Noche 1

Jellal maldijo internamente. Las once y media de la noche. No podía creer que el tiempo había pasado tan condenadamente rápido, y todo por el error de su distraída secretaria. Suspiró exasperado. Desde que contrató a Sorano en su empresa, no ha tenido más que problemas, Sorano era irresponsablemente infantil y algo engreída.

Tuvo que quedarse hasta noche solo para resolver un importantísimo error que aquella exasperante mujer había cometido. Bien podría haberlo resuelto mañana a primera hora, pero en verdad necesitaba salir mañana a primera hora. Tenía una importante cita con su familia. Después de meses y meses de arduo trabajo, al fin pudo darse unos días de vacaciones.

Jellal siempre ha sido del tipo de hombre responsable y amante de su trabajo. Todo su trabajo estaba en primer plano. Nunca se había preocupado en tener vacaciones, si fuera por él, nunca las tendría. Pero su madre ha insistido con fervor de que quería ver a su hijo mayor.

Y él simplemente no podía resistirse.

Varios días antes, se había encargo de reservar boletos de avión y empacar simplemente lo necesario. Jellal tenía control total de su tiempo y planeaba perfectamente lo necesario.

Todo parecía ir viento en popa, si no hubiera sido por el desliz de su secretaria. Aunque él debió de predecirlo. Supongo que ya no importa, el daño está hecho. Tomaría un profundo baño y se iría a dormir, tomaría su vuelo mañana temprano y disfrutaría de la compañía familiar. Punto.

Cuando el elevador se detuvo, Jellal alzó la vista para mirar como las puertas se abrían. Alzó una ceja, un poco sacado de tono, cuando miró la profunda oscuridad filtrándose por todos lados, cubriendo todo el estacionamiento a su alrededor. Definitivamente, era demasiado tarde.

El silencio era indefinido y las corrientes de aire eran helados. Las noches de invierno en Magnolia eran las peores.

Con un suspiró cansado y resignado, Jellal se impulsó hacia adelante, en busca de su auto. Tarareó todo el camino, mientras que lanzaba miradas sutiles a su alrededor, mantenía la guardia arriba y sus sentidos estaban al tope.

Jellal no era un hombre que creía que fantasmas o cosas malignas que se ocultaban en la oscuridad, desde niño siempre fue muy realista y sus padres se aseguraron que él no creyera en meros mitos creados por gente miedosa. Pero, él si creía en ladrones y asesinos. Jellal nunca ha sido asaltado, pero aun así, él no bajaría la guardia, sabía perfectamente que los estacionamientos eran lugares comunes para ser víctima de un robo.

Se relajó un poco cuando miró su auto a lo lejos. Caminó con más seguridad, mientras buscaba sus llaves en los bolsillos. Pero no encontró nada. Maldiciendo, revisó arduamente en todos los posibles lugares en donde podría haberlas dejado.

–Discúlpeme. –una encantadora voz femenina lo hiso sobresaltarse y darse vuelta.

Jellal se atragantó con su propia saliva y quedó pasmado en su lugar. Alucinado por lo que sus ojos estaban viendo. Frente a él, se encontraba una encantadora mujer, su rostro era delicado y con piel clara tan fina como la superficie de una perla, su espeso cabello rubio claro caía con suma gracia por su espalda. Era pequeña con una figura bastante femenina y sus ojos, diablos, sus ojos eran dos esmeraldas brillantes que resaltaban en la oscuridad que nos rodeaba.

Jellal salió de su ensoñación. –¿Se le ofrece algo, señorita?

La pequeña mujer sonrió.

–Solo me preguntaba si, ¿Era esto lo que buscaba? –dijo con voz aterciopelada. Alzó su mano y tintineó el par de llaves.

Jellal abrió los ojos, incrédulo por ver sus llaves en las manos de aquella misteriosa mujer.

La mujer rio entre dientes al ver la confusión del chico. –No se preocupe, joven. No las necesitara por un largo tiempo.

–¿Perdón…?

Él no fue capaz de entender a lo que se refería la mujer. Sus ojos verdes brillaron intensamente mirando fijamente hacia los de Jellal. Al hombre le fue imposible despegar la mirada de aquellos impresionantes ojos, era como si, como si su mente se hubiera ciclado y solo pudiera ver el color bailar en los ojos de aquella criatura.

