DEL OLIMPO A LA TIERRA
I: PRÓLOGO
Habitaciones de Artemisa, Olimpo
Año 20 antes del nacimiento de Athena
La diosa entró apresuradamente a sus habitaciones sin dejar de reír, y se sentó en la orilla del diván que estaba más cerca de la entrada. Tuvo que detenerse el abdomen, que ya le dolía de tanto reírse. Detrás de ella venía caminando una chica, con los puños apretados y una expresión exasperada, y finalmente Odiseo y Teseo entraron, también riendo.
-No es gracioso, señorita Artemisa- dijo la chica, cruzándose de brazos enfurruñada, mientras que se dejaba caer al suelo.
La diosa no podía dejar de reír, al igual que los dos ángeles.
-¡Por favor, señorita!- dijo la chica, muy exasperada.
Artemisa dejó de reír, pero no de sonreír. Llevaban ya varios días de que su mellizo, Apolo, había conocido a su mejor amiga, a una chica llamada Arienwen, a quien le había concedido tener juventud eterna, y se había empeñado en seguirla como un cachorrito enamorado por todos lados, para total diversión de Artemisa y de los ángeles, y para desesperación de Arienwen.
-Arggg, ¡ya basta!- dijo Arienwen, levantándose y dando un zape a Odiseo y a Teseo.
-Apolo puede ser muy fastidioso como pretendiente- dijo Artemisa, cruzándose de brazos divertida- pero prométeme que no harás algo estúpido para huir de él como convertirte en un laurel, Arienu-
Arienwen borró su expresión fastidiada y sonrió.
-Claro que no- dijo la chica- es solo que su hermano es demasiado insistente, señorita-
-Ya se le pasará- dijo Artemisa sin pensarlo mucho- Apolo es un enamoradizo…-
La chica sonrió levemente. Sí, sabía que el mellizo de la señora Artemisa duraba poco enamorado, y rápidamente cambiaba de objeto de afecto. Arienwen levantó la vista, y notó que los dos ángeles aún se estaban burlando de ella.
-Argggg…. ¡ustedes dos son incorregibles!- dijo Arienwen, dándoles otro zape.
Artemisa volvió a reír. ¡Estaba tan feliz de haber rescatado a Arienwen de la torre de Londres hacía todos esos años! Desde que lo había hecho, la chica se había convertido en su mejor amiga, y no había nada más emocionante que salir con ella a cazar. No solo ello. Arienwen era la persona más compasiva que conocía.
Arienwen notó a Artemisa pensativa y se acercó a ella. Se quitó el anillo que llevaba en su dedo, que era un anillo dorado en forma de dragón.
-¿Qué es esto?- dijo la diosa, sorprendida.
-Es Ddraig Aur, el dragón dorado galés- dijo Arienwen, pensativa- antes de que los ingleses capturaran a mi familia, había pensado dárselo a mi hijo, cuando me casara y tuviera uno, pero…- levantó la mirada y le sonrió a la diosa- pero creo que lo mejor es que lo tengas tú, en vista de la promesa que te hice-
Artemisa sonrió, y tomó el anillo de manos de su amiga. Mientras ocurría ese intercambio, notó que Apolo se había estado asomando a sus habitaciones, y que se ruborizó y huyó al verse descubierto por su melliza. La joven diosa se echó a reír. ¡Pobre de su hermano! Ni modo, tendría que vivir con la decepción.
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Ruinas del templo de Artemisa, Efeso
Año 3 del Nacimiento de Athena
Arienwen abrazó a la niña pelirroja contra su cuerpo. Su hija tenía cinco años, pero era muy bajita y delgada para su edad, quizá porque había pasado toda su vida huyendo de Artemisa y sus seguidores. ¡Pobre de su niña! Pero en ese momento no podía preocuparse por ello. La estrechó de nuevo.
-¿Creías que podías escaparte de mí, Arienwen?- una voz retumbó en alrededor del templo.
Arienwen se mantuvo firme, aunque cualquiera que mirara podía notar que estaba temblando de miedo. Estrechó aún más a la niña pequeña contra su cuerpo, haciendo que se le escapara un lloriqueo.
-Shhh… calla, merch fach- dijo Arienwen en un susurro, y levantó la mirada, intentando mantenerse firme cuando la diosa apareció frente a ella.
