Para celebrar esta fecha aquí les traigo dos one-shots de suspenso y bastante sangre, así como me gustan xD. Hay algunas escenas románticas pero en general el tema es el horror, slasher y psicosis.
Los personajes de Bleach no me pertenecen, son propiedad de Tite Kubo.
DULCE O TRUCO
Si uno de tus camaradas te ofendiera, ¿no te sentirías feliz matándole?
-Conde de Lautreamont (Los cantos de Maldoror).
Capítulo 1
La fiesta no parecía que fuera a acabar en las próximas horas. La fogata todavía ardía en la arena y los presentes bailaban al ritmo de la música que sonaba a todo volumen. Los autos y jeeps estaban estacionados en el malecón, con las cajuelas repletas de cerveza, tequila, vodka y refrescos apuntando hacia el mar. Algunas tenían hielos y vasos también, fungiendo como una especie de mini bar.
Grimmjow se sentó en el cofre de su jeep y miró fijamente a los pocos que estaban a su alrededor.
-Eso fue interesante, Ichimaru, en serio que sí, pero la historia del decapitado del bosque es un clásico.
Gin sonrió en respuesta.
-¿Crees que puedes hacerlo mejor?
-Apuesta tu trasero.
Rukia, Orihime, Ichigo y Rangiku se rieron por la confianza que el peliazul tenía en sí mismo. Era la noche previa a Halloween, así que habían decidido reunirse para ir a la fiesta que Gin Ichimaru daba cada año en su casa. Como anfitrión era pésimo, pues rara vez estaba presente en las fiestas que hacía, pero aquella noche había decidido honrarlos con su presencia además de permitirles usar su casa como quisieran. Esa vez decidieron hacer la fogata directamente en la arena, pues a pesar de ser vísperas de otoño el clima en la costa siempre solía ser caluroso.
Grimmjow se aclaró la garganta y empezó su relato con el cual cerrarían la hora de historias macabras como lo marcaba la tradición. Era una lástima que Halloween cayera en lunes, la mayoría de los presentes tenía trabajo ese día, así que decidieron celebrar un día antes.
-Supongo que esto va contra las reglas, pues no es una historia de terror tal cual. Esto es algo que le sucedió a un chico hace algunos años. Según dicen, en ese entonces…
-Las historias basadas en hechos reales también son un clásico –alegó Rukia.
-Es cierto, pero si me dejas terminar te darás cuenta de que no es como el resto de las historias que has escuchado.
-Eres patético, dices eso para crear tensión –se burló Ichigo.
-Déjenlo que cuente la historia –dijo Rangiku.
-Gracias, Matsumoto, estos inútiles no saben escuchar –respondió Grimmjow-. Como les decía, en ese entonces llegó un chico a Karakura. Ya saben, uno de esos típicos universitarios que no tienen futuro ni aspiraciones en la vida, que se la pasan en fiestas y haciendo desmadres en todos lados.
-Como tú –dijo Ichigo.
-Y como tú, bastardo, tú también encajas perfectamente en esa descripción.
Todos se rieron de la respuesta de Grimmjow, pero se callaron casi de inmediato para seguir escuchando el relato.
-Este chico, así como en apariencia y en público eran una cosa, era otra muy diferente cuando estaba solo. Cuenta la gente que algunos le apodaban Hollow, y que pertenecía a una secta satánica, pero me temo que eso es una exageración. Lo que sí me consta, es que adoraba a un dios pagano al cual le ofrecía sacrificios cada año en noche de brujas. Y no hablo de cualquier sacrificio, hablo de una persona, ya fuera hombre o mujer, que conservara su pureza.
-Virgen –dijo Gin.
-Correcto. Ahora, saben muy bien que en la universidad es difícil encontrar alguien así, pero aunque no lo crean hay uno o dos en cada generación.
-Como Inoue –dijo Rukia.
-¡Rukia! –Orihime se sonrojó y se cruzó de brazos.
Grimmjow le pasó una mano por la cintura y le dio un beso en la boca.
-No la escuches, está celosa porque su primera vez fue con Kurosaki y no conmigo –dijo Grimmjow entre risas.
Ichigo le dio un golpe en el hombro y también se sonrojó un poco, pero mucho menos que Orihime.
-Eres un idiota –dijo Rukia riéndose y golpeando también a Grimmjow.
-Ya, déjenme continuar –respondió Grimmjow abrazando a Orihime por detrás-. El nombre del chico que escogió ese año para su sacrificio era Hanataro. Compartía casi todas sus clases con él, pero jamás cruzaron más de dos o tres palabras como saludo, pues Hanataro era en esencia un jodido marginal. Ese día, Hanataro se encontraba solo en casa. Lo primero que hizo el otro chico fue esconder su identidad para que no pudiera reconocerlo, se puso una máscara y capucha. Luego se infiltró en su casa y comenzó a molestarlo, pues a pesar de lo que iba a hacer le gustaba tomarse ciertas libertades con los sacrificios para hacer el proceso un poco más ameno.
-¿Qué clase de libertades? –preguntó Rangiku.
