Disclaimer: todo lo que reconozcáis, los personajes y demás pertenecen a Stephenie Meyer y su editorial. Me quedaría con Emmett para mí solita, pero Rosalie me arrancaría la cabeza, so... Nada de esto nace con ánimo de lucro, así que no me sacará de pobre.

Shortfic de sólo dos capítulos, que funcina como complemento de mi fic "Benditos Olvidadizos". Es el POV de Emmett y estaría encuadrado a la par que los capítulos tres y cinco. También quiero avisar de que se puede leer perfectamente de manera independiente; no son necesarios entre sí. Y este era el que más ilusión me hacía. Recomendación musical: "Space dementia" de Muse.

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I. Decepción

Jasper y yo estábamos regresando a casa de Tanya después de un par de días de caza por los alrededores.

Preferimos no alejarnos demasiado más que nada por cómo estaba en aquellos momentos la situación en nuestra familia.

No era agradable recordarlo. De hecho, trataba de olvidarlo con rapidez, pues cada vez sentía que el dolor por la pérdida se incrementaba en mi interior. Bella me caía bien, era simpática y muy graciosa, como una muñequita torpe y algo diabólica, pero lo sentía con mayor profundidad por mi hermano. Edward la amaba de verdad y no podía tan siquiera imaginarme cómo llegaría a sentirse si se enterase de aquello. Seguramente, no volvería a ser el mismo.

Por eso no quise alejarme mucho de Rose; ahora estaba sola, con Tanya y los demás pero sin ninguno de nosotros, y sabía que no lo estaría pasando demasiado bien. La conocía lo suficiente como para saberlo. Además, en su preciosa cabecita seguramente no haría más que dar vueltas al asunto, y prefería dejarlo estar. Era mejor que removerlo hasta conseguir que nos salpicara a todos.

Pero en el fondo fue algo inevitable, imaginé.

Jasper iba demasiado callado, la marcha de Alice no le había sentado especialmente bien.

—Alegra esa cara, hermano —le dije a la vez que le daba un golpecito en el hombro. Giró la cabeza hacia mí y me lanzó una mirada furibunda, ni siquiera me contestó—. Venga, no seas tan aburrido. ¿Sabes? No es nada divertido estar así.

—Vaya, perdona que no esté montando una fiesta de despedida para Alice —dijo entre dientes.

—Bah, no seas exagerado. Seguro que mañana ya está aquí y podéis jugar juntitos.

—Emmett… —quizá me estaba avisando, pero yo pasé de él. Evidentemente.

—¿Qué?

—Que te calles. Mira los pájaros y a mí déjame pensar, ¿de acuerdo?

—Te echo una carrera. De aquí a la rivera, ¿qué te parece?

Sólo intentaba distraerle, joder, ni que fuera algo tan perverso. Es que me miró con una cara… que habría sido digna de verse porque si hubiera podido, me habría devorado con la mirada.

Después de eso, ni se inmutó. Continuó caminando como si nada, ignorándome. Eso me cabreó, así que decidí incordiarle esta vez a propósito hasta que echó a correr y yo di por hecho que había aceptado mi proposición de la carrera.

Al final acabé adelantándole y llegando yo primero al punto que, más o menos, le había dicho que fuera la meta. Y se quedó mirándome de manera significativa.

—¿Estás contento ya?

—Mucho —inflé el pecho, llenándolo de aire. Y empecé a reírme.

—No tengo ganas de bromear ahora, Emmett. Sólo quiero regresar a casa de Tanya.

—¿Por qué? ¿Te encuentras… mal? —le pregunté, sintiéndome confuso. No sabía qué hacer, era imposible que se sintiera mal físicamente. Y si era de manera emocional, yo estaba perdido. No iba a darle un abrazo para consolarle.

—No, estoy perfectamente —parecía reticente. Probablemente no quería contarme lo que le pasaba—. Es sólo que, bueno, no es más que un presentimiento.

—¿Crees en esas tonterías de los presentimientos? –cuestioné, alzando una ceja.

—Sí —me contestó tajante.

Vale. Jasper era así. Cuando no le quería dar más vueltas a lo mismo, te lo decía claramente y sin dejar paso a que tú le dieras la vuelta y siguieras maquinando sobre ello. Además, te dabas cuenta de la razón que tenía y ni le rebatías la opinión, porque en el fondo tenía las de ganar y los sabías.

