Nuevo fic del que podréis encontrar sus datos completos en mi lj. Ya saben que deben ir por perfil.
Advertencias: Ooc, Au, violencia y sexo.
Disclaimer: Prince of tenis y sus personajes pertenecen a Takeshi Konomi. Sin fines de lucro, utilizo sus personajes.
Vampiro regalado, sin embargo, es de mi autoría y no doy consentimiento de plagio.
Resumen: a una hora exacta de la noche, un viejo cubierto por una única gabardina desgastada y un antiquísimo quinquel, ofrece una de las más extrañas ventas a jóvenes casaderas que posean grandes dosis de dinero- pues son las únicas que pueden permitirse comprar su género-: Vampiros. Jóvenes y obedientes. Los últimos que han sobrevivido durante muchos años. Su obediencia no es a causa de un buen comportamiento o rendición. Unos extraños collares que poseen. Dotados con la capacidad de crear luz solar y destruirlos en cualquier momento.
Primer capítulo:
La compra de un príncipe
Guárdate de lo que tienes y aprende de lo nuevo.
Año 3045, Inmira, ciudad de la sociedad de alta cuna.
Cuatro de la mañana, Calle riera Mundo.
El frio calaba por completo su cuerpo, adentrándose bajo la capa gruesa y entorpeciendo los pasos de sus zapatos de piel, que pese a que eran calientes, en esos momentos parecían dos pares de cubitos de hielo enganchados a sus extremidades. El agua de la riera no corría, congelada tanto como su propio cuerpo.
Pero ese lugar era el indicado. La hora la correcta y el momento preciso. Solo esperaba que en un año, ese… ¿Hombre? No hubiera cambiado de lugar de venta. El dinero le pesaba en el bolsillo derecho de su capa, escondido en el bolsillo oculto sobre sus costillas, demasiado pesado como para pensar que soportaría un poco más de tener sujeto cuatro millones de Euros.
Debía prestar mucha atención a su alrededor. Si la policía rondaba por los alrededores, no podría llevar a cabo su compra. Y eso, sería una desgracia. Porque realmente necesitaba comprar lo que únicamente ese sujeto vendía. Porque ya dentro de nada sería la fecha correcta, el momento en que toda mujer tiene su libertad sexual a los 18. Edad a la que todas las mujeres casaderas tenían permiso y licencia para practicar sexo. La ley impuesta en el año 2023 debido a la terrible situación de adolescentes embarazadas a los once años e incapaces de criar hijos correctamente. De los lugares que no había en orfanatos y el miedo al aborto por verlo como un asesinato cuando no se asesinaba nada.
Desde entonces, sí una chica que no había cumplido los 18 años- la mayoría de edad- tenía relaciones sexuales con su pareja infantil o con un compañero, sería encarcelada y maltratada hasta la muerte. Si por una casualidad esto sucedía por una violación, la mujer quedaría impune y abortaría. Al violador le esperaba la tortura- cosas como colgarlo de sus testículos en medio de una plaza, azotarle sus partes con una cadena entre otras muchas torturas- hasta que moría.
Era cruel y obligatorio, pero la violencia infantil, los abandonos y las muertes de madres jóvenes habían menguado totalmente. Un maravilloso alivio para los padres que terminaban torturados sentimental y económicamente y para que las niñas sentaran la cabeza, además de los varones- a los cuales la ley también les prohibía ese tipo de relaciones. No existía ningún tipo de machismo. Ambos debían de obedecer.
Un año antes descubrió algo totalmente sorprendente, inhumano y aunque costaba mucho dinero, valía la pena. Claro que tampoco sabía si esto estaba bien. Era venta ilegal. Nadie- o al menos eso creía ella- sabía sobre esto. Solo el vendedor y tú.
Lo descubrió justo cuando cumplió dieciocho años y escapó de su casa a las tres de la mañana. Vagando, a las cuatro y punto llegó hasta ese puente. Aquella cosa se encontraba ante el puente y terminó vendiéndole la mercancía a buen precio, pero le alegó que la próxima vez al no ser su cumpleaños, le costaría el precio original. Cuando preguntó la cantidad y él contestó, el estómago le dio un brinco. Pero desde entonces, tenía su compra en casa y era suficiente.
Se abrazó a sí misma con deseos de darse calor. El viejo reloj de la torre que perteneció años atrás a alguna ciudad ya extinguida, dio las cuatro. El tintineo fue seguido por un arrastrar de pies, cadenas y una luz alidada. Un tropiezo y un gemido más una orden en una lengua que no comprendía. Giró la cabeza y de nuevo, como el año pasado, sintió deseos de correr.
Alumbrado por dos antorchas de luz alidada. Antorchas que volaban en medio de la oscuridad sin despegarse de al lado de quien fuera. Porque jamás podría verle. Su rostro y cuerpo permanecían cubiertos por una enorme tela oscura. Solo sabía que se movía porque sus huesos crujían. Parecía hacer un gran esfuerzo por cargar la pesada cadena que descendía por debajo de su capa y llegaba hasta el cuello de alguien, que luchaba por no seguirle, cubierto con un saco la cabeza para que no viera nada del exterior.
Tal y como a ella se lo habían entregado.
La voz del hombre era horripilante. Un ronroneó anciano cargado por los años de tanto fumar, pero sospechaba que era tan aterrador como el propio cuerpo que cubría con tanto esmero.
—Esta vez, no será gratis— Dijo con una socarrona carcajada— ¿Estás dispuesta?
Asintió con la cabeza.
—No es para mí. Yo ya tengo el mío y me basta. Es para una amiga— añadió, rebuscando el dinero entre sus ropas.
Él siseó, echándose ligeramente hacia atrás al compás de la cadena y de su obligado acompañante.
—El dinero que traes en tu bolsillo no es suficiente. Esta presa es especial. Única. No queda ninguna como ella en todo el mundo.
Levantó la mirada hasta ver la tela oscura donde debería de estar la cara de aquel misterioso hombre. Frunció el ceño y revisó lo que iba a comprar. Comparado con el suyo, era tremendo, tenía que justificarlo. Su amplio pecho descubierto incluso con el frio que estaba cayendo a su alrededor. Un torso musculado. Ambos brazos tan gruesos como tres de los de ella. De altura probablemente más que el suyo propio. Piernas fuertes cubiertas por unos pantalones de cuero negro y por los pies comprendió que era realmente grande.
Oh, dios. Eso era un espécimen único. Especial.
— ¿Cuánto? — Exigió. El sujeto volvió a reírse.
—Doce millones por ser tú. Porque veo que mi regalo de cumpleaños realmente se ha portado bien contigo durante todos estos años.
No podía verlo, pero se imaginó que estaba sonriendo como un animal poseso que deseaba tener sexo. Pero, ¿para qué esconderlo? Su buen regalo realmente estaba haciendo sus quehaceres en perfecta corrección.
—Iré a por el dinero a mi carruaje— indicó— Te lo compraré por trece.
—Esperaré.
Se obligó a moverse, a correr hasta el carruaje de grandes ruedas y tapicería roja. El cochero levantó una ceja al verla llegar, esperando seguramente que viniera acompañada. Recogió el dinero y regresó. El aire helado introduciéndose en sus pulmones y los pies cada vez más húmedos. Cuando llegó, ofreció el dinero.
—El nombre de la dueña— exigió saber nada más aceptar la gran suma y guardarlas en algún sitio de sus ropas— Su edad.
—Dieciocho años que cumplirá mañana mismo. Y su nombre… Ryuzaki Sakuno.
El tintineo de las cadenas llegó junto a la voz ronca del enmascarado. El tremendo hombre que sujetaban las cadenas se inclinó contra él, escuchando las palabras dichas y el refulgir del collar que lo sujetaba indicó que ya había terminado. Después, la liberación de la cadena y él, encaminándose hasta su lado. Entonces, no había nada más que decir o añadir.
Sus caminos se separaban ahí.
No esperó a verle marchar. Seguida con torpeza por su recién adquisición, caminó hasta el carruaje, abriéndole la puerta para que subiera y adentrarse ambos en el agradable calor de la pequeña estufa que caldeaba el carruaje. El chofer espoleó a los caballos, ordenándoles su avanzada.
Se quitó los zapatos, hundiendo los pies en la cercana estufa sin llegar a quemarse. Se frotó el cuerpo y observó la desnudez de su acompañante. Sabía que no tenía frio. Que su piel no se pondría de gallina y seguramente, hasta estaría caliente en esos momentos. Si no fuera porque no lo había comprado para otra persona, se encogería contra él.
