Bien, aquí llego a molestar con esta adaptación jaajajaj
La historia es de Cristina Pereyra y los personajes de S. Meyer
Amando al Enemigo...
Alice tenía solamente un objetivo en la vida: salvar su hacienda. La muerte de su padre la había dejado sola con las tierras hipotecadas y un rebaño muy chiquito para cuidar. Pero el destino le pidió a ella mucho más de lo que se creía capaz de ofrecer a otra persona. Cuando ella encontró a un soldado al borde de la muerte en sus tierras, Alice no dudó: le salvó la vida. Lo que ella no se imaginaba era el alto precio que tendría que pagar por eso. Ahora la vida de los dos está en riesgo... también sus corazones y sus creencias.
CAPÍTULO I
Mientras calentaba el agua para el té, Alice se acercó a la ventana. El cielo tenía nubes blancas, es decir que por la mañana no habría lluvia. Eso era bueno, necesitaba revisar las cercas. Los vecinos no se molestaban si sus ovejas se mezclaban a sus rebaños, en la esquila los animales eran separados honestamente y sus pastos eran grandes lo bastante para que no tuviesen pierdas si sus pocos animales los comían también. Pero a ella le convenía tener sus animales en sus tierras, saber cuantos tenía.
Tomó aire. Su rebaño contaba hoy poco más de media centena de animales. Poco. Si seguía así no lograría mantener la propriedad que heredara de su padre. Tendría que sacar dinero de otra cosa hasta el rebaño se recuperar. Aunque no sabía el que podría hacer, quedaba segura de que lo descubriría muy pronto. Era eso o entregar las tierra al banco. No había elección.
Miró la pradera que tercamente pintaba de verde aquella tierra hostil. Tierra hostil que había expulsado su madre. Tras dos años viviendo allí, ella se había marchado de vuelta a Inglaterra, dejando atrás su marido y su hija. Nunca más volvió. Alice y su padre se quedaron y salieron adelante con la hacienda de ovejas. Aunque había nacido en Inglaterra, Alice no tenía ninguno recuerdo de allá, pues contaba año y medio cuando sus padres se habían desplazado hacia el océano soñando con riquezas. El sueño se hizo añicos y su madre no se quedó para recogerlos. Como los ratos que abandonan el navío cuando ese empieza a hundirse, su madre se fue sin mirar atrás.
En esos veinte años Alice no había nunca tenido ganas de buscarla. Siempre había actuado como si ella estuviese muerta.
Tampoco su madre le había buscado, mandado una tarjeta de navidad o cumpleaños. Pero, ahora, sola e en dificultades, a veces Alice se preguntaba si no sería hora de reclamar sus derechos de hija, de buscar una nueva vida.
Hacía casi un año que su padre se había muerto. Era el único pariente que ella conocía. El único que vivía en la isla. Es cierto que Alice tenía muchos amigos allí, en lo general personas de la misma edad de su padre o más viejas, pero sus amigos. Personas que la querían como a una hija, que la ayudaban en todo, pero ¿qué futuro tendría allí? Ninguno si no sacase dinero de alguna manera para pagar el banco. Se lo debía a su padre. Quizás vendiese las tierras y se marchase de la isla, pero no las perdería para el banco. Eso lo había prometido a su padre y iba a cumplirlo. O morir intentando.
El chirrido del agua en la tetera la trajo de vuelta a la realidad de las cosas prácticas. No podía desperdiciar su tiempo con devaneos, necesitaba trabajar. Preparó el té y tostó unas cuantas rebanadas de pan, algunas para comer ahora, otras para llevarse al campo. Tomaría un desayuno reforzado pues quería quedarse trabajando en la pradera hasta la tarde. Mientras untaba una tostada con mermelada miró hacia el perro que quedaba sentado delante de la puerta.
–Pasaremos todo el día en la pradera, Jake, ¿qué tal?
El inmenso perro blanco ladeó la cabeza como si estuviera analizando la cuestión, el que la hizo reírse. Jake tenía la costumbre de ladearse la cabeza siempre que su padre o ella le hablaban. Lo habían ganado aún cachorro de Billy Black, que tenía tierras en la isla Este y solía venir a la Oeste para comprarse lana. Más que criador, Black era comerciante. Tal vez el más importante de las islas y con el cual su padre había negociado todos los años. Jake era un pastor húngaro y había sido muy útil con las ovejas, además de ser una compañía en su vida ahora tan solitaria.
Alice se levantó, guardó las tostadas que sobraron en una bolsa plástica que enseguida puso en un bolso de lona, cogió el térmico con té y también lo puso en el bolso. Jake se estiró al ver que ella se acercaba a la puerta con el bolso colgado del hombro.
–Vamos –dijo Alice y sostuvo la puerta para que el perro pasase–, que hoy tenemos trabajo que le gustará más que el en el jardín de hierbas o en la huerta. Iremos al campo.
El perro saltaba alrededor de su dueña que siguió al galpón.