Arienwen la miró. Durante los últimos seiscientos años había sido lo suficientemente afortunada como para llamar amiga a la diosa Artemisa, lo cual no le parecía tan buena fortuna ahora al verla tan enojada y decepcionada con ella. Estrechó a la pequeña de nuevo.
Artemisa apareció frente a ella en todo su esplendor, y caminó hacia ella con una ceja arqueada, con una horrenda mirada de desprecio. No alcanzó a ver a la niña. Solamente miró con desdén la mata de cabellos rojos que tenía, y levantó la vista hacia la mujer.
-¿Así que este es el engendro?- siseó la diosa.
-Es mi hija, y la hija de tu hermano- dijo Arienwen.
-¡No te atrevas a hablarme!- dijo Artemisa, encendiendo su cosmo y haciendo que tanto Arienwen como su hija cayeran de rodillas. La niña comenzó a sollozar, asustada, y hundió su cabecita entre los brazos de su mamá- ¡eres una sucia mortal! ¡No mereces ni siquiera mirarme a los ojos!-
Arienwen bajó la mirada, y puso su mentón en la cabecita de la pequeña.
-Ya, no llores, merch fach- susurró Arienwen, y levantó la mirada- sé que hice mal en incurrir en su furia, señorita Artemisa, pero he venido a pedirle su perdón…-
-Rompiste tu promesa- dijo Artemisa sin dejar de mirarla con desprecio- eras mi amiga, y me traicionaste. Y sabes bien que significa eso…-
-Lo sé, debo morir- dijo la chica en un tono resignado.
Artemisa se enfureció. ¿Aceptaba su destino así nada más? No podía creerlo. Y no podía permitirlo. ¡Tenía que castigarla de una manera que la hiciera sufrir! Tenía que pagar por su traición de la manera más dolorosa posible. Y fue entonces cuando los ojos de la diosa se posaron nuevamente sobre los cabellos rojos de la niña, tan parecidos a los de su hermano mellizo.
-Vas a morir- dijo Artemisa- y no solo tú. Hay que blanquear el desliz…-
Arienwen palideció. No, no podía ser. Ella estaba dispuesta a morir, pero su pequeña no.
-No… Artemisa, no puedes hacerlo- dijo Arienwen- tú no eres una persona cruel. Y ella es una inocente, no ha tenido la culpa de nada de lo que yo hice, y…-
-¡SILENCIO!- dijo Artemisa, y encendió su cosmo. Un par de lobos salieron del bosque, y se acercaron peligrosamente a Arienwen. La chica se puso de pie, alzando a la niña en sus brazos- no descansaré hasta que tú y esa… piojita hayan dejado de existir-
Arienwen tomó a la niña en sus brazos y se echó a correr, sabiendo perfectamente que no lograría perder a los lobos que la seguían tan fácilmente. No le importaba lo que pasara con ella, pero no podía permitir que su hija muriera por su culpa. Los ladridos de los lobos se acercaban cada vez más, y no podía avanzar lo suficiente para poner a salvo a la niña. Mientras corría, comenzó a orar a Apolo para que bajara a salvar a su hija.
-Por favor, Apolo- dijo Arienwen en voz alta y en tono de súplica- ¡por favor ayúdame! No importa lo que pase conmigo… solo pon a salvo a mi Liliwen-
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Poco más tarde
Apolo salió del Olimpo a buscar a Arienwen y a la pequeña tan pronto como escuchó que lo habían llamado. Cuando llegó, miró horrorizado que la niña pelirroja estaba ovillada contra un árbol, acechada por un enorme lobo que estaba a punto de atacarla. Con un movimiento de su mano, el lobo salió corriendo y aullando furioso, pero el dios estaba aún más enojado. Se volvió a la pequeña y se esforzó por sonreírle.
-Ya, ya, mi niña- le dijo Apolo, atrayéndola hacia él y abrazándola. La pequeña se echó a llorar en su hombro. El dios sabía exactamente que había pasado, y lo que la pequeña había visto. Suspiró largamente. ¿Y ahora que iba a hacer?
-Mi mamá…- dijo Liliwen en voz baja.
-Shh… todo va a estar bien, Lilu- dijo Apolo con un tono que pretendía tranquilizarla. La pequeña que tenía en sus brazos era su hija, y ahora se había quedado sola. ¿Qué podía hacer para mantenerla a salvo? Frunció el entrecejo y miró a su alrededor. Los espías de Artemisa estaban por todos lados. Suspiró y tomó una decisión. Todo eso era su culpa, Arienwen había muerto por su culpa, así que mantendría a Liliwen a salvo de su hermana.