Unos minutos después, el carruaje se detuvo ante una mansión. Del pasado poco quedaba ya. Los pisos y las casas de la playa habían quedado en la antigüedad, cubiertas por nuevas mansiones. Los coches fueron suplantados por los carruajes otra vez, cubriendo así la intoxicación del planeta. En pocas palabras: El mundo había tenido que volver hacia atrás en algunas cosas, menos en la medicina y la educación.
La puerta se abrió nada más detenerse y la figura que la esperaba extendió los brazos para cogerla en brazos y echarle una manta por encima. Sujeta firmemente contra su cuerpo, miró la nueva adquisición.
—Desciende. Tienes que lavarte y vestirte. Mañana tienes que hacer algo muy importante— Se giró hacia el hombre que la sujetaba— encárgate de que todo esté totalmente listo. Mañana a las once y media, tiene que estar listo.
—Sí, señora.
Fue guiada hasta su dormitorio, encontrando la bañera llena de agua caliente y especias aromáticas. Cuando su cuerpo helado entró en contacto con el agua, gimió de dolor, acostumbrándose poco a poco al calor. El macho la dejó sola, encargándose de la tarea recién encomendada.
Mañana debía de estar bien listo todo para el regalo de cumpleaños. Un regalo de cumpleaños que seguramente sorprendería a la persona que estaba a punto de recibirlo. Especialmente, por su carácter. Pero era la mejor persona que conocía de todo el mundo, por la que no le importaba pagar lo que hiciera falta para hacerla reír o hasta subirse a lo alto de un árbol con peligro de romperse la cabeza para bajarle su lazo favorito. Eso lo había decidido desde que eran pequeñas y ese sentimiento, no cambiaban.
Por mucho que tuviera que dar cara de una buena dama, de una señorita de principios que jamás se doblegaría ante un nombre para tener hijos con él antes de la edad prevista y ahora, no lo haría tampoco si no tenía que casarse primero. Porque sí, ella creía fielmente en el matrimonio como una mutua entrega de amor y de que podías hacer lo que desearas en tu dormitorio sin que nadie te señalara con el dedo.
Aunque ahora gozaba de la libertad de vivir libremente su sexualidad, seguía teniendo las miradas de todas las casas de alta cuna sobre ella, esperando ansiosas que metiera la pata con la misma facilidad que tenía para decir las cosas que pensaba. ¿Por qué no decirle a un impetuoso joven que únicamente quería casarse con ella por sus tierras que no le interesaba nada de lo que le ofreciera porque tenía más y no sería la perra casadera de un hombre que le gustaba más levantar la mano que levantar su sexo a la hora de la verdad?
Sus padres ya estaban acostumbrados a su facilidad de palabra y la veían como la oveja negra de la familia, poniendo sumas esperanzas en sus dos hijos pequeños, los cuales habían enviado a un colegio interno para asegurarse su buena educación- ella había ido a uno privado pero regresaba a casa para estar con la servidumbre en lugar de con sus tan ocupados padres- y que fueran hombres hechos y derechos en un futuro, teniendo un buen vocabulario y un respeto innato aunque les hicieran bajarse los pantalones y meterles una vara de azotar caballos por sus sanas pantorrillas.
Estaba deseando poder casarse o al menos, tener una libertad, porque no podías irte de casa hasta que no apareciera el hombre de tu vida llamando al timbre de la puerta de tu casa y anunciara que serías suya para toda la vida. Y eso la estaba matando. Porque todo aquel que la cortejaba huía a pies rápidos cuando veía que resultaba ser más inteligentes que ellos y que no le faltaría ni una mísera moneda en su bolsillo que robarle pudieran. No. Ella no iba a ser como su madre, que disfrutaba haciéndose la despistada cada vez que su padre gastaba dinero de más en alguna estúpida apuesta que luego perdía. O que fingía no haber visto como una de las criadas más joven que ella salía del dormitorio que compartían con las faldas desarregladas y abrochándose el escote para dormir después en la misma cama que ellos habían yacido a sus espaldas.
Tampoco pensaba perdonarles que el día de su decimoctavo cumpleaños decidieran que la fiesta iba a ser conmemorativa para las notas de sus hermanos en vez de celebrar que ya se había convertido en una adulta capaz de casarse y tener relaciones. Su madre ni siquiera se había acercado para decirle que tuviera precauciones ahora más que nunca o un simple "felicidades".
Ahogada por ese barullo de falsedad había salido para encontrarse con que existía alguien capaz de hacerla feliz. Un ser del que con solo mirarlo terminabas enamorándote de él y sin saber por qué. Por ese motivo había mantenido la cabeza de su nueva adquisición debajo de ese saco, porque tenía que regalarlo. Y si el cuerpo ya la había hecho estremecerse, ¿Cómo demonios resistirse a una mirada? A saber cuán de esplendido era ese espécimen.
Pero si era tan importante como había dicho aquel extraño hombre, es que realmente valía la pena de entregárselo a Sakuno. Porque ella también era especial. La única que la había consolado y estado con ella en los momentos duros de su vida. La que la había abrazado durante toda una noche en vela cuando el miedo le había llegado al ver que sus bragas estaban manchadas de sangre y que se había convertido en una niña-mujer.
Salió del agua una vez sus articulaciones entraron en calor y la puerta del servicio se abría para dejar entrar a su propio espécimen. Con una sonrisa, tendió las manos hacia él, ofreciéndose. Obedientemente, él la pegó contra su propio cuerpo.
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Las fiestas de cumpleaños eran una delicia para la mayoría de las personas. Ella las rehuía y prefería no tenerlas. Pero en su estatus no le quedaba más remedio que ceder a las recomendaciones de su madre y dejar que hiciera lo que quisiera. Porque era una buena forma de encontrarse con su mejor amiga, la cual nada más atravesar en salón se lanzó contra sus brazos.
Osakada Tomoka, la mayor de sus hermanos y rica heredera. Bastante incomprendida por los demás y rechazada sentimentalmente por sus padres. La única chica en el mundo que bien podía considerar una hermana.
Sus cuerpos se unieron en un abrazo antes de que la voz de su madre llegara desde la cocina, dando indicaciones a los muchos sirvientes sobre sus nuevos quehaceres para la noche. Tomoka sonrió abiertamente.
—Felicidades, Sakuno— felicitó amablemente— hoy ya eres una adulta.
Sakuno Ryuzaki probablemente sería conocida como la hija del señor Ryuzaki, un multimillonario que gozaba de buena salud y adoraba que su pequeña hija siempre se sonrojara por las cosas menos esperadas. No había manera de luchar contra eso. Simplemente se sonrojaba cuando la adulaban o felicitaban. Era inmenso sentir una felicitación porque hicieras algo tan bueno como simplemente, existir.
Su madre, Kikuyo, se había casado con su padre nada más cumplir los dieciocho años y al cabo de siete años, ella llegó al mundo tras varios intentos fallidos de embarazos que terminaron en abortos. Como si alguien quisiera compensarles por no poder engendrar, la fortuna de su padre fue creciendo cada día, centrándose terriblemente en el trabajo que hoy día lo tenía tan absorbido que apenas se le veía en casa. Sin embargo, cuando el hombre llegaba a casa, su madre lo colmaba del mismo sentimiento que parecía ofrecerse el uno al otro. Kikuyo había sido hija de un importante ministro que terminó por cederle muchas de las tierras que hoy día se mantenían en alquiler.
Cuando llegó ella al mundo, ambos padres decidieron que la amarían por encima del dinero y hasta ahora, podía considerarse la niña mimada de sus padres, sino fuera porque gozaba de más independencia a la hora de ahorrar que de gastar. Adoraba las rebajas y gastar poco. Solo lo necesario en ciertos momentos y por ese mismo motivo, odiaba las fiestas: Donde el lujo era la señal del día.
Según su madre, temían que se convirtiera en una niña caprichosa e inquieta, porque nació en un día de tormenta, sin embargo, era todo lo contrario. Se estaba titulando en medicina para animales y adoraba a su gato Sulivan.
Siempre había procurado mantenerse ocupada, irrumpiendo únicamente en sus quehaceres para encontrarse con Tomoka cuando la necesitara y desde entonces, si la castaña llamaba en grito su nombre, correría hasta ella aunque tuviera que llevar muletas para toda la vida. Suponía que la amistad verdadera era así, porque Tomoka haría exactamente lo mismo por ella.
