CAZADORES DE MORTÍFAGOS

Por Cris Snape


Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.

Esta historia ha sido creada para el "Amigo Invisible 2012/13" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black"

Para Silvers Astoria Malfoy


PRÓLOGO

Manchester. Mayo de 2003.

Una de las actividades favoritas de la señora Bramson era espiar a sus vecinos. La anciana vivía en la primera planta de una antigua casa victoriana reconvertida en bloque de apartamentos y tenía un bonito perro labrador color pardo llamado Ludwig que acostumbraba a ladrar por las noches. Se había quedado viuda tres años antes y su hijo vivía en Estados Unidos desde hacía cinco. A la señora Bramson le gustaba presumir de que su querido Jack trabajaba para una importante empresa farmacéutica, investigando curas para un montón de horribles enfermedades. Lamentaba, eso sí, no poder verlo más a menudo.

Aunque la anciana solía ponerse un poco triste cuando se acordaba de que su Jack estaba al otro lado del océano, ese día estaba de muy buen humor. Por la noche había descubierto que Sarah, la guarrilla del ático, tenía un nuevo ligue y había escuchado una discusión entre Pamela y Tyler, los recién casados del piso de al lado.

La señora Bramson siempre negaba rotundamente hacer oído para escuchar a los vecinos, pero ciertamente era lo único que podía hacer para poner un poco de picante en su vida. Ella, que durante más de cuarenta años había trabajado como matrona en uno de los hospitales con más trajín de la ciudad, echaba en falta el ajetreo de su vida anterior. Mientras su esposo Joe estuvo vivo, la mujer había podido sobrellevar la situación saliendo de paseo y cenando en restaurantes elegantes y carísimos, pero ahora sólo le quedaba Ludwig. Y el chismorreo, por supuesto.

Puesto que la mañana había amanecido muy luminosa, la señora Bramson decidió ir a cuidar de los parterres con flores que había instalado en el jardincito de la finca. Algunos de los vecinos le habían dado las gracias por mantener todas las plantas tan bien cuidadas y, aunque por norma general la anciana les ponía buena cara, ciertamente pensaba que ya podían estirarse un poco, dejarse de gratitud y darle una propinilla por los servicios prestados.

Estaba abonando la tierra cuando vio de refilón al inquilino del semisótano. Era un tipo desaseado y con muy mala pinta del que no se fiaba ni un pelo. Había llegado al edificio seis meses antes y la señora Bramson no lo había visto cambiarse de ropa ni una sola vez. Siempre iba por ahí con esos pantalones gastados y esa capa oscura que debía dar un calor horrible. Tampoco tenía por costumbre afeitarse o lavarse el pelo, así que la buena mujer difícilmente podría mirarle con buenos ojos. De hecho, estaba convencida de que ese hombre era un delincuente y así se lo había hecho saber a Bryce, el policía del segundo que llevaba más de diez años viviendo con Paolo, un chico italiano guapísimo.

Bryce no le había hecho ningún caso. Le había dicho que no podía sospechar de un hombre simplemente porque fuera un poco guarro y le había pedido que se olvidara del asunto. Y la señora Bramson no se había olvidado de nada, faltaría más, pero había aprendido a ignorar a ese hombre. Al menos aparentemente.

Ludwig, que era el perro más listo del mundo, se puso alerta en cuanto lo vio salir del edificio. La señora Bramson estaba convencida de que si el hombre intentaba atacarla, Ludwig se arrojaría a su cuello y le degollaría en menos que canta un gallo. Como debía ser. Sin embargo, esa mañana no hubo ataque alguno. El tipo sospechoso ni siquiera le dio los buenos días y se largó calle abajo dando grandes zancadas. La mujer dudaba que tuviera un empleo, así que seguramente se pasaría todo el día robando para poder pagar el alquiler.

Podría haberse pasado horas haciendo elucubraciones sobre ese vecino en particular, pero decidió concentrarse en sus labores como jardinera. Algunas de las plantas se le habían echado a perder durante el crudo invierno y se dijo que le iba a pedir a Pamela que la llevara al vivero para comprar unas cuantas plantas nuevas.

