Autumnsong
¡Hola, hola! Hace meeeeeeeeses que comencé con este fic, y por fin me decidí a terminarlo. Amo demasiado a esta pareja y es una lástima que no haya más material de ellos, son tal para cual, nunca lo vi mejor con nadie a Chase que cuando está con Park. El nombre del fic está sacado de "Autumnsong" una canción de Manic Street Preachers.
¡Espero que le guste y se animen a escribir o dibujar sobre ellos! Ah, y los invito a visitar la página (aunque algo olvidada) de ellos en FB: Chark: the [H]ouse of Chase & Park.
¡Disfruten! Y comenten si les ha gustado... y si no, también.
("Let's fall like the leaves on the ground, dancing in the air.")
—x—
Él era el chico lindo de las manos arregladas. Ella la rara con la disfunción social y ropa nerdista. Sin embargo, contra viento y marea, estas dos almas tan disparejas lograban encajar en la cotidianidad de sus vidas, llegando a pasarlo más que aceptablemente. Uno hubiera pensado que Chase veía en Park una hermana menor, algo que realmente le recordara lo que era una familia alegre, algo que para él se había acabado muy pronto. Otros más ponzoñosos podrían decir que pensaba en ella como en un hermano. Robert Chase les daría el dedo a estos.
Park, por su lado, simplemente quería a Chase, aunque todavía no entendiera de qué manera. Creía haber conocido el amor en su universidad, tenía amigas, un hermano con el que se llevaba relativamente bien, padres y una abuela; hasta había probado un pellizco del deseo carnal a secas. Pero cuando trataba de colocar a Chase en uno de esos frascos, simplemente no podía decidirse. Y en búsqueda de una respuesta, inventaba teorías descabelladas para la risa del otro.
Salían juntos y la pasaban bien. Chase ya no necesitaba ingeniárselas en las noches de soledad; más solitarias aún, luego de que sus salidas con Taub y Foreman se hubieran acabado. Park había conseguido equilibrar la presión que su familia ejercía sobre ella, escapándose una o dos veces por semana —tal vez más, dependiendo de su suerte— a la casa de Robert. Parecían dos adolescentes que ahora reían por todo, permitiéndose el disfrutar pequeñeces y alegrías tontas como así había demostrado su primera teoría.
Tal vez congeniaban mejor de lo que Chase hubiera creído en un principio. A veces, pensaba él, hasta se le olvidaba que Park era una mujer adulta, culpa de esas ropas tan pulcras y fuera de moda y ese corte en forma de taza, que acentuaban las características andróginas que llevaba en la sangre. Hasta podría asegurar que la compañía de esta pequeña mujer lograba que se olvidara de que él también era un hombre adulto.
Y aunque jugar al Twister no podía considerarse muy de gente grande, tenerla tan pegada a él comenzaba a ponerlo un poco nervioso… y el sueño que había tenido hace unas semanas se le colaba en la memoria como el sol de otoño que aún brillaba sobre los edificios, sin ayudar ni un poco a mejorar la situación.
«¡Concéntrate!», pensó para sus adentros. Estando como estaba, su vista no tenía otro lugar al que mirar que no fuera el escote algo abierto de la camisa de ella, y la piel pálida absorbía su atención aunque no lo quisiera. Podía sentir el pulso correr a través de su ropa, el calor de su cuerpo, la respiración en su oído, errática por el esfuerzo de mantener el equilibro; un cuello corto pero demasiado tierno al que le encantaría hincarle el diente. Mierda, no podía evitar pensar en ella cuando la tenía tan cerca. Era como poner un pavo recién horneado frente a un hambriento y pedirle que no lo comiera. Se relamió los labios tratando de obligarse a enfocar su atención en otra cosa, pero fue tarde.
—¡Ja! —cantó victoriosa cuando él perdió pie y terminó sobre ella, en el suelo—. Te dije que no sobreestimaras la flexibilidad asiática, ¡me debes un…!