-Hablo de jugar con la víctima y torturarla psicológicamente. Hanataro era un cobarde, Dios lo tenga en su santa gloria y me perdone por referirme a él de ese modo, pero si uno escucha ruidos extraños lo primero que hace es salir a investigar. Sin embargo, lo que él hizo fue correr a su habitación para refugiarse bajo su cama. Eso facilitó mucho las cosas, pues no hizo falta más que bloquear la única entrada para que no pudiera escapar. Sacó un cuchillo y lo apuñaló en el estómago, esto con el fin de extraer sangre para dibujar el pentagrama y los otros símbolos para el ritual. Cuando estuvo terminado, lo puso en medio y recitó unas cuantas palabras en latín, observándolo desangrándose lentamente y rogando clemencia.
Orihime tragó saliva pesadamente. Siempre había creído que las historias de terror involucraban fantasmas o monstruos, pero aquello era algo completamente diferente. Las probabilidades de que fuera cierto eran altas, mucho más que con el espíritu del decapitado del bosque al cual Gin había hecho referencia.
-Los gritos de Hanataro pusieron alerta a los vecinos de la zona. Alguien llamó a la policía y el Hollow tuvo que irse de ahí inmediatamente sin tener la oportunidad de completar el ritual. Cuando la ambulancia llegó, Hanataro estaba en sus últimos momentos de vida. Les relató lo ocurrido a los paramédicos y en cuestión de segundos murió.
-¿Cómo supieron que era él? Dijiste que ocultó su identidad –dijo Rukia.
-Al día siguiente la noticia se esparció como una niebla. Karakura es un pueblo pequeño, no hay que ser un genio para saber que no puedes estornudar sin que el maldito vecino más lejano te diga "salud". El Hollow, por supuesto, sabía que la policía lo estaría buscando, así que se fue de aquí y no volvió ni siquiera por sus pertenencias de la casa en la que vivía. No fue difícil atar cabos, su ausencia de un día para otro comprobó las sospechas de todos. El asesino de Hanataro dejó el pueblo al día siguiente.
Grimmjow terminó su relato y el silencio se hizo presente por un largo minuto.
-¿Eso es todo? –Preguntó Ichigo-. ¿Dónde está el terror? Sólo relataste una historia ocurrida hace años a un desafortunado chico virgen.
-Piénsalo un poco, Kurosaki. El ritual jamás se completó. ¿No te ha pasado que quieres saldar una cuenta pendiente para poder seguir con tu vida? Él no tuvo éxito en Karakura, es obvio que algún día va a volver para terminar lo que empezó.
-Hanataro murió, ¿eso no es completar el ritual?
-No, la muerte de Hanataro no la causó él directamente, fue gracias a la herida del abdomen.
-¿Cómo sabes que eso no es lo que quería?
-Porque cualquier sacrificio implica degollar a alguien o decapitarlo, y no tuvo la oportunidad de hacerlo.
Todos asintieron en concordancia. Todos menos Orihime, quien estaba teniendo una crisis mental por haber asimilado demasiado la historia. Si Grimmjow lo había hecho con la intención de molestarla porque no habían tenido relaciones en los nueve meses que tenían como novios, entonces lo había logrado. Era poco menos que un imbécil. Se zafó de su agarre y empezó a caminar de vuelta a la casa.
-¿A dónde vas? –preguntó Grimmjow.
-Tengo que doblar turno mañana –se excusó.
Pero su tono de voz había cambiado, estaba plagado de una molestia incuestionable. Grimmjow se levantó y la siguió deprisa. La jaló del brazo y la hizo mirarlo a los ojos.
-Espera, ¿qué pasó?
Orihime volteó la cara con molestia.
-Tú dime. ¿Qué fue eso? ¿Te estás burlando de mí? ¿Es porque no he querido acostarme contigo?
-Oye, oye, tranquila. No es nada de eso, es sólo una estúpida historia.
-No lo parece, Grimmjow, es como si estuvieras reprochándome algo. ¿Por qué el énfasis en la virginidad de Hanataro?
-Dije eso para que concordara con la idea del ritual pagano, muñeca, no te lo tomes así.
-Cuando me pediste ser tu novia te dejé muy claro que quería esperar a tener relaciones hasta el matrimonio. Mi mentalidad respecto a eso no ha cambiado.
-Lo sé, y lo entiendo perfectamente.
Los ojos de Orihime se llenaron de lágrimas y se apresuró a limpiarlas.
-Si no quieres estar conmigo…
-Amor, no, no digas eso –Grimmjow la abrazó fuertemente contra su pecho-. Jamás te dejaría por algo así. Respetaré tu decisión, no voy a obligarte a hacer algo que no quieres.
Orihime pareció tranquilizarse un poco por sus palabras, pero la tristeza y angustia que había sentido tardarían un poco en disiparse. Grimmjow la tomó del rostro y le dio un beso en los labios.
-¿En serio tienes que irte? –Orihime asintió-. Entonces te llevo a tu casa.
La tomó de la mano y regresaron con sus amigos. Se despidieron de ellos y subieron al jeep.