"Una pintura haría milagros aquí", pensó Alice, "Así como en la casa." Pero tinta era un lujo que no podía permitirse en ese momento, aunque si fuese vender la propiedad, una capa de tinta subiría su precio. Cogió una manta y se acercó al caballo.
–Buen día, Roy –saludó ella acariciándole el cuello–, hoy vamos al campo. Hace un día agradable, pero no es un paseo, vamos a trabajar.
Alice puso la manta en el costado de Roy y fue por los arreos.
Apenas terminó con Roy, cogió un martillo y clavos, los guardó en el bolso, se montó en el caballo y salió. Jake corría al lado de Roy por la pradera. A Alice le gustaba cabalgar, pero ahora recorrer sus tierras no le traía alegría. Todo lo que veía era desolación. Por un rato pensó que era así que su madre debía haber visto aquél sitio.
Ella no se quedara lo bastante para ver lo que el marido construyera allí, para conocer los buenos tiempos de la hacienda. Todo que ella había visto era lo mismo que Alice veía ahora: desolación.
–¡Mira, Jake! –dijo ella mientras hacía Roy detenerse–. Traiga ellas acá y voy cerrar el agujero de la cerca.
El perro corrió hacia las ovejas que se quedaban allá de la cerca y hizo su trabajo de pastor, trayéndolas hacia el otro lado.
Alice había bajado de Roy, lo ató a la cerca y sacó lo martillo y los clavos. Apenas las ovejas pasaron ella siguió hacia el agujero para arreglar la tabla que cayera. Terminado el reparo, montó y siguió recorriendo la cerca buscando otros agujeros. Encontró más, cinco pequeños, que aún no permitirían que una oveja adulta pasase, pero si no los arreglase, sólo aumentarían. Además, en un mes habrían corderos, y esos pasarían por allí.
Mientras arreglaba la cerca, Jake corría hacia la playa y buscaba pingüinos. Era una de las cosas que le gustaba mucho a su perro: correr atrás de los pingüinos. Aunque pudiese correr mucho más rápido que ellos, lo que le gustaba era asustarlos. Los perseguía de muy cerca, pero nunca había siquiera mordido a uno.
Para Jake era sólo un juguete. En otros tiempos ella tendría se divertido viendo el perro en la playa, pero ahora no podía permitirse ninguna distracción. Y tampoco tenía ganas de distraerse. Toda su atención estaba en como podría mantener la hacienda.
En cuanto Jake empezó a ladrar agresivamente Alice alzó la mirada y lo vio correr hacia las rocas. El corazón le empezó a latir locamente. Jake solía ladrar de aquella manera cuando algún desconocido se acercaba. No era así que ladraba hacia los pingüinos. Seguro que alguien se acercaba. Ella se reprochó por no haber traído el arma de su padre.
Jake siguió alejándose hasta pararse delante de unos matorrales. Alice lo había seguido con la mirada. El perro seguía ladrando. Ella estrechó los ojos hacia los matorrales y advirtió un bulto oscuro medio escondido allí. ¿Un pingüino? Quizás fuese, aunque en la distancia parecía tener el tamaño de una persona.
Jake paró de ladrar, se acercó al bulto y lo olisqueó. Entonces sentó, alzó la cabeza hacia el cielo y aulló. Lo hizo de la misma manera que hacía cuando encontraba una oveja herida. Fuese lo que fuese, quedaba vivo. Y herido. Sin pensar en los riesgos Alice se echó a correr hacia el perro.
Paró en seco al mirar el bulto en los matorrales.
Su corazón dio un vuelco y se quedó sin aliento.
Un hombre.
Un soldado.
Alice llevó las manos al pecho y empezó a temblar. Alice volvió a olisquear el hombre. "¿Qué debo hacer?", se preguntaba ella. Sabía que debería llamar al ejército, pues encontrara un enemigo.
¿Cuántos más habían? ¿Cuándo había llegado? Por su apariencia, quedaba en la isla hacía mucho tiempo. Tal vez desde la guerra.
Miró el hombre. El rostro pálido estaba lleno de heridas, su uniforme era puro harapo, apenas se veía la bandera en una de las mangas. Tenía ojeras y estaba muy flaco, además de desmayado.
De aquella manera no podía ser considerado enemigo de nadie. El hombre quedaba muy cerca de la muerte. ¿Y si lo dejase allí?
Como si estuviese leyendo sus pensamientos, Jake la miró con fiereza. Alice se encogió de hombros, mascullando:
–Ha sido sólo una idea.
El temblor disminuyó y ella seguía mirando el hombre, sin hacer ningún movimiento. Si lo socorriese podría ser acusada de traición, si lo dejaba allí, su conciencia la acusaría. Tenía otra elección: llamar al ejército. Pero, tardarían mucho en llegar y él ya se habría muerto. Al fin y al cabo, las elecciones eran salvarlo o dejarlo morir.
