Hola chicos,

He venido con una nueva historia que será un mini-fic. Este relato tiene un motivo especial, fue escrito para mi amiga dasmyna, quien me pidió una historia como ésta hace algún tiempo atrás y bueno, quise hacerla una vez tuviese un poco más de tiempo...

Espero que sea de su agrado. Un beso para todos y como siempre digo: Buen Viaje!! ;)

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¿Cómo podría ver el hermoso cielo cobrizo y el césped encendido del mes de Octubre? ¿Cómo podría ser capaz de contar las gotas de lluvia que besaban la ventana si sus propias lágrimas lamían sus ojos verdes como limpiando las malas visiones? Harry no podía dejar de temblar, no podía dejar de rechinar los dientes soportando ese salado dolor que le escocía el alma ni soltar las riendas a esa incertidumbre que lo internaba por caminos confusos. La cortina rasgada de las hojas cayendo, viajaba despacio hacia la tierra tomándose todo el tiempo del mundo para verlo derrotado. No las odió ni pretendió hacerlo, sólo agradeció su breve atención en esos duros momentos.

El aroma a hospital era igual en todas partes. La carrera de los sanadores por los pasillos de St. Mungo parecía tránsito alocado de hormigas desorientadas. Quiso saber qué estaba pasando, quiso detenerlos un maldito segundo y aclarar su mente turbia, brumosa; sin embargo, sólo podía seguirlos con la mirada sintiéndose cada vez más pequeño. Alzó su cabeza trabajosamente sintiendo que le pesaba una tonelada. Sus ojos colisionaron con los de Ron apoyado en una pared a distancia y no pudo desviarlos. El pelirrojo frunció sus labios como siempre lo hacía al sentirse incómodo o molesto… no pudo culparlo. A pesar de las rayas de rencor que atravesaban su rostro, Ron le asintió en silencio dándole fuerzas. Aquello lo valoró como si hubiese sido un abrazo, restándole amargura a las lágrimas en sus mejillas. Fue entonces, en ese minuto preciso, que su mente comenzó a esclarecerse y se perdió en ella sin ninguna resistencia…

I. Febrero (Ocho meses antes…) – El amigo fiel

Todos esos bártulos y libros que Hermione guardaba con excesivo recelo, tenían a Harry con la espalda dolorida mientras los embalaba uno por uno en las cajas. Si bien la magia facilitaba esa tarea con sólo decir "Bauleo", la castaña insistió en hacerlo al estilo muggle por no gustarle cómo quedaban las cosas guardadas con ese hechizo. Ella era organizada y tan ordenada que el ojiverde podría tildarla sin problemas como una obsesiva irremediable.

Aquella mañana había sido la más difícil hasta entonces para la joven bruja. Después de vivir con Ron por dos largos años, la relación no dio para más llegando al punto de romperse y tener que irse del apartamento por no caber los dos en él. Las diferencias habían sido tales, que simplemente llenaron más espacios que los mismos textos que Hermione coleccionaba y que el pelirrojo no le daba importancia. Harry, como buen amigo de ambos, no quiso entrometerse ayudando a la chica a empacar sin cuestionar.

-¿Todo está en el camión?- preguntó la castaña con brusquedad.

-Sí, todo- contestó Harry, sintiéndose muy impertinente de pie entre ambos. Ron no soltaba su expresión cruzándose de brazos.

Esa situación era peor que mil hechizos imperdonables para el moreno. Incómodo, pasó su peso de un pie a otro tratando de romper con la tensión en la que se estaba asfixiando. Miró a Hermione de soslayo luego miró a su amigo. Ambos sin decir una sola palabra entre ellos por varios segundos, hasta que un suave "adiós" de parte de la muchacha fue todo antes de que saliera del lugar con rapidez. Harry hizo el ademán de acompañarla, pero se detuvo para comprobar que Ron estuviese bien. El joven, agradeciendo su angustia, movió la cabeza afirmativamente. Todo estaba en orden. El ojiverde supo que deseaba estar solo, por lo que le palmoteo la espalda amistosamente y caminó hacia la puerta para seguir los pasos de su mejor amiga.

