Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Magnolia822, yo solo la traduzco.
AN ACQUIRED TASTE
Capitulo uno - ¿El chef más caliente de América?
Suspiré y me alejé de mi escritorio estirándome, conteniendo un bostezo mientras consideraba los contratos que tenía delante. La temporada de bodas en Nueva York atraía a La Vie en Rose a algunos de los clientes más ricos y frívolos de la ciudad. Esta pareja en particular quería helados cubiertos de confeti de oro; aparentemente, la novia había visto un programa sobre los postres más caros del país y ese había sido uno de ellos. Para mí, sonaba malditamente hortera.
Por supuesto, no podía quejarme ya que clientes como estos eran los que ayudaban a poner a mi negocio en el mapa. Hace solo cuatro cortos años, Rose, mi mejor amiga, y yo empezamos de la nada, llamando a nuestro negocio Comestibles Swan y Hale; tenía un préstamo bancario que dejaba en vergüenza a los de los estudiantes de medicina y una pequeña cocina y oficina en el distrito de la industria cárnica. Empezamos como algo pequeño – cinco empleados, uno de los cuales nos convenció de cambiar el nombre a La Vie en Rose – cogiendo todos los contratos que nos llegaban y trabajando a altas horas de la noche.
Buscando con los pies mis zapatos debajo de la mesa, pulsé el botón del interfono. Mi asistente, Emmett, respondió casi inmediatamente.
— ¿Bella, todavía estás aquí?
— Sí,— dije cansada. — Todavía aquí.
— Creí que te habías marchado, chica. No he oído ningún gemido ni gruñido en la última hora.
— Ja ja. Escucha Em, necesito que me encuentres un ingrediente. ¿Puedes venir un segundo?
Un momento después, Emmett entró por la puerta. Su ajustada camisa negra de botones se estiraba por sus gigantes pectorales, las mangas subidas enmarcaban el final de su tatuaje de brazo entero – algo en lo que había trabajado años. Mientras se mantuviera cubierto durante los eventos, no me importaba.
— ¿Has llamado, querida? — Se sentó frente a mí, cruzando su tobillo sobre su rodilla.
Deslicé el contrato hasta él y apunté a mis notas con la goma de mi lápiz. — La boda Steinwey/McCloud quiere maldito confeti de oro en su helado; odio hacerte trabajar mañana en tu día libre... pero...
Emmett cogió un papelito de mi escritorio y apuntó. — Hmm... oro para la boda Judia/Shiska. El cariñito empieza bien. Lo tengo.
— Emmett. — Resoplé aunque no era mi intención.
— ¿Qué? — preguntó inocentemente. — Sería un gran reality show.
— Estás en el negocio equivocado, amigo mío.
— Vale, jefa, ¿eso es todo?
— Sip, eso es todo por ahora. Creo que me marcho.
— Ya era hora. Es increíble que puedas mantener un hombre con este horario loco. — Se puso de pie de nuevo y me miró apreciativamente, en parte juzgándome y en parte con preocupación.
Miré mi reloj, notando con alarma como había volado el tiempo. Ya son más de las ocho. Oh no.
— No tenía ni idea de que fuera tan tarde. — Hice una pausa. — ¿Qué haces todavía aquí?
— Laurent jodió el pedido de pastelitos para la cosa de la NBC. — Emmett suspiró, poniéndose las manos en las caderas. — Le he estado ayudando con el glaseado.
— Mierda, ¿el pedido para Los 30 molan? No destroces los pastelitos de Baldwin.
— Lo sé, — contestó Emmett con un estremecimiento apenas disimulado. — ¿Recuerdas lo que pasó la última vez?
— No me lo recuerdes.
Aparentemente, Alec Baldwin tenía una seria aversión a cualquier comida de color rosa; reaccionó mal a nuestro postre del Día de San Valentín, gritando algo sobre amor y abandono. Hasta ese día, no había conocido las alegrías de limpiar mantequilla del techo de los estudios de la NBC.
El hecho de que hubiéramos mantenido el contrato después de aquello parecía un pequeño milagro.
— Vale, bueno, gracias por protegerme.
