Era de noche, hacía un frío de mil pares de narices y las calles del centro de Madrid estaban abarrotadas de gente.
Un chico joven que se podía tachar de misántropo y antisocial iba caminando por la Gran Vía, resoplando por que odiaba estar rodeado de tanta gente. No le gustaba en absoluto tanto alboroto. En su opinión los españoles eran demasiados despreocupados y molestos.
La calle tenía demasiada iluminación. La gente se paraba en medio para charlar y no dejaba pasar.
El chico frunció el ceño, apartando a las personas que le obstaculizaban el paso y entró en la boca del metro, donde se pudo quitar los guantes y entrar en calor. Sacó el billete para entrar pero se dio cuenta de que éste era del día anterior. Se palpó los bolsillos del pantalón buscando monedas para comprarse un nuevo billete, pero solo encontró cinco centavos. Buscó en los bolsillos internos y exteriores del abrigo que llevaba y lo máximo que encontró fueron otras dos monedas de cinco centavos. Maldijo su suerte por tener que pasar por ese tipo de situaciones. Se maldijo a sí mismo por haber cogido el autobús en lugar del metro aquella tarde, ya que si hubiese ido el ése último, ahora quizás tendría un billete para volver.
Pero no, Lovino Vargas tenía que bajar al centro en autobús.
Resoplando, sacó de un bolsillo del abrigo un mapa del metro de Madrid, que por la cara de atrás traía un mapa de la ciudad. Buscó La Gran Vía y luego Lavapiés, donde llevaba viviendo no más de tres semanas. Su madre le había animado a ir conociendo la ciudad en la que iban a vivir de ahora en adelante, así que el joven solía salir, sin alejarse mucho de su casa. Su madre también esperaba que hiciera amigos nuevos, puesto que su hijo no solía congeniar fácilmente con los demás. Con la única persona con la que había congeniado bien a lo largo de su vida era con su hermano gemelo, Feliciano, pero éste se había quedado en Italia, con su padre. La separación les había sentado bastante mal a ambos hermanos, quienes sentían que habían perdido una parte de sí mismos, a pesar de que hablasen por teléfono todos los días.
Poniéndose los guantes de nuevo, comenzó a ascender lentamente a la calle, que seguía igual de concurrida. Se arregló la bufanda y se tapó la cara con ella hasta la altura de la nariz.
Metió las manos en los bolsillos y comenzó a ir hacia su casa, rezando interiormente para no perderse, como le había pasado ya más de una vez. Cruzó a la otra parte de la calle, sacando las manos de los bolsillos para apartar sutilmente(o eso le parecía a él) a la gente que le molestaba. Estaba a punto de llegar a la otra acera cuando sintió que alguien o algo le hacía la zancadilla y cayó al suelo, o eso habría pasado si en el último momento unos brazos no le hubieran sujetado, impidiendo la caída. Lovino ya había cerrado los ojos, esperando el golpe. Los abrió lentamente, y se topó directamente cara a cara con un chico de ojos verdes y una estúpida sonrisa.
-Grazie- Dijo al desconocido, sonrojándose enormemente sin quererlo, mientras se erguía.
-No hay de qué- Respondió el desconocido. Éste era un joven alto, moreno y bastante guapo (esto último fue lo que pensó Lovino, cosa que no admitiría jamás). Se quedaron parados unos segundos que se hicieron eternos para ambos jóvenes, sin saber qué decir ni qué hacer. Lovino se había perdido en aquellos ojos verde esmeralda, y el otro chico aún sonreía estúpidamente, hasta que un pitido los trajo de vuelta al mundo.
-¡Moveros! ¡Id a la acera, suicidas!-Les gritó alguien desde un coche. Lovino se giró y vio que solo quedaban ellos dos en medio de la carretera, a parte de todos los coches. Algunas personas se les habían quedado mirando y unas chicas les señalaban sin ningún disimulo, riendo tontamente.
Lovino corrió hasta la acera, seguido del otro muchacho muriéndose internamente de vergüenza.
-Casi nos matan-Rió estúpidamente el ojiverde-Por cierto, me llamo Antonio, ¿y tú?
Le regaló una sonrisa a Lovino, mientras esperaba la respuesta.
