Vencidos.

De lo alto del podio, Cristal de Avalon miraba su pueblo al igual que su marido a su lado. Unos guardias vestidos del uniforme de Johnto patrullaban alrededor del castillo, una gran sonrisa en el rostro, y hablando entre ellos, poco profesional. Ella conseguía verlos desde lo alto que estaba, aunque los pueblerinos situados a sus pies no podían.

Habían perdido la guerra. Por primera vez.

Sus generales le habían explicado varias veces la razón, y por muy extraño e imposible de creer, era verdad. En la sala de audiencia, con la cara deformada por todo tipo de sentimiento negativo, habían intentado atribuirles la responsabilidad de esa derrota.

Los de Johnto han sido más inteligentes. Han conseguido hacer que los «Pokémon» nuestra principal arma, se vuelva contra nosotros.

El rey de ese país había ganado la guerra por que tenía un sentido de la estrategia mejor que ellos. Al igual que, por la primera vez desde que el mundo, los humanos y pokemon existían, una mujer meloetta, una «elfa» había utilizado su poder al servicio de un rey.

La pequeña región en la cual sus habitantes se mataban entre ellos, y eso desde siglos, se había unificado y los habían aplastado a ellos, la gran región de Hoenn. La presa se había vuelto el cazador.

A su espalda, sobre el gran balcón que los presidía a todos, las puertas se abrieron, y dos pokemon salieron. Cristal de Avalon se volvió hacia el balcón, mirando como el Sigilyph de su marido y su Musharna descendían con elegancia hacia ellos.

La ceremonia era simple, aunque fuese la primera vez que unos Reyes de Hoenn la vivían. Sus pokemon iban a elevar sus coronas para posarlas sobre los nuevos Reyes. Ellos perdían todo, su estatus, su reino y habitantes, sus propiedades, todo.

¿Y a ellos que les quedaba?

Sólo desaparecer, exiliados en alguna zona libre, viendo la región que antes les pertenecía florecer o caer en la depravación.

Hubo una gran ráfaga de viento que obligó a las mujeres mantener sus faldas para que no se les vieran las piernas y a otros escaquearse sus gorras.

Fue justo tras la ráfaga que ella apareció en el balcón. Su aparición causó mucho ruido entre la audiencia, gritos de horror, lloros... Cristal de Avalon y el rey se quedaron petrificados al verla.

La reina, una mujer meloetta, era una criatura de anormal belleza, sutil, grácil, de trazados finos, piel nívea y esbelta como el tronco de un junco. Unos grandes ojos dorados miraban con desinterés el pueblo reunido con el único objetivo de verla a ella y al rey. Una maraña de pelo azulado, suave y delicado, caía por su espalda para llegar a sus pies y su ser entero parecía centellear.

Aunque no fue ella que dejó la audiencia incrédula.

Llevaba ropas de talladas sobre Pokémon, de color azul oscuro, y trazados formando círculos y otras formas amarillas y rojas, y la textura era comparable a la de algún carvanha o a un único Pokémon; el Dios que cada persona de Hoenn alababa; Kyogre, encarnación del mar.

Después vino el rey, sonriendo con descaro, y vestido de una imponente armadura rojiza, de la cual no cabía duda en que pertenecía a Groudon, encarnación de la tierra, Dios al igual alabado.

Groudon creo montañas y continentes, y Kyogre grandes olas y océanos durante el violento duelo que les confrontaba. Así pues, el mundo se vio asolado por terribles tormentas y colosales incendios. Sin embargo, el prisma azul y rojo llegaron a poner fin a este enfrentamiento y desastre. La luz que emanaba del Prisma azul calmó la fiereza de Groudon, y la del Prisma rojo la violencia de Kyogre. Ambos, amansados, se adentraron en las profundidades del mar hasta desaparecer por siempre jamás...

¿Cuántas veces le habían contado aquello cuando era más joven?

Era la primera vez que los veía, muertos y sirviendo de vestido y armadura.

«La primera ciudad asediada por Johnto fue Arrecípolis, isla donde supuestamente el Prisma Rojo y Azul estaban. De alguna manera llegaron hasta ellos, y destruirlos. Al destruirlos, Kyogre y Groudon aparecieron aturdidos. Sin duda aprovecharon esa ocasión para deshacerse de ellos...»

O eso le habían contado sus generales.

«Y algo de lo más inesperado, es que la muerte de nuestros dioses Kyogre y Groudon han expandido un movimiento de violencia y fiereza sobre todo Pokémon de Hoenn. Nosotros quienes confiábamos en ellos y que los utilizábamos como armas, hemos estado en gran desventaja, dado que, en vez de ayudarnos, se han puesto a atacarnos y matarnos. Aquella es la razón por la que hemos sido vencidos.»

Vencidos.

Habían perdido la guerra.

Ahora sin duda sus nombres iban a ser recordados para siempre. Los únicos Reyes de Hoenn quienes perdieron una guerra... A Cristal se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Qué les iba a pasar? ¿Qué iba a ser de su país?

Su marido se quedaba silencioso, con una mirada oscura y sin vida. Siempre había reinado con autoridad, aunque era de los pocos Reyes que pensaban en el bienestar de su pueblo. Durante su reinado, Hoenn había estado a su apogeo. La civilización que floreció en Hoenn era considerada como la más refinada y elevada de todas, en la cual entraban todas las ideas y conocimiento de la tierra: se trajeron grandes conocimientos en medicina, alquimia, astronomía, geología... Al igual que conocimientos sobre los Pokémon. Es allí donde se iba creando la «Pokeball» y todo el país tenía ya un centro Pokémon en cada cuidad y gimnasio en las más importantes. Ahora sin duda ya no servirían de nada...

«De ahora en adelante, yo mismo y mi mujer gobernaremos este país.»

Cristal volvió a mirar hacia el hombre de la armadura de Groudon. Era el quien había hablado, y todos los murmullos habían parado para volver a caer en un profundo silencio.

Ese hombre es un engreído.

Echó una mirada rápida y circular para verificar que todo el mundo tenía los ojos posados sobre el, y volvió a sonreír con la misma sonrisa de descaro que tenía al principio. Elevó sus brazos en forma de cruz, y dicho de su voz tan imponente que él:

«¡Que empiece la ceremonia!»

Ella sintió el peso de su corona irse, y la miro como si fuera la primera vez que la veía, flotando en el cielo claro de ese día. Su Musharna parecía estar esforzándose en mantener la corona recta, al igual que el Sigilyph.

Las coronas cayeron delicadamente sobre sus nuevos poseedores. La sonrisa del nuevo rey se volvió aún más grande, y murmuro entre los dientes, de manera que solo su mujer pudiese escucharlo:

"Ahora a por Kalos."