Justo cuando estaba más ocupada, una voz sonó a su espalda. Era femenina y sonó muy amable, pero la anciana se asustó igual. A esas alturas, Ludwig ya estaba enseñando los colmillos y tenía el lomo erizado, presto para el ataque.

—Buenos días, señora. Perdone que la moleste, pero me gustaría hacerle un par de preguntas si no le importa.

La señora Bramson entornó los ojos y miró a la mujer. Era una chica muy joven, de pelo castaño largo y ondulado y ojos oscuros. Aunque la había asustado un poco, parecía de fiar porque venía bien vestida y sonreía con mucha calidez. La anciana, que a lo largo de su vida había tratado con numerosas personas de toda clase y condición, no tardó en sentirse más tranquila y se acercó a ella un poco. Ludwig dejó de gruñir y se sentó relajadamente a su lado.

—Verá, señora…

—Bramson. Me llamo Mariah Bramson.

—Señora Bramson. Estoy buscando a este hombre. Es un delincuente muy peligroso y me han informado de que podría estar viviendo en los alrededores.

La anciana dio un brinco espectacular cuando vio la fotografía de aquel hombre. Ni siquiera tuvo tiempo para intentar calmar sus nervios. Comenzó a darse aire con las manos mientras su querido perro se ponía a ladrar como un condenado.

— ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! ¡Lo sabía! Se lo dije a Bryce, ¿sabe? Se lo dije en cuanto puso un pie en el edificio, pero Bryce no me hizo caso. "Le aseguro que ese hombre no ha hecho nada, señora Bramson", me dijo el muy idiota. "Lo sabría si fuera alguien peligroso". ¡Ja! Siempre lo digo, señorita. La policía de hoy en día no es como la de antes. Muchos cacharros electrónicos y todo eso, pero a la hora de la verdad nada de nada.

La señora Bramson detuvo un instante su verborrea para tomar aire, pero la chica joven la interrumpió, claramente ansiosa por retomar las riendas de la conversación.

— ¿Me está usted diciendo que conoce a este hombre?

— ¡Por supuesto que sí! Vive justo aquí, en el semisótano. ¡Al lado de mi casa! ¡Oh, qué horror! Cuando la pobre Gemma se entere. Está embarazada y ese sinvergüenza de su novio no quiere casarse con ella. ¿Puede creerlo, jovencita? ¡Pobre Gemma! Con lo impresionable que es. Tal vez sería mejor no decirle nada. ¿No le parece? Si ha venido a detener a ese hombre, bastará con que se lo lleve. Gemma no tiene que enterarse.

La chica joven asintió y echó un vistazo a su alrededor. Después, habló en tono confidencial.

— ¿Cree que podría entrar al apartamento de su vecino, señora Bramson?

— ¡Oh, querida! No podría hacer eso. Conozco al arrendador de los pisos de toda la vida y se llevaría un disgusto tremendo, el pobre —La anciana sonrió y le puso una mano en el brazo—. Pero podría esperar a ese delincuente en mi casa si lo desea. Prepararé té y le daré un trozo de la tarta de manzana que cociné ayer.

—Le agradezco el ofrecimiento, pero no será necesario. Mis compañeros y yo esperaremos al sospechoso en la calle. ¿Podría decirme cuándo regresa?

—Pues normalmente viene a eso de las dos, pero váyase usted a saber. Una puede esperar cualquier cosa de esa clase de gente.

—Por supuesto —La chica guardó la fotografía y le estrechó la mano—. Muchas gracias por su ayuda, señora Bramson.

—De nada —La joven ya se alejaba cuando le habló de nuevo—. ¿Podría decirme qué ha hecho ese hombre?

Tras un segundo de duda, la chica le sonrió con la misma educación de la primera vez.

—Me temo que no podría comprenderlo, señora Bramson.

Y se marchó. La anciana se quedó muy quieta un segundo y luego acarició la cabezota de Ludwig con la certeza de que todos en el edificio iban a librarse de una auténtica lacra. Pensaba echarle una buena bronca a Bryce y también se aseguraría de que Gemma no se enterara de nada. ¡Oh, sí! Pobrecita Gemma.