— Suena bien, dulzura. ¿Quedamos para ir a yoga mañana?
Los domingos por la mañana, Emmett solía sacarme a rastras de la cama para ir a su clase de la mañana en el Lower East Side. Sudábamos como cerdos, luego íbamos a beber batidos de yogur de spirulina para limpiar nuestros chacras. O algo. En los últimos seis años, Emmett se había convertido en mi amigo más cercano, además de Rose. Los tres pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo libre juntos, a no ser que alguno tuviera una distracción del mes. Mi vida amorosa era ciertamente más calmada.
— Si puedo. Tal vez vaya a la casa de Felix esta noche. — El chico al que veía desde el pasado año vivía en Brooklyn y, si iba allí esta noche, no me veía volviendo a Manhattan tan pronto por la mañana.
Emmett suspiró dramáticamente. — Oh bueno. Bien, solo abandóname.
— Yo nunca te abandonaría, cariño.
— Mmm-hmm. — Asintió con escepticismo pero sonrió, moviendo las cejas. — Diviértete. No hagas nada que yo no haría.
— No voy a tener sexo anal esta noche.
— Pero te encanta. — Sonrió ampliamente.
— Sí. La verdad es que me gusta un poco.
— Demasiada información, chica, demasiada información.
Reí por la broma; cualquiera que conociera a Emmett bien sabía que él no consideraba nada demasiado personal.
Después de que Emmett y yo nos despidiéramos, cogí mis cosas y miré a mi alrededor en mi oficina, asegurándome de que había recogido todo el trabajo para mañana por la tarde en mi "día libre".
Como habían cambiado las cosas con el tiempo.
Aunque yo todavía trabajaba en eventos, ahora tenía veinte empleados, una cocina mucho más grande con mejor equipamiento y una tienda donde vendíamos algunos de nuestros entrantes más populares, de forma individual y congelados. Mi oficina estaba en el segundo piso de un edificio recién recalificado y remodelado justo enfrente de uno de los restaurantes de Mario Batali – una de las muchas señales del aburguesamiento que había convertido al distrito de la industria cárnica en un vecindario tan popular. En muchos sentidos era algo triste; odiaba la idea de echar a viejos residentes, la mayoría pobres o pertenecientes a minoridades, y subir el alquiler. Pero ningún lugar de Manhattan había escapado a este destino. Al menos no se había convertido en la Disneyficación de Times Square... a veces extrañaba la mierda y las putas de la zona, solo por la sensación sucia que daba. Me gustaba que las putas fueran más descaradas.
Cerré la puerta con llave detrás de mí, notando que Emmett había ido al piso de abajo, probablemente para ayudar a Laurent a terminar. Una vez fuera, marqué inmediatamente el número de Felix. Habíamos planeado quedar para cenar esta noche, pero él no había llamado.
Respondió al tercer tono.
— Hey, — dije, abriendo la puerta principal y saliendo a la bochornosa noche de la ciudad. La gente caminaba rápido de camino a cenar o a casa del trabajo e inmediatamente tomé ritmo detrás de una pareja que paseaba a su Boston terrier, una cosa mona y jodidamente fea.
— ¿Ya te vas?
— Sí. Lo siento mucho. Voy a parar en mi apartamento para coger mis cosas. Puedo estar allí en una hora.
— Serán casi las diez para entonces, Bella, — dijo Felix. Su voz parecía cansada, irritada.
— ¡Lo sé! Doy asco. De verdad. Honestamente no tenía ni idea de la hora que era hasta que Emmett me lo ha recordado.
Suspiró y frené el ritmo.
— ¿No quieres que vaya? — pregunté casi en un susurro.
— Tal vez no esta noche. Estoy muerto. He tenido un día realmente asqueroso. — Como abogado en una prestigiosa firma de Nueva York, Felix trabajaba horas extra igual que yo. Era una de las razones por las que nuestra relación funcionaba.
— ¿Y qué hay de mañana? ¿Quieres que nos encontremos y comamos en el parque?
— No puedo. Tengo que trabajar mañana. — Bostezó audiblemente, lo que por alguna razón me irritó.
