ECOS DE VIDA
DISCLAIMER: J.K. Rowling es la creadora de este maravilloso mundo. Yo solo tomo su esencia para crear mis historias.
N/A: Con esta serie de historias, de la cual este es el primer capítulo, quiero mostraros mi visión de la vida de Astoria Greengrass, casada más tarde con Draco Malfoy. Soy una gran fan de este personaje y gracias a los maravillosos fics que he leído se ha convertido en uno de mis personajes favoritos, aunque no salga ni una sola vez en los libros (tan solo una mención en el epílogo como la esposa de Malfoy). En todos esos fics, sin embargo, he notado que la presentan (en la mayoría) como una enamorada desde la infancia de Draco Malfoy que finalmente llega a casarse con él. Esa idea no es la que mejor encaja con el canon mental que yo tengo acerca de esta pareja. A mi entender, Astoria fue algo más que enamorada, novia, prometida y esposa de Draco Malfoy. Para mí fue una gran mujer que en el transcurso de su vida se encontró con un conocido de su circulo social del que acabó enamorándose. Eso es lo que me gustaría reflejar en estas historias: la fuerza, valor y entereza de una gran mujer.
Espero que os guste (y más después de este rollazo XD)
Mi hermana es una pesada
Cuando Daphne volvió a casa por navidad Astoria la había recibido con un montón de abrazos y besos y preguntas y más besos y más preguntas. Fue dando saltitos colgada de su brazo, desde la entrada de la casa hasta el salón, pero sus padres la regañaron por atosigar a su hermana e intentó controlarse. Esa primera noche lo único que podía hacer era sentarse junto a su hermana y escuchar embelesada sus anécdotas y descripciones del castillo y sus amigas de Casa. Sin embargo, después de unos días, cuando ya había venido la mitad de familiares y conocidos de visita por la navidad y para preguntar a la jovencita cómo había sido su primera experiencia como bruja, Astoria estaba harta de escuchar una y otra y otra vez las mismas historias. Que si sus amigas Pansy, Tracey y Millicent hacían esto. Que si un chico de segundo le había dicho lo otro. Que si el joven de los Malfoy había hecho tal cosa en la clase de vuelo. Que si habían perdido la Copa de las Casas en el último momento. ¡Astoria ya no podía más!
Además ya casi nadie le hacía caso. Nada más entrar la abuela había saludado con un besito a Astoria, sí, pero después inmediatamente había preguntado por Daphne y no había dejado de decirle lo orgullosa que se sentía de que estuviese en Slytherin. Además los abuelitos de Boston habían llegado a casa para celebrar la navidad en familia y le habían regalado una lechuza super chula a su hermana, para que les tuviese al tanto de todo lo que le pasaba. Y a ella le habían dado una casita de muñecas. En otro momento le hubiese encantado pero ahora… ¡jolines, que ella lo que quería era que le dijeran que también era su nietecita preferida!
En esa semana sus estallidos de magia aumentaron mucho. Sobre todo cuando se enfadaba y se quedaba sentada en un rincón del sofá mientras que su hermana se llevaba todas las atenciones. Las tazas estallaban, las alfombras se deslizaban bajo los pies de los elfos que se paraban sobre ellas y en dos ocasiones el azucarero se elevó hasta el techo cuando la tía Charlotte intentó cogerlo. En teoría, aunque los niños nunca llegaban a controlar los estallidos de magia hasta que empezaban su educación mágica, Astoria no era muy dada a esa clase de estallidos sino a cosas más sutiles. Su madre se empezó a preocupar pero pensó que lo mejor era esperar a ver como evolucionaba ya que pensaba que era normal que los niveles de magia aumentaran con la edad. Pero fue su abuela Sophia la que averiguó porqué su nietecita pequeña estaba teniendo esas crisis mágicas.
—La niña tiene celos de Daphne. No le estamos prestando ninguna atención, Diana. —La madre de las niñas bajó su labor de bordado y miró seriamente a su madre con incredulidad.
—¿Cómo que no le hacemos caso? Claro que sí la atendemos, madre. Todas las noches yo y Charles vamos a darles las buenas noches a ambas y si no se puede dormir Charles le cuanta un cuento. Jugamos con ellas y yo le enseño a bordar y a hacer labores. ¿Cómo dices que la desatendemos?
—No he dicho que la desatendáis, la niña está perfectamente atendida. Lo que digo es que su hermana justo ha salido de Hogwarts y todo el mundo está pendiente de ella y la empiezan a tratar como la joven bruja que va a ser dentro de unos años mientras que Astoria sigue siendo la pequeña de los lacitos en el pelo y los estallidos de magia. Mientras que a Daphne le dicen que ya se está haciendo mayor y que es un orgullo que esté en Slytherin a Astoria le dan un detallito y la dejáis jugar en un lado del salón.
—Madre, tienen dos años de diferencia. No podemos tratar a Astoria como una jovencita si aún es una niña —replicó Diana con disgusto, pero en su interior sabía que lo que decía su madre era cierto—. ¿Y cómo arreglamos esto? No podemos evitar que la gente se interese por Daphne.