El grupo de captura estaba formado por Stanford Carpenter, Irving Waterman y ella misma. Los tres tenían en común que habían pertenecido a la casa de Ravenclaw durante sus años como estudiantes en Hogwarts y, lo más importante, que eran de origen muggle y habían sufrido la persecución de Voldemort y sus mortífagos.

Carpenter era un brujo bajito y ancho de hombros que acababa de entrar en la treintena. En Hogwarts había destacado por ser un buen pocionista y había empezado a conseguir cierta fama entre sus colegas de profesión cuando los mortífagos lo arrestaron y lo llevaron a Azkabán. Allí había perdido el ojo derecho, un buen puñado de dientes y las ganas de ser piadoso con cierta clase de, lo que él consideraba, escoria.

Si Carpenter tenía motivos para odiar a los mortífagos, Waterman lo superaba con creces. Era un brujo cincuentón de complexión atlética y ojos claros. En su juventud había jugado al quidditch y en el momento de su arresto entrenaba a los Kenmare Kestrels. El brujo era fuerte tanto física como mentalmente y hubiera podido soportar su estancia en Azkabán si no hubiera compartido celda con su único hijo y si éste no se le hubiera muerto en los brazos. Waterman no hablaba mucho, pero Penny había tenido ocasión de comprobar que era el más furioso y resentido entre todos los cazadores de mortífagos.

El grupo se había formado meses después de la derrota de Voldemort. Los aurores no daban abasto para perseguir y detener a los antiguos seguidores de aquel monstruo y algunas de sus víctimas habían decidido unirse para darles caza. ¿Quién mejor que ellos para vengar las afrentas sufridas? Al principio apenas fueron una docena, pero con los años se habían convertido en una fuerza de considerable poder dentro del mundo mágico de Inglaterra. El Ministerio no siempre veía con buenos ojos sus métodos, pero hasta ahora no se les habían impuesto demasiados límites.

Penélope se había unido a ellos casi dos años después de ser liberada de Azkabán. En aquel entonces las pesadillas eran una constante y se había planteado abandonar el mundo mágico para siempre. No lo había hecho por Percy, porque su novio se había mantenido fuerte junto a ella y había sugerido que colaborara con los cazadores. Penny empezó trabajando en sus oficinas, escuchando testimonios de supuestos testigos y enviando lechuzas sin parar, pero después de unos meses había entrado en acción y ya no podría detenerse. Capturar mortífagos era muy gratificante y hacía que los malos sueños desaparecieran casi por completo.

— ¿Estás segura de que ese cabrón vive aquí? —Preguntó Carpenter, que era de naturaleza impaciente y no podía estarse quieto ni un segundo.

—La mujer con la que hablé reconoció de inmediato a Rowle. Dijo que siempre venía después del mediodía, así que no creo que tarde en llegar.

—Recordáis el plan, ¿verdad? —La voz de Waterman siempre sonaba como un graznido—. Esperaremos a la noche para irrumpir en su casa. Ya he comprobado que no tiene ningún hechizo de protección. Será fácil capturarlo. Procuraremos que los muggles no se enteren de nada, pero si ven algo…

—Yo me encargo de borrarles la memoria.

Penny completó la frase con una sonrisa. Siempre se dedicaba a esos menesteres porque era capaz de desmemorizar con gran delicadeza. Ninguno de los tres deseaba que los muggles resultaran dañados en forma alguna y tomaban todas las precauciones necesarias para que las capturas fueran lo más discretas y rápidas posibles.

Thorfinn Rowle se había escapado durante la Batalla de Hogwarts, aprovechando la confusión reinante después de la muerte de Voldemort. Muchos habían actuado de la misma forma y aún había decenas de mortífagos escondidos en todos los rincones del mundo. A Rowle habían estado a punto de capturarlo un año antes en Edimburgo, pero se había escabullido como una serpiente y no había dado señales de vida en todo ese tiempo. Había aprendido a apañárselas sin magia porque era consciente de que utilizarla supondría una captura casi inmediata, y había logrado huir durante cinco largos años. Hasta esa noche. Ni Penny ni sus compañeros iban a consentir que se les escapara de nuevo.

