Hola a todos, y bienvenidos a mi primer fic. Como bien dice la sinopsis, esta es una especie de biografía no autorizada de Malik, un personaje de Assassin's Creed del cual sabemos muy poco y sobre el cual hay mucho que suponer. Espero que sea de su agrado, y sin mayor preámbulo les dejo con la lectura.
Obviamente los personajes le pertenecen a Ubisoft, salvo unos pocos que incluiré.
Capítulo 1: Piloto
-¡Faheem Al-Sayf!
El aludido se dio media vuelta, buscando al emisor que había pronunciado su nombre. Lo encontró: un fedayín estaba a unos pasos de él, recuperando el aliento. Al parecer había subido corriendo los empinados senderos que daban a la arena de combate, justo al pie de la torre de Al Mualim, donde Faheem y otro compañero se encontraban blandiendo sus espadas.
-Señor –jadeó el muchacho, una vez que sintió la mirada del asesino sobre sí -. Es su mujer. Está a punto de dar a luz.
Los que estaban reunidos alrededor de la arena lanzaron vítores y felicitaciones a Faheem, quien apenas los oyó: ya estaba saltando la cerca de la arena y corriendo en dirección a la ciudadela. El que hasta hace unos instantes era su contrincante le miró alejarse, con una leve sonrisa en su rostro, hasta que fue interrumpido por la voz de un niño de no más de cuatro años:
-¿Qué es "dar a luz"?
-Lo sabrás a su tiempo, Rauf –le dijo el hombre. Luego se dirigió a los mayores: -¿Y bien? ¿Alguien más quiere ser derrotado por mi espada?
-Umar, no seas tan arrogante –se burló uno de los presentes, saltando la cerca. Tomó la espada y la posición que Faheem había ocupado -. Cuida tus palabras, no vaya a ser que lluevan sobre ti los escupos que has lanzado al cielo.
-Estamos a punto de verlo, Ahmad –sonrió Umar, preparándose para la pelea.
Mientras tanto, Faheem seguía corriendo bajo el abrasador calor del verano que le hacía destilar gotas de sudor por su moreno rostro. En su alocada carrera atropellaba a los aldeanos y rafiqs que circulaban por su camino, pero poco le importaba. Se detuvo al llegar a una humilde morada donde, con algo de esfuerzo, cabían cuatro personas. Entró, y de inmediato se dirigió hacia la habitación que compartía con su mujer, quien no escatimaba en proferir alaridos de dolor.
-¡Faheem! –gritó, al verle en el umbral de la puerta. Estaba rodeada de tres mujeres, una de ellas muy vieja, que le miraron con desaprobación al llegar él.
-Espera afuera, niño –gruñó la vieja, y sin esperar respuesta fue a cerrar la puerta frente a las narices del hombre.
Faheem bufó. ¿"Niño"? Nada más alejado de la realidad. Tenía ya 35 años, había alcanzado el rango de Maestro Asesino y, por el amor de Dios, estaba a punto de convertirse en padre. Aunque lo último no podía asegurarlo todavía: recordó a la esposa de Umar, la cristiana, que falleció trayendo a la vida a su hijo Altaïr. Sus entrañas se retorcieron de nerviosismo.
¿Qué hace un hombre mientras espera a que su primogénito llegue al mundo? Pasearse de un lado a otro, merodear por los alrededores, comer, fumar de la hookah… Faheem optó por lo más sano: sentarse y comerse las uñas. Al Mualim le habría reprendido ante tal demostración de emociones, pero el anciano no estaba ahí para verle, y por la ocasión se iba a permitir cierta libertad respecto a esa prohibición.
Mientras su esposa emitía gritos de dolor más fuertes que los de cualquier objetivo que había probado su acero en su vida, el Maestro Asesino repasó todos los eventos que le habían conducido a la situación actual: la tarde en que conoció a Almas en el mercado de la ciudadela (por Dios, incluso ocultándose bajo esa burqa, sus ojos, esos ojos azules, le habían hechizado); el día de su boda, unos meses después; la primera noche que sus cuerpos se conocieron (buenas curvas, sí señor); los extraños berrinches de ella, con su vientre ya abultado, y la resignada respuesta de él (esperaba un hijo suyo, era su deber mantenerla contenta); ahora, dentro de unos minutos, ambos serían padres por primera vez.
¿Sería Almas una buena madre? Confiaba en que sí. Sobre él mismo no podía asegurarlo. La hermandad apenas permitía tener contacto con los hijos; Faheem lo entendía, entendía que eso le volvería débil, tanto a él como a su hijo… ¿Su hijo? ¿Y si era una niña? Sintió otro retorcijón en su estómago, y otra cosa más: un gritito, agudo y fuerte, que llegó a sus oídos como música para un sordo. Se puso de pie automáticamente.
La vieja abrió la puerta de la habitación, invitándole a entrar.
