Otra pesadilla. Ya es la cuarta en esta semana. Quizá quinta. La de hoy ha sido más fuerte, más real. Volvía a estar en la arena, volvía a estar buscando el arco entre las costillas de Glimmer. Además, esta vez, la pesadilla estaba amenizada por los gritos del agonizante Cato. Estoy sudando. Son las cinco de la mañana, aún es temprano. Podría intentar dormirme otra vez, pero sé que resultaría imposible. Decido levantarme y voy directa al baño, a beber agua. Aún no me acostumbro a entrar en la habitación y encontrarme con el reflejo de mí misma en el espejo. Estoy horrible. Está claro que todos los arreglos tras la Gira de la victoria han desaparecido. Bastante han durado. Devuelvo la mirada a mi reflejo durante unos segundos. El camisón que visto está empapado de sudor, y a juzgar por el estado de mi pelo cualquiera podría decir que acabo de salir de una Arena. No puedo evitar darme a mí misma una cara de desprecio y desaprobación. Bebo lo que me parecen por lo menos cuatro vasos de agua y me calmo un poco. Estoy incluso tranquila, aunque sé que no debería estarlo, y el hecho de que lo esté resulta egoísta por mi parte. Bajo lentamente las escaleras de mi nueva casa, sin hacer ruido. Mi madre y Prim seguirán durmiendo. Prim quizá no. Me acerco a su cuarto para comprobarlo. Sigue durmiendo. Parece tranquila, incluso tiene la sombra de una sonrisa dibujada en sus labios. Sigo bajando escalera abajo, necesito comer algo, hoy va a ser un día, muy, muy, muy importante. Cojo algo al azar del frigorífico y lo como, sin notar su sabor. Tengo ganas de ir a cazar. De pasar todo el día en los brazos del bosque, sola. Pero no puedo. Supongo que ahora soy demasiado importante. Además, no dejaría sola a Prim. No hoy. Pero tampoco quiero estar aquí, sentada. Eso sólo me haría pensar. Necesito estar con alguien, pero no quiero despertar a Prim. Cuanto más duerma mejor, lo va a necesitar. Mi mente enseguida me propone a Peeta como alguien con quién estar en estos momentos. Supongo que a mi mente se le olvida recordarme de vez en cuando, que Peeta me ignora. Quizá porque me odia demasiado o porque me quiera demasiado, aún no lo sé. ¿Gale? No, tampoco. También me odia, o eso creo. Me he quedado sola. ¿Voy a acabar como Haymitch? ¿Sola? ¿Va a ser el alcohol mi único y fiel amigo? Sólo la idea hace que se me remuevan las tripas y me arrepienta de haber desayunado. Haymitch… ¡Haymitch, claro! Un día como hoy ya estará despierto desde hace bastantes horas. Quizá ya esté borracho o esté empezando a estarlo…esta vez no se lo puedo permitir.
Me pongo un abrigo encima del camisón, la casa de Haymitch está muy cerca, y hoy no parece ser un día especialmente frío.
Cierro suavemente la puerta de casa y me pongo en camino. Antes de llegar a casa de Haymitch tengo que pasar por delante de la de Peeta. No puedo evitar mirar a las ventanas de su casa. Él también está despierto. Puedo verle, está en la cocina, mirando al vacío. Me paro y le miro. ¿Está preocupado? No, no tiene por qué estarlo. Él no tiene nada que perder hoy. Pero bueno, a nadie le gusta este día. Me gusta mirarle, es como si aún estuviéramos en la cueva y él estuviera dormido. Casi puedo oír la lluvia y el rugido del viento amenazando la estabilidad de nuestro hogar. Casi puedo oler la mezcla de sangre, tierra mojada, sudor y la sopa que nos enviaba Haymitch. Le echo de menos. En ese momento me mira. Mantenemos contacto visual durante un segundo. Sus ojos aún son de ese color azul tan penetrante. Justo cuando intento averiguar qué se esconde tras ellos; dolor, tristeza, rencor…él aparta la mirada y sale de la habitación. Sé que si sigo aquí parada pareceré débil, así que sigo con mi trayecto hacia la casa de Haymitch.