Estiré los brazos de manera instintiva y le di un golpe a uno de los árboles, que se tambaleó entre los demás. Jasper se me quedó mirando, pero yo no pude evitar echarme a reír. Hasta que escuché algo en la lejanía, un sonido que por mucho que otros no lo notaran yo jamás podría obviar.

—¿Rose? —murmuré en voz muy baja—. Jasper, ¿has oído eso?

—¿El qué? No estaba prestando atención, lo siento. No he oído nada.

Quizá había sido mi imaginación. Cuando no estaba con ella solía tener alucinaciones varias y era probable que ese fuera el momento de una más. Sin embargo, me pareció extraño porque yo estaba concentrado en otra cosa, por una vez. Era imposible que hubiese imaginado el eco de la voz de Rosalie en ese instante.

Así que empecé a mover la cabeza de un lado para otro, intentando encontrar lo que estaba buscando en mi cabeza, alguna pista de aquel sonido.

No me hizo falta más, ya que volví a escucharla. Me estaba llamando, me pedía ayuda. Era Rose, mi Rose. Y necesitaba mi ayuda.

Me empecé a poner nervioso y agarré a Jasper del jersey, sin darme cuenta.

—Joder, Jasper, es ella —exclamé, y eché a correr en la dirección de la que provenía el sonido.

Ni siquiera me fijaba por dónde iba, ni tampoco necesitaba hacerlo. Mi instinto natural me guiaba entre los árboles sin necesidad de tener especial atención hacia ellos, era algo que salía solo e impedía que me estampara contra cualquiera de los troncos. Seguramente iba arrancando a mi paso alguna que otra rama molesta que se interponía en mi camino, puede que algún árbol entero, no estaba seguro, la verdad es que no me preocupaba precisamente de eso. Únicamente me interesaba encontrar rápidamente a Rosalie, que me llamaba de manera insistente y su voz sonaba lastimosa.

Aquello no me gustó nada, no era buena señal.

Pronto la vi, venía corriendo igual de rápido hacia mí. Parecía asustada. Ni siquiera nos paramos y la recogí entre mis brazos.

—Emmett, Emmett —seguía susurrando ella, totalmente azorada.

—Shhh, ¿qué pasa? —le pregunté yo, mientras le acariciaba el pelo.

A nuestro lado, Jasper estaba tan sorprendido como yo. Se mantenía de pie, seguramente sintiendo todo lo que Rosalie tenía en su interior y que yo ni siquiera era capaz de comprender en ese momento. Asimismo, ella no paraba de balbucear. Era incapaz de terminar ninguna palabra a derechas y no recordaba haberla visto así nunca.

—Despacio, Rose, respira —le dije, haciendo que alzara la mirada—. ¿Ya? Venga, tranquila, cielo.

—¿Necesitas ayuda, Rosalie? —le ofreció Jasper, ella ni le miró.

—¿Qué ocurre?

—Yo… no quería… no sabía que fuera a pasar esto. Lo juro. Yo sólo…

—Eh, preciosa, despacio —le pedí.

—Edward… —gimió, y se abalanzó sobre mí.

Habría caído de espaldas contra el suelo de no ser por mis reflejos, pero pude agarrarla antes.

No me gustó nada que el nombre de mi hermano saliera a colación en ese momento, no parecía un buen presagio. Aunque no sabía por qué. Supongo que sería uno de esos malditos presentimientos que decía Jasper.

No pude evitar que una mueca de dolor atravesara mi rostro al recordar a mi hermano y lo que le había ocurrido a su novia humana.

Pasaron varios segundos y Rosalie no volvió a decir una palabra. Estaba demasiado asustada y me lo estaba transmitiendo a mí. Por alguna razón, yo lo sentía como ella. Estábamos conectados. O es que sencillamente todo lo que a ella le preocupaba lo hacía conmigo también, por la misma causa.

Le dije a Jasper que se fuera a casa si quería, pero el rehusó la oportunidad. Prefirió quedarse allí con nosotros, seguramente por si Rosalie necesitaba ayuda.

Tembló entre mis brazos y me hizo fruncir el ceño, pues estaba empezando a inquietarme demasiado el no saber qué ocurría y, más aún, la actitud que estaba teniendo.

La tomé de los hombros y traté de apartarla un poco de mí para verle la cara. Sin embargo, ella se negaba, hacía fuerza en mi contra y yo no quería presionarla para no hacerle daño. Hasta que la moví como pude, a pesar de sus intentos por conseguir lo contrario.

Tenía el rostro contraído en un gesto extraño que la hacía parecer vulnerable, inocente.