Era casi medianoche, las calles estaban desiertas, por lo tanto llegaron a casa de Orihime en unos cuantos minutos. Grimmjow la acompañó hasta la puerta y le dio otro beso, pero el calor del momento lo hizo presionar su cuerpo contra la puerta todavía cerrada. Puso una mano en su cintura y fue subiendo lentamente hacia su pecho. Orihime lo empujó para separarse y suspiró.
-¿Vas a regresar a la fiesta?
-No tiene caso si no estás ahí, además también tengo que trabajar mañana temprano.
-De acuerdo.
-Descansa, preciosa, iré al café al mediodía y podremos ir a comer algo.
-Me parece bien –Orihime sonrió-. Buenas noches.
Grimmjow regresó al jeep y Orihime lo observó hasta que dio vuelta en la siguiente calle. Se aseguró de cerrar bien la puerta y subió directo a su cuarto para darse un baño. Todavía tenía puesto el bikini y sentía el cabello lleno de arena, además del sudor que causaba que se le pegara la ropa al cuerpo. Cuando se acostó tenía una extraña sensación en el pecho, como si estuviera siendo observada.
Esa noche soñó con máscaras y rituales paganos.
Al día siguiente se levantó temprano para ir a trabajar. La cafetería no quedaba muy lejos, pero las piernas le dolían de haber nadado tanto el día anterior así que decidió tomar el transporte público. Al llegar allá se cambió por su disfraz de vampiresa, pues el jefe había especificado que por ser Halloween todas las meseras debían ir disfrazadas. La cafetería también estaba adornada con calabazas, telarañas y esqueletos colgando del techo, y las meseras les daban dulces a los clientes cuando se iban.
La mañana pasó deprisa entre especiales del día y desayunos clásicos. Rellenó tantas tazas de café que perdió la cuenta, pero las propinas fueron bastante generosas. Yoruichi se acercó a ella cuando vio que el local estaba un poco más vacío y le sonrió con picardía.
-Anoche vi que te fuiste con Grimmjow –le guiñó un ojo.
-Sí, me llevó a mi casa.
-¿Y…? ¿Ustedes por fin…?
-No –respondió Orihime entre risas al adivinar lo que estaba insinuando-. Ya te dije muchas veces que quiero esperarme hasta estar casada.
-¿Ni siquiera la manita por debajo de la ropa? –preguntó con un puchero.
-Nada de nada.
-¿No crees que él sí quiere algo más contigo?
-Lo sé muy bien, Yoruichi, pero Grimmjow respeta mi decisión. Dice que no me va a obligar a nada que no quiera.
-Ya, pero en el fondo sé que sí quieres.
-Yoruichi…
-Bueno, sólo digo que deberías darle una probada de vez en cuando, ¿no crees? No hablo de tener relaciones, pero tal vez dejarlo acariciarte sin ropa o algo por el estilo.
Orihime se sonrojó y negó con la cabeza. Yoruichi era buena persona, pero también era incorregible, y sobre todo, vivía la vida amorosa de cada chica que trabajaba en la cafetería de Urahara. Siempre pedía detalles exquisitos y daba un sinfín de consejos aunque no se los pidieran.
Más clientes empezaron a llegar y tuvieron que reanudar sus labores. Alrededor del mediodía Grimmjow llegó y preguntó por Orihime. Se quedó boquiabierto al verla vestida de vampiresa y no pudo evitar sonreír.
-Muñeca, si no estuviéramos en tu trabajo juro que te tomaría en este mismo momento encima del mostrador.
-Menos mal que sí estamos en mi trabajo –respondió con una sonrisa.
Grimmjow le dio un beso discreto para que no le llamaran la atención y esperó sentado en una mesa de la entrada para que se cambiara de ropa. Salió unos minutos después vestida con un pantalón de mezclilla y una blusa blanca sin mangas que estilizaba su figura.
El jeep estaba estacionado enfrente, pero fueron caminando a un restaurante de comida mexicana que quedaba a unas cuantas cuadras. Grimmjow le iba platicando un caso que tenía con un cliente acusado de fraude, del cual estaba siendo muy difícil reunir la evidencia para que lo absolvieran.
-Eres un gran abogado, estoy segura de que lo conseguirás.
Orihime, por su parte, todavía no se graduaba de la universidad. Había perdido un año por la muerte de su hermano, el cual era su único sustento económico, y tuvo que empezar a trabajar. Estaba esperando a juntar un poco más antes de regresar a la escuela, pues no podía descuidar la renta y sus gastos personales.
Rukia le había ofrecido vivir con ella y con su hermano para facilitar las cosas, pero Orihime no quería ser una molestia para nadie. Además, le gustaba tener su privacidad y ser dueña de sus cosas. Ya vendrán mejores tiempos, se dijo.
La hora de descanso pasó demasiado pronto para ella. Después de comer, Grimmjow la acompañó de vuelta a la cafetería antes de volver al bufet.
-¿Quieres ver una película en mi casa esta noche? –Preguntó Orihime cuando estaban en la entrada.
-Me encantaría, pero no sé muy bien a qué hora me voy a desocupar hoy –respondió Grimmjow-. No quisiera tenerte esperando. Mejor te veo mañana a la misma hora. Hay un restaurante de comida colombiana que he querido visitar.
