CAPÍTULO I
La lluvia caía sobre Privet Drive, pero al chico que caminaba por la calle no le importaba. Iba vestido con una chaqueta gris con una capucha, que en estos momentos no se encontraba cubriendo su cabello negro azabache.
Llevaba las manos en los bolsillos de unos pantalones vaqueros de color negro, y la cabeza hundida entre los hombros.
El semblante del joven era serio y pensativo, distante, como si nunca hubiera sentido algo similar a la felicidad.
En su frente se adivinaba una cicatriz en forma de rayo, apagada y apenas visible, pero que seguía allí, como marca de lo que cambiaría su destino.
Unas gafas ligeramente descolocadas estaban posicionadas delante de sus ojos de color verde esmeralda, permitiéndole así ver con total nitidez todo lo que ocurría a su alrededor.
Podía verse sobresalir de uno de los bolsillos traseros del pantalón un trozo de madera, parte de una varita mágica, fiel compañera que lo había acompañado desde que la obtuvo, siempre junto a él, su amiga más fiel.
En su mente se repetía siempre la misma imagen. Su padrino, Sirius Black, sumergiéndose en las profundidades del Velo por culpa de Bellatrix Lestrange. Apretó los puños con fuerza. Algo en su subconsciente clamaba venganza, y su parte despierta no se negaría a dársela.
-Harry – dijo una delicada voz femenina a su espalda. Al escucharla, el chico se sobresaltó y se giró, impulsado como un resorte.
-Hermione… - sin embargo, Harry dudaba que fuera real. Su amiga no podía estar allí realmente, bajo la misma lluvia que él, pisando el mismo suelo que él, hablando con él.
Ella, adivinando sus pensamientos, dio un paso. Su cabello castaño, la última vez que la vio, lacio y peinado, presentaba ahora un aspecto descuidado y mojado, pegándose a la piel. Al igual que la blusa blanca que llevaba, adivinándose sus formas femeninas.
-¿Crees que no estoy aquí, verdad? – susurró, mientras se acercaba poco a poco hacia él. Trató de ignorarla, pero la imagen de su amiga, a su entera disposición, alguien con quien consolarse, desquitarse y olvidarse de todo lo que cargaba sobre sus hombros. Nunca había pensado en Hermione como algo más que una amiga íntima, nunca la había mirado como lo estaba haciendo ahora.
La chica llegó finalmente junto a él, y entonces lo abrazó. Podía notar perfectamente el contacto con ella, la calidez de su cuerpo, su pelo en el rostro. Se planteó seriamente si padecía locura.
Pero aunque así fuera, aunque todo lo que hubiera delante de él fuera una ilusión, deseaba dejarse llevar.
Él la estrechó contra su pecho con fuerza, hundiendo su cabeza aún más en su melena castaña, deseando que el tiempo se parara, y que aquello nunca terminara. Se sentía bien con sus brazos rodeando el frágil cuerpo de la chica, protegiéndola y dándole cariño.
-Me tengo que ir – susurró ella a su oído. El chico sabía lo que iba a pasar a continuación. Y no quería que ocurriera de nuevo -. Ya he pasado demasiado tiempo aquí contigo.
-Te necesito – murmuró él, casi en un desesperado sollozo -, no me abandones.
Algo semejante a una lágrima recorrió la mejilla de Harry, mientras apretaba a la chica aún con más fuerza contra sí mismo.
Podía notar su aliento cálido en su oreja, y pudo percibir claramente como esbozaba una sonrisa cariñosa.
-Eso es lo que tú quieres creer – lo reconfortaba la castaña, con una voz tranquilizadora y serena, una luz en medio de la oscuridad -, pero en realidad no me necesitas. No necesitas a nadie.
-¡No me mientas! – gritó, pero aquello no pareció alterar a Hermione.
-No lo hago. Al fin y al cabo, ¿a quién tenías durante los primeros once años de tu vida? – le recordó. Había vivido solo con sus odiosos tíos hasta conocer a sus amigos, hasta descubrir la verdad que le habían estado ocultando, hasta conocer el lado mágico del mundo -. Adiós, Harry.