Jake se acercó y la tiró de la manga del abrigo. Alice miró con afecto al perro.
–Sí, amigo. Es un hombre, y todos los hombres tienen derecho a la vida. Aunque sea un americano, tiene el derecho. Hasta mismo los americanos tienen derecho a la vida.
Saliendo del estado de shock en que había quedado al darse cuenta del que su perro había encontrado, Alice pasó a la acción.
Buscó a Roy y tras mucho esfuerzo logró alzar el hombre a su lomo. A pesar de quedarse muy flaco, el hombre tenía cosa de un metro y noventa, el que dificultó el trabajo de ella. Mientras conducía el caballo a casa, Alice intentaba decidir cuales serían sus próximos pasos.
Por supuesto debería empezar limpiando las heridas y tratándolas, enseguida darle comida, pero... ¿y después? ¿Llamar al ejército y decirles que tenía un americano herido en casa y lo estaba cuidando? Eso sería una total falta de quicio. En aquel fin de mundo, podría sanarlo sin que nadie supiera de su presencia, pero él no podría quedarse para siempre incógnito en su casa. Si lo sanaba en secreto, ¿cómo se libraría de él después? Miró al perro que caminaba a su lado en silencio.
–Me has metido en un lío mucho peor que el del banco, Jake. —Si tuvieses quedado a mi lado mientras yo arreglaba los agujeros, no lo habríamos encontrado.
"Y él se moriría", añadió mentalmente. Esa idea le causó un nudo en el estómago.
En cuanto se acercaban a casa el hombre abrió los ojos vidriosos y murmuró palabras que ella no comprendió. No había recuperado la conciencia, estaba delirando a causa de la fiebre. Alice condujo Roy hacia la puerta de la cocina y allí bajó el hombre. Logró conseguir que él diese algunos pasos y así no le fue mucho difícil conducirlo hasta el cuarto de baño que había cerca de la cocina. Lo dejó tirado al suelo, apoyado en la bañera, y volvió a la cocina.
El fogón ya quedaba listo para ser encendido, sólo necesitaba llenar la ollas y calentar el agua. Terminó en la cocina y volvió al baño. Jake había quedado junto al hombre y se acostaba sobre su cuerpo, como si quisiera calentarlo. Alice frunció el ceño al mirarlos.
– ¿Qué pasa, Jake? Nunca te han gustado los extraños.
El perro la miró con indiferencia y lamió la mano del hombre.
–¡Vaya! Ya me percaté de que él te cayó bien. Cuida de él mientras busco lo que necesito.
El perro se quedó junto al hombre y Alice fue hacia la habitación que había pertenecido a su padre. Necesitaba ropa para el hombre y toalla, además de sus hierbas. Cogió lo que necesitaba para limpiarlo y arreglarlo, dejó la cama lista para acostarlo y volvió al cuarto de baño.
– Vuelvo en un rato – dijo ella dejando la toalla y la ropa allí.
Volvió a la cocina, probó el agua. Casi listo. Pasó a la despensa y cogió unos cuantos botes de preparados de hierbas. Eran para las ovejas, pero podían ser aplicados en personas. Aquel hombre tenía más heridas que cualquiera oveja que había tratado nunca.
Volviendo a la cocina preparó una infusión hecha con una mezcla de hierbas que le bajarían la fiebre al hombre y verificó el agua del baño. A causa de la fiebre el baño debía ser tibio, sino la empeoraría.
Mientras llenaba la bañera con el agua, Alice recordó su padre.
Tuviera un ACV tres años antes de su muerte y se quedara discapacitado por mucho tiempo. Después se había recuperado casi completamente. Pero los síntomas volvieron en los primeros días de ese año y, como el médico había les pedido, fueron a la capital. No había más tiempo, otro ACV le quitó la vida a su padre. Los ojos de Alice se llenaron de lágrimas por los recuerdos de como había cuidado a su padre. Había hecho todo lo posible para dejar su vida más agradable. Ahora haría lo mismo por ese desconocido.
–Sal, Jake–dijo ella acercándose al hombre.
El perro que conocía el ritual de los baños que ella daba en su padre, se alejó muy pronto, sentándose a la puerta del cuarto de baño. a él no le gustaba el agua, pero sabía que después ella lo necesitaría.
Alice miró aquel hombre que estaba hecho una lástima.
Envuelto en harapos y oliendo peor que una mofeta, lucía la barba y el pelo muy crecidos y enmarañados. Decidió que le cortaría la barba y si no lograse desenredar su pelo con el acondicionador, también lo cortaría. Le quitó los harapos del uniforme y lo alzó a la bañera. Todo su cuerpo quedaba cubierto de heridas y poco se veía de músculos. El hombre estaba hecho piel y huesos. Un sentimiento de compasión la invadió. Él había sufrido mucho. Seguro que había pasado hambre, que sintiera soledad y tal vez miedo.
Bien...por ahora lo dejo aquí...La sigo o no?
Reviews? Please :)