-Está bien. Nos vemos mañana entonces.
Orihime siguió trabajando toda la tarde. Al caer la noche terminó de limpiar su área y se despidió de Urahara. Su turno terminaba a las ocho, algo que agradecía infinitamente porque los días festivos eran muy pesados, sobre todo en la noche. Se cambió otra vez de ropa y regresó caminando a casa, pensando que quería darse un buen baño y después dormir sin interrupciones hasta el día siguiente.
Estaba a sólo a unas calles de su casa cuando empezó a ver a los niños yendo de un lado a otro para pedir dulce o truco. Sus disfraces eran muy variados pero al mismo tiempo clásicos, desde el conde Drácula, hombre lobo y una momia, pero también había otros más llamativos como Jason o la reina de corazones. Recordó, no sin cierto aire de tristeza, que no tenía dulces para regalarles. Con el trabajo no había tenido tiempo de ir a comprar ni siquiera una bolsa, y estaba demasiado cansada como para ponerse a hornear pastelitos.
Será el próximo año.
Cuando entró a su casa la recibió la acostumbrada penumbra, soledad y silencio. Sería bueno que Grimmjow hubiera decidido ir para ver una película o compartir la cena, pero no había nada que pudiera hacer. Se dio un baño, se puso la pijama y calentó algo que tenía en el refrigerador. Se quedó ensimismada mirando el plato giratorio del microondas. Faltaban sólo unos segundos…
El timbre de la casa la sobresaltó. Su corazón se había acelerado sin motivo, únicamente por el ruido tan repentino en medio de aquel silencio sepulcral. Se asomó por la mirilla y vio a un grupo de niños de expresión sonriente y el recipiente para los dulces en la mano.
-Lo siento mucho, no tengo dulces –dijo cuando abrió.
-Tacaña –exclamó una niña de cabello rosa antes de darle una patada en la tibia.
Orihime hizo una mueca de dolor y los observó alejarse por la acera. Al menos no le habían tirado huevos ni papel higiénico al porche.
Regresó a la cocina y terminó su cena en modo automático para irse a la cama. Iba subiendo las escaleras cuando el timbre volvió a sonar. Por un momento pensó que sería mejor no atender y que pensaran que no había nadie para no tener que ver las caritas tristes de los niños cuando les dijera que no tenía dulces, o en todo caso para no recibir otra patada, pero las luces estaban encendidas y sería poco creíble. Suspiró pesadamente y fue a abrir.
Pero no había nadie. Se asomó hacia los lados de la casa para asegurarse de que no había sido su imaginación; la acera estaba sola. Sólo había unos cuantos niños tocando las puertas de las casas más alejadas de su visión. El vecindario en el que vivía Orihime nunca había sido muy activo. En algunas casas vivían parejas de ancianos, pero el resto estaba deshabitado o en obra negra.
Se encogió de hombros y cerró la puerta, pero justo en ese momento escuchó que la ventana de al lado se azotó contra el marco. Corrió a cerrarla con el corazón acelerado. No quería hacerse ideas ni prejuicios sobre lo que estaba pasando. Lo del timbre bien podía atribuírselo al cansancio, y lo de la ventana podía ser el viento. Respiró hondo varias veces para tranquilizarse.
Subió directo a su habitación y se entretuvo un rato secándose el cabello. Se acostó y cerró los ojos para conciliar el sueño, los párpados le pesaban como dos cajas negras. Se levantó de súbito al escuchar una puerta cerrándose como si alguien la hubiera azotado, eso definitivamente no podía ser debido al viento. Con las piernas temblando y el corazón hecho tripas salió a ver qué demonios había sido, pero antes de llegar a la puerta se detuvo. El relato que Grimmjow había contado la noche anterior estaba presente en su cabeza, palpitando como una herida sangrante sin darle tregua de pensar en algo más agradable.
Sacudió la cabeza para deshacerse de esas imágenes, después de todo era sólo una estúpida historia inventada, y tomando una profunda inhalación salió al pasillo. Estaba completamente a oscuras, asemejándose una cueva inexplorada, ni siquiera se oían las pisadas de sus pies descalzos. Tomó un palo de golf del armario que estaba en un costado y lo sostuvo fuertemente frente a ella para usarlo como arma si tenía que hacerlo. Esperaba, muy en el fondo, que sólo fuera su imaginación jugándole una mala pasada.
Se asomó por el hueco de la escalera y vio que la luz de la cocina estaba prendida. Buscó en su mente el recuerdo de haberla apagado para tranquilizarse, pero la angustia no le permitió saberlo con certeza. Y en ese caso, ¿qué había pasado? Trató de buscar una explicación racional. Pude haberla dejado prendida, o tal vez…tal vez alguien la prendió.
Alguien.
¿Quién?
O ¿Quiénes?
Estoy siendo paranoica, se reprendió.
Bajó cada escalón con suma cautela hasta que se encontró frente a la puerta de la cocina. Revisó debajo de la mesa y cuando se aseguró de que estaba sola, apagó la luz y se dio la media vuelta para volver a su cuarto.