Oh. Park había estado tan emocionada por haberle ganado al chico lindo, que no notó la pose en la que habían quedado sus cuerpos. Chase, por alguna razón, se había quedado mudo y se mantenía donde estaba sin atreverse a mirarla. Un aroma a otoño proveniente de su pelo, la distrajo, mientras lo observaba, sin entender a qué se debía tanta quietud, empero disfrutando de la posibilidad de ver de cerca a ese hombre que en tan poco tiempo se había vuelto tan cercano, y que en la estación de los cambios seguía allí con ella. Sobre ella. De pronto, la joven doctora Chi Park fue conciente de que efectivamente era una mujer y que un muy hombre Robert Chase estaba presionándose contra ella. Contra su cintura para ser más específicos.
Rió nerviosa.
—E-el grandioso Robert Chase al fin ha caído ante los encantos de Chi Park —trató de burlarse malintencionadamente, pero los nervios en su labia se notaban en su voz. Éste había sido un experimento que ella no había preparado, y no estaba segura de saber a dónde iría a parar, si es que acaso las consecuencias habían sido sopesadas en algún momento—. A-ahora me dirás, que los sueños no significan nada… ¿eh? —tartamudeaba y hablaba más rápido de lo que Chase podía llegar a entenderle.
—No significan nada —le dijo sin moverse, sin sonreír, sin saber qué hacer, como siempre que ella habría la boca con sus rarezas.
—¡P-ues la física no miente…! —refutó, algo exasperada al ver que Chase se negaba a plantar bandera, muy diferente a la vez que lo invitó a tomar unas copas—. Al final va a ser que sí…
Era impresionante los muchos cambios que pasaban por el rostro de Park y como los lentes de marcos gruesos y oscuros comenzaban a desacomodarse sobre el puente de su nariz, sin que ella pudiera hacer algo para evitarlo. Siempre tenía un gesto para todo, un gesto muy Chi Park porque Chase no podía describirlo de otra manera. Siempre con el seño fruncido, demasiado nerviosa y a la defensiva, sin importar el tema que estuviera tratando; parecería que fuera la cosa más seria del mundo cuando esos labios se encorvaban y esas cejas subían hasta perderse tras su flequillo.
Esperó que ella intentara redondear su idea, pero al parecer estaba demasiado ocupada viendo los botones de su camisa con una sonrisa que subía y bajaba por sus labios.
—¿Al final va a ser que sí… qué? —le preguntó al fin.
—Que sí quieres algo de esto —respondió y Chase podía reactuar en su memoria el gesto que ella había hecho con sus manos, la primera vez que le dijo eso.
—¿Ah, sí? —sonrió burlón, relajando su cuerpo sobre el de ella, obligándola a mirarlo—. ¿Y qué si es así?
Los ojos brillaron a través de los vidrios gruesos y casi podía sentir la victoria bailoteando en los hoyuelos en el rostro de ella, dándole unas tremendas ganas de borrarle esa satisfacción de su faz. ¿Desde cuando Chase salía perdiendo contra Park?
—¡Te lo dije! ¡Muy en el fondo tú me…!
Chase no era amigo de los cliché y Dios lo librara si alguna vez algo en su vida había sido más cliché que aquello, pero la besó cortándole su cháchara, y el beso fue diferente del de su sueño; no había violencia pero sí un corazón desbocado latiendo bajo el suyo demostrándole que esta vez no eran obra de alguna deidad griega las sensaciones que acaparaban las terminales nerviosas de sus labios.
El beso sabía a incertidumbre. Había algo de aventura en él, algo de la suavidad de un apretón de manos; un toque a durazno y del crujir de las hojas bajo los pies; algo más tierno y cariñoso que el deseo que solía predominar en los encuentros casuales a los que estaba acostumbrado. Pero la tibieza que comenzaba a escabullirse en su interior le recordaba a viejos tiempos, a unos mejores. Debía aceptarlo, tal vez congeniaba con ella mejor de lo que creía. Y si se guiaba por la historia que esos labios le contaban bajo los suyos propios, Chi debía estar sintiendo algo parecido, lo cual era una buena señal, ¿cierto?
Había una parte de su cuerpo demasiado apurada por saber a qué atenerse, pero Chase no creía que eso resultara muy halagador para Park así que separó sus labios y se alejó solo lo necesario para no… aplastarla.
—¿Esto es suficiente muestra?