—Y, ¿cómo van las cosas? — Preguntó Tomoka mientras caminaban tomadas del brazo hacia su dormitorio— ¿Ya tienes pensado qué te vas a poner?
—Mi madre ha entrado esta mañana con un vestido color plata— respondió abrumada— parece que quiere que sea una princesa este día.
—Es que es un día especial, Sakuno. Es tu mayoría de edad.
—Solo es un cumpleaños más— suspiró, abriendo el armario para mostrarle el vestido— me gustaría algo más intimo. Contigo y mis padres y los demás sirvientes. No necesito a nadie que me esté entreteniendo con cosas que no me llegan a gustar…
—A nadie le gusta fingir una sonrisa delante de un montón de personas que tampoco sienten apreciación por ti. Pues es muy bonito— expresó mientras revisaba el vestido— aunque un poco pasado.
Ambas rieron, volviendo a guardar el vestido tras que Tomoka se lo colocara por encima y se pusiera a hacer de modelo. Después, se puso en manos de Tomoka para el arreglo. Su largo cabello ondulado era un tema bastante duro. No le gustaba cortarlo y adoraba que fuera lo suficiente largo como para extenderlo en la cama. Habiendo heredado los tonos de su madre y las ondulaciones de su padre. Su piel, sin embargo, era limpia y suave, lo que daba menos quebraderos de cabeza.
—Vale, ya está listo.
Se miró en el espejo totalmente estupefacta. Continuaba si comprender de qué manera Osakada se las arreglaba para crear peinados tan distintos en su cabello. Esta vez era el turno de un recogido en alto con mechones sueltos bajo la diadema que creaba un gran moño en la parte superior de su cabeza. El flequillo tirante hacia atrás con dos mechones rizados cayendo a cada lado de su cabeza, cubriendo sus oídos pero dejando que sus pendientes a juego con el vestido quedaran perfectamente a la visión.
—Estás preciosa. Realmente me gusta peinarte. Tienes un cabello tan amoldable— alagó, dando los últimos retoques al cabello— ¿ya sabes quién va a venir?
—Algunos familiares, amigos de mis padres y creo que un señor importante con el que está haciendo negocios mi padre. Pero no estoy segura.
Era natural que esa clase de reuniones sucedieran en la ciudad de alta cuna. Los hombres que se encargaban de los negocios utilizaban las fiestas familiares para reuniones, mientras que las mujeres preferían hacerlo directamente y en forma guerrera, exceptuando algunas que sí que acudían a ese tipo de eventos.
Pero a ella no le importaba si su padre hacía tales cosas, porque siempre estaba más por ella que por las reuniones de trabajo. Al final, terminaba siendo ella quien se retiraba en lugar de él con la excusa de acompañar a su despacho a su visitante interesado.
Tomoka se había dirigido al armario, volviendo a sacar el vestido que tendió sobre la cama con mano experta para evitar arrugas. A estas alturas, ya deberían de saber perfectamente cómo tratar un vestido de lujo. Era casi lo primero que te inculcaban tus madres nada más nacer. Ella se agachó, sacando la caja de zapatos de debajo de la cama y unas medias color carne del cajón de la peinadora.
Tomoka se quitó la prenda que había llevado todo el tiempo para cubrir su propio vestido, color verde aceituna mientras ella comenzaba a vestirse. La castaña se asomó a la ventana, observando a lo lejos las luces de los carruajes. La gente ya comenzaba a llegar y probablemente, su madre los estaba esperando en el recibidor.
Con un bufido irritado por ir demasiado lenta, comenzó a meterse a fuerza en el vestido hasta que fue ayudada por su amiga. La tela encajó perfectamente en su cuerpo.
—Mi señora.
Ambas miraron hacia la puerta. La voz del nuevo sirviente de Tomoka llegó a través de la puerta. La miró aturdida, preguntándose por qué se encontraría ahí en vez de con los demás. Tomoka tiró de su falda para asegurarla y le cuadró los hombros antes de alejarse.
Abrió la puerta y tras guiñarle el ojo izquierdo, cerró tras su figura. No le dio demasiada importancia. Desde que había cumplido los dieciocho años, ese mayordomo se había convertido en su fiel guardaespaldas. En pocas palabras, no era un mayordomo, porque no limpiaba, tampoco lo había visto fuera de la casa durante el día y solía librar por las mañanas y trabajar por la noche, arreglando asuntos que Tomoka tuviera que hacer al día siguiente.
Era bastante curioso pero cuando le preguntó a su madre sobre él, ella le hizo exactamente la misma pregunta. Ni siquiera los padres de Tomoka sabían de donde había salido. Solo que estaba ahí de la noche a la mañana y que desde entonces no se había ido. Como no le costaba dinero, no protestaban.
Pero a ella seguía inquietándola porque Tomoka no soltaba prenda cuando le preguntaba y amiga no solía ocultarle ese tipo de cosas. De todas formas, ya había pasado el tiempo y ese muchacho, que no aparentaba de tener uno o dos años más que ellas, no se había portado mal con Tomoka, así que era suficiente. Claro que nunca habían intercambiado palabras, porque cuando estaba cerca, siseaba y se marchaba rápidamente o se ocultaba detrás de Tomoka, no perdiéndola de vista en todo el tiempo.
Cansada de esperarla, abandonó la habitación. La moqueta amortiguó el sonido de sus tacones al descender por las escaleras, agradeciendo a diestro y siniestro la lluvia de felicitaciones de sus familiares más cercanos y de amigos, además de algún que otro nuevo miembro que desconocía pero que igualmente mostraba educación.
Tomoka se reunió con ella y unas cuantas amigas de la universidad a la media hora, felicitándola como obligación pese a que ya lo había hecho, para borrar las habladurías de que encima de llegar tarde y gorronear comida, ni siquiera se encargaba de felicitar a la anfitriona. Ambas intercambiaron una sonrisa cómplice mientras caminaban hasta el gran comedor y ocupaban una silla una junto a la otra. Nada más entrar sus padres, ambos la besaron y felicitaron.
Todos los regalos habían quedado amontonados en un rincón, pero en ningún momento vio como Tomoka se alejaba para dejarlo. Incluso cuando le preguntó al encargado de apuntar el nombre de todo aquel que hubiera llevado un presente- más que nada para saber a quién pertenecía cada presente y no para señalarle con el dedo por no haber regalado nada-, éste le contestó que la señorita no había llevado ningún presente todavía.
Eso la inquietaba. No es que quisiera ser egoísta y demandar un regalo porque sí, es que cuando Tomoka no se acordaba de regalar un presente o cualquier otra cosa, era porque algo le sucedía. Y no importaba que esa noche fuera su noche. Tomoka era su amiga, su mejor amiga. Tenía que descubrir qué le pasaba.
Subiéndose ligeramente la falda con ambas manos caminó por el salón, sonriendo y alejándose de las muchas nuevas charlas que comenzarían a resultarle totalmente aburridas. Saludó con la mano y una sonrisa a su padre, que comenzaba a verse acosado por los varones de la familia y algún que otro empresario importante.
Pero no tenía ni rastro de Tomoka. Incluso encontró a su madre repartiendo tarta de fresa a una pequeña niña que si mal no recordaba, era hija de uno de aquellos invitados. Finalmente, cuando el viejo carrillón daba las once y media, levantó la mirada hasta la escalera principal.
El joven mayordomo hacia una reverencia a la espalda de Tomoka, que descendía con sumo cuidado la escalera, con la mirada fija en ella. Cuando ambas quedaron frente a frente, se vio obligada a fruncir el ceño y abrir la boca para preguntar o más bien, acusar.
—Te sucede algo— indicó irritadamente— dime que es. Llevas todo el tiempo rehuyéndome desde que son las once y no es normal que tú olvides un presente. Si lo has hecho es porque pasa algo con tus padres de nuevo. ¿Qué es? — Cuestionó.
La sonrisa que cruzó el rostro de su mejor amiga la alertó.
—Me pregunto quién será el que ha olvidado traerte un regalo. Porque yo no lo he olvidado. Te aseguro, Sakuno, que te he hecho el mejor regalo de todos los presentes— quizás Tomoka estaba exagerando de su imaginación, había bebido una copa de más o simplemente estaba en un mundo desconocido— No. El chico que apunta los regalos nunca verá qué es porque no lo he depositado con el de los demás. Te aseguro que mi regalo será imposible de que no sepas de quien fue.
Frunció los parpados ligeramente y cuadró sus hombros. Ofendida, por supuesto. No existía ni un solo presente que Tomoka le hubiera regalado que no supiera cual era o ya no tuviera consigo. Todavía conservaba el primer regalo: La púa de un cepillo de color rosa de muñecas.
