-Y ahora ¿qué vas a hacer conmigo?

Tu pregunta me sacó de ese pequeño trance. Mi pasión se apagó en ese momento y volví en mí misma. Estábamos sobre la cama, a punto de empezar.

¿Cómo llegamos a esto?, ¿Cómo es que ahora estás tumbado boca arriba, conmigo sentada a horcajadas sobre ti, casi apresándote? ¿Cómo es que ahora estoy casi desnuda, salvo por tu chaqueta verde que ni siquiera me preocupé por abotonar? Mis manos sobre tu pecho están firmes, sosteniéndome, pero siento que en cualquier momento empezaré a temblar.

-Qué injusto –mencioné, porque en verdad parecía injusto –Tú aún estás vestido

Te reíste. ¿Qué tiene de gracioso? ¿No se supone que esto se hace sin vestimenta?

-Al menos quítate la camiseta –ordené, pero te reíste otra vez –O déjame quitarte los pantalones

Pero te quedaste callado. No tengo idea qué cosa estarás pensando. Y espero que tú tampoco sepas qué cosa estoy pensando.

Me muevo con cuidado hacia enfrente. Quiero ver tu rostro. Mis rodillas me ayudan a mantenerme sobre ti, y mis manos aprietan tus hombros. Eres real. Mi cabello cubre mis hombros y acaricia por momentos tus mejillas. Pero sigues sin hablar.

Me miras directo a los ojos, y pareciera que puedes ver dentro de mi alma y corazón. Y sonríes. Me sonríes como si no estuviéramos haciendo nada más.

¿Estará bien?

Cuando yo nací, tú tenías 23 años. Estabas ocupándote de tus propios problemas cuando yo tenía que ser cuidada como el bebé que era. A mis 10 años, tú ya tenías 33. Yo comenzaba a viajar cuando tú estabas entrenando pokémon legendarios. Te conocí cuando yo tenía 16 y tú tenías 39.

Parecías tan antipático. Tan enojón. Tan arrogante. Y después de unos segundos, parecías tan inteligente. Tan simpático. Tan tierno. "Fue amor a primera vista, última vista, a cualquier vista".

Cuando yo tenía 18 y tú 41, pude por fin declararte mis sentimientos. Te asusté, ¿verdad? Porque tu tranquilo semblante se convirtió en uno serio, porque respirabas con tanta dificultad que me asusté. Porque me dijiste que no. Pero lo entendí. Sonreíste, y te marchaste.

Pero ahora estás conmigo. Yo con 20 años y tú con 43 (a dos meses de cumplir 44). Tienes algunos cabellos canosos entre esos cabellos castaños. Unas cuantas arrugas por cansancio en tu rostro. Cicatrices de la vida en el corazón. Yo no tengo eso. Nada. Y aún así, estás conmigo.

-Acuéstate –me pediste; estaba a punto de desplomarme encima de ti, y me detuviste –No, a mi lado

Obedezco, porque tu voz es demandante y dulce a la vez. Tus brazos estaban extendidos, y me acuesto a tu derecha. Y te mueves para abrazarme. Ahora soy yo quien está apresada. Pero eres tú.

Y ahora estás encima de mí. ¿Qué no era al revés? Tu chaqueta verde está desabotonada. Puedes ver mi piel, estoy casi desnuda frente a ti. Para ti. Pero prefieres verme directo a los ojos.

Parece ser que me hechizaste. Estoy quieta, esperándote.

Te acercas más y besas mi cuello. Tiemblo, me retuerzo y gimo. Porque eres tú.

Y bajas. Tus manos acarician mis pechos. Tu lengua sobre mi piel me provoca cosquilleo. Y éxtasis. Porque eres tú.

-¿No tienes miedo? –pregunto; tú te detienes y suspiras
-¿Tener miedo de qué?
-Ya sabes… eres mayor que yo…

Me sorprendes besándome en los labios. Enciendes mi pasión otra vez. Y ya no quiero pensar más. Y te quiero. Así que déjame hacerte el amor. Porque eres tú.

Y tú eres mi dulce tentación.