Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, todos son de Himaruya, síp.


Advertencias antes de empezar: Emma es Bélgica y esto es un Universo alternativo que nada tiene que ver con la serie original.


¿QUÉ LE PASA A TOMANTONIO?


Todo el mundo tiene algún pequeño placer secreto. Absolutamente todo el mundo. El de Gilbert Beilschmidt, por ejemplo, era pasar un buen rato con sus dos colegas. ¿Acaso había algo mejor que estar tirados en el césped a la hora del recreo? Posiblemente sí, pero Gilbert no estaba interesado en saber qué podría ser mejor que eso.

A Gilbert no le gustaban los cambios. Él quería que todo siguiese igual que siempre.

Él quería jugar con la DS mientras Francis fanfarroneaba sobre su ligue de la noche anterior y Antonio interrumpía para soltar comentarios estúpidos. Para él, aquellos momentos con sus amigos eran casi tan asombrosos como un pajarito.

Pero un día, algo cambió. El ambiente que había entre los tres chicos ya no era el mismo, pero no sabía de qué se trataba. Con suma cautela, Gilbert apartó la vista de su perro virtual (y no, no estaba jugando al Nintendogs) y la posó sobre Francis.

— …Entonces, cuando iba a mostrarle la belleza de mi "Torre Eiffel", la chica esta me dio una bofetada. ¡Una bofetada! ¡A mí! – Exclamó Francis histriónicamente - ¡¿Os lo podéis creer?

Bien. Francis estaba hablando sobre una de sus citas.

Desvió su atención sobre Antonio. Ahora éste tendría que intervenir para decir algo insustancial y posiblemente en referencia a los tomates. Gilbert lo observó con expectación.

No dijo nada.

¡Antonio no dijo absolutamente nada! Estaba mirando hacia el infinito con una expresión pensativa. ¿Antonio, pensando? Esos conceptos no le cabían en la cabeza a Gilbert.

Gilbert se dio cuenta de que el problema residía en el maldito español. Frunció el ceño y clavó su mirada en Antonio para ver si despertaba de su sueño.

Molesto con la falta de atención que le prestaban sus amigos, el francés carraspeó.

— ¡¿Os lo podéis creer? – Repitió con un tono más elevado - ¡Es inconcebible!

— Normal que te diera un bofetón – Comentó el prusiano con saña -. Y cambiando de tema, ¿qué le pasa a Tomantonio? ¡Aún no ha soltado su "¡jaja, fijo que te dejó la cara como un tomate!"!

— Ahora que lo dices… - El francés se quedó mirando al español – Parece que está absorto.

Un día sin los comentarios sin gracia de Antonio no era un día asombroso. Y como todos los días tenían que ser asombrosos, Gilbert decidió hacer algo al respecto. Cogió su zumito de melocotón y vertió un poco sobre el español.

La reacción fue inminente.

— ¡Ay! ¿Qué pasa? ¿A qué ha venido eso? – Dijo con un tono indescifrable - ¡Gil!

Eso no era enfado. Eso no era nada.

— ¡¿A qué viene esa reacción de mierda? – Gilbert soltó una risilla.

Francis observaba la situación anonadado. Desde luego, aquí pasaba algo.

— Toni, mon ami, te veo extraño. ¿Te sucede algo?

El aludido se sonrojó ligeramente y negó la cabeza despacio.

Se sonrojó. Antonio.

— ¿Quién eres y qué has hecho con Tontoño? – Interrogó el de cabellos plateados con un atisbo de preocupación.

— ¡Que no me pasa nada! – Espetó – Sólo estaba… pensando.

— ¡Anda ya! - Exclamaron sus dos amigos a la vez.

Ignorando la extraña imagen mental que tenían de él, Antonio lanzó su vista al cielo y sonrió.

— Sí, sólo estaba pensando – Dijo con tono soñador.

Francis se encogió de hombros y siguió cotorreando sobre sus aventuras con gente cuyos nombres no recordaba ni él. Gilbert volvió la vista a su consola y vio que uno de sus cachorros virtuales, Hortensio, se había hecho popó.

Aquel día pasó sin pena ni gloria. Gilbert se preguntaba qué le podría haber pasado a Antonio para que estuviese así; sin embargo, tampoco se comió la olla con aquel tema.

No obstante, el día siguiente ya le preocupó. Y mucho.

Esta vez, Gilbert hablaba sobre lo asombroso que era. Francis lo escuchaba. Antonio… no estaba. Al principio, ambos amigos pensaron que el español estaría en el cuarto de baño o comprando algo en la cafetería, pero los minutos pasaban y el moreno no aparecía.