Haymitch. Las cosas han cambiado mucho para él. Creo que por fin sé cómo es en realidad, creo que sé qué es lo que se esconde detrás de todo ese alcohol y antipatía. Aunque me ha costado mucho descubrirlo. Al ser vecinos, desde que Peeta y yo salimos de los juegos, mi familia y yo invitamos muchas veces a Haymitch a comer o a cenar en casa. Él al principio rechaza las invitaciones, no quiere compasión por parte de nadie. Pero en el fondo sabemos que le encanta venir a casa y mantener una conversación con personas de verdad sin estar ebrio. De hecho, ha hecho muy buenas migas con Prim. Jugamos a juegos de mesa, vemos la televisión o simplemente, charlamos. Incluso, en situaciones muy puntuales, Haymitch sonríe. Ver sonreír a Haymitch, me hace sonreír a mí, y cuando él ve mi sonrisa anula la suya inmediatamente y suelta un comentario gruñón. Muchas veces hemos tenido que insinuar lo tarde que es para que Haymitch se diera cuenta de que era hora de irse a casa. La verdad es que me encanta tenerle en casa, tenerle cerca. Me da seguridad. Le debo la vida, literalmente. Jamás se lo podré agradecer suficientemente, pero de momento él se contenta con que vaya a visitarle de vez en cuando a su casa. A veces me pone de los nervios, pero puede que seamos amigos, aunque ninguno de los dos lo confesará jamás, es el pilar de nuestra amistad, supongo. Espero que no se tuerzan las cosas durante las siguientes semanas.
Llamo a su puerta.
-¿Haymitch?
Él abre la puerta, ya está borracho, pero no demasiado, quizá sea arreglable. Viste una bata roja de terciopelo y lleva en la mano un vaso, que, juzgando por su olor, lleva whisky.
-Oh, ¿tan pronto, Haymitch?-le digo de manera dulce quitándole el vaso de la mano. Él no se resiste, simplemente se encoge de hombros y se sienta.
Sin embargo, aunque sé que debería, no tiro el contenido del vaso por el desagüe. Bebo el resto de un trago y me arrepiento nada más hacerlo. Me arde la garganta y me mareo un poquito, y, aunque intento disimular, Haymitch suelta una carcajada.
-Eres demasiado pequeña para eso, preciosa. Y vamos, es sólo tu primer año, ¿tan pronto vas a empezar?
No sé por qué, pero empiezo a llorar. Supongo que Haymitch es la única persona con la que puedo llorar sin miedo, él no me mirará con preocupación, sólo se reirá de mí y no le dará ninguna importancia. He estado fingiendo toda esta semana que no estoy preocupada, pero lo estoy. Y mucho. Preocupada por lo que podría pasar en tan solo ocho horas.
-Haymitch…-digo entre sollozos.
-Oh, Dios…-se levanta con dificultad de la silla-Vamos…- me pone la mano en el hombro, y aunque sea un gesto tan "pequeño" me reconforta.
-Escúchame, Katniss. Vas a tener que aprender a afrontar esto. Sé que es difícil, pero es lo que te toca. Es lo que nos toca. Vamos a tener que hacer esto una vez al año durante un tiempo indefinido, durante muchos años, ¿entiendes? Y cuanto antes lo afrontes mejor. Tú estás a salvo. Él…está a salvo también, gracias a ti.
-¿Y Prim? ¿Qué pasa con ella?-resulta una pregunta infantil, y no me gusta hacerla, no me gusta esta situación en absoluto, pero tengo confianza con Haymitch.
-No te voy a mentir, Katniss. Prim puede salir. Tiene dos papeles escritos con su nombre, y sí, esta vez no habrá nadie para presentarse voluntaria por ella, pero ¿quieres que sea sincero?-asiento-No creo que salga, Katniss. Sí, sé que el año pasado con el doble de papeles menos salió, pero tienes que pensar en todas las chicas que pueden salir. En el supuesto caso que saliera, aunque esto que vaya a decirte sea duro, tendremos que trabajar y esforzarnos al máximo para sacar a la pequeña de allí cuanto antes.
No sé a qué se refiere exactamente Haymitch. ¿Está insinuando, que si saliera Prim, nuestra máxima prioridad sería que muriera lo más rápido posible? No quiero pensarlo, no quiero ni si quiera imaginarlo.
-No te encariñes demasiado con los tributos, ¿de acuerdo? Por muy cruel que te suene esto, preciosa, lo mejor es…-silencio largo-Lo mejor es ver si tienen alguna posibilidad, y si es así, arriesgarte, si no, ni si quiera veas los juegos.. Después viene lo peor, en sentimiento de culpabilidad. Eso sólo he podido evadirlo con el alcohol.
