-Yo la amaba- pensaba Inuyasha en su vigésima cuarta primavera, miraba los autos, a las personas, todo seguía igual, mientras el sentía que la vida se le iba a pedazos el resto del mundo seguía igual.

-prueba uno, te hará mejor que fumar- era un dulce, giró el rostro para ver quien era la persona que estaba interrumpiendo sus pensamientos, una joven, le recordaba a una escena de alguna película romántica, en donde el protagonista está deprimido y encuentra al amor de su vida en la banca de un parque, un cliché, pero eso no pasa en la vida real.

-no te da miedo hablarle a un extraño- su voz sonaba cansada

-no eres un extraño, veo que no me recuerdas- dijo mientras sonreía divertida, el comenzó a examinar el rostro de la joven intentando recordar quien era, tal vez era una broma.

-No te conozco, mira si esto es una broma mejor ahórratela porque- Inuyasha no pudo terminar de hablar porque la joven le puso es caramelo en la boca y luego lo abrazó

-es gracioso que no me recuerdes Inuyasha, te vi algo pensativo por eso me acerqué, pero no te lamentes tanto, a veces nos toca caer y deja de fumar, piensa en los árboles y los niños con asma- antes de levantarse, la muchacha despeinó un poco la cabellera del joven para luego seguir por su camino

Inuyasha se había quedado sin habla, ella sabía su nombre pero él no la recordaba…

-¡Kagome Higurashi!- vaya que había cambiado, la había conocido en un curso de piano cuando tenía ocho años, no podía creer que ella aún lo recuerde. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no se había dado cuenta que llevaba cerca de cuatro horas en aquella banca del parque.

Inuyasha sé que aún estas dolido, pero no crees que ya es hora de que comiences a escribir, tienes muchos retrasos con los manuscritos- habló un hombre alto de cabellos negros y ojos azules

Inuyasha caminaba en forma circular dentro de la oficina, su cabellera plateada se movía graciosamente con cada paso que daba –no puedo- fue la única respuesta que dio –no tengo nada que escribir, mi mente está en blanco, Miroku-

-Deberías aprovechar los sentimientos que tienes ahora para escribir algo realmente bueno, sé que puedes- el editor estaba por perder la paciencia llevaba más de una hora intentando convencer al joven escritor para que trabaje.

-No siento nada Miroku, estoy vacío, ella era mi inspiración-

-Inuyasha, necesitas salir, deja de encerrarte en este lugar, no puedes continuar así, yo sé que la amabas pero el mundo sigue girando, la vida no se ha ido-

-muy aparte de ser tu editor, soy tu amigo y no es saludable que estés encerrado tanto tiempo, vamos hoy a tomar unas copas-

-No estoy muy seguro de que sea lo correcto- el joven se detuvo mirando fijamente una fotografía que se encontraba en un pequeño marco sobre el escritorio, solo bastaron unos segundos para que un mano tape la fotografía y la coloque hacia abajo.

-no debería tener eso ahí-

-no me pidas que la olvide- su mirada se tornó seria y sus dorados ojos tomaron un brillo diferente

-tranquilo, solo cámbiate-

Aún no estaba muy convencido con la idea, pero tampoco quería estar encerrado todo el día, miraba a través de la luna del auto de Miroku las calles de la ciudad, mientras cantaba mentalmente drive de los incubus y se sentía parte de un videoclip.

Llegaron a un bar llamado Azul oscuro y se sentaron en unos sofás negros, mientras esperában a que les trajeran sus respectivos tragos.

La música era algo extraña, era una banda en vivo al parecer no muy conocida, intentó buscar a la dueña de la voz, no le sorprendió mucho que fuera Kagome Higurashi, después de todo, su voz no había cambiado en nada.

Ella también lo vio y lo saludó muy entusiasmada agitando una de sus manos.

-¿la conoces?- preguntó Miroku algo interesado

-al parecer sí- respondió de forma desganada