Anuncio de responsabilidad: Todos los personajes pertenecen a Andrew W. Marlowe, a pesar de que han encontrado su propio camino a mi corazón.


El corazón le latía con fuerza en el pecho. Dios, estaba muy nerviosa.

Le había sido bastante difícil escabullirse y conseguir lo que necesitaba. Castle nunca se separaba de su lado. Juntos en el trabajo, juntos en casa. Suerte que a la detective se le ocurrió contar con la ayuda de los chicos. Ellos habían distraído al escritor durante un par de horas.

Ahora, paseando descalza por el salón, esperando a que Rick llegara a casa, la detective no podía estarse quieta. Pero tenía que contenerse o acabaría estropeando la sorpresa. Para intentar relajarse, caminó hasta el cuarto de baño, se echó un poco de agua fría en la cara y se miró en el espejo.

De repente, el tintineo de llaves y el eco de la puerta de entrada cerrarse le llegó a los oídos.

—¿Kate? —la voz de Castle llamó.

Está bien, se dijo Beckett, respira hondo. Salió del baño y fue al encuentro de Rick. Lo encontró en la cocina, rebuscando dentro del frigorífico.

—¡Hey! —sonrió ella, cruzando la sala.

—¡Eh, hola! —dijo Castle al cerrar la nevera. Tenía una botella de vino en la mano.

Beckett se sentó en uno de los taburetes junto a la barra de la cocina mientras el escritor llenaba dos copas de vino y le entregaba una a ella.

—Gracias —murmuró la detective.

—Así que… Resulta que al final la pista que los chicos y yo seguimos no llevaba a ninguna parte —Castle rodeó la cocina y se sentó a su lado—. Tres horas malgastadas. Tres valiosas horas vespertinas que podría haber pasado con mi futura mujer —se inclinó hacia ella y la besó dulcemente.

—Bueno… —murmuró ella, una pequeña sonrisa arqueando las comisuras de sus labios—, Quizá te lo pueda compensar.

—Ah, ¿sí? —insinuó Castle, dejando la copa de vino sobre la encimera y rodeándola con los brazos. Haciendo uso de sus labios, comenzó a acariciar besos a lo largo de la mandíbula y el cuello de la detective. Ésta le concedió unos momentos más para que la besara antes de apartarlo con delicadeza.

—Tenía otra cosa en mente —dijo Kate. Castle arqueó las cejas, un poco confundido—. Tengo un regalo para ti.

—¿Un regalo? Pero si mi cumpleaños fue hace casi tres meses —respondió el escritor desconcertado.

Beckett se bajó de la silla.

—Ven conmigo —le sonrió y le cogió de la mano, guiándolo hasta el sofá. Le hizo tomar asiento y ella se sentó frente a él sobre la mesita de centro. Alcanzando tras su espalda, Kate hizo aparecer un paquete envuelto en papel de regalo y lo colocó sobre el regazo de Rick.

—¿Cuál es la ocasión? —preguntó el escritor con una sonrisa expectante en los labios.

—Ábrelo —Kate insistió, mordiéndose el labio inferior.

Castle comenzó a despegar la cinta adhesiva del papel muy lentamente. Ella rodó los ojos y suspiró con impaciencia.

—Está bien, está bien —Rick se rió y rompió el papel y lo apartó a un lado. Cuando vio lo que estaba sosteniendo en sus manos, levantó la vista a la de ella—. Son libros —dijo con sensibilidad, no queriendo herir sus sentimientos—. La mayoría de estos ya los tengo.

Kate le cogió los libros y los dejó a su lado sobre la mesa. A continuación, se puso en pie y se colocó entre las piernas de Castle y, cogiéndole las manos, se las colocó sobre sus caderas. La detective empezó entonces a desabrocharse los botones inferiores de la camisa. Los ojos de Rick siguieron atentamente el lento movimiento de sus dedos mientras ella continuaba liberando más botones, de abajo hacia arriba. La confusión reflejada en el rostro del escritor no tenía precio. Cuando terminó, Beckett se quitó la camisa y dejó que cayera al suelo. La mirada de Castle descendió unos centímetros y se posó sobre su estómago. Y la confusión se convirtió en absoluta incredulidad.

La mano derecha del escritor se despegó de su cadera y las yemas de sus dedos acariciaron su vientre.

—¿Querrás leer para mí, papa? —la voz de Castle era apenas un susurro mientras leía las palabras que ella llevaba escritas sobre la piel.

Cuando Rick alzó la vista, sus miradas se encontraron, y al ver que el hombre estaba llorando, Kate sintió sus propios ojos llenarse de lágrimas.

—¿Un bebé? —Castle murmuró con admiración.

Beckett soltó una risa tímida y asintió mientras secaba las lágrimas que corrían por las mejillas del escritor. Sonriendo, él presionó sus labios con suavidad sobre el estómago de Kate, y luego empezó a besarla hacia arriba hasta que sus bocas se encontraron. Rodeando con fuerza su cintura, Castle la levantó del suelo y la besó profunda y apasionadamente. Cuando ambos empezaron a quedarse sin aire, la dejó en el suelo y la abrazó, acariciando su espalda desnuda. Kate apoyó la frente sobre su pecho y le besó la piel expuesta por la V de su camisa.

Castle colocó un dedo bajo su barbilla y le levantó el rostro para poder mirarla a los ojos.

—Vamos a tener un bebé —suspiró maravillado.

—Sí —ella asintió con una sonrisa.

Castle ladeó la cabeza y rozó sus labios con los de Kate una vez más. Ella se puso de puntillas y le rodeó el cuello con sus brazos, apretándole con fuerza contra ella.

—Te quiero muchísimo —le susurró él al oído.

—Yo también te quiero —suspiró ella y apretó sus labios a la garganta de Castle.

Las manos del escritor seguían deslizándose en relajantes movimientos arriba y abajo por su espalda, y una risa escapó de los labios de Kate cuando sintió que le desabrochaba el sujetador.


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