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Habitaciones de Artemisa, Olimpo
Año 8 del nacimiento de Athena
La diosa rió en voz baja al ver al pequeño niño pelirrojo persiguiendo a los otros dos ángeles, Odiseo y Teseo, porque éstos lo habían estado molestando y revolviendo sus cabellos. Artemisa dejó de reír y sonrió enternecida. Ya hacía un par de años que el oráculo le había dicho que tenía que reclutar a ese pequeño entre sus ángeles, y cada vez se convencía más de que no solo estaba orgullosa de él, sino que le quería. ¿Era acaso instinto maternal? Sacudió la cabeza. ¡Nada de eso!
-Señorita- se quejó Touma- Teseo me está molestando-
-Ya, ya, no te preocupes, Touma- dijo Artemisa ladeando la cabeza- creo que en un par de años, cuando crezcas más, les vas a dar una paliza a los dos con los ojos cerrados-
-Ja, suerte con eso, enano- dijo Teseo testarudamente, haciendo gruñir al pelirrojo.
-Ya, tranquilo- dijo Artemisa, sin poder evitar abrazar al niño con cariño- ellos hacen trampa, llevan más de dos mil años de práctica. Pero pronto los alcanzarás-
Touma sonrió tiernamente, y Artemisa continuó sonriendo. ¡Le encantaba ese pequeño pelirrojo!
-Ahora, ¿no te gustaría un poco de té?- dijo Artemisa.
El pelirrojo asintió, y salió corriendo hacia las cocinas para traer el té para su diosa. Mientras lo miraban alejarse, Artemisa suspiró y se volvió hacia los chicos, borrando su sonrisa.
-Y ustedes dos, dejen en paz a Touma- dijo la diosa- es pequeño, pero su cosmo va a mejorando rápidamente. Pronto los superará a ambos-
Teseo se cruzó de brazos y dejó escapar una exclamación de escepticismo, pero al mismo tiempo Odiseo borró su sonrisa y asintió gravemente. El pobre chico había perdido su casa y su familia desde que era muy pequeño, y aún así se había comprometido en cuerpo y alma a convertirse el mejor de los ángeles de Artemisa.
Touma regresó rápidamente con el té y algunas tazas, y la diosa sonrió de nuevo.
-Gracias, Touma- dijo Artemisa mientras le servía el té.
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Afuera de la Opera Garnier, Paris
Al mismo tiempo
Faltaba una hora para que oscureciera, pero la niña estaba mirando con fascinación a las personas que entraban a la ópera esa tarde. Mejor dicho, estaba admirando los vestido de los invitados. La niña se había sentado en la acera contraria, y estaba concentrada dibujando sin parar en su libreta de dibujo.
La niña se quitó un mechón de cabello negro de su rostro y lo pasó detrás de su oreja con su mano libre, mientras continuaba dibujando sin parar.
¡Oh, los hermosos vestidos! La niña suspiró mientras volvía sus ojos a una mujer hermosamente ataviada que entraba a la ópera. Era alta, con una piel blanquísima e impresionantes cabellos rubios, pero eso no fue lo que le llamó la atención a la pequeña. Era su vestido. Era un vestido de color negro, sin mangas, solo con un par de tirantes, con una falda larga de tul, y tenía bordados por todos lados pequeños círculos brillantes de diferentes colores y tamaños, que brillaban con las luces en la entrada de la ópera, y hacían juego con su pulsera.
-Wow…- comenzó a decir la niña
-Así que aquí estás- dijo una mujer detrás de ella, poniéndose las manos sobre las caderas- Ren, ¿cuántas veces te he dicho que no desaparezcas así?-
-Lo lamento, mamá- dijo la niña.
-No me digas que vas a pasar todas las vacaciones dibujando en vez de disfrutar la ciudad…- comenzó a decir su madre. Ren Sawamura bajó la mirada por aquel comentario. ¡Claro que estaba disfrutando sus vacaciones en París! Pero las disfrutaba de manera diferente a los demás. ¡Dibujar era su vida! Sobre todo dibujar diseños de moda.
-Oh, ¡qué hermosos dibujos!- dijo la mujer rubia que Ren había estado admirando hacía unos momentos. Tanto la niña como su madre dieron un respingo de sorpresa, y la primera se ruborizó al ver que la mujer la miraba fijamente- ¿cómo es que una niña china como tú sabe tanto de moda?-
-No soy china, soy japonesa- dijo Ren, frunciendo el entrecejo.
