— ¡Sherlock!

Sherlock abrió los ojos con el sonido del acero hendiendo el aire y chocando contra otro metal.

John estaba luchando contra unos hombre encapuchados... bandidos, probablemente. En la oscuridad de la noche, Sherlock distinguió cinco figuras oscuras, todas con las armas enviando destellos rojizos a la luz del fuego de campamento. Se medio incorporó, ajustando sus ojos a la luz cuando una mano lo agarró por el pelo y lo alzó. Soltó un grito de sorpresa, agarrando la mano que lo sujetaba, tirándole de los salvajes rizos oscuros. Mientras pateaba en un intento por apoyar los pies en el suelo, se encontró mirando de frente a un hombre sucio y sonriente. Le faltaban algunos dientes, y los que quedaban estaban picados y negros. Su aliento no era mucho mejor. Olía bastante peor que muchos necrófagos, y eso era difícilmente posible.

Los caballos, atados al árbol retorcido que los había estado guareciendo de las inclemencias del tiempo, se habían encabritado con el sonido de la pelea. Sherlock atinó a ver por el rabillo del ojo como John bloqueaba una de las estocadas de uno de los bandidos, mientras el brillo amarillento del escudo de Queen zumbaba a su alrededor.

Una gruesa mano enguantada rodeó su cuello, impidiéndole respirar, y las puntas de sus pies rozaron por fin el suelo. Con una mano agarró la muñeca del bandido, apretando para mantenerse en alto y tratar así de minimizar la asfixia, mientras que con la otra mano empezó a buscar el mango del cuchillo que llevaba en el cinturón. Pero no lo tenía. Porque se lo había cambiado a la caña de la bota antes de acostarse. Estúpido. Qué estúpido.

—Despídete de este mundo, mago —dijo el hombre, apretando más la mano alrededor de su garganta. La presión en la cabeza de Sherlock empezaba a ser mucho más grande de lo que debería, cada vez era más difícil respirar —. Radovid pagará bien por tu cabeza.

El campamento tras ellos se había convertido en la escena de una pelea en toda regla. Había un cuerpo sin cabeza en el suelo, sangrando junto al fuego, y tripas saliendo del estómago abierto de un segundo cadáver, yaciendo sobre un charco de sangre en la tierra del camino. por encima del ruido de la pelea, John podía oír los aullidos de los lobos no muy lejos de donde estaban. No tardarían mucho en llegar hasta ellos para hacerse cargo de los cuerpos, atraídos por el olor y la promesa de carne fresca.

— ¡Sherlock!

Sherlock trató de hablar cuando su visión se nubló, ciñendo más la mano alrededor de la muñeca, añadiendo la segunda algo más arriba, en el antebrazo.

— ¿Qué dices, saco de mierda? ¿Es que no puedes hablar más alto?

La risa odiosa del bandido hizo que Sherlock dibujara una mueca. Cuando éste se inclinó, acercando el oído para poder escucharle, hizo un esfuerzo terrible para no tener una arcada por el olor.

—Fuego.

Las manos de Sherlock se ciñeron sobre el brazo del bandido y acto seguido, se encendieron con una llamarada azul.

El bandido aulló, soltando su cuello y luchando por liberar su brazo mientras las llamas empezaban a devorar sus ropas, extendiéndose hacia arriba más y más. Sherlock lo soltó, el olor a carne quemándose sustituyendo el del terrible aliento del hombre, y dirigió su mano hacia él, dejando escapar una lengua de fuego que le alcanzó de lleno en el pecho. Observó con un brillo de triunfo en los ojos cómo el fuego cubría al bandido, que se agitaba y corría en círculos, golpeándose con las manos en un vano intento de apagar las llamas. Se frotó el cuello con una mano mientras se giraba, y cuando vio como un tercero se acercaba a John por la espalda, con la maza en alto para golpearle en la cabeza, Sherlock gruñó.