Rowle llegó a casa un poco más tarde de lo que la señora Bramson le había dicho, pero en cuanto le pusieron los ojos encima se llevaron una buena alegría. A Carpenter se le notaba a la legua que se moría de ganas por arrojarse sobre él, pero Waterman lo contuvo. No era el momento. Debían esperar e ir a por él amparados en la protección de la noche. Penny miró a los dos hombres y los tres se sonrieron. Azkabán tendría un nuevo inquilino próximamente.


Penny se había negado en rotundo a vivir en el mundo mágico. Con el dinero que el Ministerio de Magia le había dado en compensación por los abusos sufridos en Azkabán, la joven se había comprado una pintoresca casita con jardín a las afueras de una tranquila población muggle. Percy Weasley no vivía oficialmente con ella, pero era mucho el tiempo que pasaba entre esas cuatro paredes. Al brujo le gustaría poder decir que en compañía de su novia, pero últimamente Penny estaba más ocupada que él. Y eso era mucho decir.

Cuando consultó la hora y comprobó que eran las once de la noche, comprendió que Penny se iba a perder la cena especial que le había preparado. Quería celebrar con ella que ya hacía cinco años que había recuperado la libertad, pero la chica había dejado de prestar atención a esos detalles. Algunas mujeres que quejaban constantemente de que sus parejas se olvidaban de las fiestas importantes y no se esforzaban por mantener el romanticismo, pero Percy no estaba con una de ellas. Más bien todo lo contrario.

Apagó las velas con resignación y decidió salir al jardín a tomar un poco el aire. La noche estaba resultando un tanto fresca, pero le agradó el aroma del campo. Desde allí podían verse un bosque y la casa de los vecinos más cercanos. Era una antigua granja ubicada a unos quinientos metros en la que vivía una chica joven que trabajaba como enfermera. Percy acostumbraba a verla pasear por los alrededores con su bicicleta roja y disfrutaba conversando con ella porque era una chica agradable. Suponía que a esas horas ya debería estar en su casa, enfundada en un ridículo pijama estampado con muñequitos. Por eso le sorprendió verla acercándose con su bici.

Audrey Ramsey era una chica menuda y delgada, de pelo y ojos oscuros y sonrisa encantadora. Era la persona más paciente y amable que Percy había conocido en mucho tiempo y una charlatana de mucho cuidado. En ocasiones incluso resultaba avasallante y solía ponerse más roja que un tomate cuando se daba cuenta de que había hablado demasiado. Percy sabía que se había ganado el cariño de los habitantes del pueblo y que el médico local sentía por ella un gran respeto profesional.

Cuando llegó a su altura, Audrey detuvo la bici y le sonrió como solía hacer cada vez que lo veía.

—Hola, Percy. ¿Penny no ha vuelto todavía?

—Ha debido surgirle algo porque se está retrasando un poco.

—Me hubiera gustado mucho saludarla. Llevo unos días sin verla.

—Le diré que has preguntado por ella —La chica asintió a modo de agradecimiento y Percy siguió hablando—. Te hacía en casa.

— ¡Oh! Y ya estaba preparada para irme a la cama. He tenido un día horrible y estoy agotada, pero el hijo pequeño de los Rice se ha caído mientras intentaba escalar un muro y he ido a curarle un par de cortes. No sabes cómo lloraba el pobrecito.

—Seguro que mañana está mucho mejor.

—Eso por supuesto. De hecho, creo que volverá a intentarlo con el muro en cuanto su madre se descuide.

Percy, que conocía a ese chaval de vista, no tuvo la menor duda de que la chica tenía razón.

—Oye, Audrey. ¿Por qué no pasas y te tomas una copa conmigo mientras Penny viene a casa?

—Me gustaría, pero mañana tengo que madrugar y me conozco cuando empiezo con las copas. Otro día será.

—Claro. Otro día.

Audrey se despidió con un gesto animoso y Percy se quedó parado mirándola. Definitivamente era una chica muy simpática. Aunque no le gustara mucho pensar en ello, últimamente mantenía más conversaciones con ella que con Penny. Cuando era un adolescente y se imaginaba como sería su vida al lado de su novia, pensaba en que se comprarían una casa en Hogsmeade y que los dos trabajarían en el Ministerio y se convertirían en personas muy importantes, pero la realidad le había dado un bofetón.