La mujer frunció el entrecejo también por un momento, pero rápidamente volvió a sonreír y se puso en cuclillas para estar al nivel de la niña.
-Tienes un verdadero talento, nena- dijo la mujer rubia, y se volvió a la madre de Ren- ¿y usted es su madre? Perdone que lo diga, pero no se parece a usted…-
-Lo sé, Ren se parece más su padre- dijo la señora Sawamura- mi esposo es japonés, yo soy griega-
-Lo lamento- dijo la chica rubia- no fue mi intención molestarla, señora…-
-Iris Sawamura. No me molesta- sonrió la otra mujer- lo escucho todo el tiempo, ya estoy acostumbrada-
-Pues su hija tiene un verdadero talento- dijo la rubia- y si le parece bien, me gustaría ofrecerle una beca para que estudie en la mejor escuela de diseño del mundo, el Studio Berçot…-
La señora Sawamura se quedó pensativa por unos momentos. No sabía bien que decir al respecto. ¿Una oportunidad así para su pequeña? ¡Pero si era una niña! Además, no sabía nada de esa misteriosa mujer que se les había acercado. A diferencia de su madre, los ojos de Ren brillaron. ¿El Studio Berçot? ¿Era acaso un sueño?
-Muchas gracias por su oferta, señorita- dijo la señora Sawamura- creo que esta no es una decisión fácil de tomar. Necesitaría hablarlo con mi esposo-
-Sí, sí, por supuesto- dijo la mujer rubia, y luego miró a Ren- aunque… sería un desperdicio no desarrollar el talento que tiene esta pequeña. Tome- añadió, abriendo su bolso y sacando una tarjeta, para entregársela a madre de Ren- llámeme cuando tome una decisión-
La señora Sawamura miró a la mujer que tenía enfrente. Parecía tener apenas poco más de dieciséis años, pero seguramente era una heredera o algo así.
-De acuerdo señorita- dijo la señora Sawamura, y se volvió a la pequeña- vamos, Ren, papá nos está esperando-
-Sí mamá- dijo Ren, y se volvió hacia la hermosa mujer, que fue alcanzada por otra mujer tan hermosa como ella, y también con un hermoso vestido.
Ren siguió obedientemente a su mamá, y al quedarse a solas con ella, Ren se volvió a su mamá, quien le acomodó el flequillo.
-¿Mamá?-
-¿Sí?-
-¿Porqué tengo que esconder esto?- añadió, poniendo un dedo sobre su frente, aunque seguía cubierta por su flequillo.
-Ya te lo explicará tu papá cuando seas más grande, pequeña- dijo la señora Sawamura- mientras tanto, tendrás que confiar en nosotros-
Mientras tanto, la mujer rubia alcanzó a la otra mujer, una adolescente rubia con rasgos alemanes, y ambas entraron juntas a la ópera.
-¿Qué fue eso, Constanza?- dijo la adolescente- nunca te había visto interesada en una niña oriental antes-
-Eso fue hasta que vi a esa japonesita mientras se quitaba el flequillo de su frente- dijo Constanza sonriendo ampliamente, haciendo sonreír a la adolescente que tenía enfrente- ¡es mitad lemuriana! Será mejor que nos acerquemos a ella. Podemos utilizarla, aprovechar que aún es pequeña…-
-El próximo mes iré a Japón con Saori Kido. Quizá podemos utilizar esa ocasión para convencer a sus padres. ¿Cuál es su nombre?-
-Se llama Ren Sawamura- dijo Constanza.
Greta sonrió maliciosamente y asintió. Una niña mitad lemuriana sería un gran adición al ejército de Phobos y Deimos para cuando llegara el momento de pelear contra Athena y sus santos.
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Tokio, Japón
Año 14 del Nacimiento de Athena
-Arrrggg…-
Ren salió de su casa, frustrada y dando un portazo. ¡Todo esto era tan injusto! No solo sus padres seguían negándose a dejarla asistir a la escuela de diseño, sino que se negaban a explicarle porqué tenía que esconder la parte de ella que más le gustaba. Pero olvidó su molestia y dio un respingo de sorpresa cuando escuchó un golpe en el basurero. ¿Qué había sido eso?