—Eh, Rose, no me asustes más. Dime lo que te pasa —le pedí, entrecerrando los ojos ante su mueca.

—He llamado a Edward —dijo en un susurro que todos pudimos escuchar a la perfección.

No pude evitarlo, mis ojos se abrieron de par en par por la sorpresa inicial. Y estoy seguro de que mi cara reflejó algo más que eso: decepción. Profunda y total decepción.

—¿Qué has hecho, Rose? —traté de que mi voz fuera lo suficientemente reprobadora, sin dejar ver demasiado el dolor y la intranquilidad que aquella noticia suponían para mí. Pero creo que no lo logré.

—¡Rosalie! —gritó Jasper.

—Era absurdo, no podía más. Tenía que contárselo, era necesario. No me sentía bien mintiéndole —nos explicó, mirándome a los ojos.

Tuve que apartar la mirada, me sentía fatal. Aquello me pareció horrible debido a que todos habíamos decidido que lo mejor era mantener a Edward al margen de la noticia de la muerte de Bella, al menos por el momento. Era innecesario que lo supiera, y más aún por teléfono. Era demasiado impersonal y doloroso.

Pronto noté que Rosalie seguía ahí, arrodillada delante de mí, mirándonos alternativamente a ambos. Ninguno le decíamos nada. Yo me sentía herido y Jasper… bueno, no sabía cómo se sentía él, pero supuse que no estaba precisamente feliz. Parecía algo nervioso a pesar de su habitual templanza.

Alcé la vista hacia ella, que continuaba inexpresiva. Tenía la boca cerrada, apretada, y sus ojos podían no decir nada, pero yo estaba seguro de que intentaba decírmelo todo con ellos. Parecía una escultura, perfecta.

—Está bien, aceptamos que le hayas llamado —empecé, sin contar con ningún tipo de aprobación por parte de mi hermano—, ¿eso es todo? ¿Por eso te has puesto así? Me has asustado.

—No, en realidad no es sólo eso —dijo sin dejar de mirarme. Fruncí ligeramente el ceño, por la incertidumbre más que nada.

—Entonces, ¿qué es lo que pasa, Rose? Edward no se lo tomó bien, ¿verdad? Seguro que te gritó. De todas formas, tampoco sé muy bien qué esperabas que hiciera…

—No, no me gritó —añadió ella—. Fue arisco, pero no me dijo nada cuando se lo conté. Me colgó —sorprendentemente no noté ningún tipo de rencor en su voz. No lo esperaba.

—Bueno, cielo, eso también entraba dentro de las posibilidades, ¿no crees?

Estaba nerviosa, lo percibí en seguida. Hablaba a trompicones y continuaba con ese gesto casi inexpresivo en el rostro. No era habitual en ella, ni siquiera cuando se peleaba con Edward. Precisamente el que ambos discutieran lograba otro tipo de sensaciones por su parte. Además, parecía tener prisa, como si hubiera algo que quisiera contar de manera rápida pero no se viera capaz para ello.

—No… no se trata de eso. Me da igual que me colgara, en realidad —se calló de repente. Miró hacia el suelo y lo recorrió con la mirada, a la vez se humedecía los labios. Yo adoraba aquel gesto—. Pero después llamó Alice y…

—¿Alice? ¿Cuándo ha llamado? —saltó Jasper, agachándose en el suelo junto a nosotros.

—Unos minutos después de terminar de hablar con él.

—¿Te dijo algo? ¿Cuándo volverá?

Ella cerró los ojos y pude ver cómo le temblaban los labios. Otra mala señal.

—Isabella está viva —abrió los ojos y me miró, fijamente. Nada más escucharla no pude parar de sonreír, la noticia me hizo muy feliz y pensaba que a ella también, pero no era así. Eso me descolocó.

—¿Viva? Pero Alice… —decía Jasper, algo confuso.

—Claro, es por eso —aventuré—. Bueno, si te preocupa haberte precipitado con Edward, podemos volver a llamarle. Seguro que ni se lo creyó, ya sabes cómo es.

—No. Sí me creyó.

Estaba a punto de decirle algo más, por lo que me quedé con la boca abierta sin conseguir que ningún sonido saliera de ella.

En ese momento lo comprendí.

Por eso mi ángel estaba así, por una vez Edward la había creído y no había supuesto nada bueno. Esa era la razón por la que se había adentrado en el bosque llamándome a gritos, pidiéndome ayuda. Había hecho algo malo y las consecuencias iban a ser peores. Debí haberlo imaginado, debí hacerlo, pero… Jamás imaginé que hubiera podido pasar algo así.