—P-pues diría —comenzó ella, con las mejillas coloradas—, que hay una muy buena muestra todavía presionando mi pierna —su voz un pequeño hilo casi al final, nerviosa, y Chase rió como había reído en el ascensor ante su inminente franqueza. Suspiró, tratando de aguantar la carcajada.
—Encima que brindo pruebas al caso… —le dijo, divertido, disfrutando de la manera en la que los labios de ella se curvaba de nuevo buscando cómo refutarle. Sin embargo, cualquier palabra o idea se borró de la cabeza de Chi en cuanto su boca se presionó nuevamente contra la de ella, antes de bajar un poco más y sacarse las ganas de morderle el cuello. Chi jadeó—. ¿Qué dices?, ¿suficientes pruebas?
—Tú ganas —le respondió. Chase disfrutaba de lo incrédula que se veía, con los pelos revueltos y de vuelta esquivando sus ojos—. Pero sólo porque a parte de ti, vengo clavándome el tablero del Twister en el trasero. No hay necesidad de hacer bromas.
—Tú sí que sabes crear ambiente —le contestó, entre carcajadas, mientras se levantaba y la ayudaba a pararse—, ¿te lo han dicho alguna vez?
—Un par de veces, sí —Chase alzó una ceja e inclinó un poco la cabeza hacia atrás—, en serio, ¿cuándo aprenderás que ese gesto es de lo más ofensivo?
—Pero te encanta —le respondió, en cambio—. Admítelo o…
—¿O qué?
—O no te mostraré de qué más es capaz este australiano de mirada rara.
La tenía tomada de las manos, el silencio no existía en aquella habitación mientras la ventaba abierta trajera los ruidos de la calle hasta el microcosmos de su sala de estar. La noche se empecinaba en mostrarse en cada rasgo y sombra del cuarto, pero lo rojizo del sol todavía persistía en el marco de los anteojos de ella, en la piel frapuccina, en la manera en la que luego de un puchero, se dio vuelta, alejándose de él, terca.
—Creo que puedo vivir sin ello —pero se notaba que no estaba muy convencida, por más que su cara de póquer de siempre tratara de ocultarlo. Eso hizo que Chase sonriera: ya estaba conociendo los puntos débiles de Chi...
—Te daré una muestra y tú luego decidirás si compras o no… el paquete.
…y una de las mejores maneras de descolocarla era simplemente no dejarla hablar. Eso mismo hizo, una vez más, besándola, atrapándola en sus brazos y disfrutando entre risas y más besos del sobresalto que su acción creó en ella. Al principio, la notó resistirse, todavía testaruda. Pero poco a poco, sus hombros se distendieron y las manos antes ubicadas en su pecho —tratando de separarlo de ella— subieron hasta su cuello, apenas apoyándose allí. Cuando Chase se alejó la vio con los ojos cerrados y la boca medio entreabierta, y no supo si reír ante el gesto tan entregado o simplemente besarla de nuevo. Chi separó sus párpados y los ojos negros de ella brillaron con tonos chocolates, en los últimos reflejos del sol perdiéndose tras los edificios. Ya no tenía ganas de reír.
—¿Por qué? —fue lo único que dijo, pero él sabía a qué se refería y era una pregunta a la que todavía no le encontraba respuesta.
—Tal vez… —suspiró sabiendo lo mal —por no decir cursi— que sonaría eso—, es tiempo de caer como las hojas.
—¿Y crees que esa filosofía zen —y barata— será suficiente respuesta para contentar una chica asiática? —le dijo ella con una media sonrisa, entre el sarcasmo y la risa. Ahora sí tuvo que reír porque sintió que se veía en un espejo.
—Entonces no preguntes; tú llevas meses pensándotelo y todavía no tienes respuesta, ¿por qué la hallaría yo?
—Tienes razón —le respondió luego de un breve silencio y con una sonrisa pretenciosa—, tú no eres el listo de los dos.
—¡Hey! —se fingió herido, pero ninguno de los dos se creyó el cuento, estallando en carcajadas. Chase tuvo tiempo de preguntarse hacía cuánto que no se reía así, que no se sentía tan seguro al lado de alguien, siendo él, con sus defectos, con su mirada ofensiva, con su simple ser Chase. Tal vez nunca encajara en ninguno de los frasco de Chi; tal vez nunca pudiera ponerle nombre a sus síntomas, ¿pero acaso importaba?—. ¿Qué quieres hacer? —le preguntó.