Pero la figura que vio al pie de las escaleras la hizo frenarse en seco. Se giró rápidamente para prender la luz pero cuando volteó ya no estaba. Su corazón dio un vuelco, esta vez convenciéndola de que no había sido su imaginación.
-¿Hay alguien ahí?
No hubo respuesta, pero siendo sincera no la esperaba. Mejor dicho, rogaba porque nadie le respondiera. Ya era suficientemente malo lidiar con los giros de su mente.
Empezó a escuchar una suave melodía que iba adquiriendo intensidad con cada segundo que pasaba. La música parecía provenir de arriba, pero se detuvo cuando subió corriendo las escaleras. Su reproductor estaba encendido y encima de la cama. Ahora sí tenía la seguridad de que no estaba sola en casa. Tomó el teléfono del tocador para marcar a emergencias, pero no había línea.
Mi celular, pensó, ¿en dónde lo dejé?
Buscó en su bolsa y entre sus cosas, pero el aparato había desaparecido. Tomó una respiración para calmarse, le temblaban ligeramente las manos y las piernas. No se sentía segura en la casa, así que rápidamente se puso el pantalón que traía el día anterior debajo del camisón y una chaqueta para salir.
Bajó deprisa hasta la sala y cuando quiso abrir la puerta el alma se le cayó a los pies. Estaba cerrado con llave, y las llaves no estaban colgadas. Escuchó el chirrido de otra puerta y se pegó al muro, tratando de vislumbrar algo en la penumbra mientras lentamente se iba recorriendo hacia el apagador para encender la luz.
Sintió una mano sobre la suya y gritó de terror cuando la luz se encendió. Un hombre con una máscara blanca con orificios para los ojos y una sonrisa macabra la tenía firmemente agarrada. Orihime forcejeó y pataleó para soltarse sin dejar de gritar. Echó a correr hacia la cocina y tomó un cuchillo del cajón. Su respiración estaba muy agitada. Se asomó hacia la puerta de la entrada y no vio a nadie.
-¿Quién anda ahí? Voy a llamar a la policía –amenazó, pero en vano, pues seguramente esa misma persona había sido la que había desconectado la línea y sabía que no podía llamar a nadie.
Entonces pensó que podía escapar por la puerta trasera. Sin soltar el cuchillo cruzó el comedor y llegó frente a las puertas de cristal para escapar por el patio, pero justo al otro lado estaba el mismo hombre viéndola fijamente. Orihime pudo ver que se trataba de un hombre alto y fornido, lo supo por la forma en que su chaqueta se ceñía a su pecho; la capucha negra no le dejaba ver de qué color era su cabello. El hombre levantó una mano enguantada y la agitó un par de veces en su dirección a modo de saludo.
Orihime retrocedió en respuesta y al chocar con la mesa del comedor se sobresaltó y tiró el cuchillo. ¿Qué otra opción tenía? Podía escapar por una de las ventanas. Cuando se giró vio que el hombre corrió hacia la ventana más próxima y negó lentamente con la cabeza, como si hubiera adivinado lo que estaba pensando.
Orihime se pegó a la pared y se fue deslizando hasta llegar a la escalera. Echó a correr lo más rápido que le permitieron sus piernas y llegó hasta su habitación. Escuchaba los pasos detrás de ella. Atrancó la puerta con la silla y se apresuró a abrir la ventana, pero apenas si cedió unos centímetros.
Escuchó varios golpes en la puerta, como si estuvieran tratando de abrirla.
-¡Maldición! –gritó frustrada cuando vio que la ventana no iba a abrirse tan fácilmente.
Más golpes y de pronto la puerta se abrió, mandando a volar la silla de madera hasta los pies de Orihime. El hombre apareció frente a ella y avanzó lentamente en su dirección dándole vueltas al cuchillo, acariciando su filo con la mano enguantada. Orihime tomó la lámpara de su buró a modo de arma y se pegó hasta la pared. No iba a morir sin dar pelea. Si tan sólo le ponía una mano encima iba a golpear con todas sus fuerzas y a tratar de escapar. Usó la lámpara como un bate de béisbol pero el golpe no conectó más que con el aire. El hombre se la quitó de un movimiento y la arrojó al piso. Orihime sintió que la tomaba por los hombros y no le quedó más que cerrar los ojos fuertemente, a la espera…
Pero nada sucedió. No sintió el cuchillo atravesando sus entrañas ni el dolor agudo de un golpe en el rostro, únicamente escuchó una risa. Una carcajada. Abrió lentamente los ojos y sacudió la cabeza para asegurarse de que no estaba soñando. La luz estaba encendida y el hombre enmascarado estaba parado frente a ella partiéndose de risa, una risa demasiado conocida. ¿Qué demonios estaba pasando? El hombre se quitó la capucha y la máscara. Era Grimmjow.
-¡Dulce o truco! –gritó con una enorme sonrisa en el rostro.
Orihime parpadeó varias veces, pero su cerebro no lograba hacer sinapsis para entender lo que estaba pasando. No se trataba del Hollow que habían ido a sacrificarla, era sólo Grimmjow gastándole una broma. Debería estar riéndose con él, pero lo único que atinó a hacer fue darle una sonora bofetada.
-Eres un imbécil, ¿lo sabías?