Mi boca se fue cerrando muy lentamente y al mismo tiempo empecé a negar con la cabeza, de manera muy suave. Para que sólo ella lo percibiera. Intenté negar lo evidente, lo que no quería escuchar. Sin embargo, ya era tarde, yo mismo me había hecho mi propia imagen en la cabeza de lo que iba a suceder.

—Ha ido a Italia —añadió con un deje en la voz. Fue casi un susurro. Los brazos le colgaban a ambos lados del cuerpo, igual que si los hubiera mantenido alzados buscándome y yo no hubiera ido hacia ellos, dando como resultado que hubieran caído muertos a su lado sin ningún tipo de vida ni aspiración a ella—. Alice e Isabella van a seguirle. Van… van a coger un avión —dijo, por fin.

—No —dijo Jasper, mirándola con furia—. Rosalie, no.

—Yo… no pensaba que fuera a ocurrir esto. Alice ni siquiera me llamó para decirme que todavía seguía viva y estaba con ella. No sabía…

—Eso no es excusa —escupió mi hermano—. Se suponía que nadie iba a hacer ningún comentario sobre el tema y tú has tenido que hacer lo que te ha venido en gana. Creía que eso te había quedado claro.

—Jasper, basta —le pedí.

—No, tiene que oírlo. Debe darse cuenta de lo que ha hecho —noté que sus palabras le dolían a Rosalie y eso me hizo envararme.

—He dicho que ya basta —rugí.

—Me importa una mierda lo que baste para ti, Emmett. Si le pasa algo a Alice…

—¿Qué harás? —le reté, colocándome delante de él y dejando a mis espaldas a Rosalie.

No me contestó. Se quedó allí quieto, estoico.

Sabía que nunca le haría daño a Rosalie, pero era lo que iba a decir y no pensaba permitírselo. Él jamás nos habría hecho daño a ninguno de nosotros, o quizá sí, no estaba seguro. Supuse que para él nuestra familia no era nada sin Alice. Después de todo, si no la hubiese encontrado, él no estaría con nosotros. Probablemente ni siquiera llevaría nuestro estilo de vida. No pensaba dejarle acercarse ni un solo milímetro más a mi mujer.

Él me miraba, seguramente sopesando las posibilidades que tenía para emplear su don conmigo. Pero no le serviría de mucho, pues debíamos actuar deprisa; las vidas de mis hermanos estaban en juego y no iba a dejar que les ocurriera nada.

Se levantó del suelo y se alejó un poco de nosotros. Asimismo, Rosalie seguía detrás de mí, sin decir nada. Creo que estaba esperando a que fuera yo quien le dirigiera la palabra.

—No iba a hacerle nada —murmuró Jasper. Bajo ningún concepto le habría hecho ningún daño a Rosalie, mas no iba a correr riesgos.

—Lo sé —mentí—. Será mejor que vayas a buscar a Carlisle y Esme. Creo que iban a volver hoy, pero no estoy seguro. No te costará demasiado rastrearles.

—Supongo que no.

—No les va a pasar nada, lograremos ir a por ellos. Si no, siempre podemos ir a carganos unos cuantos Volturi —le prometí, totalmente emocionado con la simple idea.

Nos miró a ambos, se despidió con un movimiento de cabeza y salió corriendo.

No había tiempo que perder y necesitábamos a Carlisle para hacer aquello. Yo habría salido en ese mismo momento hacia Italia de no ser por cómo vi a Rosalie, allí, en el suelo. Estaba como ausente, no parecía ella. Había momentos en los que me miraba, pero estaba vacía. No era ella. Antes al menos había tratado de pedirme ayuda con sus inexpresivos ojos, pero ahora ya ni eso. Ni lo intentaba.

Un temblor me recorrió el cuerpo.

Culpaba al ser que más había amado en toda mi existencia de algo que ya era totalmente inevitable, pero la culpaba por ello. En aquellos momentos me sentía incapaz de pensar en nada razonable, ni la causa, ni la excusa que podía haberla arrastrado a contarle la verdad a mi hermano después de haberle pedido que no lo hiciera. Yo mismo se lo supliqué y no me escuchó. Ahora sólo quedaba actuar para remediarlo.

—Será mejor que vayamos a casa de Tanya, Jasper no tardará en volver —le sugerí. Asintió levemente con la cabeza y se levantó del suelo, ni siquiera se limpió los pantalones. Me miró y echó a andar—. ¿Rose?