-Yo…-Empezó, sonrojándose, dirigiendo la vista hacia los zapatos- ¡Casi nos matan por tu culpa! ¿Por qué no te has movido de la carretera?-Preguntó con gritos a Antonio, tenso aún por que la gente seguía mirándoles.
El otro chico, que parecía que no se enteraba de lo que pasaba alrededor de ellos, no dejó de sonreir y dijo:
-Tú tampoco te has quitado, así que también se puede considerar tu culpa-Lovino iba a replicar algo pero Antonio siguió hablando- El caso es que aún no me has dicho tu nombre.
Lovino se sonrojó de nuevo con esto.
-Yo… no necesitas saber mi nombre-Soltó rápidamente, desviando de nuevo la mirada a sus zapatos.
-Si me lo dices podríamos conocernos y hacernos amigos, ¿no?
- Pero si solo me has ayudado a ponerme en pie- Dijo evitando la mirada de Antonio, que estaba clavada en el rostro del joven italiano-Si fueras amigo de todos los desconocidos a los que ayudas, tendrías muchos, ¿no?
-Tampoco te creas. Algunos se olvidan de mí, pero yo de ellos no. Creo que son buenas las relaciones humanas. Así conoces más opiniones y pensamientos, y obtienes compañía-Respondió Antonio sonriente.
A Lovino aquel sujeto le estaba empezando a dar mal rollo. No por que diese miedo, no, si no por que no dejaba en ningún momento de sonreír. Nadie podía estar siempre sonriente. Eso no era natural. Aparte, él no creía que las relaciones humanas fueran buenas. Él odiaba a mucha gente. La gente era un coñazo para él, un incordio. Casi todos eran unos hipócritas y unos cínicos. Aún así, decidió contestar a Antonio.
-Me llamo Lovino. Ahora adiós, muy buenas- Dijo dándole la espalda a Antonio.
-¡Espera!-Dijo el otro chico sujetándole del brazo. Lovino se le quedó mirando, esperando a que hablara-Yo… me preguntaba… donde… vivías-Articuló con algo de trabajo, con las mejillas un poco coloradas.
'¿Éste de qué va? ¡Maldito acosador!' Pensó Lovino.
-Eso no te importa. Ahora me voy que tengo prisa, bastardo-Dijo zafándose de su agarre, y continúo andando rápidamente.
Antonio se quedó mirando como aquel joven desparecía rápidamente entre la multitud con una mirada triste y perdiendo completamente la sonrisa. En realidad, lo de que quería saber el nombre de todas las personas a las que ayudaba y no conocía no era del todo cierto. Había sido una mentirijilla piadosa para saber el nombre de aquel hermoso joven con un extraño rulo en el lado derecho de la cabeza que le había llamado tanto la atención desde el momento en el que lo había visto desde el otro lado de la calle. Por eso le había hecho, muy disimuladamente, la zancadilla, para acercarse a él y conocerle.
-Adiós, Lovino…-Murmuró. Sin embargo, una llamada a su móvil de parte de un amigo suyo le devolvió su sonrisa.
Por otra parte, Lovino continuó andando y tardo poco más de diez minutos en llegar finalmente a su casa. Entró dando un portazo, como acostumbraba a hacer.
-¡Ya estoy aquí!-Gritó avisando a su madre de su llegada. Dejó el abrigo en el perchero y fue hacia la cocina, donde estaba su madre preparando la cena.
-Lovi, te tengo dicho que no des portazos-Le dijo su madre a modo de respuesta. El chico frunció el ceño y se sentó en una silla.
-Y yo odio que me llames Lovi, ya no soy un crío-Repuso cruzándose de brazos.
-Para mí siempre serás mi pequeño Lovi-Sonrió su madre, girándose a ver a su hijo, al que le mandó un beso con la mano. Lovino refunfuñó algo y salió de la cocina y entró en su cuarto. Todo estaba lleno de cajas de la mudanza. Lovino había colocado algunos objetos que le eran necesarios en la habitación, como los libros, las cosas del colegio y poco más. Sin embargo, notaba lo distinta que era su nueva habitación comparada con la que había compartido con su hermano en Italia durante tantos años. No había ningún póster colocado en la pared, ni dibujos tampoco. Todo estaba ordenado y la cama hecha.