—Hoy duermo aquí, ¿recuerdas? —contestó sintiendo su cara arder, esperando no ser demasiado impulsiva, ni estar acelerando las cosas. Chase no se sintió presionado y no pudo evitar sonreír puesto que su pregunta no era sobre eso.
—Pues primero deberías decidir qué vamos a cenar. Tanto ejercicio me dio hambre.
—Y tú me debes mi medio kilo de helado —agregó ella, al recordar la apuesta que habían hecho, aunque sólo era una excusa para cambiar el tema. Hacía frío; aunque el otoño mantenía todo en sus tonos, ya comenzaba a darle paso al invierno y sus temperaturas. Aún así ella quería comer helado y Chase estaba seguro de que su garganta no se lo agradecería luego. Pero un trato era un trato. Miró hacia la oscuridad de la calle y notó una brisa viniendo de allí. Debería cerrar la ventana ahora.
—Estaba esperando que no te acordaras —le dijo mientras se separaban, y ella comenzaba a juntar el Twister del suelo.
—Uno nunca se olvida de un helado —contestó Chi, como si fuera la cosa más natural del mundo. Chase supo no contradecirla.
—Entonces… ¿pizza y helado?
—Tú sí que me conoces, compañero.
—x—x—
Bajo la excusa de que la noche era de ellos, decidieron darse el gusto y pedir la pizza a la meca de todas las pizzerías cuyo precio era proporcional a su sabrosura. Mañana tal vez se arrepentirían, pero su estómago por el momento les daba las gracias. Ahora que ya habían comido, se habían sentado en el sofá del living a ver una película, mientras Park se dedicaba a bajar golosa su medio kilo de helado de chocolate y frutilla. Sintiéndose el más cuerdo de los dos y sin tener ganas de ver sufrir a su bolsillo más de la cuenta, Chase decidió pasar de él, comprando sólo la porción de Chi. Ella lo había mirado como si le hubiera salido una segunda cabeza, pero era mejor no decirle que no era tan amante del helado. Estaba seguro que la reacción no sería muy buena.
Las luces apagadas y la poca iluminación de la calle mantenían la habitación en penumbras salvo por los resplandores que salían de la enorme pantalla del televisor. Al no poder ponerse de acuerdo en cuanto a qué mirar de todo lo que había traído Chi, decidieron ver una que ya habían visto juntos hace unas semanas y que les había gustado bastante. Tal vez esa era una de las razones por las cuales Robert no estaba prestando demasiada atención al televisor y con la cabeza recostada en una de sus manos, veía de reojo como esa cuchara ingresaba a territorios a los que todavía no se le había sido concedido el acceso. Entraba, colmada de helado hasta el tope, se mantenía allí unos segundos y luego salía limpia para volver a repetir el proceso. Chase no se había dado cuenta, pero poco a poco, su boca había comenzado a copiar a la de Chi, abriéndose, imitándola, con unas tremendas ganas de saborear esos labios manchados de helado. El helado era lo de menos, pensó Chase, pero juraba que nunca se le había presentado más apetitoso.
Chi se giró y lo sorprendió en medio de su contemplación, mirándolo a su vez con una ceja alzada, sin entender del todo a qué se debía el gesto obnubilado en su rostro.
—¿Quieres un poco? Te dije que ibas a querer —le picó, luego de unos segundo de cavilación, pensando que aquella era la razón.
Park no lo había hecho a propósito, pero su frase había sonado bastante parecida a su memorable «Quieres un poco de esto», que hizo que Chase estallara en risas nuevamente ante una muy extrañada Chi que volvería a mirarlo como si estuviera loco.
—Tienes razón, al final sí quiero.
Ya había perdido la cuenta de las veces que había abordado el cliché en lo que iba del día pero no había tiempo para sentirse avergonzado cuando la boca que lo recibía se mantenía dulce y fresca contrastando con la suya y con la lengua celosa que ahora pedía paso a la de Chi. Sorprendida o no, ella no tardó en poner toda su atención en el beso, disfrutando como Chase del contraste. Por poco y se olvida del helado que todavía llevaba en las manos, pero él fue más rápido, quitándoselo y colocándolo en la mesita ratona a su costado, sin perder contacto en ningún momento, gracias a la experiencia ganada en los últimos meses; no que le fuera a decir nada a ella.