Se giró y volví a mirarla, ya ni mantenía levantados del todo los párpados. No le dije nada más. Me coloqué a su altura y comenzamos el regreso a la casa.

Cuando llegamos, vimos que la mayor parte de la familia de Tanya ya había vuelto. Estaban en el salón y la entrada, extrañados de que Rosalie no apareciera por ningún lado. En cuanto la vieron, se tranquilizaron, si bien ella no les hizo el menor caso.

Pasó a su lado sin dirigirles la palabra, ni les lanzó una mirada. Se comportó como si no existieran, los esquivó y subió a nuestra habitación.

Suspiré.

Todos se lanzaron sobre mí para preguntarme qué demonios había pasado y yo se lo conté. Más o menos. No me apetecía entrar en detalles, sólo quería salir corriendo a buscar a mis hermanos. O algo. Y no estaba seguro de si Carlisle aprobaría el que todo el clan de Denali estuviera involucrado en nuestra particular guerra.

No me paré a darles más explicaciones, sólo las necesarias para que no nos molestaran durante un buen rato. Hasta que regresara Jasper. Así que me dirigí escaleras arriba hasta el dormitorio en el que nos habían colocado. Era bonito y, eh, la cama era enorme.

Encontré que la puerta estaba entreabierta, si bien no me paré a llamar sino que la abrí del todo. Asomé la cabeza y vi que Rosalie estaba sentada en una silla, al fondo de la habitación. Mirando quién sabe qué, probablemente nada.

En cuanto me escuchó, alzó el rostro. Seguía tan terriblemente hermosa como siempre, pero le faltaba luz.

—Si quieres, puedo marcharme —le comenté, ya que no quería molestarla. No sabía muy bien cómo reaccionar, ni cómo se sentía. No me había dicho nada en todo aquel rato.

—No es necesario. Supongo que será mejor que te quedes aquí, en vez de abajo para atajar todas las estúpidas preguntas.

—Está bien, Rose. No más preguntas.

Cerré la puerta con un golpe seco sin darme cuenta del ruido que había provocado, y fui rodeando la habitación hasta encontrar el borde de la cama, donde me senté. Empecé a masajearme las manos.

—No ha habido preguntas, ese es el problema —dijo de repente.

—¿Cómo? —me sentía algo confuso, no tenía demasiado claro cómo debía tomar su comentario. Pensé que prefería olvidarlo, no quería que pensara que la culpaba de lo que estaba pasando aunque en cierto momento hubiera sido así—. ¿Te molesta que no te haya preguntado qué demonios está pasando?

—No. Lo que me molesta es que no me hayas preguntado qué cojones estaba pasando por mi cabeza cuando lo telefoneé.

—Nena, sabes que te pones fea cuando dices esas cosas —no me gustaba que usara tanto ese vocabulario. Ella puso una mueca, pero fue pasajera—. No sé, creía que el no hablar de ello te haría sentir mejor. Nada más.

Me encogí de hombros y ella se rió de manera amarga. Echaba de menos sus grandes y deslumbrantes sonrisas.

—¿Sentirme mejor? ¿De veras crees que algo tan nimio como eso puede llegar a hacer que me sienta mejor en un momento como este?

—Creía que sí —me encogí de hombros—. No voy a culparte de nada, Rose.

—No hace falta que me culpes por ello abiertamente, sé que todos lo hacéis. Y supongo que esta vez tenéis razón —su voz seguía siendo un susurro. Grave, sin vida.

No dije nada. Respiré hondo y agaché la cabeza.

En teoría, Rosalie tenía razón. Todos la culpaban. Los que lo sabíamos ya, y los que todavía no lo hacían ya les llegaría el momento. Me sentía mal, no me gustaba pensar algo así de mi mujer. En el fondo, no se lo merecía o yo no quería otorgarle un peso como aquel.

—¿Lo ves? —levanté rápidamente la cabeza—. Me culpas.

—Ya te he dicho que no voy a…

—No hace falta que lo hagas. Ni siquiera te atreves a preguntarme cómo estoy o si os lo he contado todo. No dices nada, eso es el primer paso de la culpa —me explicó con tono cortante.

—¿Quieres que te diga que te culpo de lo que está pasando? ¿Es eso lo que quieres? —le cuestioné, frunciendo el ceño y poniendo una mueca de duda en mi cara.