Grimmjow ni siquiera se inmutó por el golpe. Todavía con una sonrisa trató de acercarse a ella pero Orihime retrocedió, fulminándolo con la mirada.
-Deberías ver tu cara, preciosa –dijo entre risas.
-Eres un idiota.
Grimmjow suspiró sin dejar de sonreír, avanzó para ponerle una mano en el brazo pero Orihime se zafó de su agarre.
-Amor…
-No me toques. Es increíble que me hayas hecho algo como esto.
-Sólo fue una broma. No te enojes.
-¿Tienes idea de lo mal que me siento? –Su voz se quebró al final de la oración.
-Oye –Grimmjow la tomó de la barbilla y le levantó el rostro-, en serio lo siento. No quería que las cosas se salieran de control.
-Sólo…déjame sola –respondió Orihime.
-No iré a ningún lado.
-Déjame sola. No quiero verte.
Grimmjow suspiró y la llevó hasta la cama, sentándose a su lado.
-Escucha, no te lo tomes a mal. La gente hace este tipo de bromas todo el tiempo. Es Halloween.
-Creí que me volvería loca.
-Es parte del efecto, muñeca.
-Eres un idiota.
-Pero soy tu idiota –respondió Grimmjow acercándose hasta el lóbulo de su oreja.
Orihime le dio un empujón y se puso de pie.
-Estoy cansada. Deberías irte.
-¿En serio? Creí que podríamos ver una película.
Sacó dos cajitas rectangulares de su chaqueta y se los mostró. Halloween I y II. Orihime rodó los ojos, sin poder creer que Grimmjow quisiera ver esa masacre.
-Anda, podemos verla aquí acostados.
Orihime suspiró derrotada y asintió.
-Haz las palomitas –ordenó.
Grimmjow le dio un beso en la mejilla y bajó corriendo hasta la cocina. Esperó unos minutos hasta que las palomitas estuvieron listas y se llevó también dos vasos con refresco. Cuando entró a la habitación vio que Orihime ya estaba acostada y con el control en la mano. La lámpara estaba en su lugar y la ventana cerrada nuevamente. Apagó la luz y se acostó a su lado. Le dio un beso en la mano antes de dar play.
La película empezó y los dos estuvieron muy callados comiendo palomitas todo el rato. Orihime se estremecía cuando aparecía una escena sangrienta, así que terminó por acurrucarse al lado de Grimmjow bajo su brazo. Sentía su mano acariciando su espalda y su cabello suavemente. Definitivamente no podía enojarse con él. Ese tipo de bromas le gustaban, y Halloween era su festividad favorita, no podía culparlo. Tal vez si hubieran cambiado los papeles ella también se estaría riendo en su cara.
Cuando salieron los créditos trató de enderezarse para quitar la película pero Grimmjow le giró el rostro y le dio un beso en los labios. Orihime se lo devolvió y le puso la mano en el pecho para separarse, pero en cambio el peliazul usó su lengua para meterla en su boca. Fue subiendo su mano lentamente hasta colarla debajo de su blusa y el frío contacto la hizo reaccionar.
-G-Grimmjow…
Grimmjow se separó de pronto y cerró los ojos.
-Lo siento. Me dejé llevar.
-Está bien…
-Tal vez debería irme.
Algo en su tono de voz hizo sentir mal a Orihime. No había sido una buena noche para ninguno de los dos, primero ella se había llevado un susto de muerte, y después lo había abofeteado, insultado, y ahora prácticamente lo estaba corriendo de su casa. Recordó las palabras de Yoruichi sobre ceder un poco a su favor. ¿Qué daño hacía en que la acariciara por debajo de la ropa? Lo tomó del brazo antes de que pudiera levantarse y lo hizo recostarse en la cama. Se sentó a horcajadas sobre él y puso ambas manos en su pecho. Besó sus labios suavemente y acarició su cabello. Grimmjow cerró los ojos y la tomó de la cintura, claramente sorprendido por el cambio de roles pero no muy seguro de cómo continuar.
Orihime se quitó el camisón de un movimiento y tomó sus manos para ponerlas sobre sus pechos. Grimmjow contuvo la respiración sin romper el contacto visual, finalmente estaba haciendo lo que quería. Orihime había tomado la iniciativa, así que no había modo de decir que él la estaba obligando a algo. Masajeó su pecho y su cintura a placer, sacando pequeños gemidos de su boca. Sentía su erección hacerse más firme conforme Orihime movía sus caderas sobre él. Sabía lo que vendría a continuación, así que la tomó de ambas piernas y la acostó sobre la cama. Se deshizo de su playera y buscó en sus bolsillos un preservativo, pero maldijo mentalmente cuando sólo encontró unas cuantas monedas.
-Espera –dijo y se puso de pie para buscar mejor, pero el resultado fue el mismo.
-¿No viniste preparado? –Orihime se rió al verlo tan concentrado en busca del preservativo. Era difícil de creer que no llevara uno consigo, pero considerando que no acostumbraban tener relaciones, era comprensible.
-Estoy seguro de que está por aquí –revisó su cartera sacando tarjetas, billetes y credenciales, pero nada más.