Qué difícil era aquella nueva etapa. Crecer, madurar, dar un paso adelante en un puente que se formaba a medida que se avanzaba. Eran unos inexpertos, unos jóvenes aterrados ante la palabra "compromiso" y eso retumbaba en la cabeza de Harry. A diferencia de sus dos amigos, el moreno no quiso establecer una relación formal con nadie. Tenía aventuras, miles de ellas aunque no se consideraba un conquistador, sino más bien un tipo con suerte. Lo de Ginny no había resultado pero lo prefirió así, no quería lastimarla. Después de un tiempo se había dado cuenta que no la conocía en lo absoluto. Ese sentimiento que había nacido a los dieciséis años, fue perdiendo fuerza a medida que iba madurando. Comprendió que entre la atracción adolescente y su peculiar efusividad, hacía falta algo más importante… la fortaleza del amor.

-¿Estás bien?- quiso saber el muchacho sentado a un lado de Hermione en la cabina del camión.

-Sí, Harry, estoy bien.

-Podríamos llevar las cosas más fácilmente con magia- sugirió bajando la voz para que el conductor, quien subía al vehículo en ese instante, no lo escuchara.

-Lo sé, pero me gusta así… quiero disfrutar el camino si no te molesta- el aludido negó sin palabras y el gordo muggle encendió el motor que rugió ronco antes de partir.

Hermione fijó su vista a través de la ventanilla, mirando las calles londinenses con una expresión incierta. Harry observaba su perfil tratando de adivinar qué pasaba por su mente pero no consiguió descifrarlo. Era demasiado novato en los asuntos complejos del corazón, por lo que se limitó a tomar su mano despacio. La joven aceptó la caricia, apretándola con la suya como respuesta. Ella sabía que era muy complicado para su mejor amigo lo que estaba pasando. Sabía que se moría de ganas por decirle alguna palabra de consuelo ante tal fracaso pero no hallaba las palabras. No obstante, ella no las necesitaba cuando estaba a su lado, nunca las necesitó… sólo le agradecía su lealtad y su hospitalidad inmediata al ofrecerle una habitación en su enorme mansión de Grimmauld Place.

El camión llegó a destino sin demora. El hombre, de enorme contextura, abrió la parte de atrás para bajar las decenas de cajas en su interior mostrando en su semblante un obvio desaliento al contarlas. Hermione, sonriente, blandió imperceptiblemente su varita para restarles el peso y parecer llenas de espuma. Entre los tres, desocuparon el vehículo dejándolas, para desconcierto del conductor, en la calle frente a unas residencias. Harry no tardó en pagarle con dinero muggle ignorando sus preguntas con un: "Está bien, sólo déjelas aquí". El tipo se encogió de hombros y montó su camión dejando a esa pareja de jóvenes solos y hasta el cuello de cajas apiladas. El ojiverde esperó unos momentos prudentes hasta que se perdiera en la primera esquina y fue entonces donde revirtió el hechizo "Fidelius" con el cual, el inmueble se ocultada entre las demás. Allí apareció ante ellos en gloria y majestad la antigua guarida de la Orden del Fénix. La castaña sopló un hechizo "Locomotor" sin dudarlo, llevando todo el equipaje hacia el interior como transportado por ruedas invisibles.

Harry, luego de pensarlo detenidamente después de la escuela, decidió quedarse en la mansión debido a los recuerdos y al gran cariño que le tenía. Al fin y al cabo, había en ella miles y miles de recuerdos pintados en cada pared, colgando de cada lámpara y viga como nostálgicas guirnaldas. No podía dejarla abandonada. Para tranquilidad de ambos, Kreacher ya no estaba con vida como para escuchar sus blasfemias escupidas a regañadientes todo el día. La sonrisa que cruzó los labios de Harry no le hizo gracia a la castaña, aún seguía firme en su convicción de que los elfos domésticos merecían un mejor trato a pesar de que aquel era una verdadera patada en el trasero. Una vez en la sala principal, el moreno llevó a su invitada a la segunda planta para enseñarle la que sería su habitación el tiempo que estimase conveniente. La joven le agradeció y abrió las cortinas para dejar entrar un poco de luz en el cuarto. Harry se apoyó en el marco de la puerta mirando cada uno de sus movimientos.

-¿Necesitas algo?- preguntó luego de una breve pausa.

-No, todo está bien, gracias.