—No, Emmett. Eso no es lo que quiero —iba a ponerme a hablar, pero me detuvo con un gesto de la mano—. Quiero que me ayudes. Me siento mal, me siento desgraciada, ni siquiera me puedo mantener en pie y tú únicamente te preocupas por las estúpidas preguntas. Quiero que digas lo que piensas. Quiero que actúes, maldita sea.

Seguía sin ser el tono habitual de su voz, no tenía la misma fuerza de la que podría haber tenido esa misma acusación en un día normal. En serio, no se parecía en nada. Habría saltado a morderme, y sin que hubiera ningún contexto divertido para mí. Y en cambio, aquella vez era como si me suplicara, como si me pidiera que en verdad la ayudase. Pero no sabía cómo actuar, ni qué quería que hiciera.

Me sentía impotente por verla así y no ser capaz de alegrarla, sacarle una sonrisa o hacerle olvidar todo lo que estaba pasando.

Fue increíble cómo me sentó aquel comentario, lo noté como si algo me taladrara la cabeza: se sentía desgraciada de un modo en el que no la había visto nunca. Ni siquiera se parecía a momentos de peligro que habíamos pasado anteriormente. Aquello era distinto, veía cómo Edward y Alice estaban en peligro y ella había sido partícipe para que todo sucediera. Lo vivía de manera muy intensa y yo no podía repararlo.

—Sentía que debía hacerlo —me confesó, tomándome de nuevo por sorpresa. No era habitual que Rosalie se confesara, no solía compartir de manera tan abierta sus inquietudes—. Pero jamás pensé que algo así podría… ocurrir. No lo imaginé, creí que las cosas se arreglarían y todos volveríamos a ser felices. Que tú volverías a ser feliz.

—¿Yo? Cariño, soy feliz. Bueno, en este momento no demasiado, pero no hay nada que me haya impedido serlo todo este tiempo.

—No es verdad, le echas de menos —me cortó. En cierto modo tenía razón, pero eso no importaba.

—Es posible, le quiero y las cosas son muy aburridas sin él sacándote de quicio —puse una sonrisa torcida y vi que ella esbozaba una pequeña y triste línea curvada con sus labios—. Y no hace falta que me expliques que este pequeño incidente no estaba en tus planes, Rose. Sé que no tenías intención de que ninguno estuviera en esta situación, ni siquiera Bella.

Puso una mueca de dolor en cuanto mencioné su nombre. Solía hacerlo, pero normalmente eran muecas que a muchos les habrían parecido petulantes o altivas y a mí me parecían de lo más tiernas. Aquella vez sentía en serio lo que estaba diciendo, ella sabía tan bien como yo que no deseaba la muerte de Bella Swan. Al menos no después de comprobar lo que podría traer como consecuencia si llegara a producirse de verdad y no hubiera sido un mero intento de diversión.

—No estás demasiado preocupado —dijo, mientras se alisaba los pliegues de su camiseta. Camiseta que, por supuesto, estaba perfecta y sin ningún pliegue que alisar. Era una especie de tic nervioso que tenía a veces.

—¿Por qué debería estarlo?

—Emmett, ¿cuántas veces te he dicho que cuando alguien te habla debes prestar atención? —me preguntó, dejando entrever cierto tono burlón. Me reí—. Estoy hablando en serio.

—Yo también —le aseguré, totalmente convencido—. ¿Por qué he de preocuparme por algo que vamos a solucionar en cuestión de poco tiempo?

—Pareces muy seguro de eso —susurró.

—¿Acaso tú no? —le pregunté, sintiéndome ofendido—. Preciosa, confío en nuestras posibilidades. Nadie podrá con nosotros, y menos una panda de momias.

Menos mal que Carlisle no estaba cerca. Si no, seguramente aquel comentario le habría molestado bastante. No solíamos hablar de sus antiguos amigos, al menos no cuando estaba yo delante, pero él siempre los había tratado con respeto y elegancia. Aún así, no serían ellos los que me impidieran traer de vuelta a mis hermanos, evidentemente. Ningún grupo de vampiros, por muchos años de sabiduría que tuviesen, iban a poder conmigo o con mi familia. Ni en broma.

—Me preocupa no llegar a tiempo —me confesó—. Si les pasara algo, yo… No quiero ni pensarlo —entrecerró los ojos, a causa del dolor que eso le provocaba.

—No digas esas cosas. En serio, me ofendes pensando así —me levanté y me acerqué hasta la silla en la que estaba sentada, me arrodillé a su lado y le di un pequeño toque en la barbilla—. No les va a pasar nada.

—¿Me lo prometes?