La castaña se separó de él, se dio la vuelta, y empezó a caminar. Él no lo permitiría. Agarró la delicada y débil muñeca de la chica y la obligó girarse. Antes de que ella dijera algo, la besó.
Era una experiencia nueva para él. Disfrutar de los labios de Hermione a su entera disposición. Pero antes de que pudiera realmente sentir algo, ya no había nada. La chica había desaparecido, y todo rastro que quedaba de ella era un ligero olor a vainilla en el aire, seguramente el último perfume que el chico había podido apreciar en ella antes de separarse.
Sin embargo, eso también desapareció pronto, debido a la fuerte lluvia. Hasta ese momento, Harry no había sido capaz de apreciar que estaba realmente mojado.
Durante esos minutos de gloria que había estado con la chica, se había olvidado de todo. Pero ahora, la verdad le golpeaba como un cubo de agua fría.
Él era Harry Potter, un mago hijo de James Potter y Lily Evans, marcado por Lord Voldemort cuando apenas era un bebé recién nacido y poseedor de habilidades extraordinarias para sus casi dieciséis años de edad. Según una profecía, estaba marcado. No sabía cuando, pero en algún momento llegaría su enfrentamiento final contra Voldemort, el Señor Tenebroso, y entonces se decidirá el destino del mundo mágico.
Era aquella la dura realidad, y no la gloriosa fantasía que había experimentado momentos atrás.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar de vuelta al nº 14 de Privet Drive. Al fin y al cabo, no podía permanecer indefinidamente bajo la lluvia.
Cuando solo le faltaba cruzar la acera de un lado a otro, un coche pasó. Una de las ruedas se hundió en un charco de agua, y aquello salpicó a Harry descuidadamente.
Al chico se le pasó por la cabeza conjurar el coche. Tal vez así, el muggle que lo conducía aprendiera a tener cuidado, pero deshechó inmediatamente la idea. Si lo hacía, incumpliría una de las principales reglas del mundo mágico, que era hacer magia fuera de la escuela a la que pertenecían, Hogwarts en el caso de Harry.
La escuela era la más prestigiosa de Europa, con uno de los mejores magos de la historia a la cabeza: Albus Dumbledore, que fue capaz de derrocar al mago tenebroso Grindelwald.
Harry sentía verdadera admiración y un gran respeto por ese hombre, que tanto le había ayudado a superar todas las adversidades.
Nada había podido hacer para evitar la muerte de su padrino, pero sí que había podido evitar que empleara maldiciones imperdonables, y que fuera asesinado por Voldemort en variadas ocasiones.
Cruzó la calle. Sus zapatillas se hundían en varios charcos y salpicaban gran parte del bajo de los pantalones, pero no le importaba mojarse más de lo que ya estaba.
Finalmente fue capaz de alcanzar el número cuatro de Privet Drive, la casa de sus tíos, respiró hondo y abrió la puerta.
-¿Dónde has estado? – preguntó su tía en cuanto él abrió la puerta.
-¿Yo? – le parecía extraño que la hermana de su madre se preocupara por él. Lo consideraba un rarito, un marginado, y lo trataba como tal.
-¿Ha entrado alguien más? – era una pregunta claramente retórica, así que Harry ni siquiera se molestó en contestar -. Por supuesto que era a ti.
-He estado pensando fuera, pero… ¿Desde cuándo te importa lo que hago? – el tono que empleó Harry era arrogante.
-No me importa lo que te pase, pero si lo que hagas. Por ejemplo, lo que estás haciendo ahora es mojarme toda la casa, y eso sí que me importa – contestó Petunia, indignada porque a su sobrino se le pasara por la cabeza la remota idea de que ella se preocupaba por él.
Harry pensó de nuevo en Hermione, quiso poder volver a refugiarse en su cabello castaño, volver a dejarse abrazar por esos delicados brazos, volver a embriagarse con el aroma a vainilla.
-Bueno, ¿no vas a fregarlo? – quiso saber su tía.