-¿Segura?- Hermione asintió rápidamente con su cabeza mientras recorría la alcoba de punta a cabo sin mirarlo. El ojiverde sabía muy bien que estaba mintiéndole descaradamente- Hermione…- insistió. La muchacha detuvo su absurda danza posando al fin sus ojos marrones en su amigo. Fue entonces cuando la tristeza y la desolación cayeron sobre ella como un derrumbe de rocas. Las lágrimas la atacaron con ferocidad, el nudo en su garganta le ahorcó las ganas de respirar y caminando hacia Harry cansinamente, éste la cobijó entre sus brazos rescatándola de su amargura. Hermione se abandonó al llanto sintiendo que dejaba ir su alma en largos sollozos…

Trabajar con la sonrisa prendida de sus labios en tiempos difíciles no era tarea sencilla para nadie, mucho menos para Hermione Granger. La joven, quien no declinaba su terca convicción de demostrar sus capacidades ante cualquiera, tuvo éxito en el Departamento para la Regulación y Control de Criaturas Mágicas donde pudo mejorar la vida de los elfos domésticos como siempre había sido su intención. Satisfecha con lo conseguido fue derivaba y ascendida al Departamento de Aplicación de la Ley Mágica. Allí, Hermione se destacó por ser una ferviente subversiva y de gran voz entre sus pares para la erradicación de las leyes opresivas pro-sangres puras. Siempre cuando entraba a una audiencia para defender sus argumentos e investigaciones como toda una litigadora, muchos magos quedaban impresionados con su pasión y energía. Sin embargo, Harry no estaba muy contento con ello. Si bien, le gustaba que su mejor amiga no se dejara amedrentar por nadie, se ganaba muchos enemigos de altas esferas y temía por su seguridad. El moreno, Jefe del Cuartel General de Aurores, estaba al tanto de todo lo que sucedía en el interior del Ministerio. Muchas veces él aprehendía algún mago siniestro y Hermione lo sentaba al estrado para sonsacarle razones, pidiendo explicaciones y dejándole claro que faltar a la ley no era un juego. Gracias a sus notables facultades, muchos de ellos iban a parar a Azkabán. Sin embargo, esa última semana después de haberse mudado de su apartamento para vivir en Grimmauld Place como huésped de su mejor amigo, le afectó su jovialidad a tal punto de no desear leer los nuevos casos. Se reprochaba su fracaso amoroso una y otra vez, lamentando haber tenido una relación con uno de sus amigos más cercanos, ahora… la amistad con Ron pendía de un hilo.

-Ya verás que no será así, Hermione- le dijo Harry, mientras cenaban en la mansión una noche- Ha pasado muy poco tiempo, espera a que todo se calme.

-No puedo creer que haya pasado esto- comentó la muchacha con aflicción- Estaba segura de que sería para siempre- esas palabras tuvieron cierto efecto en el ojiverde. Jamás había pensado en ese concepto: "Para siempre"… después de todo lo vivido, no podía imaginarse a alguien o algo "para siempre" en su vida. Era realmente inquietante darse cuenta de ello. Quizás por eso nunca había tenido una relación seria como sus amigos.

-Creo que nada es "para siempre"- respondió Harry sin poder evitarlo. Hermione lo miró por sobre la copa de vino que estaba bebiendo. La bajó despacio.

-¿No lo crees? ¿Ni siquiera la amistad?- eso lo tomó por asalto. Detalle que no había considerado y fue un nuevo jaque mate de los miles que la joven hacía en sus pláticas. Harry asintió vencido.

-Bueno, excepto la amistad…- concedió y Hermione sonrió por primera vez en esa semana.

Las cenas compartidas se habían convertido en un ritual sagrado entre ambos. La castaña cocinaba después de su trabajo o era Harry quien también se atrevía si llegaba más temprano que ella. La intención del muchacho era sacar a su mejor amiga de la tristeza en la que estaba sumergida, distraerla del agobio que le causaban las preguntas sobre lo ocurrido. Ginny, como ex cuñada de Hermione, necesitaba saber detalles de por qué había dejado a su hermano pero la castaña hacía oídos sordos. Simplemente no era asunto suyo. Luna era mucho más comprensiva y no preguntaba nada. Sabía que tarde o temprano su amiga le contaría a su tiempo o bien no hacerlo. "Nadie tiene un diplomado sobre relaciones como para opinar con propiedad", decía ella encogiéndose de hombros.

Ron, por otro lado, se mostraba indiferente a pesar de que Harry supiese muy bien que seguía enamorado. Aquello no pasaba desapercibido para el ojiverde sintiéndose un poco traidor con él por pasar más tiempo con Hermione. Sin embargo, no podía dejar de pensar que la culpa de ese rompimiento la tenía el pelirrojo por ser tan injusto. De un momento a otro, su amigo se vio afectado por el progreso de la joven en el Ministerio, sintiéndose un real mediocre a su lado. Pasó de sentir orgullo por ella a sutil envidia y aquello fue un cáncer para la relación. No quiso entrometerse, pero no pudo evitarlo cuando vio a la castaña empacando sus cosas y viendo apartamentos en el periódico local. Fue donde decidió acogerla el tiempo que quisiese en Grimmauld Place.

