Disclaimer: Doctor Who no me pertenece, si lo hiciera Rose aun viajaría con él. No gano nada con este fic mas que calmar mis feels. Disfruten.

N/A: El Doctor les dio el trozo de coral de la TARDIS al final de la cuarta temporada.

Capítulo I

Reencuentro

Sintió como si hubieran cortado de raíz esa silenciosa conexión que, por muy buenas razones, mantenía relegada al fondo de su mente, era poderosa y le recordaba lo que había perdido meses atrás en la bahía de Bad Wolf.

El Doctor trastabilló y cayó sin mucha ceremonia sobre el asiento frente a la consola de la TARDIS. Aquella desconexión significaba una sola cosa y, a pesar de lo que implicaba, un gran y único aterrador pensamiento cruzó su mente.

Rose estaba sola y en peligro mortal.

Sin previo aviso las luces de la TARDIS se encendieron, los controles empezaron a moverse por su cuenta, las palancas se balanceaban, los diales giraban y los botones se apretaban y soltaban casi a un ritmo establecido.

— ¿Qué? —jadeó el Doctor alzando una ceja.

La TARDIS susurró con preocupación y altanería en el fondo de su mente.

— ¡Oye! Era lo último que necesitaba escuchar—bufó aferrándose al asiento.

Con un sonoro golpe la TARDIS aterrizó, las luces parpadearon con rapidez, instando al Doctor a darse prisa. Éste se puso en pie, con una mano en su cabeza y caminando en eses, jamás admitiría que hizo tal cosa, se acercó a la puerta y abrió.

El panorama más desolado y desgarrador se abrió paso hasta sus ojos, bajo un cielo imposiblemente gris, un viento frío y cortante y una atmósfera enrarecida con el olor a la muerte, miles de TARDIS de muchas formas, tamaños y colores, se encontraban desperdigadas a lo largo y ancho de toda la superficie e incluso más allá.

—El cementerio de TARDIS en el Fin del Tiempo, ¿Por qué me has...? Oh. Oh no—aquella era la prueba final, la guinda del pastel, la confirmación a su malestar. Comenzó a correr, usando su capacidad visual al máximo, de nuevo la vida de la persona más valiosa, en toda su existencia, estaba en peligro. No muy lejos detectó un destello de azul, un azul moribundo, corrió hasta las puertas de la TARDIS del universo paralelo y posó una mano sobre la madera del exterior, sobrecogido por la familiar compañía de la culpa. ¿Por qué había dejado ese trozo de TARDIS en manos de su meta-crisis y Rose?

—Lo siento—susurró al notar la agonía de la nave, se permitió unos segundos de autocompasión necesitaba prepararse para lo que sabía encontraría al abrir las puertas—. Me haré cargo desde ahora—acarició la madera hasta llegar a la cerradura, introdujo su llave y abrió sin demora, luego pensaría en teorías que explicaran porque pudo abrir.

Ahora lo más importante yacía sobre el suelo oscurecido de la sala de control. El cabello rubio de Rose se extendía a ambos lados de su rostro, cubriendo el pecho de su otro yo.

Sin acercarse a comprobar sabía que estaba muerto. Lo sabía desde que aquella sensación de perdida lo atacó minutos antes. Con paso trémulo se acerco a la pareja, sin saber si debía negarle a sus corazones la oportunidad de mantener la esperanza.

—Rose—llamó con suavidad, tocando el hombro de la mujer que nunca había dejado de amar, las yemas de sus sensibles dedos captaron algo de calor humano, quizás aun había una esperanza, quizás ella no estaba... no podía estarlo.

Tragando saliva con fuerza deslizó los dedos hacia el cuello de Rose, el pulso débil y rápido no eran la mejor de las señales pero era suficiente. Olfateó y sólo capto la suave esencia de la sangre de su clon, muy poca cantidad para haber sido la causa de su muerte, olfateó de nuevo y captó el picante aroma de la radiación de un disparo Dalek. Bien, Rose estaba viva y a salvo, en esos instantes era por lo único que debía, y podía, preocuparse. Se sintió culpable por tan egoístas pensamientos, pero sólo durante unos instantes.

Deslizó con cuidado los brazos sobre y por debajo de Rose llevándola hasta su pecho, tenía que sacarla de ahí antes que su TARDIS muriera.

—Gracias—susurró a la madera al cerrar la puerta tras de si—.Gracias por resistir y mantenerla con vida—apoyo la frente sobre la fría superficie, concentrándose en enviar calma y sosiego a la nave—.Descansa, amiga.