Cerrando la mano derecha, alzó el brazo, dejando que la magia fluyera por su cuerpo, sintiendo como le cubría, circulando por sus venas y le llenaba desde las puntas de los dedos de los pies hasta el cabello. Su vista se afinó, el mundo oscureciéndose excepto el punto en el que el tercer bandido se movía. Cuando sintió el hechizo formado, abrió la mano y señaló en dirección al tercer hombre, ya a unos pasos de John. Un rayo surcó el aire desde su cuerpo hasta el hombre, y la línea de luz blanca atravesó limpiamente el cuerpo, abriendo un boquete humeante en su pecho, atravesando sin dificultades la capa de metal sobre su pecho. El cuerpo cayó a un lado, impulsado por la fuerza del rayo, entre espasmos producidos por la electricidad. Sherlock se incorporó, liberando la tensión y pestañeando lo suficiente como para volver su vista a la normalidad.

Un cuarto hombre apareció corriendo de la nada, con un espadón en alto justo en su dirección. Vio como John atravesaba limpiamente con la espada al hombre contra el que luchaba, y rodó rápidamente al encuentro de Sherlock antes de desplegar el escudo de Queen en una cúpula de energía sobre ambos. Fue entonces, con el ceño fruncido, cuando Sherlock se dio cuenta de que había un quinto bandido, una figura femenina oculta en los arbustos al otro lado del camino, con una ballesta, disparando virotes en su dirección. Todos ellos impactando limpiamente contra el escudo, al igual que el hombre con el espadón.

— ¿Estás bien? —preguntó John, sin perder su posición defensiva frente a él, medio agachado y listo para el combate.

—Sí.

El amuleto en su cuello se encendió con un brillo verdoso cuando dirigió su mirada a la mujer con la ballesta, y sus manos se alzaron, los músculos de sus brazos en tensión mientras canalizaba la energía mágica de nuevo. John, a su lado, esperó.

Con un gruñido, Sherlock alzó los brazos y, al otro lado del escudo, rodeándolos, un muro de raíces y espinas surgió de la tierra. Las raíces atravesaron el cuerpo del hombre con el espadón, empalándolo en la madera, retorciéndose. La mujer con la ballesta, en cambio, fue rodeada y aplastada, y Sherlock juraría que pudo escuchar el crujir de sus huesos cuando éstos se partieron bajo la presión.

Aún con el escudo activo, y las raíces en alto, creciendo lentamente y enroscándose unas sobre otras en busca de más posibles víctimas, Sherlock y John esperaron. Al no escuchar más que los cuervos y el viento aullando entre los árboles, John enfundó la espada de nuevo a su espalda, y Sherlock retiró las raíces, devolviéndolas de nuevo a la tierra.

El escudó cayó, y Sherlock vio como John se llevaba una mano a la cintura para retirarla manchada de sangre, roja y oscura.

Sin dilación, Sherlock se dirigió rápidamente a las alforjas del caballo de John, un mustang negro llamado Ben. No obstante, tanto él como su propia montura, Silver, seguían encabritados y nerviosos. John se sentó en una piedra, sieseando, y dirigió un gesto hacia los animales. Éstos se quedaron repentinamente quietos y se relajaron, influenciados por la señal de Axia de John. Sherlock pasó una mano tranquilizadora por la frente y la ternilla de Ben, palmeándole la mejilla con suavidad, antes de acercarse a las alforjas. Rebuscó en ellas hasta dar con los frascos de cristal, y extrajo uno con un líquido escarlata. Con manos expertas la descorchó y se la tendió a John en silencio, volviendo a cerrar la bolsa de piel, haciendo a un lado la cabeza de Leshen que llevaba colgando del flanco del animal.

Despacio, Sherlock se agachó frente al fuego, junto a John. Le dedicó una mirada, apartando con suavidad la mano sobre la herida para poder echar un vistazo mientras John bebía.

—Te dije que era mala idea acampar junto al camino —reprendió con suavidad, su voz sonando ronca tras el maltrato a su garganta. Frunció el ceño al ver la profunda cuchillada en el vientre de John, la sangre fluyendo de la carne abierta. Apartó con cuidado el cuero atravesado para poder ver mejor, y cuando alzó la vista buscando su aprobación, vio como John hacía una mueca.

La pócima había empezado a hacer efecto, marcando las venas de John y hundiendo sus ojos en oscuros círculos negros. John odiaba el efecto visual que las pociones de brujo tenían al entrar en el torrente sanguíneo, pero el de la Golondrina era sin duda el más llevadero de todos. Siempre que las tomaba, John parecía estar muerto. La Sangre Negra tampoco era de sus preferidas, aunque no dudaba que sin duda alguna era efectiva. Y prefería eso a aplicarle la medicina tradicional y burda de los sanadores del Continente a las heridas (normalmente de monstruo) que sufría John.