–He tenido suerte. –dijo la mujer con una sonrisa burlona. –Estoy segura de que a mi hija le encantara el regalo.

Después de aquello. Jellal lo vio todo negro.

Erza siempre ha sido una chica un poco, diferente. Tenía un temperamento tan duro que haría que cualquiera se meara en los pantalones con solo una mirada. Ella siempre fue muy respetada y admirada por su clan. Al igual que todos, Erza escondía un pasado muy difícil y oscuro. Un pasado que casi nadie conoce. Erza podía ser tan adorable como cualquier otra chica de su edad, amaba las cosas lindas y dulces, como cualquier otra mujer, estaba enamorada con la idea de un príncipe azul. Amaba las rosas rojas, y amaba aún más si un hombre se las daba. Amaba el pastel de fresa, odiaba cuando alguien comía de su pastel, estaba simplemente prohibido tocar alguno de sus postres, a menos que quieras morir.

Pero, había un inconveniente. Erza no es humana y su clan, precisamente no es un simple clan. Ella es un vampiro.

Había sido convertida a la corta edad de diecinueve años, en plena juventud. La transformación había resaltado su belleza humana, su cabello rojo sangre siempre ha sido blanco de muchas miradas y suspiros. Erza no estaba enojada o triste por haber sido convertida en un vampiro. De hecho, lo amaba. Gracias a la transformación, se había vuelto fuerte, y no solo en el sentido físico, también en el emocional.

Pero, la inmortalidad, más que en un regalo, era una maldición.

Para un vampiro era muy difícil mantener relaciones con mortales, era muy mala idea encariñarse con un humano, porque al final de cuentas, este mortal sigue avanzando y te deja atrás.

Erza aún no ha cometido el error de encariñarse de uno. Pero si ha sido testigo de muchos de sus compañeros que se encariñaron de más con un humano y los vieron morir.

Ningún vampiro le desea su maldición a alguien a quien ama. El deseo incontrolable por la sangre y la horrorosa hambre que se daba cuando no satisfacías a tu cuerpo no eran de lo más lindo. Nadie quiere ver a su amado o amada sufrir de esa manera. Además de que, hay reglas en el mundo vampírico. Y esa es, no convertir a humanos porque sí. Solo se les permite a cada vampiro transformar a solo un mortal. Así que, técnicamente, debías elegir muy bien a tu pareja.

Para suerte de Erza, aún no había encontrado a su humano. Ella no parecía creer que su príncipe azul estuviera dentro de la raza humana. Ella confiaba en que, algún día, ella se enamoraría de algún vampiro de su clan o de cualquier otro.

Pero ya han pasado quinientos años desde eso. Y ella aun no parecía encontrar al hombre indicado.

Hasta que su cumpleaños seiscientos trece llegó.

Aunque alguno vampiros no les gustaba celebrar sus cumpleaños, a Erza le encantaba. Más si había pastel por en medio. Ella adoraba los múltiples tipos de pasteles que sus amigos le regalaban. Pastel de fresas, pastel de vainilla, zarzamoras, cerezas, chocolate, crema, etc. Era uno de los mejores días de todo el año.

Solo que este año, este año fue diferente. No había recibido tanta variedad de pastel. De hecho, Mavis, Mirajane, Cana y Bisca, junto con varias de sus amigas del clan habían está cuchicheando acerca de algún tipo de regalo sorpresa.

Ella estaba un poco enfurruñada por no haber recibido tantos postres como ella deseo. Pero Cana había asegurado de que ella le encantaría su regalo. Erza alzó una ceja, confundida por su tono.

Mas sin embargo, terminó haciéndoles caso a sus amigas e ir a su departamento más temprano. Un poco curiosa por saber que puede tener tan emocionadas a sus amigas. ¿Qué tipo de regalo le espera en casa?

Jellal había despertado de un sobresalto, se sentía sudorosa y agitado, su corazón latía a mil por hora. Su cabeza punzaba con un poco de dolor. Su mente estaba hecha un completo lio, no podía recordar nada antes de haber despertado. Todo estaba oscuro y borroso.