La chica comenzaba a darse cuenta que ocurrían cosas extrañas a su alrededor, cosas que no siempre podía explicar. Por ejemplo, cuando se enojaba o estaba asustada, comenzaban a volar objetos sin control. Al principio había creído que todo aquello era una coincidencia, pero pronto se había convencido de que ella era quien causaba todo eso, y había aprendido a controlarlo. Claro, excepto en momentos como ése, en los que se enojaba y perdía el control.
Sus padres insistían en que no tenían el suficiente dinero para enviarla a estudiar a París, y eso era lo que más la enojaba. ¡La mujer que habían conocido en la Opera Garnier les había ofrecido precisamente eso, lo que necesitaba! De hecho, en un par de ocasiones la habían buscado en Tokio, y sus padres la habían rechazado, argumentando que era muy pequeña para vivir sola en el extranjero. Si tan solo sus padres hubieran aceptado en ese entonces…
-¿Qué sucede, Ren?- dijo una voz femenina.
Ren levantó los ojos, y vio a una chica un poco mayor que ella. Era la mujer que le había ofrecido un lugar en el Studio Berçot tantas veces.
-Ah eres tú…- dijo Ren encogiéndose de hombros.
-Y tú eres Ren Sawamura- dijo la mujer extranjera- me llamo Constanza Dimitriou, y tengo una propuesta que hacerte-
Ren la miró, sorprendida, pero sacudió la cabeza. No quería escucharlo. No quería volver a hacerse ilusiones para que sus padres dijeran que no.
-No, gracias, no quiero más propuestas de usted. Mis padres no quieren…-
-¿Ellos jamás te han dicho qué significa eso que escondes en tu frente?- completó la mujer.
Ren abrió los ojos grandemente y dio un paso atrás. Sí, sus padres jamás le habían explicado que significaba eso, pero sí le habían dicho que no confiara en nadie que pareciera saber que significaba. Sabía que debía regresar a su casa tan pronto como pudiera, pero también tenía curiosidad de aquello que sus padres no habían querido decirle.
-Yo no…- dijo Ren nerviosamente- no creo que sea buena idea…-
Constanza la tomó del brazo y tiró de ella, para obligarla a caminar a su lado.
-Tú heredaste un poder increíble de tu padre- le dijo Constanza- además de tu talento natural. Y ahora mi propuesta…- añadió, sacando una gran sobre de su bolso- tú carta de aceptación al Studio Berçot, un vuelo a París, un apartamento y un sueldo por 6 años. A cambio…- continuó satisfecha al ver que Ren la miraba boquiabierta.
-¿A cambio de…?-
-A cambio de un favor- dijo Constanza- un solo pequeño favor utilizando tus poderes, cuando llegue el momento-
Ren miró alternadamente a Constanza y el sobre que la mujer tenía en sus manos. ¡Claro que quería aceptar esa propuesta! ¿Todo lo que necesitaba para ir a París y ser una gran diseñadora, a cambio de un favor?
La chica volvió sus ojos a su casa. ¿Qué dirían sus padres? ¿Sería sabio aceptar esa oferta? Aunque sus padres jamás la habían apoyado con lo que amaba hacer, y tampoco le habían explicado sobre sus poderes. ¿Qué daño podía hacer un pequeño favor?
-De acuerdo. Acepto- dijo Ren.
Constanza sonrió y le ofreció la mano, y la chica la aceptó. Ren sintió una corriente eléctrica recorrerla al tener contacto con la mano de la mujer, pero solo duró un segundo, y pronto lo olvidó cuando la mujer le dio el sobre. Constanza pasó su dedo por la frente de Ren, descubriendo por un momento los dos puntos rojos en su frente bajo su flequillo.
-Anda, ve a decirle a tus padres- dijo Constanza- seguramente estarán felices por ti-
-Gracias, muchas gracias- dijo Ren, despidiéndose y corriendo de regreso a casa con el sobre en sus manos, dispuesta a mostrárselo a sus padres, esperando que fueran razonables y que la dejaran ir.
Al verla alejarse, Constanza sonrió con una expresión victoriosa.
-No, gracias a ti…- siseó en voz baja.
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Habitaciones de Artemisa, Olimpo
Año 15 del nacimiento de Athena, poco después de los eventos en Dover
Los tres ángeles estaban aliviados de haber regresado al Olimpo con Artemisa sana y salva. Realmente se habían asustado al ver que Fjore la había sellado en un momento en el que la diosa se encontraba débil. ¿Cómo se había atrevido a traicionarla? Fuera de eso, realmente los tres estaban felices de que la traidora se encontrar encerrada en la prisión del Olimpo y que la diosa estuviera nuevamente a salvo en sus habitaciones.