Con un cansado suspiro la TARDIS apagó el último de sus sistemas, cerrando sus puertas para siempre, manteniendo así, en su interior a su Señor del Tiempo humano para siempre.

Con paso rápido el Doctor alcanzó su propia TARDIS, la atmosfera triste, opresiva, enrarecida y enfermiza de aquel planeta ubicado en los confines de los universos y el tiempo no era la mejor para él, y por ende, para Rose.

—Resiste—susurró en su coronilla—.Estas conmigo, Rose, resiste.

La TARDIS cerró sus puertas y se envió por su cuenta al vórtice temporal nada más tener al Doctor y a Rose en su interior. Aquel planeta era el último lugar en el que deseaba estar.

—Lo se—dijo el Doctor hacia la columna central—. A mi tampoco me gusta ese lugar.

El Doctor abrió la primera puerta que encontró en el pasillo, necesitaba la enfermería y estaba seguro que la TARDIS se la daría.

—¡Por favor! —en su lugar la puerta daba a su habitación, rodando los ojos trató de volver sobre sus pasos pero la TARDIS cerró la puerta a cal y canto.

—Bien, entendí, es un buen lugar—apartando las sábanas azules dejó a Rose sobre su cama. Ahora que tenía tiempo podía perderse en la dicha de observar sus facciones, aquellas suaves facciones rosadas que tanto había extrañado. En cuanto pudo apartar la mirada de su rostro notó el anillo de oro que portaba en el dedo anular de la mano izquierda. ¡Se había casado! Aquella noticia generó sentimientos encontrados en su interior: celos, alegría, tristeza, amor y con ello vino la aterradora pero posible verdad.

El anillo demostraba un matrimonio humano, pero su otro yo compartía rasgos gallifreyanos. Quizás también había desposado a Rose de esa manera.

—No, no no—gimió pasando las manos por su cabello, aun en su planeta las parejas difícilmente sobrevivían a la muerte de su cónyuge, el vacío mental y el dolor originado muchas veces derrumbaba los muros de control de incluso las mentes más brillantes y fuertes. Aun si su contraparte había enseñado a Rose a construir esos muros -era su deber, tenía que enseñarle como preservar su privacidad-, estos no serían lo suficientemente fuertes para salvar a Rose.

—No—susurró al escuchar el corazón de Rose latir aun más débilmente. Sólo quedaba una salida, una oportunidad, era una suerte que él y su meta-crisis fueran casi idénticos en todos los aspectos—. Aquí estoy yo, yo puedo, éramos iguales, yo puedo salvarte, Rose.

Tomó asiento junto a Rose y colocó sus dedos sobre ambas sienes. Cerró los ojos e ingresó a la mente de Rose. La salvaría aun si ella no deseaba ser salvada.

Nada le hubiera preparado para lo que encontró al llegar.

Un caos absoluto reinaba en lo que otrora era la mente más brillante y rozagante que el Doctor había tenido la dicha de visitar, las puertas se abrían, se derrumbaban y se quemaban con el fuego más brillante, ardiente y letal que alguien jamás llegaría a ver. Tratando de no ver tras las puertas el Doctor se encaminó hasta el centro de la mente de Rose, tenía que restablecer el vinculo, sólo así la salvaría.

La calidez lo invadió al atravesar los últimos escollos del escudo mental de Rose. Su brillante esencia latía débilmente, apagándose a cada segundo. El Doctor extendió su mente preparándose para formar de nuevo el vinculo cuando la voz de Rose le detuvo:

"¿Doctor?"

Su tono era el del reconocimiento, Rose sabía que él no era su Doctor medio humano, ¿Cómo podía formar un vinculo así? ¿Acaso es lo que ella quería? Su anterior resolución por salvar la vida de Rose, aun a pesar de si ella no quería ser salvada, flaqueó.

"Todo estará bien, Rose" susurró el Doctor recordando que no tenía porque ser un total y descarado egoísta, podía serlo solo parcialmente, podía calmar la mente de Rose durante unas horas con un vínculo temporal. No tenia porque cargar la mente de Rose con algo que seguramente ella no deseaba. Él no era su meta-crisis, él era El Doctor, el se regeneraba, tenía dos corazones y una vida casi infinita.

"Doctor, no..." podía escuchar la voz de Rose rogándole, ¿El qué? No estaba interesado en saberlo, su prioridad era salvarla, no consentiría el perderla por tercera y ultima vez.

"Relájate, todo estará bien", mintió para luego enviar un gentil empujoncito psíquico a Rose, alentándola a tomar un necesario descanso sin pesadillas.