Liberados ahora, los brazos de Park se acomodaron sobre los hombros de Chase. El beso continuaba así como la película que ahora llegaba lejana a sus oídos. Era un beso lento, casi de reconocimiento. De vuelta, no había violencia pero sus cuerpos reaccionaban ante las caricias de sus labios. Chase llevó una de sus manos a la espalda de Chi y la otra hasta su mejilla, acercándola más a él sin encontrar resistencia de parte de ella. A diferencia de lo acostumbrado, Chi se mantenía bastante pasiva, pero no por eso menos receptiva. El otoño se había fugado de sus cuerpos, como así el invierno y la dulzura de un helado que hacía rato se había esfumado de su boca. Hacía calor, un calor intenso que revolvía sus estómagos y cosquilleaba en la punta de sus dedos, deseosos de más contacto. Pero había calma, mientras la ropa daba signos de estorbo, y los dos se miraban a los ojos, como en una especie de sueño. Era la única explicación plausible, ahora que la necesidad de juntar piel con piel se volvía eso: una necesidad.
Tal vez tuvieran razón; tal vez nunca encontraran una palabra con la que definir su lazo. Pero a veces las palabras sobran; a veces la gente piensa demasiado cuando simplemente debería dejarse ser. Chase entendía eso, después de años bajo el cuidado de algo más grande que él y Park necesitaba comenzar a hacerlo siendo esta tal vez, la mejor oportunidad.
Callados, escuchando lejano el ruido de una calle solitaria y bañados de la luz azul del televisor, sus cuerpos se desnudaron a sus ojos y se cubrieron de manos curiosas. Las sensaciones se entremezclaban mientras se descubrían y redescubrían, lamiendo cada herida imaginaria que los había llevado hasta ese lugar, hasta ese día, sobre ese sofá que los acunaba.
Chase la recostó con más delicadeza de lo que alguna vez se creyó capaz, ahora que sus ojos veían la fragilidad de ese cuerpo pequeño. Chi no trataba de taparse y aquello le daba una cierta inocencia que, nuevamente, él no podía poner en palabras. Lo tenía tomado de los hombros, mientras él bajaba hasta su pecho y aspiraba ese aroma a otoño y fresas, mezcla del ambiente húmedo de la calle y el helado que había tomado. Su nariz rozó la piel en la hondonada entre sus senos y la sintió sacudirse en un delicioso y contagioso escalofrío. Bajó su boca y plantó un beso allí. Y otro, y otro, y otro. Él sabía que no era el primero en colmar su piel de besos; no eran niños. Pero se sentía uno, mientras la escuchaba reír entre suspiros mal dados, mientras esas pequeñas manos tamborileaban en su espalda o pasaban al ras de su pelo. Corrió sus labios hacia la izquierda y atrapó entre ellos la areola oscura que se endureció con su toque, sus dedos viajando al sur, descubriendo a su paso lo erizado de su piel. Una humedad cálida lo recibió allí en aquel primer encuentro íntimo. Chase succionaba con lentitud, sintiéndola latir allí, debajo de él, en su boca, en sus dedos. Pequeños jadeos jugando en sus oídos, el ruido del sofá ante sus torpes movimientos.
Abrió los ojos que habían sido cerrados en algún momento y la miró, como si fuera la primera vez que la miraba. Y ella lo miró también, con sus manos en sus hombros, con el pecho florecido, las piernas entregadas a él. Los dedos de Chi fueron bajando, hasta posarse sobre la pequeña cicatriz en su pecho. El toque lo hizo temblar, imágenes de aquel accidente pasando a toda velocidad por delante de sus ojos. Y ella lo notó, sonriéndole con la timidez de quien no sabe qué hacer, cerró sus ojos y levantó su cabeza hasta que sus labios, pequeño y fríos, hicieron contacto con aquel pequeño pedazo de memoria impreso en su piel. Todo su cuerpo hirvió con ese beso, como si una reacción química se hubiera desatado por su culpa. Chi nunca sabría cuánto control tenía sobre él, pero en ese momento Chase no podía esperar más.