Orihime suspiró divertida y negó con la cabeza. No podía estar pasando aquello. El día que decidía acostarse con él no había ido preparado.
-¿Tienes alguno en el baño? –Orihime negó con la cabeza-. De acuerdo, creo que tengo algunos en la guantera del jeep –se inclinó sobre la cama para darle un beso y luego corrió hacia la puerta, pero se detuvo a medio camino-. No te muevas, sólo…quédate como estás.
Orihime sonrió y asintió. Todavía no estaba muy segura de lo que estaba a punto de hacer, pero si era con Grimmjow estaba bien. Él sería amable y gentil, y sobre todo se aseguraría de que lo disfrutara.
Grimmjow bajó las escaleras a toda prisa y salió de la casa. Había estacionado el jeep una cuadra más atrás para que Orihime no se diera cuenta de su llegada. Sintió la brisa de la noche en el torso desnudo y se estremeció involuntariamente. La temperatura que había subido de pronto cuando estaban en la cama no tardó en esfumarse al salir de la casa. Abrió el jeep y buscó en la guantera los preservativos. Tenía una tira de diez y sonrió de lado al pensar que con suerte podría gastar dos o tres esa noche. Era mejor tener de sobra.
Regresó a la casa y se dirigió a las escaleras, pero pensó que podía llevarse una cerveza para refrescarse un poco. Giró hacia la cocina y abrió el refrigerador en medio de la oscuridad. De pronto escuchó un ruido en el comedor y se asomó.
-¿Orihime? –No hubo respuesta. Grimmjow se acercó lentamente con la lata en la mano-. ¿Estás aquí abajo? No sigas buscando, ya los encontré.
Pero el silencio permanecía. Grimmjow se tensó al no escuchar la voz de Orihime. Estaba seguro de que era ella, no podía ser nadie más. Se encogió de hombros y se dirigió a la parte de arriba. Orihime seguía acostada donde la había dejado, sonrió al ver a Grimmjow y se acomodó en la cama.
-Todo listo –exclamó Grimmjow llevándose una mano a cierre del pantalón y olvidando lo sucedido en la planta baja de la casa, pero en ese momento sonó el timbre-. Déjalo, seguro son niños.
-¿Y qué pasa si no lo son?
Grimmjow bufó molesto y se dejó caer en la cama. Orihime suspiró y tomó su playera del piso para ponérsela.
-No me tardo –anunció.
Salió de la habitación y encendió la luz de la sala antes de asomarse por la mirilla. No había nadie. Una extraña sensación de deja vú la invadió de pronto, recordando lo sucedido con Grimmjow y su pequeña broma de Halloween. La playera era lo suficientemente grande como para cubrir su ropa interior, así que abrió la puerta y se asomó.
-¿Hola?
Pero no había nadie a la vista. Volvió a cerrar y cuando se giró vio un hombre vestido de negro que usaba una máscara como la de Grimmjow.
-Muy gracioso –dijo Orihime cruzando los brazos.
El hombre no se movió, se quedó observándola a través de los orificios.
-Quítate eso si no quieres que me vuelva a enojar contigo –lo jaló del brazo para llevarlo escaleras arriba.
El hombre se zafó de su agarre y mostró el cuchillo que había estado escondiendo en su espalda. Orihime se tensó y retrocedió en automático al sentir los vellos de su nuca erizándose.
-Grimmjow, es suficiente.
El hombre levantó el cuchillo y avanzó lentamente hacia ella. Orihime de pronto tuvo la sensación de que algo no estaba bien.
-¿Quién era? –exclamó la voz de Grimmjow desde el cuarto.
Orihime volteó a ver el hombre con los ojos desorbitados al darse cuenta de que no era quien ella creía. Se echó a correr antes de que tuviera la oportunidad de ponerle las manos encima, o el cuchillo, en todo caso.
-¡Grimmjow, Grimmjow! –gritó desesperada.
Grimmjow se asomó a la puerta y vio a Orihime corriendo a su encuentro lo más rápido que le permitían sus piernas.
-Hey, hey, tranquila, ¿qué pasa?
-¡Hay un hombre allá abajo!
-¿Qué dices? No hay nadie, estamos solos.
-¡Lleva una estúpida máscara como la que tú tenías!
Orihime lo abrazó fuertemente y enterró la cabeza en su pecho, sintiendo la seguridad de su agarre. Grimmjow le acarició la cabeza varias veces y luego la sostuvo frente a él para verla directamente a los ojos.
-Relájate, fue sólo tu imaginación.
-¡Quiero que vayas allá y me digas que fue mi imaginación! –gruñó Orihime.
Grimmjow suspiró, pensando seriamente en decirle que había sido una mala jugada de su mente debido a la broma que le había hecho, pero al verla tan asustada se dijo que lo menos que podía hacer era ir a ver para tranquilizarla. Además, él mismo había escuchado un ruido cuando estaba sacando una cerveza, podía tener razón en que había alguien en la casa.
-De acuerdo, iré si eso te hace sentir mejor. Quédate en el cuarto.