-Pero bueno…-digo yo, más calmada-Eso no siempre es así, ¿verdad?
Haymitch sonríe.
-Haymitch, has sido el único mentor que ha podido sacar a dos tributos vivos de la arena. Y por lo que parece…sin consecuencias directas. No hay por qué tirar la toalla. A lo mejor, entre Peeta, tú y yo podemos sacar a otro tributo, ¿no? Soy la chica en llamas, ¿recuerdas? Todo el país está enamorado de mí. Y todo gracias a ti…
Haymitch no responde. Me abraza, y sé, que un abrazo de Haymitch Abernathy vale más que millones de palabras amables que salgan de su boca.
-Bueno, venga, no quiero ni imaginar los gritos de Effie cuando te vea. Ve a ducharte, anda. Yo recojo esto.
-Effie…-dice él con una sonrisa dibujada en la cara-
-Sí….-vamos a volver a ver a Effie…-digo yo riendo.
Él se va sonriendo camino de la ducha.
Son ya las siete de la mañana. Haymitch y yo seguimos en su casa, sentados en el sofá, sin decir nada. Con Haymitch no es necesario, el silencio no nos incomoda a ninguno de los dos. A las 12, Effie, el alcalde, Haymitch, Peeta y yo nos dirigiremos a la plaza para preparar todo lo necesario para la cosecha. Pondremos los nombres en las urnas, y lo ensayaremos todo. A las dos, los jóvenes de entre 12 y 18 años, (entre ellos Prim, Gale y Madge) se acercarán a la plaza para celebrar La Cosecha. Dos de ellos serán seleccionados para participar en Los Juegos Del Hambre, y nos iremos todos tan contentos al Capitolio, donde me reencontraré con Cinna, Octavia, la chica avox pelirroja…con mis "antiguos amigos". Después de unas semanas, soltarán a los dos elegidos en un campo de batalla a muerte, donde Haymitch, Peeta y yo, intentaremos salvarles la vida. Al menos a uno de los dos. No estoy preparada para ello. Definitivamente. Al menos tengo a Haymitch. Y a Peeta…sí, les tengo a ellos, no voy a estar sola. Supongo que todo el papeleo y las charlas con los patrocinadores las realizará Haymitch, Peeta y yo sólo seremos la imagen, la cara de nuestro distrito.
Peeta…casi se me olvida que tan sólo en unas pocas horas tendremos que fingir que seguimos locamente enamorados. Esta vez será más difícil, la última vez él no estaba fingiendo y no me odiaba. Ahora todo está al revés. Y tenemos que actuar como un equipo.
-Haymith, creo que es un poco tarde. Será mejor que esté ahí cuando Prim se despierte.
-De acuerdo, ¿nos vemos en la plaza, entonces?-me responde, con un aire decepcionado en su voz.
-Pues venir a casa para mientras Prim se prepara. Le tranquilizará verte por casa.
Tras varios intentos de convencerle, durante, lo que me parece al menos, media hora Haymitch acepta mi invitación. Nos reuniremos con Effie y con Peeta allí.
Cuando llegamos a casa Prim aún no se ha despertado. Mi madre sí, y nos ofrece un abundante desayuno. Aunque digo que ya he desayunado, aún no he sido capaz de hacerle ascos a una mesa llena de comida, después de todo lo que he pasado. Haymitch también acepta y los tres nos sentamos a la mesa sin articular palabra.
Unos cuarenta y cinco minutos después Prim, baja la escalera y nos saluda con un simple "buenos días". Tenía razón, ver a Haymitch en casa le agrada y le da un abrazo más largo de lo usual cuando le saluda.
Está nerviosa, quizá no demasiado, pero lo está. Y aunque ella intente evitarlo, ha derramado la leche que se echaba en su vaso del desayuno, así como el azúcar. También se lo noto en su voz, pero durante el resto del desayuno la palabra "cosecha" no sale a relucir. Supongo que hemos avanzado algo respecto al año pasado. Espero que Prim no asuma que por haber salido el año pasado queda exenta de La Cosecha. Quizá yo también me he agarrado a esa idea durante los últimos días, pero la realidad es la realidad, Prim podría estar camino del Capitolio en tan sólo unas horas. Es una niña lista, no se lo hemos dicho, pero ella sabe perfectamente que hoy podría salir, igual que cualquier otra niña. Supongo que se agarra a la idea a la que nos agarramos todos, "¿Salir elegida dos veces seguidas entre miles? Malo será…"