Recordar a su hermano le produjo una oleada de sentimientos que prefería no compartir con nadie. Cerró la puerta del cuarto, cogió una foto enmarcada que estaba en su cómoda y se metió en la cama y comenzó a llorar silenciosamente, mirándola. Salían él y Feliciano hacía unos cuantos años atrás. Estaban dentro del Coliseo. Feliciano sonreía a la cámara e intentaba abrazar a su hermano mayor, quien se resistía y miraba con un poco de desdén hacia delante. Pero en aquel momento, aunque fuese difícil de creer, Lovino era feliz. Estaba con su familia en Roma, la ciudad eterna, y todo era felicidad. Pero luego vinieron las constantes peleas entre sus padres, los gritos y todo. Feliciano no sonreía tanto y por las noches lloraba y se metía en la cama de Lovino a dormir, quien le consolaba con palabras dulces, algo bastante raro en él, ya que era el gruñón de la familia.
Lovino siguió llorando hasta que se quedó dormido, abrazado a la foto, como si eso le hiciera estar más cerca de su hermano.
A la mañana siguiente, cuando se despertó, su madre ya se había ido. Le había dejado una nota diciéndole que le quería y que no llegara tarde a clases. Lovino bostezó y se tomó unos cereales con leche para desayunar. Tenía bastante sueño aún, y además, no tenía ninguna gana de ir al colegio. Lo que allí le esperaba le deprimía. Todos los chicos de su clase le miraban mal, y las niñas solían mirarle y cuchicheaban cosas acerca de él. El pobre italiano no sabía que casi todas estaban por él. Pensaba que decían cosas malas de él y eso le cabreaba.
Dejó el bol en el que se había tomado los cereales en el fregadero y se preparó para un nuevo y desastroso día en el colegio. Se quedó mirando la foto de su hermano y él en el Coliseo y se llenó de nostalgia. Cerró los ojos para apartar los recuerdos tristes y miró el reloj de la cocina para ver cuanto tiempo faltaba para irse. Mierda. Eran las ocho y diez. En cinco minutos empezaban las clases. Y de su casa al instituto tardaba quince minutos. Salió corriendo de su casa y fue corriendo como alma que persigue el diablo hasta el colegio. Cuando llegó debían haber pasado diez minutos. Mierda. No le dejarían entrar a clase, con lo estrictos que eran en aquel colegio… pensaba el italiano. Sin embargo, le sorprendió ver a muchos estudiantes en el patio y en los pasillos. Sorprendido, miró la hora en móvil: Eran las ocho y veinte. Qué extraño, se dijo el italiano, mientras iba hacia su aula. Deberían estar todos en clase… entonces, recordó que en el nuevo colegio las clases comenzaban quince minutos más tarde, es decir, a las y media.
Enfadado por tener que estar más tiempo en aquel edificio infernal, se puso los cascos y se sumió en su mundo, esperando a que sonara el timbre que indicaba el inicio de las clases. Cuando abrió los ojos, se sobresaltó al ver unos ojos gatunos que le examinaban desde la otra parte del pasillo. Lovino se sonrojó, odiaba que le observaran tan fijamente. Además, se fijó bien, y era una chica bastante guapa. Ojos verdes y pelo castaño claro, casi tirando a rubio, y si mal no recordaba, estaba en su misma clase. No se acordaba de su nombre, pero supuso que ella tampoco del suyo. Volvió a cerrar los ojos, evadiéndose del mundo. Cuando volvió a abrirlos, que fue pocos minutos mas tardes, vio que la chica había dejado de mirarle y estaba hablando animadamente con otro chica. Lovino se quitó de mala gana los cascos, guardó el mp3 en uno de los bolsillos del pantalón y entró a clase.
Se sentó en el asiento que ocupaba junto a la ventana en última fila. Desde ahí tenía una vista perfecta de toda la clase. Abrió la mochila y sacó los libros. Los dejó abiertos y se pasó la hora entera dibujando, o haciendo un pobre intento. Nunca se le había dado bien, pero quería aprender. A su hermano menor se le daba maravillosamente bien. Feliciano había heredado las dotes artísticas de la familia. Sin embargo, Lovino no tenía ninguna cualidad artística. Lo que solía ponerle de mal humor porque sus padres solían hablar de lo bien que pintaba Feliciano cada dos por tres mientras vivían en Italia. De Lovino casi nunca decían nada bueno en relación con el arte. Pero aún así, él quería a su hermano pequeño, aunque no le gustaba que él se ganase toda la atención de sus padres por hacer las cosas tan bien y ser el hijo perfecto que todos los padres desearían tener.
