Disclaimer: Ni Glee, ni sus personajes, me pertenecen.

Después de tanto tiempo, al fin lo había logrado. Se iba de su casa… La casa de sus padres, en realidad. Fue un proceso largo y difícil, pero fue lo mas real que había hecho, probablemente, en toda su vida.

No era su hogar, nunca lo había sentido como uno, pero ahí vivió 24 años. Ahí aprendió a hablar, a caminar, a leer… a esconder quién es.

- ¿Estás segura que es todo? – gritó Santana desde algún lugar del departamento que Quinn había rentado.

Santana, una mujer latina, de 24 años, cabello oscuro, ojos cafés y muy malhablada, es la mejor amiga de Quinn. Se conocieron en la escuela, cuando a Quinn se le había olvidado un libro y le había dado pena pedir uno prestado a alguien de otro salón. Santana lo había notado y le dio el de su amiga – Nunca entra a clase, no creo que le interese que lo tomes un día- le había dicho encogiendo los hombros.

- Sí. No tenía mucho, todo me lo dieron ellos, y no quiero deberles mas de lo que ya les debo.

- No les debes, son tus padres y era su obligación pagar por tu educación, alimentos y hogar. No empieces de dramática. – dijo Santana rodando los ojos.

- No es drama. Su obligación era hasta los 18 años, me tardé 6 – explicó Quinn mientras se pasaba el cabello rubio detrás de la oreja. Hoy se lo había dejado suelto y con sus ondas naturales. Y eso, combinado con su discreto maquillaje, hacían que resaltaran sus ojos verdes.

- Pues como sea, no es como que te trataron muy bien desde que se enteraron de … - empezó Santana.

- Ya… No es necesario que lo estés ventilando. Deberías agradecer que eres una de las pocas personas que lo sabe – interrumpió Quinn, como lo hacía cada que alguien intentaba hablar del tema.

- Sí, sí, claro, ¡Me siento afortunada!- se burló Santana, pero en sus ojos se veía que en verdad lo sentía.

- Gracias, de verdad aprecio mucho todo lo que estás haciendo por mi.

- Lo hago por la comida que vas a tener que prepararme como agradecimiento – minimizó Santana, tenía apariencias que guardar.

- Claro…

Cruzaron miradas y vieron reflejado todo el aprecio que sentían.

- Deja de estar de patética y apúrate, que todavía falta desempacar todos tus malditos libros. No se ni para qué quieres tantos. Deberías conseguirte una vida real, en lugar de leer tanta ficción. – se quejó Santana, lo hacía cada que veía a Quinn leyendo.

- Carajo, ¡déjame en paz! Es la única forma que tengo para desestresarme un poco. Me relaja. – Se defendió Quinn con una pequeña sonrisa.

- Pues el sexo te ofrece las mismas ventajas, y no tienes que parecer nerd. Deberías intentarlo, ya estás grande y ya no tienes a quién estar rindiendo. ¡Ya eres libre! – gritó Santana, dándole un empujón a Quinn, causando que trastabillara con la caja de libros que estaba detrás de ella.

- Olvídalo, vamos a que te prepare de cenar, yo los desempaco mañana.

- ¡Gracias a Dios!. Pero quiero comida real, no esas cosas sin animal que comes tú. Eso no es comida – advirtió Santana, que moría de hambre.

- Se llama comida vegana, deberías intentar comerla en algún momento, tal vez te ayude a dejar de decir tanta tontería – aconsejó Quinn sonriendo. Ya estaba acostumbrada a que Santana le hiciera burla de su estilo de vida.

- No mames, y ¿morir virgen como tú seguramente lo harás? Ni madres. Dame una vaca bien cocida, ¡Ándale!

- A eso me refería – murmuró Quinn, rodando los ojos, mientras sacaba todos los ingredientes para preparar filete mignon – Va a tardar un poco, vete tragando la bolsa de papas que está en mi cuarto.

Mientras Quinn preparaba la cena, se preguntaba qué iba a pasar ahora con su vida. Tal ve se había precipitado un poco al haberse salido de casa de sus padres, pero es que ya no se sentía en casa. Ya hacía 2 años que la veían diferente, pero ya no aguantaba un día mas ahí. Tantas indirectas y miradas la habían cansado. Al principio le dolían, pero después ya solo le daban coraje. Era su hija, después de todo. ¿Acaso era tan difícil quererla y apoyarla? Al parecer sí.

Santana regresó a interrumpir sus pensamientos.

- ¡Que bien huele! Sólo por eso acepto todos tus cambios de humor – bromeó Santana al entrar a la cocina con la envoltura de las papas.

- No, pues gracias, ¡que halago! – contestó Quinn mientras ponía la mesa – ya siéntate, que voy a servir. De una vez agarra lo que quieras tomar.

Q.F.R.B.Q.F.R.B.

- Estoy harta de esto. ¿Por qué te quieres casar si seguro te divorciaras al mes? – Se quejó Rachel, mientras ayudaba Mercedes, su mejor amiga, con los preparativos de su boda.

- ¡Carajo! Un favor que te pido y no dejas de quejarte – Mercedes ya estaba perdiendo la paciencia. Quería a Rachel, de verdad que sí, pero la estresaba mas de lo que ya estaba.

- Pues yo solo te doy mi opinión ¿Qué no ese es mi trabajo como dama de honor?

- No, tu trabajo es decir que está bien todo lo que escojo, que para quejas, con las de Sam me bastan.