Parpadeó varias veces, confundido. No tenía ni la menor idea de donde se encontraba. Era una habitación oscura, por supuesto, las luces estaban apagadas, pero aun así podía distinguir el color vino de las paredes, la recamara en si tenía un estilo muy elegante. Había un olor dulce inundando el lugar, como a fresas. Jellal respiró profundo, embelesado con el hermoso aroma.

Luego cayó en cuenta. Esto era una recamara, una recamara de mujer para ser más precisos. Movió un poco la cabeza para percatarse que estaba recostado en la cama de la habitación. Su mirada viajó con rapidez hacia su cuerpo y suspiró aliviado cuando se dio cuenta de que seguía vestido.

Intentó levantarse, pero algo se lo impidió. Miró hacia arriba y observó cómo sus brazos estaban estirados por encima de su cabeza, sus manos atadas fuertemente a la cabecera. Frunció el ceño, confundido. Intentó jalar de las ataduras, pero estas eran demasiado fuertes como para soltarlas con fuerza bruta.

Algo dentro de él se removió en pánico. ¿Acaso lo había secuestrado? La habitación se veía demasiado elegante y cara como para alguien que supuestamente fue secuestrado.

Luego recordó. Algunos fragmentos comenzaron a aclararse en su mente. Había salido de su trabajo, mas noche que lo usual por un pequeño percance en el envió de alguna información que su secretaria no pudo completar. Recordaba perfectamente el insólito silencio y la penetrante oscuridad que se cernía en el estacionamiento. Recordó perfectamente como una pequeña figura, esbelta y delicada se acercaba a él, recordó haberse quedado estático por la extrema belleza de aquella mujer. Una mujer pequeña, delgada y una espesa cabellera rubia. Una mujer muy joven.

La recordaba. Y hasta ahí recordaba. Lo demás, es como si alguien hubiera borrado su mente después de eso.

Esa mujer. Había dicho algo que le retumbaba en la cabeza. "He tenido suerte. Estoy segura de que a mi hija le encantara el regalo".

Jellal parpadeó varias veces intentando darle sentido a esas palabras, o, al menos asegurarse de que lo recordaba tal como lo dijo. Aquella mujer había hecho algo con su mente. Estaba seguro de ello. Aunque la mera idea sonaba ridícula.

¿Control mental? Por favor, él no era de lo que creía en esas fantasías. ¿Qué seguía? ¿Vampiros?

Seguramente, esta es algún tipo de broma. Tal vez haya cámaras escondidas en este lugar o posiblemente, si estaba siendo secuestrado por algún tipo de mafia japonesa. ¿Pero porque a él? No era por presumir, pero tiene una generosa cantidad de dinero guardada en su cuenta. Tal vez ellos lo habían seguido y habían estado aprovechando el momento perfecto para emboscarme. Posiblemente esa bonita mujer fue un señuelo para que bajara la guardia.

Jellal gruñó ante la ridiculeces que se estaban formando en su mente. Intentó, inútilmente, tirar de las ataduras sin resultado alguno.

Además, ¿Qué relación tiene la mafia japonesa con esa mujer y al parecer un regalo para su hija?

Eso no tiene sentido alguno. Aquella mujer era demasiado joven, casi como una chica de al menos catorce-quince años. Seguramente ninguna hija suya tendría la edad suficiente para quererlo a él como un esclavo sexual. De todas maneras. ¿Por qué a él?

Jellal tenía una buena autoestima, tenía en claro que era un hombre atractivo, pero no era una estrella de rock o algún actor famoso, era un hombre sencillo y clásico. Sin tiempo alguno para tener conquistas.

Sin embargo, aquí se encontraba, atado en la recamara de una posible mujer deseosa por subírsele encima. Un escalofrió recorrió por su columna. Se supone que debería estar alistándose para dormir, tenía que salir de este lugar, no podía perder su vuelo. Sus padres se preocuparían si no llegaba, posiblemente lo llamarían al teléfono y él no podría contestar.

La mente de Jellal revoloteó cuando escuchó la puerta de la habitación abrirse lentamente. Una cortina de luz iluminó parte de la recamara mientras la puerta se abría. La luz explotó en la habitación, cegado por la repentina luz, Jellal parpadeó para acostumbrar a sus ojos. Alzó la vista movido por la curiosidad de saber de quien pertenecía aquella sombra que se había instalado en la habitación.