Sin querer romper aquella extraña y delicada atmósfera que los había atrapado, sin querer pensar demasiado lo que estaba pasando allí, Chase la besó de nuevo, dejándose llevar por la sensación de sus pieles al juntarse. La acercó hasta acunarla en sus brazos y la levantó sintiéndola liviana, demasiado liviana, mientras sus pasos ciegos los dirigían hasta su habitación, hasta la cama en la que todo quedaría descubierto.
La tendió sobre las sábanas, desnuda como estaba, mostrándose mujer y niña, amiga y tal vez algo más. Con más torpeza de la acostumbrada, sacó de su mesa de luz lo que estaba buscando. Chi, que había seguido el movimiento de sus manos, se ruborizó al ver lo que traía entre sus manos, como si fuera la primera vez que se encontraba en una situación así. Como si los años de medicina, los años conociendo el cuerpo humano, sus funciones, enfermedades y reacciones se hubieran esfumado de su cabeza.
Y todo se borró de su cabeza, cuando lo sintió adentrarse en ella, suave, demasiado suave para ser Chase, delicado como una brisa tibia acariciando su interior. Todo se esfumó para ella, quien había creído conocer lo que era el acto de amar, o lo que era juntar dos cuerpos por el placer de hacerlo y nada más.
Se abrazaron, mejilla contra mejilla, la frente en el hombro del otro, los brazos alrededor de sus hombros, juntos, muy juntos. El movimiento de sus cuerpos acunándose uno encima del otro, revolviendo sábanas, crujiendo la madera de la cama. Los jadeos se imprimían sobre sus pieles y en sus oídos, erizándolos. Cerraron los ojos pero se veían tras los párpados, se sentían en sus palmas y en los besos que se daban por aquí y por allá. Chase aumentó la velocidad, sintiendo que perdía el control de la situación, como cada vez que estaba con Chi. Sus vientres se urgían en una carrera sin meta, sus pechos se rozaban mandando descargas a sus lenguas que trastabillan en encuentros fallidos en la boca de ella, o en la boca de él. Perdidos los límites, ninguno de los dos sabía dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro.
Y así, en silencio, con el aire escapando de sus bocas como sus mentes se habían escapado de sus cuerpos hace instantes, ambos se dejaron ir, terminando hechos una maraña de brazos y piernas, sudorosos pero sin importarles el caos luego de haber alcanzado el sol con la punta de sus dedos.
Luego de que Robert rodara de su posición sobre ella, se quedaron quietos, tratando de recuperar su cordura y aliento. Las palabras sobraban, o simplemente se sentían demasiado cohibidos ahora que comprendían lo que había pasado allí, esa noche que había prometido ser como cualquier otra noche entre amigos.
Que Chase se quedara sin palabras en la presencia de la menuda mujercita ya comenzaba a perder novedad. Sin embargo, desearía poder decir algo, que explicara su comportamiento. ¿Era demasiado pronto decir que la amaba?
—¡Ah!
El grito de Chi lo asustó, girando rápido todo su cuerpo hacia ella, se levantó para mirarla, dispuesto a diagnosticar cualquier cosa que pudiera estar sucediéndole.
—¡Chi!, ¿estás bien?, ¿te duele algo? —le preguntó, preocupado, teniendo fresco el recuerdo de otro día parecido a éste que había terminado en el hospital.
—¡Mi helado!
El grito de Chi, lo dejó mudo, sin saber si reír, llorar o enojarse por preocuparlo así. Pero así era ella, no había comparación ni vara con la que medirla.
—¡Me debes un helado Robert Chase! Pensar que me has hecho desperdiciar mi preciado helado —lo miró, señalándolo acusador con su pequeño dedo índice—. Siéntete importante, pero eso no te va a librar de comprarme otro.
Chase al fin optó por reírse, guardándose de decirle algo. A pesar de que estaba seguro que verla comer helado de nuevo, terminaría teniendo un resultado parecido al de recién.
—Creo que comienza a gustarme el helado.
Y por suerte Chi no entendió lo que quiso decir.