—Lo que dices es total y únicamente exabrupto. Tengo todas las cosas que…
Calló al sentir los dedos femeninos sobre sus labios. Un brillo de diversión estaba dibujado en el rostro de la joven. Tomoka se inclinó hasta su oído, rozando ambas mejillas sutilmente.
—Lo sé y no pretendía ofenderte. Mis disculpas. Pero necesito que vayas a buscar tu regalo. Así que no pierdas el tiempo.
—Ah, ¿y dónde está? — Preguntó ante el invite de una diversión. Tomoka exhaló.
—En tu dormitorio. Sobre la cama.
La enorme exactitud la sorprendió. Pero no tenía tiempo que perder, al menos, no para Tomoka, que tiró de ella para hacerla girar en un remolino que la llevó hasta el pie de las escaleras. Subió los peldaños de dos en dos, alegrándose de que la falda cubriera la tosca manera de subir no perteneciente a ninguna dama.
Pasó por delante del mayordomo de Osakada, que no cesaba de mirarla y prestarle atención. Era como si únicamente viviera par y por ella. Esbozando una sonrisa de complicidad de un sentimiento que no llegaba a comprender, se adentró en el pasillo, empujando la puerta con sus manos nada más verse ante su dormitorio. Las cerró tras su espalda y encendió el interruptor.
Cuando sus ojos se habituaron a la luz, el grito se ahogó en su garganta y la espalda quedó pegada totalmente a la madera de la puerta.
Estirado de costado sobre su cama, un hombre a medio vestir, con un collar grueso en su cuello, la miraba de forma fría y acusadora. Unos ojos ámbares que brillaban que la miraron de los pies a la cabeza, con una hermosura sin igual. El rostro más varonil que jamás vería sin el menor de las magulladuras. El torso desnudo, hinchándose y relajándose en cada bocanada de aire que sus pulmones almacenaban para volver a expulsar. Los anchos hombres que cuadraban dos musculosos brazos. Las caderas que unían un musculado vientre y unas piernas perfectamente equilibradas a aquel tremendo cuerpo. Y oh, dios… una masculinidad que anunciaba ser muy grande y peleaba contra los pantalones de cuero.
Aquel hombre, era un dios.
—Tu nombre.
Cuando esas palabras tomaron vida como el aire en la habitación, ya se encontraba hiperventilando y clavándose las uñas en la garganta mientras apretaba sus muslos en el punto justo entre sus piernas. Un gemido escapó de su boca al responder.
—Ryuzaki Sakuno.
Un tremendo sonido irrumpió en la habitación. Como si algo acabara de romperse cuando en realidad se le encaprichó al sonido que hacían los látigos de los caballos al golpear contra el hierro que los ataba al carruaje. Dirigió la mirada hasta el collar y un poco más abajo, justo donde el estómago del tremendo Adonis sujetaba una pesada cadena. He ahí de donde provenía el ruido. La cadena se había separado del collar.
Los dorados ojos descendieron hasta la cadena y las manos que habían permanecido sobre la colcha de su cama, se encaminaron hasta la cadena, cogiéndola entre sus dedos. Dedos grandes y largos, de uñas cuidadas y sensualmente listas. Bien, sin que siquiera la hubieran tocado una sola vez, alguna parte de su cuerpo sabía perfectamente de qué serían capaces de hacerle. Y todas serían una maravilla.
Con dilación, llevó una mano hasta el manillar, queriendo comprobar por un absurdo presentimiento que no se había equivocado de puerta aunque la decoración fuera completamente su dormitorio. Pero a ver, si ese era su dormitorio, ¿por qué había un hombre como "ESE" en su cama?
En tu dormitorio. Sobre la cama.
Oh, oh.
No podía ser, ¿Verdad? Tomoka no le habría pagado a un chico de esos de prostitución para que fuera a… desvirgarla. Oh, no. Eso sí que no. Tomoka siempre había sido de regalos estúpidos y hasta de los más atrevidos como cuando le había regalado aquel conjunto tan sensual de ropa interior porque era la moda entre las jovencitas que estaban a punto de cumplir su mayoría de edad y podrían tener sexo. Pero de eso a un hombre… ¡Un HOMBRE! Con letras mayúsculas y todo.
—Oí.
Dándose cuenta de que había descendido la mirada hasta el suelo, observando la moqueta roja de su dormitorio con bordes oro, levantó la cabeza. Si hubiera podido retroceder más lo habría hecho. El impresionante macho que había estado sobre su cama se encontraba justo frente a ella, tendiendo su brazo para entregarle un sobre pequeño azul con el eslogan de la familia de Tomoka. Tomó la carta entre sus dedos y se dirigió hasta el escritorio, preguntándose cómo demonios había llegado hasta su puesto sin hacer el menor de los ruidos. Porque cuando ella caminaba el suelo crujía siempre incluso con la moqueta, especialmente si iba descalza.
Se sentó sobre la silla porque sabía que sus piernas no iban a sujetarla por mucho más tiempo. Y aunque era una verdadera locura ponerse a leer cuando había alguien tan impresionante como desconocido en tu dormitorio, sabía que en esa carta estaría la respuesta que necesitaba a la presencia de ese MACHO. Porque, leches, incluso de pie demostraba estar bien dotado.
Obligando a sus ojos a separarse de ese punto crucial de todo varón, pese a que su cabeza era una completa olla exprés de vergüenza y que sabía que necesitaba recordar el protocolo de dama de buena familia y educada señorita que nunca bajaba la mirada más debajo de la barbilla de cualquier varón, abrió la carta. El papel azul estaba marcado por la estrangulada letra de Tomoka, seguramente escrita a marchas rápidas. Se concentró en la lectura.
a una hora exacta de la noche, un viejo cubierto por una única gabardina desgastada y un antiquísimo quinquel, ofrece una de las más extrañas ventas a jóvenes casaderas que posean grandes dosis de dinero- pues son las únicas que pueden permitirse comprar su género-: Vampiros. Jóvenes y obedientes. Los últimos que han sobrevivido durante muchos años. Su obediencia no es a causa de un buen comportamiento o rendición. Unos extraños collares que poseen. Dotados con la capacidad de crear luz solar y destruirlos en cualquier momento.
Tu deber como su dueña, es alimentarlos, cuidarlos y protegerlos. A cambio, recibirás sus servicios y su protección. No creas que es un mal regalo. Es el mejor regalo que a mí me podrían haber hecho nunca. Disfrútalo.
Feliz cumpleaños.
Bien. Una de dos. O Tomoka se había vuelto repentinamente una escritora que gustaba de destruir los párrafos de las historias de terror o es que ese escrito era totalmente cierto. Giró la cabeza en busca de su "invitado", encontrándose con él pegado a su cogote y concentrado en la carta, la cual plegó rápidamente y escondió en el cajón de su escritorio.
—Tarde—Dijo él con sorna con aquella cálida voz. Su cuerpo por entero se estremeció.
—Entonces… ¿Es verdad? ¿Eres un… un vampiro?
Como si quisiera confirmar esa acusación levantó los labios. Los caninos quedaron a su visión, alargándose hasta que casi llegaron a las encías de los dientes inferiores… teniendo la boca abierta. Pero eso, en vez de aterrarla, le produjo un terrible deseo febril que no llegó a comprender del todo. Saltando de la silla desvió la mirada hasta su cama. La cadena había quedado tendida a un lado de la cama y sobre esta, justo donde él había estado. Tentada, se acercó. Parecía pesada y sería una ridiculez que intentara levantarla, pero lo hizo. Cogió el frio metal entre sus dedos y tiró con todas sus fuerzas.
Sin embargo, la cadena no pesaba absolutamente nada y el golpe en su trasero dolió más que la vergüenza que sentía. ¿Por qué a él le había parecido pesada y para ella era una pluma? Lo miró frustrada, ¿Acaso se había burlado de ella? Aunque cuando vio la sonrisa maliciosa que le cruzó el rostro cuando se había caído.
—No logro entender qué tengo que hacer contigo— se defendió, levantándose costosamente gracias a la falda del vestido, recogiendo la cadena hasta hacerla un lio y dejarla sobre la mesilla de noche— no me parece bien que seas un regalo de cumpleaños. ¿Acaso te han vendido?
—Bingo—siseó. Ella alzó los ojos hasta él, frunciendo el ceño.