El timbre que indicaba el cambio de clases sonó y Lovino levantó la mirada de su dibujo. La gente estaba levantándose. Unos se ponían a charlar con amigos, otros salían de clase. Lovino observó lo que acababa de dibujar. Era un paisaje otoñal. No se podía decir que estuviese mal, pero parecía más un boceto que un dibujo. Lovino lo guardó en su mochila pero se vio interrumpido por una voz.
-¡Hola! Eres Lovino, ¿No?-El aludido levantó la vista, encontrándose con la chica que le había estado observando antes en el pasillo, quien le sonreía en aquellos momentos. El italiano se sonrojó levemente mientras asentía sin pronunciar palabra.
-Encantada. Yo soy Emma-Dijo la chica extendiéndole la mano. Lovino la aceptó, tímidamente.
-Un placer, Emma-Respondió hablando bajito.
-He visto que sueles estar solo, ¿quieres venirte conmigo en los recreos y en los cambios de clase?-Preguntó la chica. Lovino se quedó pensativo durante un momento. ¿Aquella chica le estaba ofreciendo su amistad? Era bastante extraño, pero aun así asintió, regalándole a la muchacha una leve sonrisa.
-¡Guay!-Exclamó la chica. ¿Te vienes conmigo y mis amigas hoy en el recreo?-Lovino iba a responderle que preferiría estar ese tiempo en la biblioteca, fingiendo leer y hacer otras cosas de más interés, como escuchar música o ver alguna serie desde el móvil, pero Emma siguió hablando-Ven, te las presentaré.
Emma cogió a Lovino del brazo y lo arrastró hasta el pasillo, donde había un par de chicas de su clase.
-Chicas, mirad quién está aquí-Chilló Emma, interrumpiendo la animada charla de las otras chicas. Lovino solamente miraba en otra dirección, muriéndose un poco de vergüenza, por que no solía estar con tantas chicas. De hecho, no solía juntarse con chicas-¡Lovino, el chico nuevo!
-Ah, un placer-Dijo sonriéndole una chica morena y alta de ojos verdes-Me llamo Eli.
-Y yo Lili-Dijo la otra chica, rubia y los ojos aguamarina, que aparentaba menos edad de la que tenía realmente- Espero que seamos buenos amigos.
-Igualmente-Dijo tenso el italiano.
Se sentía incómodo al estar rodeado de chicas, aunque solo fuesen tres. Además, los otros chicos de su clase que estaban en el pasillo y estaban viendo la escena, le estaban echando miradas amenazadoras, pero no intimidaban a Lovino en absoluto. Éste estaba acostumbrado a meterse en broncas con chicos de su edad, pues cuando aún vivía en Italia, muchos chicos se metían con su hermano gemelo, quien se limitaba a lloriquear y aceptar los comentarios de los otros chavales. Sin embargo, Lovino siempre solía estar ahí para defenderle y hacerle sentir mejor. A veces hasta había llegado a pegarse con algunos chicos.
El maestro llegó y todos los alumnos entraron a clase. Lovino volvió a su sitió y continuó en su intento de dibujar, pero solamente le salían garabatos sin sentido, así que decidió dejar de lado el cuaderno y prestar atención a clase, pero era imposible. Las clases de historia eran como un somnífero para el joven italiano.
El resto de la hora transcurrió muy lentamente, y la siguiente, que era biología, fue más de lo mismo: un absoluto muermo. Lovino sentía como si los párpados se le fuesen a cerrar de un momento a otro. Bostezó y recargó la cabeza en el brazo, fingiendo prestar atención a la maestra, aunque no tenía ni la más remota idea de lo que estaba explicando.
Sonó el timbre que indicaba el comienzo del recreo y sacó el bocadillo y el zumo de la maleta. Se levantó lentamente de su asiento, palpándose los bolsillos del pantalón para asegurarse de llevar el mp3 con él.