-No te haría mucha gracia la respuesta – replicó de forma tranquila y desafiante. Estaba claro que no se atreverían a mandarle hacer nada. Le quedaba un año para poder hacer magia. Un año y cinco días. Pero ellos no sabían cuando era la mayoría de edad de un mago, o si lo sabían, debían haberse olvidado.
-Hola, primo – saludó alegremente su primo. Ante su tía, se mostraba alegre, pero cuando pasó por su lado le asestó un potente puñetazo en la espalda. Harry lo soportó con entereza, sin demostrar exteriormente el enorme esfuerzo que le suponía ocultar el maltrato de su primo -. Hola, mamá
Petunia ni siquiera se molestó en saludarle, a lo que Duddley, ofendido, respondió subiendo de nuevo las escaleras, para encerrarse en su habitación.
-Mira, Harry Potter, estás aquí porque eres hijo de mi hermana, no porque seas un mago ni porque tengas poderes raros – le dijo su tía, a punto de perder los nervios -. Así que no te atrevas a creerte superior a nosotros. Así que coge la condenada fregona y limpia el estropicio que has causado.
La ropa de Harry seguía goteando, y formando un charco cada vez mayor a su alrededor. Le aguantó la mirada a su tía con entereza. No sucumbiría a su voluntad.
-Creo que mejor me voy a subir a mi habitación – el tono que empleó fue bastante maduro, incluso autoritario, y para su sorpresa su tía apartó la mirada y no le dijo nada.
Con una sonrisa en su rostro, Harry subió rápidamente las mismas escaleras que había subido su primo antes y fue a su habitación.
Entró en ella y se sorprendió de ve a tres lechuzas revoloteando alrededor del techo, mojando la habitación por entero. Al parecer habían estado lloviendo con aquella lluvia torrencial.
Las cartas estaban sobre la mesa, y perfectamente secas. Harry se preguntó como habrían ido a parar allí, pero no le importó. Cogió una bolsa de comida para lechuzas y les dio un poco a cada una, para que luego se pusieran las tres sobre su cama, esperando impacientes a que el chico les diera la correspondencia.
Harry abrió la primera. Reconoció la pulcra y cuidada caligrafía de Hermione, plasmada con tinta negra sobre el papel. Empezó a leer ávidamente:
Querido Harry:
¿Cómo estás este verano? Sé que debes estar sufriendo mucho por la muerte de Sirius. En realidad todos lo echamos de menos y desearíamos que estuviera aquí.
Yo estoy bien, en casa de mis padres, esperando a ver cuando alguno de vosotros se dignaba a escribirme. Como no os decidías, os escribo yo, para ver si surte efecto.
Remus vino a mi casa ayer. Parecía bastante dolido, pero pudo disimularlo bastante bien frente a mis padres. Pasado mañana me llevarán a Grimmauld Place, donde han tenido lugar unas cuantas reformas, según me han contado.
Por cierto, estoy deseando que llegue tu cumpleaños, a ver si te gusta mi regalo. Me pasé tres días enteros en el Callejón Diagon buscando algo que te pudiera gustar. Espero haber acertado.
Bueno, Harry. Yo te dejo, que aún tengo que mandar un par de cartas más antes de que se haga muy tarde.
Muchos besos,
Hermione.
Harry la leyó dos veces más. Aquello estaba empezando a ser obsesivo. No contaba nada realmente importante, simplemente que Grimmauld Place había cambiado. ¿Cómo habrían sido las reformas? Estaba impaciente por verlas.
Cogió una pluma de su escritorio y empezó a escribir:
Querida Hermione,
Lamento no haberte podido escribir antes, pero he estado un poco liado. He intentado releer un poco los libros de los años anteriores. No es bueno desconectar totalmente durante tres meses.
Por cierto, ¿te ha llegado ya la carta con la nota de los TIMOs? Yo tengo aún dos cartas sobre la mesa, así que espero que alguna será sobre eso. Espero que me haya salido bien, y haber alcanzado la nota suficiente para auror. Lo que más miedo me da es Pociones, Snape puede ser muy traicionero.