Las técnicas de los médicos de Oxenfurt tenían un pase, pero los ungüentos y otros supersticiosos métodos naturales tenían dudosa efectividad a los ojos de Sherlock.

—Solo han sido un par de estúpidos —masculló John, estirándose todo lo que pudo, y alzando levemente las protecciones de cuero de su pecho para dejar paso a la mano blanca de Sherlock.

—Podrían haber sido ghuls. O un demonio podrido —sugirió el mago, extendiendo los dedos sobre la herida. Alzó los ojos del procedimiento para buscar los de John, antes de arquear las cejas y dibujar una mueca petulante — ¿Un Endriago, quizá?

Los dedos de Sherlock se presionaron contra la herida, empezando a calentarse.

—No hay endriagos tan cerca del… ¡Joder!

Los dedos de Sherlock brillaban rojizos, candentes por la magia, mientras cauterizaban la herida de John, deteniendo el sangrado. Sintió como las mano libre de John se apoyaba en su hombro, apretando mientras el calor quemaba el tejido y la carne expuesta. Unos instantes más tarde, la mano de Sherlock se retiró, con los dedos manchados de sangre que procedió a limpiarse, sin ningún tipo de problema, en la capa de viaje de John.

—Podías haber usado tu capa —reprendió John, siseando mientras se incorporaba de nuevo. Se pasó una mano por la frente, suspirando.

Sherlock sonrió más ampliamente.

— ¿Y ensuciarla ahora porque sí? Yo no soy el que mata monstruos aquí, John. No te va de una mancha más.

John le miró, meneando la cabeza.

—Cretino.

—Yo también te quiero —devolvió Sherlock, inclinándose para rozar sus labios con los de John. Apoyó una mano en su pecho, notando el latido de su corazón a través de la armadura de cuero y el zumbido del colgante de lobo reaccionando a su magia. La boca del brujo sabía a sal, sudor y sangre. También tenía un toque amargo y ardiente como el licor, un residuo de la poción que había tomado.

Los dedos anchos y callosos de John acariciaron su cuello. Había una marca roja atravesando su piel allá donde el bandido lo había estado asfixiando, y John frunció el ceño al verla.

— ¿Seguro que estás bien?

Sherlock miró fijamente a los ojos de gato de John y asintió.

—No es nada —aseguró, y le dio otro beso antes de separarse, sabiendo que si no lo hacía él, John no sería quien infundiría sensatez. Había hecho muchas cosas extravagantes, pero montárselo en medio de un campamento, rodeado de cadáveres, sangre y vísceras no era algo que estuviera en la lista, y tampoco era algo que tuviera prisa por añadir.

Uno tenía sus límites.

—No voy a ser capaz de volver a conciliar el sueño —dijo John, poniéndose en pie. Las espadas a su espalda tintinearon dentro de sus fundas, y se apartó el pelo de la cara antes de girarse en su dirección, con las manos en las caderas —, y dudo que tu lo consigas, así que propongo continuar hasta Madriguera Baja, atravesar el Cenagal del Jorobado de una maldita vez, y cobrar el contrato.

Sherlock arqueó una ceja, recogiendo su petate y la manta del suelo.

— ¿Y luego iremos a las Skellige?

John asintió.

—Si tanto sigue interesándote esa planta, iremos. Siempre hay buenos contratos en Kaer Trolde —accedió John, tomando la pregunta de Sherlock por una respuesta a su plan. Se acercó a Ben, y aseguró la silla y las alforjas — ¿Recuerdas aquella demonibestia que encontramos cerca de Kaer Gelen? Su cabeza pesaba toneladas.

—Yo prefiero aquel pueblo, Fyresdal. Creían que un dragón acechaba a los rebaños, pero luego resultó ser solo un colihendido. Y mientras, el hermano del pescador se estaba acostando con su mujer. Cuando volvimos estaba a punto de matarlo.

