Disclaimer: Vocaloid no me pertenece, tan sólo uso sus personajes para entretenerme sin fines lucrativos.

Advertencias: Yaoi, lime.

~Sex-appeal~

Llovía con intensidad. El ruido de las gotitas de agua chocando contra la ventana era muy relajante para los oídos del que disfrutaba con el olor del incienso que se dibujaba en una línea semitransparente salida de las pequeñas cánulas color canela. El tiempo parecía transcurrir con más lentitud en aquella estancia con decorado oriental y el sonido del timbre lo sacó de su momento lleno de misticismo.

Apagó la pipa alargada donde fumaba de vez en cuando. Ese hombre nunca perdería las costumbres antiguas de su país de origen pues fue lo que le enseñaron desde que podía recordar. Caminó hasta la entrada y vio a su compañero empapado a pesar de portar un paraguas de su color favorito en la diestra. Con la cabeza agachada, las hebras azulinas y alborotadas que componían su cabello se pegaron a cada una de sus finas facciones, pero aquello no mancillaba su belleza en lo más mínimo.

Respiraba por la boca, dejando escapar pequeñas nubes de su cálido aliento en contraste a la fría atmósfera del entorno. Estaba agitado, muestra irrefutable de que había ido corriendo durante todo el camino hasta llegar al portal y con ojos iluminados con la propia vida del chico, mostró una sonrisa al más alto y pasó tras recibir su aprobación.

Hacía tiempo que habían tomado aquellas citas como un extraño hábito.

Pasaron a la habitación y robó la letra de la nueva canción del recién llegado, quien la escondía en uno de los bolsillos del pantalón. Estaba llena de tachones y dibujos frutos de la falta de ideas al estar frente un folio en blanco que tan solo te muestra cómo de vacío puede quedar tu cerebro en momentos de poca inspiración. Cerró la puerta y una sonrisa divertida escapó de los finos labios asiáticos. Los reproches contra aquella burla no tardaron en llegar y se exasperaba al encontrarse con la elegante mirada del imperturbable samurai, pero lejos de rendirse, recuperó su canción y la dejó en el escritorio cercano sin ni siquera mirar, pues sus labios estaban demasiado ocupados con el beso que cada vez se tornaba más salvaje.

Desde siempre quiso hacerle estallar, quebrantar la sosegada personalidad que poseía ese hombre y ahora que sabía el método, jamás desperdiciaba ese momento.

Sus lenguas se fundían en el calor de sus bocas, se invitaban a un baile más ardiente que el tango o la lambada. Siempre vencían esas ganas de acariciarse. El de cabellos cortos desataba los largos y morados, sus ojos que se devoraban con el fuego que salía entre ellos a cada jadeo emitido en algún remoto rincón de la habitación, escondidos en su sobresaliente compañera de pasiones llamada oscuridad y tras el momento de iluminación creado por algunos relámpagos de la tormenta que se manifestaba fuera, sus cuerpos se quedaron sin fuerzas.

Se abrazaron entre las sábanas y poco a poco, el sonido de la lluvia era cada vez menor. Escuchó el rítmico sonido de los latidos de Kaito y se tomó unos minutos para observar al que dormía en su pecho, repartiendo caricias en su cabellera azulada.

Sonrió para sí ante aquella imagen llena de paz y fue un placer el haber descubierto una nueva melodía de su corazón.