-Hey, Lovi, te vas a venir con nosotras en el recreo, ¿a que sí?-preguntó Emma, quien parecía que había aparecido y estaba en frente del chico. Éste frunció el ceño, por que si bien odiaba que su madre le llamase de esa manera tan estúpida e infantil, más le molestaba que alguien de su edad le llamase de esa manera. Además si era alguien que acababa de conocer. No le gustaba nada en absoluto que la gente se tomara tanta confianza con él.
-Me llamo Lovino, no Lovi-Replicó.
-Pero es que Lovi suena muy mono-Dijo Emma mirando a Lovino. Al ver que éste seguía con la misma expresión de desagrado, rectificó-Pero si te molesta te llamaré Lovino. Pero bueno, ¿vienes o no?
Lovino miró atrás de Emma. Lili y Eli estaban en la puerta, esperando a su amiga.
-Bueno, está bien-Respondió el chico. Después de todo, que la gente hablara con él y encima se mostrara simpática era algo que no debería rechazar.
Los cuatro salieron del edificio de clases y entraron a la cafetería del instituto. Eli fue a pedir su bocadillo mientras los otros se sentaban en una mesa. Cuando volvió traía también una lata de coca-cola y varias bolsas de patatas. Se sentó al lado de Lovino y le ofreció patata, quien negó con la mano y comenzó a comerse su bocata. Sin embargo, Lili y Emma comenzaron a picotear de las bolsas de su amiga.
-Y bien, Lovino, ¿por qué no nos hablas de ti?-Propuso Eli mirándole.
El chico se miró las manos, sin saber qué decir y balbució :
-Yo… no sé… por donde empezar
-Tranquilo, Lovino, empieza por donde mejor te parezca-Le animó la sonriente Lili.
-Yo nací en Nápoles, una ciudad que está en Italia-Alzó la vista y vio que las miradas de las tres chicas estaban clavadas en él. Vaciló, pues le daba vergüenza hablar de sí mismo a gente que apenas conocía, así que contó solamente cómo era su vida antes de mudarse a España, sin dar detalles y omitiendo cosas como de la separación de sus padres y el hecho de que tenía un hermano gemelo.
-Aah, que interesante. Yo nunca he estado en Italia, aunque me gustaría mucho ir allí- Dijo Lili tras haber escuchado en silencio la historia de Lovino-¿Y cómo es que te mudaste a Madrid?
Lovino vaciló. No quería mentir a esas chicas que se estaban portando tan bien con él, pero no quería contar la verdadera razón y ponerse a llorar en el instituto, así que dijo una verdad a medias.
-Por el trabajo de mi madre-Respondió el moreno sorbiendo por la pajita del zumo y mirando desinteresadamente a la chica, para que no se notase que no estaba escondiendo algo.
-¿En qué trabaja?-Preguntó Eli.
-¿Tienes hermanos?-Cuestionó Emma a la vez que la otra chica.
Lovino se preguntó que por qué demonios le hacían tantas preguntas a él y no comenzaban ellas a hablar de sí mismas. Sin embargo, el timbre sonó, lo que significaba que el recreo se había terminado. Lovino entendió mejor que nadie en aquel momento el dicho de 'salvado por la campana'.
Se levantó de la silla y cambió de tema sutilmente.
-¿Qué clase toca ahora? Es que no me sé bien el horario aún-Dijo con un intento de sonrisa para relajar el ambiente. Las chicas no se habían dado cuenta de la incomodidad de Lovino, afortunadamente.
-Matemáticas, creo-Dijo en voz baja Lili.
-Vale, gracias-Dijo Lovino a la chica-Bueno, volvamos a clase.
Y olvidándose de las preguntas de Eli y Emma, los cuatro volvieron al aula. Cuando llegaron el maestro ya estaba dentro de la clase, esperando a que todos los alumnos llegasen del recreo. Lovino se sentó y sacó el material de clase, pero recordó que el libro de matemáticas aún no lo tenía. Lo había encargado en una papelería pero aún no le habían llamado. La madre de Lovino pensaba que lo habían olvidado, pero su hijo se negaba a ir a encargarlo otra vez, le pillaba muy lejos de su casa y le daba pereza.
Así que miró al maestro, quien ya había empezado la clase, y alzó la mano.