Cuando Rose despertó horas después la cabeza le daba vueltas, parpadeó algunas veces, confundida por las luces que brillaban en una de las paredes de madera oscura, no la reconocía -debía de ser alienígena-, de la habitación. La ultima vez que había visto la TARDIS ésta se encontraba opaca, sin brillo, muriendo al igual que ella y su...

— ¿Doctor? —un suave apretón en su mano la hizo desear girar la cabeza, su esposo estaba muerto, ella debía de estar muerta también, era el riesgo de contraer un vínculo mental permanente y había accedido a ello gustosa.

El silencio se hizo durante unos segundos, creciendo en incomodidad.

—Rose, mírame—aquella voz implorante e infinitamente dolida rogaba por su atención.

¿Cómo podía verlo a la cara? ¿Cómo si ella le había abandonado por su versión permanente y humana? Él lo había dicho, no era un hombre que daba segundas oportunidades y ella no merecía su compasión.

—Rose, lo siento, lo siento tanto—un peso repentino hundió la cama al lado de su mano, el cabello desordenado y en punta de el Doctor le hizo cosquillas.

Eso era tan típico del Doctor, disculparse por todo, aun si él no tenia la mas mínima responsabilidad en los hechos.

—La tengo, soy culpable de la muerte de tu esposo, nunca debí obsequiarles esa semilla de TARDIS, soy culpable de la destrucción de tu futuro, de la pérdida de tu familia y soy culpable de lo que tengo que hacer ahora para mantenerte con vida.

Rose no dijo nada, mientras digería las palabras sintió los dedos de el Doctor en sus sienes, enseguida su atormentada presencia llenó la profundidad de su mente, sosegando el ligero dolor sordo y la ansiedad de los cuales no había sido consciente.

—Es un vinculo temporal, mi mente es idéntica a la de tu esposo, ello me permite engañar a la tuya para hacerle creer que aun están vinculados permanentemente—explicó al romper el contacto—.Debo hacerlo cada ocho horas o podrías morir.

Eso explicaba porque el Doctor había estado contestando a sus pensamientos, no lo había notado antes debido a la confusión y a los sentimientos que se arremolinaban en su interior. Avergonzada, Rose subió sus escudos a toda prisa.

El Doctor malinterpreto la acción y se alejo de su lado. Lo sabía, Rose no le quería cerca, seguramente deseaba haber muerto al lado de su esposo, como una pareja humana normal, había hecho bien al no formar un vínculo permanente

—Lo siento, lo siento, no podía...yo—trató de explicarse.

—Doctor—finalmente Rose volteo a verlo, aquella figura alta y delgada, con el cabello de punta y ojos antiguos que jamás creyó volver a ver con vida, estaba de pie al otro lado de la habitación, pegado a la pared como si deseara atravesarla con la espalda, o en su defecto, escalarla.

—Rose.

Esta vez consiguieron reunirse sin que ningún Dalek disparara a mitad del camino. El único incidente digno de mención fue el enredo de Rose con las sabanas y su mareo, lo cual provoco que terminara en brazos del Doctor con demasiado ímpetu.

—Lo siento—dijo entre risas nerviosas, sin embargo no se disculpaba por el choque—. Creí que nunca volvería a verte, que tú nunca me perdonarías, que...—la risa nerviosa se convirtió en risa histérica y de ahí pasó a un llanto desconsolado que partió los corazones del Doctor en sus átomos componentes.

—Rose, no tienes nada que lamentar—con infinito cuidado el Doctor se incorporó llevando consigo a Rose. La sentó en su regazo y permitió que balbuceara disculpas y frases inconexas contra su hombro. Podía simplemente leer las palabras y sentimientos que escapaban de sus primitivos escudos mentales, pero no seria correcto.

El Doctor espero hasta que el silencio invadió de nuevo el lugar, podía decir que Rose se había dormido por la suavidad y lentitud de su respiración. Dudoso alzo una mano, quería eliminar las pesadillas de sus sueños, pero no seria lo mas sano. Rose debía de lidiar con muchas cosas aun y quitarle las pesadillas no le ayudaría a superar lo vivido.

La alzo en brazos y la llevo hasta la cama, trato de dejarla bajo las sábanas pero el agarre de Rose sobre su traje no cedió. Podía darle eso que él secretamente también deseaba. Sin deshacerse de sus converse se recostó bajo las sabanas, Rose suspiró y se movió buscando comodidad sobre su cuerpo y el colchón.

—Descansa mi Rose—con suavidad beso la coronilla de Rose, apenas un roce de sus labios, no quería complicarlo todo aun más.