Orihime asintió deprisa y acunó sus brazos, un gesto de autoprotección que había adquirido inconscientemente. Cerró la puerta y esperó a que Grimmjow revisara la casa. Si tenía razón, volvería en cualquier momento, pero si no…
Sacudió la cabeza para quitar esas imágenes de su mente. No era bueno estar pensando en esas cosas cuando no sabía nada con certeza. Se sentó sobre la cama y abrazó sus rodillas, a la espera. No debía tomarle más que unos minutos a Grimmjow revisar la casa, así que pronto volvería a decirle que todo estaba bien.
Pero entonces recordó que el intruso tenía un cuchillo; un cuchillo que podía usar contra Grimmjow para hacerle daño. Orihime corrió hacia la puerta para advertirle, pero se detuvo a medio camino cuando escuchó que llamaban desde afuera. Dos golpes, luego uno.
-¿Grimmjow?
No hubo respuesta. Llamaron de nuevo. Dos golpes, luego uno.
Orihime sostuvo el pomo y tomó una profunda inhalación. La puerta se abrió apenas unos centímetros y luego alguien la empujó con todas sus fuerzas. Una mano enguantada se coló dentro para sujetar a Orihime del brazo.
-¡No! –gritó de terror.
Trató de cerrar la puerta pero el intruso tenía la fuerza suficiente para mantenerla forcejeando sin lograr su cometido. Orihime empujó con todo su cuerpo y después escuchó el clic del seguro. Recargó la cabeza en la puerta, todavía sin procesar lo que acababa de ocurrir. De pronto el cuchillo atravesó la madera y quedó a unos centímetros de su rostro. Orihime se separó con el corazón en la garganta y contempló la madera astillada. Del otro lado se veía una sombra, caminando lado a lado como un león enjaulado. El cuchillo se enterró dos, tres veces más, robándole el aliento y poniendo todo su cuerpo a temblar. Orihime se arrodilló y cubrió su cabeza con ambas manos, presa del pánico y del miedo de un hombre que quería asesinarla. No era una broma de Halloween, era algo completamente distinto y fuera de su jurisdicción.
De pronto los golpes se detuvieron y Orihime levantó la vista. La sombra a través de la rendija de la puerta ya no estaba. No había nadie del otro lado.
-Ya revisé toda la casa y no encontré nada –anunció la voz de Grimmjow desde el pasillo.
Orihime parpadeó varias veces y luego cayó en la cuenta: Grimmjow estaba allá afuera, solo, sin armas, con un loco asesino. Se apresuró a abrir la puerta para gritarle que se pusiera a salvo y que entrara a la habitación con ella. Grimmjow estaba de pie con una expresión confundida en el rostro sin dejar de ver la madera astillada donde unos segundos atrás había un cuchillo enterrado.
-¿Qué…?
Pero no pudo formular la pregunta. El cuchillo atravesó su espalda y el grito de Orihime fue ensordecedor.
-¡Grimmjow!
Grimmjow sintió el dolor agudo y tardó dos segundos en comprenderlo todo. Pero una cuchillada no fue suficiente. El intruso, el hombre que Orihime había visto en la entrada, estaba justo detrás de él, apuñalándolo como si se tratara de un costal de papas. Grimmjow escupió sangre y trató de girarse para darle pelea a su atacante, pero el hombre seguía apuñalándolo como si no pudiera tener suficiente. Finalmente, cuando Grimmjow estiró una mano hacia Orihime en señal de ayuda o advertencia (era difícil saberlo cuando estaba ahogándose en su propia sangre), otra figura hizo su aparición detrás del primer intruso. Eran dos, dos hombres encapuchados y enmascarados que habían irrumpido en la morada de Orihime Inoue para asesinarla a ella y a su novio.
El segundo hombre avanzó hacia ella sin siquiera prestarle atención al cuerpo moribundo de Grimmjow que ahora estaba convulsionando hasta la muerte. Orihime estaba hecha un mar de lágrimas, pegada hasta el muro sin dejar de gritar el nombre de Grimmjow, como si de alguna forma eso pudiera traerlo de regreso. Su cuerpo entero temblaba, su frente y cuello estaban perlados de sudor, el cabello alborotado de tanto que se lo jalaba. El hombre se posicionó delante de ella y sacó un cuchillo de sus ropas. El corte fue limpio, certero, justo en la garganta. La sangre comenzó a manar de la herida y Orihime ni siquiera tuvo oportunidad de gritar. Cayó al piso boca abajo y se desangró lentamente hasta morir, en un charco de sangre a sólo unos metros del cuerpo de Grimmjow.
El primer hombre se quitó la máscara y la arrojó a un lado. Era Gin Ichimaru. Contempló la escena con una extraña mueca en los labios.
-Quería hacerlo desde hace mucho tiempo –confesó, dándole una leve patada al costado de Grimmjow.
El otro hombre se quitó la máscara también y reveló su larga cabellera rubia que le caía por la espalda. Excepto que no era un hombre en lo absoluto, era Rangiku Matsumoto.
-Es una lástima, parece que finalmente iban a hacerlo –dijo señalando la tira de preservativos.
-Odio el Halloween.
-Yo también –concordó Rangiku.
-Dulce o truco, qué estupidez.
Continuará...