— ¿Un domingo?
— Tengo ese gran caso que empieza el lunes, ¿recuerdas?
— Lo olvidé. Claro. Supongo que entonces hablaremos después.
— Sí, sí. Llamaré cuando salga. No debería ser muy tarde.
— Suena bien.
Hablamos unos minutos más mientras iba a casa, pero la conversación parecía superficial. Tampoco es que pareciera que cualquiera de los dos tuviera mucho que decir, y Felix expresó un interés mínimo cuando me quejé por los hortera helados dorados. Para ser justos, a mí no podía importarme menos su reunión de negocios para jugar al golf que tenía en Jersey. ¿Había sido siempre así? Me pregunté mientras giraba hacia la derecha en la calle con árboles del West Village donde tenía alquilado un pequeño apartamento en una casa adosada, colgando el teléfono con un suspiro. Suponía que esta noche no habría nada de sexo, anal o de otro estilo.
Parece que tengo una cita con mi vibrador y taquitos congelados. Genial.
Consideré brevemente llamar a Rose y preguntarle que planes tenía, pero imaginé que estaba pasando la noche con Demetri, su nuevo y fabuloso toy boy griego. Y salir con Emmett a los bares para osos no sonaba atractivo – para nada. La última vez que lo hice, Emmett me dejó liándome con un tío llamado Steve y terminé emborrachándome con una drag queen que me metió mano y me robó el monedero.
Mientras buscaba la llave, un maullido lastimero pero delicado se escuchó al otro lado de la puerta.
— Hey, PV, — dije mientras abría la puerta y dejaba las bolsas en suelo. Mi gata rojiza se frotó contra mis piernas, moviendo la cola de un lado para otro. — Lo sé. Lo sé. Es la hora de la cena.
Al oír la palabra "cena", PV fue hacia la cocina, el sonido de sus pisadas apenas era audible en el suelo de madera.
Además de Emmett y Rose, Pussy Veritas, mi gata de seis años, era mi compañera más leal. Por supuesto, no estaba muy segura de si realmente yo le gustaba o si solo le gustaba la materia gris y maloliente que echaba cada noche en su plato.
Probablemente era un poco de las dos cosas.
Le había legado su nombre en latín después de que el suyo original se hiciera... desagradable.
Arrugué la nariz y le di a PV su comida de tripas en lata antes de rebuscar en mi congelador algo que se pudiera comer. Para ser dueña de un negocio de catering, había pocos víveres reales en mi apartamento. Finalmente, localicé un triste paquete de comida precocinada y lo metí en el microondas, poniéndome una copa gigante de Burdeos de la botella que había abierta en la mesa mientras esperaba a que se calentara.
Facturas, facturas, extractos de la tarjeta de crédito; miré mi correo con poco interés mientras PV devoraba sonoramente su cena. Hubo un momento en que me miró con una expresión que solo podía ser nombrada como escepticismo.
— Lo sé, lo sé. Este vino está completamente oxidado. Mami debería haber comprado una buena botella nueva. — Movió de nuevo la cola y juraría que rodó los ojos, y volvió a ponerse a comer.
Unos minutos después, con un humeante plato de linguini con brocoli y una copa de vino de la mano, fui a la pequeña sala de estar, encendí la televisión y me hundí en mi mullido sofá verde con un suspiro de alivio. Se sentía bien estar en casa. Finalmente saciada, PV se acurrucó a mi lado mientras yo hacía zapping, acabando en el Canal Cocina.
Últimamente había estado tan ocupada que apenas veía ya la televisión, aunque cuando lo hacía normalmente iba a los programas de cocina. Pillé el final de un programa de barbacoa que me hizo la boca agua, aunque no por el fango que tenía en el plato.
Esta mierda apesta, pensé, metiéndome una pinchada de pasta en la boca. Pero cocinar en casa ya no me parecía atractivo, no cuando lo hacía todo el día, cada día en el trabajo.
El programa terminó justo cuando yo acababa mi comida. Dejé el plato en la mesita y me estiré, preparándome para apagar la televisión cuando mi mandíbula golpeó contra el suelo.