— ¿has sido vendido? — La idea le revolvió el estómago— y… ¿Tomoka te ha comprado? Imposible. Yo… no quiero esto— refunfuñó.
Giró sobre sus tacones, encaminándose hasta la puerta para abrirla y salir al exterior. El mayordomo de Tomoka se encontraba justo ante la puerta. Congelada, se giró. De nuevo, aquel ser se encontraba detrás de ella, mirando ceñudo al sirviente de su mejor amigo. Éste, inclinó la cabeza como si le reverenciara y después, habló con un siseó.
—Mi señora se disculpa— dijo, escupiendo las palabras por obligación— ha dejado dicho que usted decida qué hacer con su presente. Ahora, es su dueña. El contrato ha sido creado en el mismo momento en que usted dijo su nombre— un nuevo siseo de molestia— a partir de ahora, no podrá separarse de usted.
—Tengo que hablar con ella— indicó, queriendo pasar hacia las escaleras, pero sabía perfectamente que él no se lo permitiría cuando negó con la cabeza— no puede comprar a personas como si fueran drogas. No son objetos de contrabando.
—Desechar un regalo es una ofensa. Nosotros no somos humanos— recalcó, levantando los ojos hacia su nuevo regalo. Luego, volvió a sisear— buenas noches.
Parpadeó varias veces cuando el tintineo de una cadena se escuchó en la lejanía. Al volver la vista hacia el lugar donde momentos antes estaba el mayordomo, se encontró con la pared únicamente. Había desaparecido. Esa noche, no podría ver a Tomoka y tenía tantas preguntas que hacerle y acusaciones que aclarar…
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Ser un maldito esclavo no era lo mejor del mundo. Ni el preciado sueño que había tenido toda su vida. Una larga vida que había sido repleta por libertad hasta los quinientos años y otros quinientos años encerrado en una prisión. Y ahora que volvía a ver la luz de la noche, seguía encadenado. Y lo peor es que se encontraba bajo las cadenas de una mocosa que recién había pasado la madurez.
Todavía recordaba perfectamente el olor a tierra húmeda, heces y cuerpos en descomposición que una vez le habían servido de alimento. Sangre contaminada por algún tipo de droga y mujeres que eran prostitutas a las que nadie terminaría por echar de menos tarde o temprano. El sonido lastimero que estas dejaban escapar cuando veían lo que había abajo, como los ojos de todos ellos brillaban de hambre y extendían las manos para poder tocarla si quiera. Y después, ver como otro se alimentaba de ella sin el menor de los decoros para después, cuando su cuerpo se había regenerado a como era correctamente, ya se tenía un collar rodeándole el cuello e iba a ser vendido.
Aquellos malditos cazadores. Aquellas malditas ratas que no merecían vivir ni entre los humanos. Seres malditos que quemaban y desfiguraban su propio cuerpo para llegar a obtener el poder necesario para cazarles. Engatusadores de humanos y asesinos de vampiros. Mercenarios a un buen precio que vendían sin importarles lo que significaba los lazos entre el humano y el vampiro.
El trato era siempre así. Te capturaba. Te tenía quinientos años sin alimentarte y cuando eras débil e incapaz de defenderte porque agonizabas por un poco de comida que siempre veías pasar, te colocaba un collar en el cuello para después, meterte a una de esas prostitutas, una tras otras hasta que tenías la fortaleza que una vez tuviste, pero que no te servía de nada. ¿Por qué? Por el collar que rodeaba tu cuerpo y la maldita cadena del pacto.
Aquel collar contenía el poder del sol, su enemigo mortal. No existía ningún vampiro que hubiera sobrevivido a una inmersión en los rayos solares y para asegurarse de que todos le tenían el merecido miedo, había matado a muchos como él para comprobar la eficacia. Después, la cadena del pacto, creada por artes mágicas seguramente, magia negra. Un relato que solo el cazador sabía exprimir y dictaba el nombre de la única persona que podía ser capaz de liberarles. Pero muchos de los que gozaba de esa libertad ya no podían volver a ser libres porque tenían miedo. Miedo de qué iba a pasar y de cómo sobrevivir.
Con el paso de los años la gente parecía haber atribuido al vampiro a la inexistencia, agotando su vivir a simples películas Hollywoodenses en los que repentinamente podían exponerse a la luz de sol, eran seres capaces de convivir con humanos y alimentarse de ratas para evitar matar o hasta de ciervos. También en géneros literarios que había preferido ignorar por no sentir deseos de quemar libro tras libro.
Por eso, ahora, la venta había dejado de ser exclusiva como "fiel perro obediente que protegerá a tu ganado de cualquier rata peligrosa, ya sea su casero o un lobo feroz" a convertirse en "amantes baratos que te protegerán hasta en la cama: Especiales para niñas recién adultas".
Y todo eso le pateaba bien el hígado. ¿Por qué? Sencillamente porque él era el último miembro de la familia real. El segundo príncipe de los vampiros: Ryoma Echizen. El resto de su familia estaba muerta ya. Asesinados por otros cazadores que perecieron al igual que ellos años atrás. Él mismo se había encargado de ello. Precisamente por eso, terminaron capturándolo.
Entonces, repentinamente, tras ser alimentado y cubierto para que no recordara el camino además de atrofiado el olor durante tres horas, fue vendido a una señorita rica que en realidad no era su dueña. Llevado a una mansión donde le quitaron la bolsa y se encontró con uno como él haciéndolo, sirviendo a la mujer minuciosamente. Cuando sus ojos se encontraron casi se salieron de sus cuencas y clavó la rodilla en el suelo, murmurando palabras de sorpresa e incredulidad.
Después, le había bañado, servido un dormitorio y protegido de los rayos del sol hasta que regresó a las nueve de la noche para sacarlo al exterior, volver a bañarlo y darle ropa nueva para subirlo a la habitación donde se había encontrado con esa "cosa" humana que olía a flores, era torpe y tenía un enfado que no tenía nada que ver con ella.
Parecía estar en shock por dos cosas: que él fuera un vampiro- que conllevaba a creer y confirmar que existían- y que hubiera sido vendido, esclavizado y maltratado. Aunque ella no sabía más que la punta del iceberg. Lo peor de todo es que mientras llevara este maldito collar estaba atado a los sentimientos de esa mujer humana y si tenía que prostituirse con ella porque lo deseara, tendría que hacerlo sin rechistar.
Seguirla a cualquier parte, dormir donde ella quisiera y… joder, alimentarse de lo que ella gustara. Como si se trataba de una de simple y asquerosa rata.
Sakuno Ryuzaki se giró nuevamente sobre sí misma, llenándole las fosas nasales de aquel delicado perfume a rosas que emanaba de su cuerpo y cerró la puerta, encerrándolos a los dos en el interior del dormitorio. Taconeó en suelo y tropezó para apoyarse en una silla cercana al tocador. Tuvo que parpadear para asegurarse de que no era un fallo de su visión, sino que realmente la chica que momentos antes le llegaba por el cuello ahora le llegaba entre el hombro y el codo. Miró los zapatos, arqueando una ceja y comprendió: Alzas. Las mujeres continuaban siendo expertas en engañar a los hombres incluso después de mil años.
Él no había sido un conquistador- al menos que se diera cuenta por él mismo, claro-, pero prefería hacer las cosas bien cuando se trataba de comida. No le gustaba jugar con ella y prefería mujeres limpias a sucias prostitutas. Incluso iba al funeral de la persona si se celebrara a una hora oportuna o más tarde a la tumba, siempre dejando una rosa negra como agradecimiento.
Olisqueó el aire por encima. Una fragancia de enfado e incredibilidad escapaba de la pequeña humana mientras daba manotazos a su falda para poder controlarla. A continuación, llevó las manos hasta el lado izquierdo de su cuerpo y tiró con firmeza de la cremallera. Justo cuando el vestido se abría hasta sus caderas, se detuvo. Con lentitud, giró la cabeza hacia él, dándose cuenta de que todavía continuaba ahí con ella. Un gemido de sorpresa escapó de su boca, cubriéndose con lo primero que atrapó sobre la cama. Uno de los cojines que tanto le habían molestado mientras esperaba.
— ¿Por qué sigues aquí? — Cuestionó aturdida— deberías de irte de mi dormitorio.
Sintió deseos de echarse a reír. ¿Acaso creía que si pudiera marcharse así como así no lo habría hecho ya? Y de todas maneras, no iba a ver nada del otro mundo. Tenía mil años, no era tonto. Conocía perfectamente qué estaba intentando esconder.