Sherlock montó, pasando los dedos por la crin oscura de Silver. John no entendía como a Sherlock podían gustarle tanto las protecciones de su montura. Las forjas de Nifgaard tampoco es que fueran de otro mundo. Si solo se hubiera dignado a dejar que la herrrero de Percha de Cuervo le hiciera alguna pieza... Aunque debía admitir que la tintura negra iba fenomenal con su estilo.

Más de una vez, en los primeros meses de su... "asociación" como compañeros de viaje, John le había recomendado a Sherlock que dejara de vestir con los colores del Emperador. Emyr no estaba muy buen visto entre las tierras de Radovid o incluso Velen, como era de esperar. Las relaciones entre los territorios siempre habían estado lógicamente violentas y poco agradables. Pero no fue hasta que comenzó la guerra, que Sherlock decidió limitarse a vestir ropajes negros, tratando de no relacionarse con Nifgaard. El Continente y las Islas se habían vuelto terreno hostil, y si alguien le veía vistiendo los colores del enemigo, muy probablemente no se pararían a preguntar su posición con respecto a la guerra antes de dar el primer golpe.

Sherlock había estado sirviendo en la corte de Nifgaard junto a su hermano, Mycroft. Ambos eran magos poderosos, y Emyr se había asegurado de ponerlos de su parte. No obstante, Sherlock no quería servir al Emperador y pasar sus días encerrado en la capital, rodeado de los muros de palacio. Así que habló con el Emperador, y pactó su libertad a cambio de un último servicio en el Norte. Detener a una hechicera de nombre Philippa Eilhart, en su intento por descubrir a los espías que se ocultaban en la Hermandad de los Hechiceros, de la que el mismo Sherlock fue miembro, antes de su caída. Sin embargo, Phillippa y él se hicieron... amigos, contra todo pronóstico, y terminaron orquestando juntos la caída de la Hermandad. Emyr nunca llegó a enterarse de esto, y Sherlock fue reportado muerto en la corte Nifgaardiana. Tras un cambio de cara producido por complejos hechizos, y una desaparición temporal tras su "muerte", se informó a su hermano de que seguía con vida, pero que no iba a volver.

Mycroft, entendiendo la situación, se limitaba a realizar visitas esporádicas y completamente aleatorias allá donde fuera que estuvieran.

—El líder del pueblo no perdonó que lo llamaras "estúpido pueblerino" —recordó John, con una media sonrisa. Apagó el fuego con un golpe de Aard, y remojó las brasas con un poco de agua de la cantimplora —. Creo que nunca te he visto abrir un portal tan rápido como aquél día.

Era un estúpido pueblerino —masculló Sherlock. El caballo relinchó, como dándole la razón.

John montó, acomodándose en la silla, y se aferró a las riendas.

—Claro, cariño —bromeó John, con una mueca divertida. Luego dio un golpe suave con los talones en los flancos de Ben, y el caballo comenzó a andar —. No te separes de mi. Y por el amor de todo lo sagrado, no te salgas del camino. No tengo ganas de encontrarme con una boira antes de que amanezca.


—Me he deshecho del Leshen. Ya no os dará más problemas.

—Gracias, maestro brujo. Ahora la comida volverá a llegar al pueblo —celebró la anciana líder, entregando a John una bolsa —. Trescientas coronas, como acordamos. No es mucho, pero es lo que hemos conseguido reunir.

—Es suficiente, gracias—John se ató la bolsa al cinturón con cuidado —. Aunque el Leshen haya dejado de dar problemas en el bosque, el Cenagal sigue siendo peligroso. Hay algo ahí además de sumergidos, boiras y brujas del agua. No se acerquen mucho si pueden evitarlo, y mucho menos de noche.

La anciana asintió.

—El cenagal siempre ha sido un lugar oscuro y peligroso, brujo. Pero sabemos como protegernos.

Sherlock, que había estado agachado en el suelo, mirando algo entre la tierra, se giró para mirar a la anciana con una ceja arqueada.

— ¿Como mandar a sus hijos en forma de sacrificio? —preguntó, alzando una muñeca de trapo llena de barro del suelo. John frunció el ceño, girando la cabeza para mirar a la anciana.

Sherlock se acercó a ambos con la muñeca en la mano como una prueba acusatoria. La anciana los miró con la misma expresión.

—Nuestros niños no son sacrificios. Esta es una tierra en guerra, no podemos alimentarlos, darles una buena vida. Pero las Damas cuidan de ellos. Los protegen.