Teseo había corrido a conseguir un poco de té, y Odiseo se había ido a asegurar de que Fjore no pudiera escapar, dejando a Artemisa al cuidado de Touma.
-¿Se siente mejor, señorita?- dijo Touma, sentándose en el suelo a su lado.
-Sí, gracias, Touma- dijo Artemisa, frotándose la frente, y levantando la mirada hacia él, mirando que tenía un moretón en la mejilla y algunos cortes en los brazos- estás herido…-
-Es normal- dijo el pelirrojo, encogiéndose de hombros- no se preocupe por mí, señorita-
La diosa sonrió y ladeó la cabeza. A diferencia de sus otros dos ángeles, Touma aún era humano y mortal. Frágil, a pesar de ser un chico muy poderoso. De los tres ángeles, el pelirrojo era el más dedicado a mantenerla a salvo. ¡Le quería!
-Gracias por todo- dijo Artemisa- lamento mucho no haberte escuchado sobre la… eh…-
-¿Su sobrina, señorita?- dijo el pelirrojo. La diosa gruñó en voz baja.
-La piojita- siseó Artemisa, cruzándose de brazos- no tientes a tu suerte, humano-
Touma se echó a reír a pesar de la mirada furiosa de la diosa.
-Ya, ya, señorita- dijo el pelirrojo- Liliwen es una chica muy linda. Y tiene ojos lindos, como los de usted-
-Te lo advierto…- dijo Artemisa en tono peligroso al ver que Touma seguía riendo en voz baja, justo cuando los otros dos ángeles regresaban a las habitaciones de la diosa, Teseo con una bandeja de té y Odiseo con algunos bocadillos.
-Regresamos- dijo Odiseo- ¿está bien, señorita?-
-Por supuesto- sonrió la diosa, olvidando su molestia con el pelirrojo- estoy con ustedes tres-
Desde la entrada de las habitaciones de la diosa, Apolo miraba apoyando el hombro en el umbral y sonriendo ampliamente. Su hija estaba a salvo, y su melliza ya se había reconciliado con él. Todo estaba bien finalmente.
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Terrenos del Santuario de Athena
Año 18 del nacimiento de Athena
Aioria estaba de lo más aliviado de que todo se haya solucionado con Marin. La había traído de regreso del mismo Inframundo egipcio, gracias a la ayuda de todos sus compañeros, incluido Touma. Y hablando de ello, el pelirrojo estaba abrazando a su hermana mayor, también aliviado de haberla recuperado.
-Lo lamento mucho, Marin- dijo Touma- no podía darles el ala de mi armadura, era demasiado peligroso que pudieran entrar al Olimpo y…-
-No, no, tranquilo- dijo la chica- lo entiendo. Yo habría hecho lo mismo si fuera algo que pudiera poner en peligro a Athena-
Los dos hermanos se abrazaron mientras que Aioria sonreía. Los demás santos dorados también estaban aliviados de que se solucionara todo ese asunto. Desde la llegada de Lyfia al Santuario las cosas se habían complicado muchísimo. Liliwen tomó la mano de Camus y sonrió cuando éste se volvió a verla.
-Mi tía debe estar orgullosa de Touma- dijo Liliwen en voz baja.
Camus gruñó en asentimiento. A pesar de que era un buen chico, el hermano menor de Marin y un aliado de los santos de Athena, la presencia de Touma aún no le terminaba de agradar. No podía olvidar que el pelirrojo había estado activamente atacando a su chica. Liliwen rió en voz baja al verlo así.
-Tranquilo- dijo la chica- Touma cometió un error, pero en el fondo es buena persona. Solo hacía por mi tía lo que haría cualquier santo por Athena-
Camus asintió. Sabía que la chica tenía razón, pero no iba a perdonar al pelirrojo tan fácilmente como Liliwen.
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CONTINUARÁ…
Notas de Autor:
Merch fach: (galés) pequeñita
¡Hola a todos! Pues acabo de regresar con esta historia sobre Touma. Espero que les haya gustado este inicio. Muchas gracias por tu apoyo hasta ahora. Les mando un abrazo enorme. Nos leemos pronto.
Abby L.