Entrecerró los ojos, acercándose hasta su altura. Se inclinó elegantemente hacia delante, rozando nariz contra nariz. La chica enrojeció terriblemente, haciendo que la vena más atrayente de todo el cuerpo humano latiera con fuerza, atrayéndolo. Tuvo que optar por su mejor esfuerzo para ignorarla.
—Dame un dormitorio— exigió.
—Ah, ah, claro.
Chasqueó los dedos porque acababa de ocurrírsele eso mismo. Apartándose de ella, se preguntó si realmente tendría un "ama" inteligente o más estúpida de lo que creía. Sabía que la excitación hacía enloquecer a los humanos porque no estaban acostumbrados a experimentarla todos los días. Era divertido verles jugar con un sentimiento que no lograban crear de la forma más simple como mover un solo dedo. En pocas palabras: Estaba seguro de que podría hacer experimentar a esa niñita su primer orgasmo sin siquiera tocarla.
Pero fue amable y la dejó escaparse de aquella aventura para que le buscara un lugar donde poder esconderse del sol y pasar la noche hasta que ella se habituara a su presencia. Tenía que ganarse su confianza como fuera posible. Conseguir que le quitara ese maldito collar porque solo ella podía hacerlo. Y entonces…
Oh, entonces disfrutaría de la libertad y clavaria sus colmillos en la intermitente vena de la vida de esa humana. Se escaparía simplemente para volver y sacar de aquella mierda a su pueblo. Como principie, no podía quedarse de brazos cruzados. Pero siempre había preferido hacer las cosas él mismo, no que los demás las hicieran por él. Por ese mismo motivo había tenido que dejar claro a Kaidoh Kaoru, el "mayordomo" de su compradora original, de que no hiciera nada cuando tenían oportunidad.
Un buen estratega era que el siempre llevaba la mente llena de lo que necesitaba y lo usaba sabiamente.
Y esa chica parecía una presa fácil de manipular solo con hacerla sentirse mujer. Era un volcán apasionado bajo una capa de vergüenza y sensatez que podía fácilmente romper.
La siguió a través del pasillo hasta una habitación contigua a la suya. Nada más entrar, encontró que la decoración no tenía nada que envidiar al dormitorio de la chica y agradeció que la cama de matrimonio no tuviera sábanas rosas como en las que había tenido que estar esperando.
Desvió la mirada hasta las cortinas y frunció el ceño.
—Oh, ¿las necesitas más oscuras? — Asintió como respuesta y ella automáticamente se encaminó hasta el teléfono, levantándolo y marcando un único número—. Elhena, ¿puedes subir las coritas más gruesas y oscuras que tengas a mi dormitorio? Ah, gracias.
Sonriendo, colgó el teléfono.
—Ahora traerán las cortinas a mi dormitorio. Cuando estén, te las traeré.
No le miró a la cara. Ni siquiera dijo adiós o cualquier otra cosa, simplemente se levantó la falda hasta el estómago para que los flecos llegaran hasta sus muslos y corrió hasta el exterior.
Pero no le prestó atención. Se vio totalmente hipnotizado por lo que los grandes ventanales dejaban a su visión. Grandes casas de estilo inglés. Calles de tierra negra por la que los carros pasaban naturalmente, mientras que los animales presentían que el terreno no era agradable para sus pies. Hacía años que había visto casas como aquellas y casi no podía creerse que el tiempo no hubiera pasado durante su arresto. ¿La humanidad no había avanzado? ¿Qué clase de seres eran? ¿Ineptos incapaces de avanzar?
Rebuscó por la habitación otra ropa que no fuera la de un pantalón de cuero. Odiaba la sensación de verse como carnada únicamente para el sexo- que en realidad, era para lo que había sido vendido-. El recuerdo de que eso pertenecía a la mierda que había estado viviendo le hacía tener deseos de arrancárselo con los dientes.
Por suerte, su masculinidad seguía intacta. No había sufrido los abusos sexuales que muchos otros vampiros habían experimentado al estar indefensos. Tampoco había tenido la mala suerte de ser castrado al ser vendido a una granja para trabajar. Si eso hubiera pasado, seguramente ninguna mujer le habría comprado. Pero lo peor de todo es que se había librado de todo ello por ser un maldito príncipe. Cuando el cazador lo descubrió casi le besó las palmas de las manos como presa cara a poder vender.
En uno de los armarios encontró un traje gris, pero desgraciadamente, no era de su talla. Si bien de altura no corporal. Seguramente, el dueño sería un hombre de poco músculo y más bien delgado. Maldiciendo, cerró la puerta de un empujón y se tiró sobre la cama. La comodidad le hizo gemir. Después de haber estado durmiendo sobre tierra firme, luchando porque nadie meara o hiciera sus heces más asquerosas en tu puesto de noche, aquello era puro lujo. Un lujo que había tenido quinientos años atrás.
Si cerraba los ojos todavía por ver el lujoso castillo en lo alto de la ciudad donde las masas humanas se movían de un lado a otro durante el día y se escondían por las noches- cosa que no facilitaba que ellos no pudieran cazarles. Su padre era quien más horas de la noche solía gastar en alimentarse junto a su madre, la cual terminaba cansándose antes que él y regresaba a casa antes de tiempo. Su hermano mayor, al igual que su padre, gozaba de largas horas y disfrutaba de la muerte de tres o más mujeres. Mientras que él siempre se conformaba con una dama simplemente. No necesitaba más.
El aroma del castillo siempre era a esencias de lavanda y romero. Su madre se esmeraba en llenar el castillo de ese aroma y lo infundía especialmente en las habitaciones. Aunque no todos. Su olfato desarrollado era capaz de distinguir perfectamente el aroma del sexo incluso cuando era un crio de tan solo doscientos años. Era lógico cuando para alimentarte necesitabas seducir a una mujer hasta el punto de hacer que tuviera un orgasmo mientras la muerte la acogía entre sus brazos.
El dormitorio de sus padres siempre tenía ese característico olor hasta que terminó llenándose a olor de muerte, cubierto los doseles con sangre de vampiro y de humano. De cazadores. Los cuerpos inertes de su familia que fueron sacados a plena luz pese a que ya estaban muertos y él… a él lo habían enviado a las catacumbas para esconderse entre los muertos mientras su hermano hacia frente a cinco cazadores de vampiros.
Su hermano tampoco sobrevivió. Descuartizado y quemado. El collar que marcaba su grupo real pesaba demasiado sobre su cuello infantil y la sangre de la que se había alimentado amenazaba con salir de su estómago mientras sus colmillos se alargaban. Sin saberlo, su cuerpo se estaba preparando automáticamente la lucha. Pero nunca tuvo que luchar. Fue olvidado por los cazadores que satisfechos por haber roto la línea real, descansaron en su mundo de luz mientras él había esperado la noche para poder salir y asegurarse de que realmente todo eso no era una pesadilla.
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Cuando abrió la puerta se lo encontró completamente tirado sobre la cama, con las uñas clavadas en el colchón, los ojos perdidos en el techo, la boca abierta de par en par al no poder cerrarse porque sus caninos lo impedían. Largos y amenazantes. Su poderoso pecho se levantaba y bajaba frenéticamente, siguiendo el ritmo de sus jadeos y un siseo que escapó de su garganta cuando se revolvió contra ella. Con la mano extendida y las uñas sobresaliendo su piel. El contacto frio llegó cuando atrapó su cuello.
Gimiendo, soltó las cortinas para llevar ambas manos hasta la ancha muñeca. Entonces, la presa descendió. Sus ojos que habían optado la forma de un felino volvieron a ser normales- dentro de lo que cabía- y mirarla con perplejidad. Apartó la mano y se la miró, sorprendido de su acto. Como si no supiera qué hacer exactamente con esa mano, se la pasó por los verdosos cabellos.
—No… no te he hecho nada para que me atacaras— se defendió, girándose sobre sus pies descalzos— buenas noches.
Un siseo la hizo detenerse. Mirándolo de reojo vio como se agachaba para recoger las cortinas con solo una mano. Cogiéndolas correctamente las midió a la ventana, asintiendo.
—Ropa— Demandó, mirándola por igual— 1'80 de alto.
—Ah… ¿de qué tipo? — Se escuchó preguntar. Él se encogió de hombros— por cierto… todavía no sé… tu nombre.
Hubo un momento de silencio que él utilizó para colocar las cortinas sobre las que ya había. De tela oscura y pesadas. Se dio la vuelta para verle, porque realmente era impresionante. Sin necesidad de ayuda cuando las sirvientas solían hacerlo de dos en dos.