—Sabes que sí. Y también deberías saber que haré todo lo que esté en mi mano para que vuelvan lo antes posible, sólo tenemos que esperar a que regrese Carlisle y diga lo que debemos hacer.

—Estamos perdiendo el tiempo, ya deberíamos haber salido hacia Italia —dijo, nerviosa. Yo estaba totalmente de acuerdo, pero debía poner un poco de orden a la situación antes de que terminara convirtiéndose en un caos.

—Sabes que estoy contigo —le ratifiqué. Ella empezó a morderse el labio interior de manera descontrolada, y miraba a todas partes—. Pero tendremos que esperarles.

¿A quién quería engañar? No me gustaba esperar, me ponía ansioso.

De alguna manera, Rosalie tenía razón, el peligro estaba en no llegar a tiempo. No en si podríamos o no podríamos con los Volturi, ya que eso era innegable. Les pegaría una paliza, uno por uno si era necesario.

Por eso empecé a ponerme un poco nervioso. Jasper estaba tardando demasiado en traer de vuelta a Carlisle y Esme, ya deberíamos tener un plan trazado. O mejor, ¿para qué demonios queríamos un plan? Era simple: llegar, buscar, entrar, pegar, recoger y salir. No hacía falta un esquema para conseguir aquello con un resultado favorable a nuestra familia.

Nos quedamos en silencio, uno al lado del otro. En el fondo, ella no tenía ganas de hablar y yo no quería molestarla, así que lo mejor era permanecer así.

Llegó un momento, no recuerdo cuándo, en el que le pasé el brazo por detrás de la espalda y la agarré del hombro para acercarla hasta mí. Y allí se mantuvo, apoyando su cabeza sobre mi pecho.

Normalmente el tiempo pasaba muy deprisa para mí, todo volaba de un momento a otro, pero aquel día era al revés. Los minutos se hacían pesados e incluso estuve a punto de tirar contra la pared el maldito reloj que había en una de las mesillas.

De repente, ambos nos sobresaltamos al escuchar un sonido procedente del piso inferior y notar el efluvio de varias personas a las que conocíamos bastante bien. Salimos disparados de la habitación y menos de un segundo más tarde ya estábamos frente a Carlisle, Esme y Jasper.

Enseguida me di cuenta de que Rosalie permanecía detrás de mí, casi fuera del alcance de la mirada de los demás. Estaba nerviosa otra vez, cohibida. Supuse que no querría ver la reprobación en sus miradas. Algo que no pude evitar que ocurriese, pues mientras intentábamos llegar a algún tipo de acuerdo, nuestros padres dejaron bien clara su opinión al respecto de lo que mi esposa había hecho.

Puede que tuvieran razón, que se hubiera precipitado y hubiera ayudado a que aquel desastre sucediera, pero era innegable que sus intenciones no habían sido malas. Lo supe desde el primer momento, ni siquiera me hizo falta ver lo destrozada que estaba para darme cuenta. La conocía perfectamente y no había un ápice de maldad en su interior, muchísimo menos hacia nuestros hermanos. Eso era lo que más le dolía, poder llegar a perder a Edward y Alice.

No obstante, jamás dejaría que eso sucediera y menos aún que recayera sobre su conciencia. Nunca permitiría que soportara ese peso sobre sus hombros.

Rosalie no habló aquella vez, únicamente se dedicó a escuchar y asentir de vez en cuando a pesar de no estar conforme con las decisiones. Yo tampoco lo estaba. Carlisle confiaba profundamente en que ninguno de sus antiguos amigos accedería a la absurda petición de Edward y por eso mismo creía que no debíamos intervenir, menos aún sin tener noticias de Alice y lo que ella estaba viendo.

Al mismo tiempo, Esme estaba destrozada, tanto como mi mujer. Sin embargo, concordaba con la opinión de mi padre sobre no actuar todavía. Caso distinto era el de Jasper, al que no recordaba haber visto tan inquieto.

Pronto nos separamos de los demás y volvimos a la habitación, ambos poco satisfechos con el resultado del estúpido plan. ¿Acaso pretendían que me quedara sentado mientras mis hermanos iban en busca de pelea? ¡Y una mierda!

—No pienso hacerles caso —dijo de repente Rosalie, que entró justo detrás de mí y cerró la puerta de un fuerte golpe.

Se quedó allí de pie, con los brazos cruzados y mirándome.

—Genial, ¿qué pretendes que hagamos? —lo preguntaba en serio, con tono de profunda emoción. Yo tampoco estaba dispuesto a esperar noticias, así que su comentario fue como música para mis oídos—. Estoy a tu disposición, preciosa, ya lo sabes.