-Es un niño –le dijo, con una amabilidad que sorprendió a Faheem.
Almas descansaba en el lecho, con su hijo recién nacido entre sus brazos. Estaba cubierta de sudor, pero tenía una expresión de alivio y felicidad en su rostro, esa expresión que sólo las madres adquieren al ver a sus hijos, y que las embellece. Faheem se acercó a ella, despacio, y se inclinó para ver mejor a su hijo. Su esposa le miró a los ojos, y con esa mirada él lo supo: podía tomar al niño entre sus brazos.
Todas sus preocupaciones se habían desvanecido. Ahora sólo importaban Almas y… y…
-Malik.
-Mami, tengo hambre.
Caminaban hacia el castillo cuesta arriba, a través de los caminos nevados. Era invierno, las provisiones escaseaban, y el pequeño Malik, ahora de cuatro años, jadeaba por la fatiga. Volvían del mercado, con tres cestas llenas de alimentos. Al menos no tenían frío: las empinadas cuestas que había que subir para llegar al castillo de Masyaf mantenía sus cuerpos calientes por el ejercicio físico que suponía llegar al lugar.
-Ten -. Almas sacó una manzana de una de las cestas que llevaba y se la alcanzó al niño. Éste, feliz, le dio un feroz mordisco, haciendo que el jugo de la fruta chorreara por su mentón, y miró con agradecimiento a su madre. Los niños no necesitan hablar para decir desde el fondo de su corazón lo que sienten; tal es su sencillez.
Tomó la mano de su madre y siguieron subiendo. Malik se preguntaba si ella estaría tan cansada como él. Estaba gorda, muy gorda (su barriga era enorme) y sudaba copiosamente. Al menos no tendría hambre. No con esa barriga.
Por fin llegaron al castillo. La madre intercambió unas palabras con uno de los guardias apostados a los lados de las puertas, que le permitieron el paso al edificio. Caminaron un poco más y se detuvieron frente a una puerta. Entraron a su hogar, un humilde espacio para unas cuatro personas, mucho mejor que la choza que tenían hace unos años; Faheem había aprovechado los beneficios de su rango para trasladar a su familia a un lugar más seguro, más cerca del castillo.
-Malik, ve a dejar los cestos en la bodega –le pidió Almas a su hijo. El niño obedeció.
Estaba apilando las frutas cuando sucedió. Escuchó un grito de dolor, y luego algo que parecía un costal de manzanas estrellándose contra el suelo. Se asustó. Fue corriendo al lado de su madre, quien estaba de rodillas en el piso. Malik notó que la parte inferior de su túnica estaba mojada. ¿Se había hecho pis?
-Mami, ¿te hiciste pis? –le preguntó sonriendo. Su propia madre tendría que ocupar pañal de nuevo, mientras él ya se había librado de esa prenda.
-Malik, dile a la señora Zurah que venga, ¡rápido! –jadeó ella, con una mueca de dolor.
Así que "eso" era un hermano. Su hermano. Una criatura minúscula, toda amoratada, con la piel arrugada como pliegues de ropa. Ahora parecía estar durmiendo profundamente. No entendía por qué sus padres estaban encantados con este nuevo ser, siendo tan feo como era. Él mismo era mucho más guapo, y además podía hacer más cosas que este hermano: podía vestirse solito, retratar a su familia en los pergaminos de su padre, y escalar hasta el techo de la casa, que no era muy alta pero igual lo valía. Además ya no mojaba la cama. En cambio esta cosa, su hermano, sólo sabía gritar y dormir. Y llevaba pañal.
-Malik, ven a saludar a Kadar –le invitó su madre, que estaba sentada en el lecho con el hermano en brazos. A su lado estaba su padre.
-¿Kadar? –se preguntó Malik para sí. Luego se volvió hacia su padre. –Padre, ¿se quedará así para siempre?
-¿Así cómo?
-Así de feo –contestó Malik.
Se rieron de buena gana, Faheem y Almas. Malik no entendió por qué, pero se contagió de su risa.
-Tú también fuiste así una vez, ¿lo sabías? –le comentó su madre. El pequeño se horrorizó, y volvió a mirar a su hermano.
-Pero ahora soy bonito.
-Y él también lo será –le aseguró ella -. Ahora eres el hermano mayor. Tienes que tratar muy bien a tu hermanito, ¿vale?
Malik asintió. Ahora era el hermano mayor. Era más hombre. Y se sintió orgulloso.
En la vida de una persona pueden pasar tantas cosas interesantes y cruciales, que es difícil decidir cuáles se deben incluir en una biografía sin menoscabar la paciencia de los lectores. De modo que, si les interesa seguir leyendo esta atroc… historia y tienen sugerencias de cualquier tipo, se los agradecería muchísimo.
Muchas gracias por leer (hasta este punto xD).