¿Estaba Remus muy mal? La verdad es que no me extrañaría, de los cuatro merodeadores, solo quedan dos, y uno de ellos es fiel a Voldemort.
Espero que a mí también me lleven a Grimmauld Place, estoy deseando reencontrarme con todos vosotros.
Nos vemos,
Harry.
Esperó a que la tinta se secara y la enrolló. Después, cogió un pequeño cordel (tenía un rollo con más de cinco metros), atar las cartas a las patas de las lechuzas era fundamental.
Cuando finalmente estuvo preparada la respuesta, le dio un poco más de comida para lechuzas a la lechuza de Hermione y la mandó de vuelta con su dueña.
Después, cogió otra carta, y la abrió.
No reconocía la letra, pero estaba empleando un registro formal, así que supuso que eran sus notas.
Estimado Sr. Potter,
Es un placer hacerle entrega por medio de esta carta de sus calificaciones en los exámenes de TIMO (Título Indispensable de Magia Ordinaria). A continuación, se mostrarán sus resultados:
-Adivinación: Insatisfactorio.
-Astronomía: Aceptable
-Cuidado de Criaturas Mágicas: Supera las Expectativas
-Encantamientos: Supera las Expectativas.
-Defensa Contra las Artes Oscuras: Extraordinario.
-Herbología: Supera las Expectativas.
- Historia de la Magia: Desastroso.
-Pociones: Supera las Expectativas.
-Transformaciones: Supera las Expectativas.
Esperamos que hayan sido de su agrado, y que pueda preparar su futuro profesional adecuadamente con las calificaciones que se le han otorgado.
Saludos,
Cornelius Fudge, Ministro de Magia.
Harry sabía que Fudge no había escrito la carta. Estaba seguro de que habría sido cualquier secretaria que tuviera, pero querría ganar respeto y admiración entre los alumnos.
El joven mago buscó en su bolsillo un knut y se lo dio a la lechuza del ministerio, que lo agarró con el pico y salió volando por la ventana.
Solo quedaba una carta. La abrió, impaciente, y empezó a leer.
Querido Harry,
Supongo que estarás dolido, como todos nosotros. Pero no es momento de venirse abajo. El Señor Tenebroso se cree ahora más poderoso que nunca, y es nuestro deber el pararle mientras siga confiado.
Lamento tener que decirte todo esto cuando hace menos de un mes que tu padrino ha muerto, y el año anterior ya había muerto otra persona, pero es que es urgente. Quiero que te mentalices y que pienses que el día de tu cumpleaños iré a la casa de tus tíos y te llevaré a Grimmauld Place, donde te someteré a un entrenamiento muy duro.
Sin nada más que decirte y lamentando mucho tu perdida,
Albus Dumbledore.
Harry tampoco contestó a esta carta. Simplemente miró largo y tendido a la lechuza, hasta que esta se fue. No le gustaba el tono autoritario que empleaba el director de Hogwarts con él, y tampoco le gustaba demasiado tener que hacer lo que le mandaban. Pero no le quedaba otra alternativa.
Volvió a meter las tres cartas en sus respectivos sobres, abrió un cajón de su escritorio y las guardó. Después, se recostó contra la silla, deseando que llegara el día de su cumpleaños.
Y aquí está, finalmente, el primer capítulo de mi primer fic. Tras haberlo reescrito una y otra vez, aquí está finalmente. Sé que todavía hay muchas cosas por pulir, pero de momento lo voy a dejar así.
Bueno, en este capítulo hay pocas cosas que decir. Simplemente me gustaría agradecer a todo aquel que lea el fic, porque realmente me hace falta tener comentarios. Y por supuesto, me gustaría implorar por reviews, es la única forma que tengo de saber como va la historia, así que si tenéis tiempo dejad un comentario diciendo que os ha gustado, o que no, o como podría mejorar, etc... Además, cuanto más sé como gusta la historia, mejor sé como continuar, y por tanto, más rápido.
Hasta el siguiente capítulo, o los reviews, lo que llegue primero.
