Katramatsu

De Osomatsu a Totty, todos durmían en su respectivo lugar en el futón. Las respiraciones se regulaban a diferentes ritmos y ninguno de los chicos avisaba con despertarse antes de su hora normal. El más inquieto de los seis era Jyushimatsu, ocupando parte del lugar de Ichi y Todomatsu al estirar las manos y dar vueltas sobre ellos: era un torbellino que jamás iba a deshacerse.

Por la ventana se veía la luna en lo más alto, plena, mostrando su redondez con su brillo de plata. A su lado, bailaban las estrellas, vivas o muertas, que importaba, su luz aún no se extinguía, seguía viajando por el espacio.

Afuera maullaban los gatos y revolvían los botes de basura para hallar comida o por defender su territorio. Algunos se paraban en la ventana, rasgando el cristal para pedir atención de Ichimatsu que los cuidaba sin fijarse si eran los que vivían con él o de la calle.

Se escuchaban los ruidos comunes de la noche: los gatos, los hombres de la basura, las ambulancias a lo lejos, algunos carros sin destino conocido. El efecto dopler se perdía hasta quedar el silencio. Los hermanos no se despertarían, conocían el entorno; vivían con él desde siempre. Era natural. Era parte de sus vidas.

Uno de los gatos rasguñó el cristal y se restregó en el mismo, ronroneando. Otro más se paró juntó a él y maulló. Los gatos jugaron entre ellos, siendo pacientes de que el humano despertase para darles algo de comer y un poco de cariño.

Ichimatsu abrió con pereza los ojos, y se sentó en el futón, quitándose de encima el brazo de Jyushi. Por unos instantes, miró al frente, sin saber donde se encontraba. El sueño aún seguía gobernándole los ojos. Se puso de pie y abandonó la cama para ir a buscar la comida de sus gatos. A diario tenía que buscar escondites nuevos para que sus hermanos no se comieran las botanas de calamar. De reojo miró que ninguno estuviera despierto y se fue directo a las cosas de Karamatsu, al cajón de los pantalones con brillos. Nadie se atrevería a revisar allí, bastaba con ver la extravangancia de su hermano una vez por semana para no querer mirar más lentejuelas por el resto del año. Ichimatsu removió algunos pantalones y hasta el final, halló la bolsa de botanas. Acomodó todo y se fue al tejado.

Los gatos no entraron. Esperaron a Ichimatsu sin dejar de jugar y correr. Cuando apareció, se huntaron entre sus piernas, logrando que el chico caminase con dificultad y tuviera que ir más lento que de costumbre. Se tropezaba, pero nunca pisaba a los animales, le prestaba suma atención en donde ponía los pies. Se sentó en la oscuridad, y abrió la bolsa de botanas. A cada gato le dio un puño de calamares. Eran los mismos felinos de siempre: el blanco con un oreja incompleta y su compañero amarillo con cara de pocos amigos. Los acarició detrás de la oreja siendo tímido cuando los gatos le mordían los dedos y le ronroneaban. Para Ichimatsu, eran las criaturas más sinceras que podían existir.

—El agua...— dijo al acordarse de que podrían tener sed, y se encaminó de regreso a la habitación para ir a la cocina.

Los gatos lo siguieron hasta el límite del cuarto observando con curiosidad al humano.

Sin embargo, Ichimatsu se quedó en el marco de la ventana, con una pierna adentro y otra afuera. Estático.

Los felinos salieron corriendo al final del tejado y alzaron las orejas, pendientes de lo que ocurría.

—Brotha, ¿qué harías si yo fuera un gato?— Karamatsu estaba en pijama, algo adormilado de cara, pero sus movimientos eran equilibrados. Sostenía a Ichimatsu de los hombros y lo miraba fijamente, entregándole toda la atención que se podía permitir.

Ichimatsu no podía entrar o salir de la habitación, sus movimientos estaban pausados por la presencia de su hermano mayor. Tuvo que escapar de su mirada y morderse los labios. El corazón le retumbaba en los oídos. No le gustaba que lo observasen tanto.

—No sé— Ichimatsu respondió antes de quedar mudo.

—Would you love me like them?— Karamatsu lo tomó de la mano y se la besó. Era un romántico perdido de época o un exagerado para cualquier circunstacia.

Ichimatsu tembló de pies a cabeza, y las mejillas se le llenaron de color, superando a sus remarcadas ojeras. No supo con exactitud que decía su hermano, lo único que llegó a traducir fue "love". La palabra se hundió en su corazón como un pozo.

—Déjame...— respondió Ichimatsu y rompió el agarre. Con todos los nervios del mundo pasó a un lado de Karamatsu.

—Me vas a amar como si fuera un gato— Karamatsu le dijo y se atrevió a besarlo en la mejilla. A cambio recibió un puñetazo en la nariz que lo mandó a dormir de nuevo.