-Espero que no te moleste que la haya alojado conmigo, Ron- le comentó el moreno días después compartiendo una cerveza de manteca en la vieja taberna de Madame Rosmerta.

-No, no me molesta, Harry… eres su mejor amigo, no esperaría menos de ti- después de esa afirmación, una pausa se elevó entre ellos como bruma. El ojiverde no supo cómo interpretarlo hasta que Ron volvió a hablar- La próxima semana comienza el torneo de Quidditch en Luxemburgo- Harry alzó las cejas. Lo había olvidado por completo. Luego de arduos intentos, el pelirrojo había conseguido ser el Guardián titular en su equipo Chudley Cannons. Estaba cansado de ser siempre el reservista, sentado en la banca esperando su oportunidad. No obstante, un buen día de verano, el entrenador lo puso al frente de los tres aros y Ron mostró un despliegue de agilidad impresionante. Debió convencerse ferozmente de las palabras de Harry, quien siempre le decía que todo se basaba en la confianza en sí mismo hasta lograrlo. Ahora, era su primera vez como seleccionado nacional y viajaría al extranjero para defender los colores de la bandera inglesa.

-¿Cuándo debes irte?

-Creo que este fin de semana, lo cual sería excelente- respondió el joven Weasley mirando su vaso de cerveza- Me caería muy bien poner distancia. Cuida de Hermione, ¿sí?

-Claro…

Qué horrible era sentir que las malas decisiones te soplaran en la nuca espantando el sueño. Era la cuarta noche consecutiva en que la castaña no podía dormir, daba vueltas y vueltas en esa cama fría en medio de la habitación, sin saber muy bien si era por pena, por rabia o desconsuelo. Tenía una extraña sensación en medio del pecho, como si algo estuviese atizándola, generándole ansiedad. Miraba las sombras informes de las ramas de los árboles en su pared formando figuras gracias a su mente despierta. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas perdiéndose en su cabello. Se enfadaba al creerse una perdedora, una persona que había apostado alto y perdido el doble. Ahora, estaba bajo el techo de su mejor amigo como si hubiese retrocedido los pasos que había avanzado con tanto ahínco… resultaba una broma del destino.

El llanto ahogado de Hermione siempre conseguía romperle el corazón a Harry. El muchacho, luego de una noche de turno en el Cuartel General, había llegado tarde y oído a través de la puerta de la alcoba sollozos que le desgarraron el alma. Aquello se había vuelto una costumbre. Se aseguraba que estuviese bien, oía atento pegando una oreja en la madera y cuando creía que todo estaba en orden, se dirigía a su habitación ubicada enfrente. Quiso entrar, quiso darle algún tipo de consuelo a ese sentimiento devastador que debía estar atormentándola, después de todo, esos giros en la vida dejaban huellas imborrables… ¿Qué podía hacer él? Sólo era un amigo, un espectador, un secundario por primera vez en el trío. Posó su palma en la puerta como si fuese el rostro de la castaña y la acarició sin atreverse a nada más. Se dio cuenta que tal vez no era muy digno de la amistad de Hermione si ni siquiera era capaz de consolarla como merecía. Apretó sus ojos y entró a su propia habitación sin poder conciliar el sueño tampoco.

La mañana siguiente resultó ser un sábado de sol esplendoroso. Harry, aún sin haber podido dormir bien, se levantó con entusiasmo y preparó el desayuno. El aroma a pan tostado llenó la mansión entrando por todos los recovecos. El olfato despertó a Hermione, quien tenía los ojos hinchados y oscuros círculos alrededor de ellos. Se notaba a leguas de distancia que llevaba días de insomnio. Se levantó trabajosamente, bajó las escaleras y desperezándose encontró a un Harry con delantal preparando huevos y exprimiendo naranjas.

-Buenos días- dijo el joven desplegando una sonrisa ancha.

-Sí que estás de buen humor hoy, ¿eh?

-Es sábado y ni tú ni yo debemos trabajar hoy, así que pensé que podíamos hacer algo divertido- la castaña se sentó pesadamente en la mesa cogiendo una rebanada de pan- ¿Qué opinas?

-Me gustaría que me ayudaras a desempacar- dijo ella sonriendo. Harry torció los labios de fastidio.

-Dije "algo divertido".