El presentador habló excitado mientras un montaje de imágenes pasaba por la brillante pantalla de alta definición – santa mierda.
Pelo marrón rojizo. Ojos tan verdes que prácticamente brillaban en la oscuridad. Sonrisa engreída. No. No puede ser. Mi corazón latió con fuerza y mis manos parecieron estar llenas de aceite mientras luchaban por sujetar el ahora deslizante mando a distancia.
— Le habéis visto en El Mejor Chef del Reino Unido, donde recientemente superó a once competidores por la cima del mundo de la cocina. — Incluso en mi estado de estupor, regañé mentalmente a los guionistas por crear tal tontería. ¿El Mejor Chef del Reino Unido?
¿Realmente podía ser él?
Entonces apareció una imagen particularmente loca, dejándome sin dudas completamente. Con el pecho descubierto en la cocina. Sudoroso. ¿Es eso legal siquiera? Perdí el aliento de nuevo. Pero solo por el shock, no porque se viera increíble.
— Ahora, con un restaurante de tres estrellas Michelín bajo la manga y un nuevo establecimiento en proceso, el fenómeno británico Edward Cullen viene a América. ¿Su reto? Tomar a ocho cocineros de casa sin experiencia y convertirlos en chefs de calidad mundial. Solo uno llegará al final y se convertirá en El Chef más caliente de América.
Ahora Edward aparecía en la pantalla con una bata de chef, su loco pelo más salvaje y largo de lo que recordaba. Con los brazos cruzados, parecía mirarme directamente a mí.
Su voz resonó en mi cabeza, un recuerdo de sus manos en mis brazos se materializó, trayendo con él lo último que me había dicho: — Cuida de esa gatita*. — Y luego me había sonreído ampliamente – esa misma estúpida sonrisa con la que aparecía en televisión.
— Soy Edward Cullen y estoy aquí para darte el tratamiento real, América.
Eso rompió el hechizo.
— ¿El tratamiento real? — Medio me atraganté, medio resoplé. Wow, quien quiera que escribiera esa mierda debería ser cubierto de alquitrán y plumas. Edward parecía bastante complacido consigo mismo, su sonrisa de satisfacción levantaba la comisura derecha de su boca. Todavía no podía creerlo. Incluso me pellizqué.
Ow.
— Santa mierda, PV. ¿Estás viendo lo que yo? — PV se tumbó de espaldas, sus pequeñas pezuñas se extendían en el aire mientras esperaba a que le rascara la barriga. Ella no tenía ni idea de su conexión con el gilipollas que estaba en pantalla.
El presentador empezó a mostrar a los pobres infelices que serían humillados públicamente por Edward en el nombre del entretenimiento y mis ojos se ensancharon más y más. Una ama de casa de Duluth llamada Victoria, cuyo plato era una salsa de siete capas. Un tipo de Albany que parecía vender drogas y estaba tatuado. Una pequeña y tímida chica que no podía tener más de diecinueve años y se retorcía como un adicto al crack. Un hombre con tres barbillas y, según parecía, probablemente más estómagos. Zafrina, una chica que solo soltaba risitas con las tetas más grandes que Rosalie. Hmm.
Edward miró a su variopinta panda, con las manos en las caderas y el ceño fruncido. Dijo algo ridículo sobre esto siendo "lo máximo" y que no iba a lidiar con ninguna "condenada práctica fraudulenta". Las palabras que salían de su boca parecía tan extrañas, y no porque estuvieran enfatizadas con maldiciones británicas y coloquialismos.
No parecía para nada el mismo tipo.
Pero nunca le había conocido realmente, ¿verdad?
n/t: **Cuando Edward dice "Cuida de esa gatita", en el original está diciendo "Take care of that pussy". "Pussy" significa gatito, pero también se utiliza como argot para referirse al organo sexual femenino así que le puede estar diciendo que se haga cargo no solo de la gatita...
Hola!
Aquí la nueva traducción que os dije. Espero que os guste, es una historia muy divertida con solo un 1% de drama y capitulos no muy largos que no tardan mucho en ser traducidos.
La fecha de actualización está en mi perfil.
-Bells, :)