—Ryoma.
Habló tan susurrante que no logró escucharle.
— ¿Perdona? — Él se revolvió, repitiendo su nombre con gesto cansado. Sus dientes habían regresado a la normalidad y sus ojos destilaban nuevamente un aburrimiento que nunca parecía acabar— Ryoma— repitió para sí misma mientras él arqueaba una ceja— nada, nada, solo quería comprobar si era así como se pronunciaba. Es un nombre muy antiguo.
Y bastante atractivo al pronunciarlo aunque no sé lo que significa. Pero esto no lo dijo en voz alta. No era necesario como tampoco prudente. Ese hombre o vampiro había estado a punto de matarla momentos antes de lo desorientado que parecía estar.
—Lo es— dijo volviéndose para enfrentarla— la ropa.
—Sí… mañana pediré que la hagan. A estas horas los costureros no trabajan— aclaró— ¿algún color especial?
—Negro— obvio, se dijo a sí misma.
—Vale. Hasta mañana.
Sabía que hacía bien en no esperar una disculpa por lo sucedido, así que en marcharse. No parecía ser muy capaz de controlarse demasiado tiempo y si la había atacado pese a tener ese collar en su cuello, ¿qué más seria capaz de hacerle en tan solo unas pocas horas?
Desde luego, Tomoka se había pasado con ese regalo. No era ningún perro o un gato. Era un… vale, un vampiro. Ningún humano hacia crecer sus colmillos tanto y tampoco tenía esa capacidad de alargar las uñas. Es más, todavía no había conocido a ningún hombre capaz de hacerla arder en deseo con solo rozarle la nariz. O hasta con una simple mirada.
Pero tenía que reconocer que se sentía abrumador poder vestirle, darle sus necesidades para protegerse y hasta de sentir que estaba en la otra habitación, durmiendo o quizás vagando porque: ¿no dormían de día los vampiros? ¿O continuaban siendo mitologías? Suponía que lo mejor era no buscar en libros que no llevarían absolutamente a nada porque la imaginación del ser humano solía llevar a voltear las cosas a su gusto. Igual en un libro ponía que los vampiros podían estar bajo la luz del sol y cuando probara a meter a Ryoma bajo la luz, se quedara calcinado.
—Sakuno, hija.
Se detuvo al escuchar el llamado, encontrándose con su padre.
—Tomoka lleva un rato esperando en el teléfono.
Oh, genial. Al menos podría charla con ella aunque no hablaran. Algo era algo. Agradeció la información y corrió hasta su dormitorio para encerrarse y descolgar.
—Sakuno, ¿cómo va todo? — se interesó la voz burlona de su mejor amiga— ¿Te ha gustado mi regalo?
—Sí, ¡Digo, no! ¿Cómo has podido comprar a una persona? Tomoka… eso es cruel.
—No son personas— se apresuró a reprender Osakada ofendida— Son vampiros. Seres que se alimentan de nuestra sangre. Una vez que lo compras, haces un pacto con él. Solo su dueña puede criarlo. ¿Quieres que lo devuelva? Si lo hago… ah, espera— escuchó el sonido del teléfono moverse— Kaidoh: ¿qué sucede cuando se os devuelve al comprador?..... Ah, gracias. Según Kaidoh, una vez que los devuelves: son asesinados porque no sirven para nada.
—Eso… eso tampoco es justo— farfulló— pero aun así… ¿Cómo quieres que tenga uno en casa?... Mis padres…
—No te preocupes. Tus padres terminaran adorándole. No sé cómo exactamente, pero los míos aceptaron a Kaidoh sin más y desde que él llegó— el sonido de una taza chocar contra un plato le recordó la manía que tenía Tomoka de tomar té antes de ir a dormir—… Gracias, Kaidoh. Lo que te decía. Desde entonces no se han acercado a mí para malmeterme ni nada. Las acusaciones hacia si mis hermanos son mejores también han terminado. Estoy tan a gusto que no puedo evitar querer que te sientas igual. Además, te voy a contar algo— hubo una pausa en la que seguramente estaría tragando parte de su té— quien me lo vendió me dijo que tu vampiro es alguien especial. Única y algo de que no quedaban más como él con vida. Sospecho hasta que es mucho mejor de sangre que el mío.
Guardó silencio hasta que finalmente emitió lo que le había aterrado.
—Ha intentado atacarme.
Tomoka calló, seguramente sorprendida.
—Eso es puramente imposible, Sakuno. ¿Acaso no tienes la cadena? No le habrás quitado el collar, ¿Verdad?
Ante la ansiosa voz, respondió rápidamente.
—No, no. Lo tiene puesto.
Tomoka suspiró de alivio a través de la línea.
—Mira, el hombre me recomendó que no le quitara el collar hasta que no tuviera cariño conmigo. Sé que ese tipo los ve como animales. No me hace demasiada gracia tampoco, pero no tengo suficiente dinero para comprar a todos y soltarles después. Yo… solo te he comprado a ti uno.
Guardó silencio. Era un regalo y ella lo estaba despreciando con una terrible mala educación.
—Sakuno, ¿qué quieres hacer con él?
—Yo… me lo quedaré. Está bien. Perdona.
Esta vez, su amiga estalló en una carcajada que continuó con el tintineo de la taza y un gracias totalmente reverencial seguido del tintineo de un carro.
—Tu mayordomo… ¿lleva collar?
—……. No. Se lo quite hace medio mes. Solo le llamo con la cadena. No necesito nada más. Cuando él quiera, seguramente podrá marcharse. Él me ayudó cuando estaba en el peor momento de mi vida, ahora… creo que no podría vivir sin él, pero tampoco quiero tenerle atado. Si tú decides liberar al tuyo, es bajo tu responsabilidad. Aunque me gustaría que lo usaras antes de hacerlo.
—Vale… Espera— detuvo retardada— ¿Cómo que utilizarlo? ¿Para qué se utilizan los vampiros?
La risa de su amiga estalló a través de la línea, obligándola a enrojecer por sentirse estúpidamente perdida. ¿Hacia dónde iban los tiros?
—No sé tú, pero dime: ¿para qué sirve un semental vampírico en tu cama?
Esta vez, su cuerpo tembló de los pies a la cabeza. Una sensación inteligente para su mente y azorada para sus sentimientos. Si bien se fijaba, verlo en su cama le había cortado el aliento y era capaz hasta de querer haber deseado que hiciera su trabajo. Pero demonios, eso era totalmente indecoroso.
—No… no estamos hablando de sexo— Dijo. Quería garantizarse de que su mente estaba siendo demasiado calenturienta, pensando cosas que los demás no marcaban con sus palabras.
—Por supuesto que estoy hablando de sexo— de alguna parte, el tintineo de la cadena llegó hasta su oído, después, el crujir de una cama y el sonido de los corchetes al ser apartados. Tragó saliva— Lo compré especialmente para conmemorar que te hayas convertido en adulta. Ahora nadie te mirará malamente si tienes sexo con tu mayordomo.
La cama crujió de nuevo y un suspiro ronco llegó a través de la línea. Tragó, moviendo ligeramente la camiseta de dormir que llevaba bajo la fina bata. Tomoka seguramente, estaba demasiado ocupada ya.
—To… Tomoka… ese ruido… bueno, quiero decir…
—Sakuno, mira… cada quien hace lo que quiere con lo que compra. Mi mayordomo lo hace porque quiere. Se alimenta de lo que le ofrezco y duerme bajo mi techo. El me da lo que ninguno de mis padres han sabido darme y lo que ningún hombre podrá darme nunca. Tú debes de hacer con tu regalo lo que te plazca. Solo unas indicaciones…— esperó, mientras Tomoka se retorcía en un elegante gemido y escuchaba la cama gruñir nuevamente al cambio de peso. El teléfono pareció caerse, porque el roce de las sabanas no llegó hasta que pasaron unos pocos minutos—Tienes que alimentarle cada dos días… nunca exponerle a luz del sol y procurarle ropa cómoda. No come comida humana pero puede hacerlo perfectamente… y… bueno, el resto ya te lo dirá él mismo, ¿no? A la, buenas noches…
Y con otro suspiro ronco, le colgó.
Quedándose a cuadros, con el teléfono en la mano y el cuerpo caliente, colgó. No lograba luchar contra su imaginación, la cual había surcado quilómetros para encontrarse con aquel apuesto mayordomo tendido sobre su mejor amiga y no haciéndole precisamente el boca a boca. Hasta se vio indagando en cómo sería el tamaño de su… Basta. Suficiente. No podía seguir así, porque si no, terminaría siendo claramente una…
—Pervertida.