—Lo único que sé es que me da igual lo que puedan llegar a decir o pensar los Volturi. No voy a dejarles llegar tan lejos, quiero ir a buscarles yo misma. Debo hacerlo.

—¿Alguna sugerencia? Porque yo tengo un par de ideas que… —todas se resumían en: pegarles una paliza y sacar de allí a mis hermanos, justo después. No pensé en lo que venía antes.

—Salir corriendo hacia Anchorage. Cogemos el primer avión que salga para Europa y el resto lo hacemos corriendo, me da igual si me ve alguien.

Directo, simple y conciso. Era jodidamente perfecto. Un brillante plan creado por la mente de mi maravilloso ángel. Todo saldría genial. Yo puse una media sonrisa a la vez que ella torcía la cabeza y ponía un gesto interrogante en su cara, me estaba esperando. Pero eso no hacía falta, estaba bien claro lo que pensaba hacer.

—Perfecto. ¿Cuándo nos vamos? —le dije.

—Ya mismo, así todavía podemos intentar llegar a tiempo. No me fío de los vuelos, eso será lo más complicado, pero una vez estemos allí no tardaremos demasiado en presentarnos en Volterra —me explicaba, gesticulando demasiado—. Y cuando estemos en la ciudad, sólo tenemos que ponernos a la vista de Edward, yo me disculparé y se lo explicaré todo. Así cambiará de opinión —se detuvo a pensar un instante—. Y si no lo hace, nos lo llevaremos a rastras.

Parecía muy segura de las posibilidades de su plan, aunque yo no lo estaba tanto en lo referente a mi hermano. Por alguna razón pensé que le daría exactamente igual lo que mi mujer pudiera llegar a explicarle, ya que no era precisamente la persona en la que más confiaba. Sólo deseaba que pudiera llegar a creerme a mí, que fuese capaz de darse cuenta de que yo sería incapaz de mentirle, a pesar de molestarme profundamente que pensara así de Rosalie.

Si no, no me importaría nada en absoluto ponerle las manos encima a mi hermano y sacarlo de aquella maldita ciudad arrastrándolo si fuese preciso.

—Me parece bien, pero no podemos irnos sin avisar —añadí, mientras hacía crujir mi mano derecha.

—Les dejaremos una nota, así les explicamos lo que vamos a hacer y todas esas tonterías.

—¿Crees que no se darán cuenta antes de que puedan ir a buscarnos? —cuestioné, algo confuso.

—Carlisle es incapaz de usar nuestras capacidades cerca de las personas, y eso incluye la rapidez. Con el jeep jamás nos alcanzarán —comentó, totalmente complacida por tenerlo todo preparado.

—Genial, nena, a veces eres maquiavélica.

Me acerqué hasta ella y la besé, aunque me detuvo en seguida. Me sonreía, pero no quería perder más tiempo y, por una vez, yo estaba de acuerdo con aquella intención. La dejé a ella que escribiera la nota, y antes de medio minuto ya me la estaba enseñando.

—Vale, ya está —cerró el tape del boli que había empleado—. ¿Dónde lo dejamos, aquí o en la entrada?

Al final decidimos que lo mejor era dejarlo en la puerta de nuestra habitación, así únicamente lo encontrarían si subían a buscarnos. De todas formas, no tardarían mucho rato en percibir que no estábamos en la casa, así que tampoco teníamos demasiado margen para andar preocupándonos de todo aquello.

Estuvimos de acuerdo en que lo mejor era saltar por la ventana, directamente, sin pasar por la entrada de la casa ni nada. Y echamos a correr en dirección al aeropuerto, acompañados únicamente por el pequeño bolso de Rose en el que llevábamos los pasaportes y unos cuantos cientos de dólares por si había que sobornar a alguien.

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N/A: espero que os haya gustado y que sea más o menos comprensible. La verdad es que a mí el resultado me agrada bastante -cosa rara-, pero ya me diréis.

Hay que aclarar el que la historia comienza en el momento exacto en el que termina uno de los Extras que Stephenie Meyer publicó en su web, aquel en el que Rosalie acaba de llamar a Edward y luego habla con Alice. Es allí donde sabemos que Emmett y Jasper están fuera, presumiblemente juntos, y que cuando ella sale a buscar a Emmett se supone están en el bosque colindante.

Ya sabéis, cualquier cosa, en un RR. Me gusta saber que no escribo para las paredes. Y me haréis muy féliz :)