Sherlock vio la expresión de John cambiar y endurecerse, su piel palideciendo mientras su mirada saltaba de la muñeca de trapo a la anciana. Luego se posó en Sherlock, sin saber qué decir, pero el mago recuperó la muñeca y la dejó sobre un poste, a salvo del barro del suelo. Sus rizos rebotaron cuando se subió de nuevo al caballo, y John se preguntó una vez más como era posible que Sherlock, bajo cualquier circunstancia, mantuviera su pelo siempre limpio y suave, sin importar cuanta suciedad le viniera encima. John tenía que mantener un corte estricto solo para que no fuera una carga, pensar en limpiarlo en cualquier río implicaba revisar que no hubiera sumergidos u otros monstruos cerca, y mantenerse alerta.

Hacía semanas que no pisaban una posada, y John echaba de menos un buen baño caliente. Quizá hicieran una visita a las termas de Lofoten al llegar a las islas.

Pero los niños…

—John.

Se giró para mirarle, con los labios apretados y los puños abriéndose y cerrándose, indeciso. Si afinaba sus sentidos de brujo, efectivamente, podía ver los numerosos rastros de huellas pequeñas de niños descalzos que descendían únicamente por aquel sendero. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? En aquel pueblo, por pequeño que fuera, no había visto ni un solo niño. Solo un par de bebés.

—Sherlock…

El mago suspiró, mirando el camino que descendía en dirección al Cenagal con cierto aire de impotencia.

—No hay nada que podamos hacer aquí. Es mejor que lo dejemos estar.

John miró a Sherlock con más detenimiento entonces. Había algo que no encajaba, algo… extraño en él. Sin embargo, no era la primera vez. Sherlock estaba… preocupado. Genuinamente preocupado. Y parecía querer rectificar el hecho de haber deducido qué hacían con los niños. Algo que no solía suceder. Sherlock se interesaba por las cosas extrañas más que nadie, y sin embargo, aquella no llamaba especialmente su atención, es más, parecía tener mucha prisa por marcharse, a juzgar por su actitud, ya montado en el caballo y listo para partir.

Dirigió una última mirada al camino del Cenagal, con un nudo en la garganta. El código de los brujos les instaba a no involucrase en la política o en las decisiones del mundo, que debían permanecer neutrales. Pero John no había perdido su sentido de la moral con el inexorable paso de los años, y se daba cuenta de que cada vez le costaba más mantenerse en el terreno difuso de la ecuanimidad.

Sherlock está asustado.

Consigue respuestas.

Vete.

Quédate.

Sherlock.

Los niños.

Sherlock.

Con un suspiro final, y dándose cuenta de que había estado conteniendo el aire, John se despidió de la anciana y montó en Ben. Sherlock, a su lado, sobre Silver, le dirigió una mirada agradecida. Después, su vista se desvió hacia el camino del Cenagal, y John le vio fruncir el ceño.

—Hay algo ahí abajo muy poderoso y muy viejo, John —murmuró Sherlock —. No te involucres. No en este.

John asintió, con el ceño fruncido, y envolvió la mano izquierda de Sherlock, sujetando con fuerza las riendas, con la suya. Le dio un suave apretón.

—Está bien. Esta vez no.

Sherlock tomó aire, cerrando los ojos, y aunque John vio como una parte de él se relajaba mientras se subía la capucha con la otra, había algo tenso todavía en él. Con un chasquido de dedos, abrió un portal frente a ellos. John sentía las miradas de los lugareños en la espalda, y no pudo evitar imaginarlos con horcas y antorchas, atacándolos de pronto por meterse en sus asuntos. Un escalofrío le recorrió la espalda.

—Vámonos de aquí.

Y sin más, atravesaron el portal, rumbo a Kaer Trolde.


POSIBLES SPOILERS DE THE WITCHER 3 EN LA NA!

Para quien haya jugado The Witcher 3, esto es previo y continuo a los sucesos al juego. Por lo tanto, John y Sherlock llegan a Madriguera Baja antes de que lo haga Geralt y resuelva el tema del Cenagal. Y también llegan antes a Percha de Cuervo, pero conocen a Yoana de mucho antes y saben de lo que es capaz.