-Lo haremos divertido- insistió la muchacha- Es que no quiero tener mis cosas ahí metidas en cajas, me desespera el desorden- El moreno rodó los ojos. Era imposible que esa organizada mujer se saliera de los márgenes que la destacaban, pero la verdad no le importó, si su amiga quería hacer eso, entonces él estaba dispuesto.

Los jóvenes invitaron a Luna y a Hagrid para pasar la tarde decorando. Para la joven del cabello dorado fue una invitación irresistible. Siempre le había gustado compartir con esos amigos de infancia y no perdió tiempo alguno para aparecerse en la chimenea de Grimmauld Place vestida con un overol. El semi gigante, por petición exclusiva de la castaña, llevó varios tarros de pintura con distintas tonalidades, desde suaves violetas hasta una extensa gama de azules. Hermione repartió entre sus amigos una brocha por cada uno para seguir con el estilo muggle y comenzaron a pintar las paredes animadamente. Hagrid movía los muebles con ayuda de los chicos que con magia los volvían livianos, mientras que ellos pasaban los gruesos pinceles con óleo a largos trazos. Harry miraba a su mejor amiga de soslayo deleitándose al verla como una niña rayando el interior de su casa. Esa era precisamente su idea original: Alegrarla, y estaba consiguiéndolo. La habitación comenzó a tomar calidez. Ya no era una alcoba digna de mansión antigua, sino que un cuarto de mujer joven, llena de libros, cuadros y plantas. Luna, con manchones de pintura en sus mejillas, se apartó un mechón de su cabello con el dorso de la mano y admiró la consecuencia de su trabajo. Sonrió mirando a la castaña.

-Sí que se ve genial… no necesitamos hacer tanta magia para lograr buenos resultados.

-Lo mismo digo- apoyó Hermione, chocando su mano con la de ella fatigadamente. Parecían un grupo de albañiles novatos con sus ropas y cabello pintados.

-Buen trabajo, chicos- dijo Hagrid sonriente.

-El color se ve muy bien- opinó el ojiverde limpiando sus manos- ¿Cómo supiste que le vendría perfectamente?- la aludida suspiró y dejó su brocha dentro de uno de los tarros.

-Así quería pintar nuestro cuarto pero a Ron no le gustaba- "Mierda", blasfemó Harry para sus adentros. No podía creer que con una pregunta inocente sacaría a colación el tema tabú en esos momentos. La mirada de la joven se ensombreció de repente al decir eso. Luna, mirando el entorno con sus ojos soñadores, suspiró sin tomar atención.

-Bueno, Ron no es decorador de interiores… así que su opinión no importa- dijo sencillamente y el guardabosque tosió al soltar una risotada.

Resultó ser que ese comentario afectó el estado de ánimo de Hermione otra vez. Después de que Luna y Hagrid se fueran, la castaña no cenó y se fue a su habitación despidiéndose con un leve "buenas noches" que de no ser por el buen oído de Harry, no la hubiese escuchado. El moreno se molestó un poco con ella viéndola subir por las escaleras. Después de casi un mes de convivencia, él había hecho muchos esfuerzos por mantenerla animada, ser un alivio para su aflicción pero nada parecía dar resultado. Se sentía impotente y despreciado. Habían pasado una tarde genial, decorando, pintando, riendo… pero bastó una simple pregunta para que Hermione saboteara todo con su resentida respuesta.

Harry terminó de comer con el estómago revuelto. Limpió la cocina y subió a la segunda planta con paso desalentado. Al caminar por el pasillo, agudizó su oído ante la puerta de su mejor amiga y la escuchó llorar de nuevo. Esa vez, el impulso le manejó las acciones y abrió despacio para no espantarla. Allí estaba, acostada de lado, cubierta hasta el cuello y el cabello estallando sobre la almohada, encogida como una niña. Su enfado se extinguió al instante. Caminó lentamente hasta la cama sintiendo en su propio pecho los hipos de su llanto. La joven lo miró girando su cabeza cuidadosamente y sus mejillas humedecidas brillaron gracias a la luz de la luna que entraba por la ventana. Harry se mostró serio moviéndose sigiloso. Como si supiera lo que debía hacer, como si repitiera un acto ancestral, se acostó a su lado para abrazarla por la espalda. Ella lo recibió sin palabras y así se quedaron. El ojiverde acariciaba sus manos abrazándola confortablemente, Hermione comprendió que nunca antes se había sentido tan protegida. Lloró las últimas lágrimas quedándose dormida… pero no sin antes oír a Harry susurrarle "Tranquila, estoy aquí contigo…"