—Déjamelo a mi —contestó Sophia Swift.
—Alguien me ha dicho que estabas por aquí, hadita. —susurró la abuela Sophia a la oscuridad de la noche.
Astoria permaneció en silencio esperando que la abuela volviera al interior de la casa. Se había escondido tras los arbustos del jardín trasero en un escondite secreto que usaban Daphne y ella cuando jugaban. Bueno…usaban. Ahora Daphne prefería quedarse en casa leyendo revistas para brujas y escribiendo cartas a sus amigas de la escuela. Y tampoco quería jugar con muñecas ni hacer fiesta del té, la manicura era más importante.
La abuela, sin embargo, decidió sentarse en un banco del porche en la oscuridad.
—¿Sabes? Ahí dentro lo estamos pasando muy bien. Los elfos ya han traído el postre y, no se lo digas a nadie, pero Daphne se ha chispado un poco con el vino que se ha bebido en la cena y no para de contar chistes malísimos. ¡Incluso ha tirado una copa al suelo cuando la intentaba poner en la mesa!
Entonces, en contra de las intenciones de la abuela Sophia de hacer reír a la pequeña para que se le pasara el berrinche, Astoria comenzó a sollozar y segundos después estaba hecha un mar de lágrimas incontrolables. La abuela se dirigió lentamente hacia la fuente de los sonidos y allí encontró a la pequeña encogida sobre sí misma y con la cara congestionada. Inmediatamente se lanzó a sus brazos, hundió la cabeza en su cuello y siguió llorando aún más fuerte entre hipidos.
—¿Qué te ocurre, mi vida? —preguntó con dulzura la señora Swift mientras la reconfortaba con caricias en el cabello.
—Ya…ya no me qui..quieren, abu. Ni Daphne…ni papá ni ma...mamá. Ni vosotros. —respondió en mitad de un llanto incontrolable—. Ella, Daphne, es la que más queréis…y yo ya no soy nada. A ella se lo dais to…todo, y todos la tratais como si ya fuera ma…mayor, ¡pero no lo es! Y le dais vino y vestidos de mayor. Y Daphne me dijo ayer que mamá y ella estuvieron hablando de chicos. ¿¡Por qué no habla conmigo también de chicos!? ¿Y por qué no me dais vino a mí también?
—Pero, ¡claro que te queremos! Chiquitina, hemos hecho mal a prestar más atención a Daphne que a ti, pero no te tienes que sentir mal por eso. Sabes que te queremos como a nadie, y yo más que todos. —respondió abrazándola aún más fuerte. Sin embargo, sus palabras no hicieron nana para mejorar la tristeza de la niña así que continuó diciendo—: Yo también tuve que aguantar a mi hermana mayor cuando se hizo mayor. La tía May no sabía hacer otra cosa que hablar de chicos, maquillarse y reírse como una tonta. Parecía como si fuese otra. Y a mí me molestaba mucho lo diferente que era porque antes lo hacíamos todo juntas. Así que tuve que aprender a pasar más tiempo a solas y a entretenerme en esos ratos libres. Así empecé a bailar ballet en el salón de casa, imitando a las bailarinas del Mágico Teatro de Washington, y al pasar los años terminé siendo una muy buena bailarina. Y fue entonces, cuando la gente empezó a prestarme más atención a mí, cuando me di cuenta que lo importante no es lo importante que le parezcas a la gente sino lo importante que te parezcas a ti misma. —Astoria, que ya no lloraba tan fuerte, la miró con extrañeza—. Lo que quiero decir es que ahora Daphne se está llevando toda la atención pero algún día, dentro de un par de años , por ejemplo, tú serás la que llame la atención. Y mientras tienes que aceptar la situación.
—¿Y si nunca llego a ser como ella?
—No tienes que ser como ella. Tienes que ser Astoria Greengrass y ser como tú quieras ser. Ahora lo que tú eres es una niña, y eso está muy bien, sigue siéndolo todo el tiempo que quieras. Y Daphne también lo es, pero ya menos, por eso papá y mamá ya la tratan algo diferente, para que se vaya acostumbrando a dejar de serlo. Porque, a ver, ¿tú que prefieres? ¿Que mamá te cuente cuentos por las noches o que te enseñe a depilarte con esa pócima tan horrible como ha hecho esta mañana con tu hermana?
—Cuentos —contestó rápidamente tras acordarse de las caras de dolor de Daphne esa mañana.
—¡Ves! Que te traten como a una niña es genial. Ya habrá tiempo para todo lo demás.
La pequeña Astoria ya había dejado de llorar largo tiempo atrás, así que se secó las lágrimas y ambas, abuela y nieta, se pusieron en pie. De la mano se encaminaron a la casa.
—¿Por cierto, por qué quieres que te dejen beber vino, muchachita? —inquirió la abuela Sophia divertida.
La respuesta de Astoria fue una risa, justo antes de echar a correr hacia la entrada de casa.
Cualquier critica será bien recibida por esta escritora novata, pero me conformo con que os haya gustado. ;)