-Profesor…-Empezó. El maestro dejó de explicar, mirando a su alumno. El resto de la clase se giró también. Lovino empezó a ponerse tan colorado como un tomate-Esto…yo… no tengo el libro.
-¿Alguien compartiría su libro con Lovino?-preguntó el profesor a la clase.
-¡Yo!-Gritó alguien de la cuarta fila, alzando la mano. Era Emma.
-Bien, pues sigamos la clase-Dijo el maestro mientras devolvía su mirada a la pizarra y continuaba explicando. Lovino cogió su silla y la llevó hasta la mesa de Emma, que le hizo un hueco.
-Hola-Susurró bajito la chica.
-Hola-Respondió el chico, copiando las explicaciones escritas en la pizarra. Emma garabateó algo en una nota y se la pasó a Lovino. Éste la ignoró completamente, fingiendo total interés en la explicación.
-Leela-Dijo Emma acercándole más la notita. Lovino dio un pequeño bufido y abrió la nota. Emma le preguntaba que dónde vivía. Lovino vaciló y escribió rápido que en Lavapiés. Emma sonrió y le dijo al oído
-Sé un poco más concreto.
-No seas tu tan cotilla-Bufó Lovino.
Odiaba que le forzaran a decir cosas que no quería a la fuerza. ¿Y si en verdad Emma lo que quería era burlarse de él y gastarle bromas por el telefonillo? No, ni loco. Entonces recordó al tipo que le había ayudado el día anterior a no caerse en la Gran Vía. Ese tal… ¿Antonio se llamaba? Lovino frunció el ceño. ¿Por qué los españoles eran tan metiches? Aunque él también era un poco paranoico.
-E-Era por si alguna vez quedábamos, para saber donde recogerte-Dijo Emma un poco sonrojada. Lovino la escrutó con la mirada y se quedó mirándola.
-¿Quedar?
-Sí, dar una vuelta por el barrio o por Madrid, ya sabes, para enseñarte la ciudad.
Lovino iba a responderle cuando la sirena sonó. El maestro siguió explicando a pesar de que la hora de su clase ya se había terminado. Mandó ejercicios para casa y se fue. El maestro de la siguiente clase ya esperaba afuera para entrar, por lo que no hubo un cambio de clase.
-Gracias por compartir el libro conmigo, Emma-Agradeció Lovino levantándose.
-No hay de qué-Respondió Emma, con un deje de tristeza en la voz, pero enseguida se repuso y volvió a estar tan feliz.
Lovino volvió a su asiento y se pasó las dos horas siguientes pensando en sus cosas y continuó con los garabatos a los que él llamaba dibujos. Cuando el timbre sonó por última vez, es decir, cuando acabaron las clases, Lovino recogió lentamente y se puso su música. Se disponía a salir por la puerta del aula cuando una mano le tiró del brazo suavemente. Lovino se giró y se topó con Lili. Ésta estaba levemente sonrojada y le dijo
-¿Vuelves solo a casa, Lovino?-preguntó con algo de miedo en la voz.
-Sí-Respondió el chico simplemente. Después de un momento de vacilación, le dio la vuelta a la tortilla preguntándole si ella volvía a casa sola.
-No, yo vuelo con Eli, somos vecinas. Emma se va con su hermano mayor. Viene a recogerla en moto.
-Aah-Respondió Lovino, a quien realmente todo eso le daba igual. Lo único que quería era hacer el camino de vuelta a su casa, donde podía escuchar música.
-Solo era eso. Buenas tardes, Lovino-Dijo la rubia educadamente, mirando al suelo.
-Adiós-Dijo Lovino despidiéndose. Se iba a despedir de Eli y Emma, pero estaban en los baños.
Lovino se colocó los cascos y salió del instituto. Caminó lentamente para poder así escuchar más canciones. Iba por el camino más largo. Además, por donde casi nadie de su instituto pasaba para suerte de él.
Cuando llegó a su casa, su madre aún seguía en el trabajo. Se preparó un huevo frito y se lo comió mientras zapeaba en le tele. No había ningún programa que le interesara especialmente, pero aún así dejó encendido el aparato y se terminó la comida.
En los días siguientes no ocurrió nada destacable. Lovino se juntaba más con sus nuevas amigas y era más hablador, pero intentaba no sacar los temas relacionados con la separación de sus padres, el trabajo de su madre o su hermano.