—Sí, eso mismo. ¿Eh?
Dio un salto hasta quedar sentada de rodillas sobre la cama. Su recién adquisición como regalo de cumpleaños de encontraba apoyado en la puerta de su dormitorio, con los roles intercambiados. Le vio olisquear el aire y sonreír extrañamente. Probablemente, excitado o quizás, el bulto que sobresalía de sus pantalones era simplemente un adorno.
Aunque tenerlo en la habitación y con eso cargado, seguramente sería un peligro, ¿Verdad?
— ¿Por qué estás en mi dormitorio? Es tarde…
Un ronroneo escapó de la garganta masculina, estremeciéndola. Con la mirada fija en su cuello. Instintivamente, llevó las manos hasta el lugar, cubriéndose. Aun así, él no dejó mirarla. Por un instante, se le antojo la visión de él sobre ella, con una mano tirándole de los cabellos hacia atrás, su boca en su cuello, alimentándose frenéticamente de su vena mientras con la otra, sujetaba su pierna, no importaba cual, a la vez que se enterraba entre sus piernas, con su aparato sumamente visible grande, clavándose en su interior. Profundo y duro.
Y oh, dios, eso iba a estar muy bien. Estaba completamente segura. Tanto, que cuando dio el primer paso hacia ella no se movió…
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La imagen que vio en la cabeza de la humana no ayudaba a controlarse. Para nada. Oh, señor, ansiaba clavar sus colmillos en esa piel, agarrar esa vena y no soltarla hasta dejarla sin aliento. La urgencia del hambre había despertado nada más oler el aroma de su excitación desde el dormitorio, sin lograr evitar controlarse y transportándose hasta su dormitorio. Había sido peor el hecho y especialmente, cuando ella comenzó a imaginarse donde debería de estar enterrándose como hombre que era.
Y por lo más sagrado que ansiaba hacerlo. No porque la deseara sino porque tenía HAMBRE en claras y sonantes mayúsculas. Hambre de ambas cosas. Como el animal que era, debía de ir ahí, arrancarle la prenda con sus colmillos y hacerla suya, alimentarse de esa vena y después, abandonarla a su suerte.
Pero eso no le haría mejor persona para nada. Si lo hiciera, estaría haciendo lo mismo que esos absurdos cazadores que habían llevado a las prostitutas como simple carnaza. Esa chica no se merecía algo así. No podía tomar de esa forma. Sus enseñanzas y su elegancia natural no se lo permitía y eso estaba por encima de su lado animal. Pero no era algo que haría únicamente con Ryuzaki: Lo haría con cualquier otra chica.
Tiró del cordel del camisón, recordando entrecortadamente la cara de la mujer de la que se había alimentado como un simple animal el día antes. Le había cogido el cuello sin ningún cuidado, buscando únicamente el lugar del que se alimentaria. Había cerrado sus ojos y oídos para evitar escuchar, creando una barrera invisible que le permitiera sobrevivir. Porque sí, esa mierda había sido supervivencia, nada más.
Esto no.
Iba alimentarse como se debía de hacer y ya podía ella dejar de imaginarse esas situaciones tan sexuales porque no pensaba complacerla. A menos que… joder, si se lo ordenaba tendría que hacerlo por huevos.
Lentamente, quitó la mano que reprimía su cercanía al lugar correcto. Sentándose a su lado, maldijo aquellos pantalones de cuerpo que doblegaban a la libertad de su excitación. Ryuzaki tembló, mirándole con los ojos empañados en el placer que mentalmente estaba experimentando. Bien, mientras siguiera ahí, sería mucho más fácil hacerlo.
Acaricio la superficie del cuello. Piel sedosa. Una y otra vez, de arriba abajo, tanteando las formas de las venas que veía perfectamente para guiar la mirada hasta los rojizos labios. Los tocó y presionó. Su pulgar logró lo que ansiaba. Un gemido profundo y un orgasmo. Retorciéndose bajo el peso de su imaginación, la tumbó.
Era demasiado pequeña y tuvo que forzarse a curvar su columna, acomodar una pierna entre las de ella y presionar su miembro contra el blando muslo femenino, obligándolo quedarse ahí, quieto e ignorado. Sin embargo, el placer le recorrió como un torrente incontrolable. Echando la cabeza hacia atrás, abrió la boca y los colmillos palpitaron. Doloridos, hiriendo el labio inferior y no permitiéndole cerrarla.
Ryuzaki continuaba estremeciéndose, respirando terriblemente enfebrecida. Manteniendo su pulgar ahí, obligándola a abandonar su cuerpo en el placer, hundió los colmillos: rasgó. Primero la piel y finalmente, la única barrera que impedía que su alimento se encontrara con su ansiosa boca.
Tuvo que apartarla, sorprendido. Mientras la sangre brotaba por sus labios, el sabor se colapsaba por todo su cuerpo. Un sabor dulce, tan dulce que hacía años que no probaba. Inclinando la cabeza, succionó con fuerza y gritó silenciosamente cuando el orgasmo escapó a su control. Giró sobre sí mismo, dejándola tirada sobre la cama mientras maldecía la regla circunstancial:
Comida deliciosa = orgasmo seguro.
Ryuzaki gimió a su lado llevándose las manos hasta la garganta, tocándose las marcas que él mismo le había hecho. Maldijo de nuevo, humedeció uno de sus dedos y lo pasó por encima de los orificios. No podía morir. No todavía.
La necesitaba para salir de ahí. Si lo que había escuchado era cierto, Kaidoh iría a verle esa noche nada más que su ama quedara complacida y dormida. Obligándose a moverse, regresó a su dormitorio, quitándose los pantalones y tirándolos a una papelera. Necesitaba una ducha.
Cuando sintió el agua caliente correr por su cuerpo, sintió que se quitaba años de encima. La suciedad de aquel lugar, el olor amargo de aquella cueva maldita. Era más delicioso que haber sido bañado con una manguera a plena presión.
Una vez limpio, salió completamente desnudo al exterior. La acogedora habitación cubierta por una sombra que esperaba en la ventana, sentada en el quicio. Ignorándola, caminó hasta la cama, adentrándose entre las sábanas. Los ojos negros lo observaron con detenimiento, esperando fielmente hasta que siseó, mirando la pared.
—No lo harás— advirtió en un bostezo.
—Puedes ser liberado así— se defendió el otro, desenfundando los colmillos.
—O morir— bramó.
Y bien sabían que era cierto. Si Ryuzaki moría, podían suceder dos cosas: Ser libre o que el collar explotara. Teniendo en cuenta que el cazador conocida su estirpe, lo más probable era que moriría. Kaidoh siseo, tocándose el cuello libre del collar y por un instante se preguntó por qué seguía conviviendo con aquella humana, sirviéndola como un perrito fiel cuando ya era libre.
Pero ninguno de los dos movería hilos para aclarar esa situación. No querían esa clase de respuestas y de pensamientos.
—Los demás…— susurró en un momento de culpabilidad. Probablemente, porque Kaidoh salió antes que él de aquella presión y llevaba un año de gozando del aire fresco. Especialmente, al ser liberado.
—Viven— respondió únicamente. No necesitaban más explicaciones. Ni una.
No pensaba culpar a ese vampiro de que ansiara la libertad. Pero nunca le hubiera perdonado si sabiendo que estaba libre no hubiera ido a verle y mucho menos, que no preguntara por sus camaradas.
—Vete— ordenó, empujándose más profundo al interior de las sábanas. Por una vez que se encontraba en un cómodo lugar, no pensaba pasarlo hablando de cosas que ya estaban más que decididas.
Kaidoh asintió, saltando por la ventana y esfumándose en la noche. Parecía que mundo estaba dándole un respiro tras tantos años de sufrimiento. Preparándole para la cara que tendría que poner y lograr así su libertad.
Con el sabor dulzón de la sangre de Ryuzaki, cedió al impulso del sueño, cayendo en el profundo brazo del más delicioso descanso.
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Continuará.
¿Quieren tener detalles del nuevo fic? Repito: Vayan al lj a través de mi perfil y déjenme sus opiniones o dudas que siempre las respondo.
Por mi parte, decirles que espero que este nuevo trabaje guste y dejar bien claro que aunque cada vampiro tenga un ama reglamentaria no quiere decir que vayan a ser pareja. Solo eso. Todavía queda mucho por saber.
Saludos.
