ocupada mirando el paisaje que la rodeaba, hablando y bromeando con el conductor, cuando por fin llegaron.
— ¿Segura qué es aquí? —preguntó el hombre sacando su cabeza por la ventana y mirando curioso el lugar, un gran campo verde con solo un viejo pero llamativo árbol en medio de él.
—Si —respondió la chica tranquila, luego tomó el dinero para pagarle al chofer que seguía mirando con una expresión graciosa aquel lugar.
Al alejarse el taxi, Dominique comenzó a estar nerviosa y preocupada, respiró un par de veces y dio algunos pasos hasta el gran árbol que se encontraba en el medio del campo, una vez allí observó todo detenidamente hasta encontrar lo que necesitaba, una zapatilla. Sus labios se curvaron en una sonrisa triunfal y fue hasta allí, estaba a punto de tocar aquel objeto pero el miedo la detuvo.
¿Estaba preparada para ver a su padre de esa forma? ¿Aguantaría verlo enfermo y sin energía? Suspiró y las lágrimas comenzaron a brotar, nuevas preguntas surgieron de su cabeza, "¿Qué pensarían sus padres al verla así?", "¿Y su familia?" Su familia... Pensó en los Potter y los demás Weasley, llegó a la conclusión de que no tenía que preocuparse de aquello y recordó que se había prometido sacar la bandera blanca con sus primos, por así decirlo por el bien de su padre.
Tomó aire y contó hasta tres, no muy segura de querer hacer eso pero tenía que hacerlo, algún día tendría que volver.
Al tocar el objeto todo comenzó a dar vueltas y cuando se quiso dar cuenta, la pequeña rubia había llegado a la Madriguera.