Su garganta se cerró, sorprendido, por encontrarse con una exquisita mujer pelirroja mirándolo con incredulidad. Aquella mujer era completamente diferente a la pequeña rubia que le había parecido adorable. Esta mujer, esta mujer irradiaba sensualidad hasta la medula. Era hermosa, con labios llenos, una cara ovalada, una nariz recta y unos oscuros ojos que parecían ocultar más de lo que podían. Su preciosa cabellera roja caía en poderosas ondas por sus hombros hasta un lugar desconocido de su espalda. Definitivamente, no podía ser la hija de aquella pequeña rubia, no compartían ningún rasgo parecido. ¿Tal vez una hermana?

Jellal se sintió un poco decepcionado. No le hubiera molestado ser juguete de aquella pelirroja.

Erza no podía quitar la mirada de aquel indefenso humano tendido en su cama, atado a su cabecera. Algo en su cabeza picaba, por alguna razón, aquel hombre le resultaba conocido, pero era imposible. Este hombre parecía no tener más de veinticinco años.

Ignorando al atractivo peli azul atado a su cama, caminó por su habitación directo hacia su ropero. Podía sentir la mirada de aquel hombre siguiendo sus movimientos. Erza se despojó de su pesado abrigo y lo colocó dentro de su ropero.

–Uhm, ¿Disculpa? –llamó Jellal con voz suave. Erza miró por encima de su hombro hacia el joven humano. –¿Podrías desatarme?

Erza lució un poco sorprendida por la petición. Era más que obvio que no podría simplemente soltarlo, no después de que sus amigas hayan secuestrado a un humano para ella.

¿Qué clase de regalo se supone que es esto? ¿Y porque su madre estuvo de acuerdo? Había veces en las que no entendía para nada a Mavis.

–No. –respondió Erza.

Jellal abrió los ojos, confundido por su respuesta. ¿Qué se supone que significa eso? ¿Cómo qué no? Iba a reclamarle cuando miró como la pelirroja se estaba desvistiendo frente a él. Guardó silencio, incapaz de decir algo o apartar la mirada del cuerpo divino de aquella mujer.

Jellal miró embobado como cada prenda se deslizaba con cuidado por la perfecta piel clara de la mujer, casi como si se estuviera burlando de él y su condición. Sus mejillas enrojecieron cuando miró el sostén de encaje negro que ocultaba perfectamente tremendos atributos. La pelirroja no parecía para nada afectada de que un desconocido pudiera verla desvestirle, de hecho, parecía ignorarlo perfectamente. Ella se agachó para quitarse los botines dejándole a Jellal una perfecta vista de su redondo culo cubierto por las gruesas mallas debajo de aquella falda tan condenadamente corta. Podía visualizar perfectamente la redondez de sus glúteos y la firmeza de sus piernas.

Jellal tragó duro cuando la mujer comenzó a quitarse las mallas dejando ver más piel cremosa, junto con unas bragas negras demasiado pequeñas para sus caderas. Jellal se obligó a quitar la mirada de aquella mujer. Gruñó internamente cuando se dio cuenta de que su cuerpo estaba disfrutando de más aquella imagen tan erótica. El bulto que se cernía oculto debajo de sus pantalones era una clara señal de ello.

Respiró profundamente. Nunca pensó que él podría sentirse tan frustrado como se sentía en ese momento. Nunca hubo una mujer que le moviera las entrañas como aquella completa desconocida lo estaba haciendo. Una vez más, se aventuró a ver hacia la mujer que seguía en ropa interior y seguía dándole la espalda. De nuevo, se encontró a si mismo viendo embobado las curvas perfectamente proporcionadas de la mujer. Del ropero sacó una toalla blanca y la colocó en uno de sus hombros, sacó otro conjunto de ropa interior y cerró el closet. Jellal miró como la mujer se dirigía al baño con la intención de ducharse.

–Espere. –exclamó Jellal. La mujer se detuvo. –Necesito irme. Tengo un vuelo en la mañana y necesito estar allí.

Jellal solo esperaba que la mujer tuviera un poco de compasión y comprendiera la situación. Pero, ella miró por encima de su hombro con seriedad.

–He dicho no. –dijo con voz queda y con una mirada oscura que me hiso estremecer. –Eres mío, ahora.