Rachel, una mujer de estatura baja, ojos cafés, grandes y brillantes, y cabello castaño, pasaba las hojas de la revista especializada en bodas. Todo le parecía absurdo ¿Para qué gastar tanto dinero en un vestido que solo se va a usar una vez en la vida?

Mientras pasaba las hojas, lo vio, ahí, en grande, como mandado del cielo.

"Socialité" … Tu sueño hecho realidad.

- Perfecto, se dijo en voz baja, anotando el mail que ahí aparecía.

- Bueno, ya vámonos a la cena con mis papás – dijo Mercedes, que ya tenía puesto su abrigo rojo, que contrastaba piel morena.

Los padres de Mercedes eran como unos padres para Rachel. Desde niña había crecido con ellos por la gran amistad que tenían con la familia de Rachel.

Rachel se ponía su abrigo mientras Mercedes amarraba su cabello en una cola de caballo despeinada.

- Ya sabes como odia tu madre que uses así el cabello – le recordó Rachel sin necesidad, ya que la madre de Mercedes se lo decía cada que podía.

- Sí, bueno, mis padres odian muchas cosas de las dos – contestó Mercedes irritada.

Rachel bajó la mirada. Sabía que los papás de Mercedes, y los suyos, no eran los más felices con la noticia que les había dado, pero la habían aceptado. No solo lo habían dicho, se lo habían demostrado.

- Perdón – se disculpó Mercedes – no quise decir eso, estoy muy estresada con todo esto de la boda. Sabes que todos en la casa te queremos, y siempre te vamos a apoyar – Realmente no había sido su intención decir eso Todos querían a Rachel, y no la rechazaban en lo mas mínimo con lo que les había confesado.

- No te preocupes, me imagino como te sientes con tanta presión- contestó Rachel sonriendo, aunque la sonrisa no se veía reflejada en los ojos.

Salieron del café donde estaban para dirigirse a la casa de los padres de Mercedes. Durante todo el camino, Mercedes le dirigía miradas a Rachel. Sabía que el comentario le había puesto triste y se sentía culpable.

- Y bueno, ¿Ya sales con alguien? – preguntó intentando romper el momento de tensión que había creado sin querer.

- No, ahorita lo que menos necesito es una relación. Apenas estoy llegando de Londres. Necesito conocer mas, y una vez que me adapte a la ciudad, entonces veo que pasa con mi vida sentimental – respondió convencida, o al menos intentó sonar así. La verdad es que le daba miedo tener una relación, y de lo que podían pensar los demás. Sus papás, los papás de su mejor amiga, que eran como suyos, y su mejor amiga, ya le habían asegurado que nada iba a cambiar, pero, ¿Y los demás? No quería sentir el rechazo de sus conocidos, y tampoco creía que alguien valiera tanto la pena como para enfrentar a todos.

- Seguro no faltará quien quiera estar contigo. Eres muy bella, y no solo por fuera, digo, ¡mira ese cuerpo y cara que te cargas! También por dentro, eres muy talentosa, Rachel, cualquiera sería muy afortunado de tenerte. No te cierres por el miedo.

- Jaja, no, para nada, estoy abierta a todo – respondió sonrojada. Se preguntaba si era posible que Mercedes leyera la mente.

- Bueno, pues ya llegamos.

Se pararon frente a una casa grande, con reja blanca y 3 arboles altos en la entrada, y tocaron el timbre.

- ¡Ah! Al fin llegaron. Creí que jamás lo harían – Las saludó una señora morena, de sonrisa amable, penetrantes ojos cafés y cabello chino.

- Perdón, madre, pero nos entretuvimos viendo revistas de boda – se disculpó Mercedes, dándole un pequeño abrazo a su madre en forma de saludo.

- Sí, y Mercedes me contaba de la emoción que siente de que sea su dama de honor – dijo Rachel, guiñándole el ojo a Mercedes. Sabía que era la peor dama de honor del mundo.

- Tú y tu fregado cabello amarrado así. Bueno, ya, entren la cena ya está servida. Rachel, hija, ya está tu cuarto acondicionado, quédate el tiempo que lo necesites – observó Jeanette, caminando al comedor donde ya estaba Cameron, su esposo, esperándolas.

- Muchas gracias, no era necesario tanto alboroto, solo es por nos días, en lo que me entregan el departamento – repitió Rachel, avergonzada de haber hecho que los padres de su amiga se tomaran tantas molestias.

- No es ninguna molestia- aseguró Cameron saludando a las recién llegadas – al contrario, nos encanta tenerlas aquí, aunque sea por unos días, antes de que las dos se nos vayan.

- ¡Ay, papá!, hablas como si nos fuéramos a morir. Mi casa está a dos colonias de aquí, y estoy segura de que Rachel tampoco se irá muy lejos – se quejó Mercedes, tomando asiento en su lugar de siempre, del lado derecho de su papá. – por cierto, ese bigote se te ve muy bien, resalta tus ojos, que son hermosos – agregó para que no empezaran los sentimentalismos.

- Sí. Solo lo dices porque tú sacaste sus ojos, pero déjame decirte que los míos son mucho mas bonitos, al menos son mas expresivos – se burló Rachel.

- Expresivas tienes las…

- Bueno, ya, a comer… Parecen niñas – objetó Jeanette, aunque se le formaba una sonrisa en los labios. Extrañaba ver la sonrisa de Rachel.