— ¿Dónde está Toni? – Preguntó Francis, interrumpiendo por completo el asombroso discurso que Gilbert estaba dando sobre los pollitos.

— No sé, pero ya me está cabreando. ¡Ayer pasó de nosotros y hoy ni siquiera ha venido! ¿Qué mierda es más importante que yo?

— Gilbert, Antonio no es tu juguete. Deja que el muchacho haga su vida.

— ¿Qué? ¿Acaso estás diciendo que te importa una mierda la unidad de nuestra pandilla?

Gilbert estaba dolido. Aunque nunca lo expresase, sus amigos lo eran todo para él y no quería ni imaginarse la idea de un distanciamiento. Francis supo comprender esto y le acarició la cabeza.

— Gilbo, Gilbo, Gilbo… - Repitió como si le hablase a un bebé – No te preocupes. Toni volverá a nuestros brazos de un momento a otro. Mira, hace buen día, ¿verdad? A lo mejor está echando un partido de fútbol.

— Sí, debe de ser eso… - Se zafó del francés.

Por una vez, le dio la razón a Francis. Seguramente Antonio volvería completamente alegre y vociferando lo monos que eran aquellos niños italianos (¿Rufino y Luciano, quizá?) o haciendo chistes sobre las mofetas que tenía Arthur de cejas.

Ese mismo día por la tarde, aprovechando que su hermanito Ludwig se había ido a hacer los deberes con Kuki y Luciano, Gilbert había llamado a Francis y Antonio para que se pasasen por su casa para jugar con la PlayStation y de paso ver alguna película no pornográfica (muy para el pesar de Francis). El francés había aceptado la invitación, pero Antonio no. Dijo que "ya tenía algo que hacer".

Iracundo, Gilbert fue a la cocina, abrió el frigorífico y cogió un tomate. Lo miró detenidamente, explorando la riqueza de la pulpa y haciéndose todo tipo de preguntas retóricas. Tras unos minutos sin hacer nada, lo tiró al suelo con furia y lo pisoteó.

— ¡La madre que te parió, Antonio! –chilló.

Ya no era el hecho de que Antonio estuviese pasando de sus amigos lo que le fastidiaba, sino que lo había dejado a solas con el gabacho. ¡Solo con Francis, el mayor pervertido de la ciudad!

Unas horas después, Francis y él ya habían terminado de ver una película inocente y casta. El francés se despidió de su amigo y se marchó, dejando al prusiano completamente solo. No es que le importase, porque al fin y al cabo, ¡estar solo era genial!

Muy para su pesar, el pequeño Ludwig había llegado a casa y roto así su soledad. Nada más oír la voz del niño, Gilbert se abalanzó sobre él a modo de abrazo.

— ¡Luuuuddy! ¡Menuda mierda!

— ¿Q-qué pasa? – Preguntó el jovencito, totalmente desconcertado.

— Hazme caso: nunca confíes en nadie, especialmente en tus amigos. Un día hacen chistes sobre tomates y al día siguiente dejan que un francés loco te viole.

Ludwig lo observó en silencio. Casi nunca era capaz de entender bien a su hermano mayor.

— Lo que tú digas…

— ¡Los amigos son lo peor, Luddy, lo peor! Por eso no quiero que te acerques a niños con nombres raros… ¡Como Kuki y Luciano!

— Son Kiku y Feliciano…

— Espera, ¿cómo has dicho? – Preguntó Gilbert sorprendido - ¿Florencio? ¡Creo que ese es uno de los niños italianos que tanto adora Antonio!

— Posiblemente… - Respondió Ludwig – A veces en casa de Feliciano hay un chico de tu edad que hace cosas raras… Aunque suele pasar más tiempo con Lovino que con Felic…

— ¡Eso es, Rufino! ¡Antonio adora a Rufino! – Puso los brazos en jarra, orgulloso de su capacidad para relacionar conceptos - ¿Y hoy estaba en casa de los italianos esos?

— Creo que no, por eso Lovino —recalcó el nombre el pequeño alemán—, estaba de peor humor que de costumbre.

— Tengo que ir a hablar con el tal Rufino. Creo que él puede darme la respuesta.

Y tras decir eso, Gilbert se encerró en su cuarto, se lanzó en plancha en su cama y abrazó a su pollito de peluche favorito: Gilbird.

Ludwig entró en la cocina y vio un tomate aplastado en el suelo. Mientras lo recogía, se preguntaba en qué bollos se estaría metiendo su hermano.