Percy trabajaba en el Ministerio, eso por descontado, pero era un funcionario del montón y, aunque sus expectativas no se estuvieran viendo colmadas, se sentía satisfecho. Sabía lo que la ambición desmedida podía hacerle y no deseaba repetir los errores del pasado. En cuanto a Penny, estaba muy ocupada siendo una de las famosas cazadoras de mortífagos que impartían justicia en la comunidad mágica. Muchos sentían admiración por ellos, pero Percy no podía evitar sentirse muy frustrado porque creía que día a día estaba perdiendo a su novia. A veces se decía que sólo estaba en esa casa por inercia, porque era donde se suponía que debía estar. Y por Audrey.

Agitó la cabeza y se negó a pensar en ello. No sabía muy bien qué sentía por la chica muggle, pero era del todo inadecuado. Su relación con Penny podía ser un desastre y hacer aguas por todos lados, pero estaban juntos y era lo único importante. Pensar en otras chicas no estaba bien. Era un error y él ya había cometido demasiados en su vida. Ahora debía actuar con cuidado y no dar un paso en falso para no cargarse su estilo de vida. La vida que él había escogido y que tanto le gustaba. Supuestamente.

Se puso un poco tenso cuando escuchó el coche de Penny acercándose por la calle. Todo el mundo en el pueblo creía que tanto él como la chica trabajaban en sendas oficinas de la ciudad más cercana. Percy había tenido que aprender a conducir para recorrer con un destartalado vehículo los cuarenta kilómetros que lo separaban de su supuesto lugar de trabajo. Una vez allí, metía el coche en un garaje alquilado y se desaparecía hasta el Ministerio de Magia. Penny encontraba esa situación divertida, pero a él empezaba a darle dolor de cabeza. Era agotador y sólo por eso se estaba planteando dejar de visitar a su novia tan a menudo. Total, para el caso que le hacía.

Penny detuvo su coche justo frente a él. Percy supo que había tenido un buen día cuando vio su sonrisa resplandeciente. Y aunque le gustaba muchísimo verla tan feliz, no podía evitar recordar desplante sufrido.

— ¡Oh, Percy! Estás aquí.

Sin permitirle hablar, Penny le rodeó el cuello con los brazos y le dio un beso que tuvo el efecto de dejarlo medio atontado. Después, tiró de él hacia la casa y cerró la puerta con algo de brusquedad.

—Al fin hemos capturado a Rowle, Percy. Tenemos que celebrarlo.

Era evidente la clase de celebración que quería tener, pero el brujo rehuyó sus abrazos e intentó conectar con las palabras que acababa de escuchar.

— ¿Quién?

—Rowle. Ya sabes, alto y rubio. Intentó matar a tu hermano Ron durante la boda de tu otro hermano Bill. Lo hemos capturado mientras dormía la mona, el muy imbécil. Apenas ha opuesto resistencia, pero lo aturdimos por si acaso. A estas alturas ya debe estar en Azkabán.

— ¡Vaya! Me alegro mucho.

Y realmente se alegraba porque sabía lo importante que era para Penny acabar con todos esos monstruos, pero aún estaba herido en su orgullo y la chica se lo notó.

— ¿Te pasa algo?

No necesitó respuesta. Penny vio la mesa elegantemente engalanada y se mordió el labio inferior.

— ¡Oh, joder! ¡La cena!

—Da igual. Entiendo que estuvieras ocupada. Lo haremos otro día.

Si las cosas entre ellos estuvieran un poco mejor, Penny hubiera intentando convencerlo para cenar en ese momento, pero no lo hizo. Dejó que Percy se alejara de ella y echara mano de su varita. Estaba cabizbajo y desilusionado y su alegría por haber capturado a un nuevo mortífago se esfumó un poco.

—Tengo que irme a mi casa, Penny. Creo que hay un problema con los vecinos y tengo que…

Era una excusa tonta y Penny no se la creyó, pero asintió igualmente.

—Claro, tranquilo. Vete.

—Hasta mañana. Y felicidades por haber cogido a ese tipo. De verdad.

—Gracias.

Se despidieron con un beso. Cuando Percy se desapareció, Penny se quedó con la extraña sensación de que ya no necesitaba su presencia tanto como antes.

Le sorprendió que el pensamiento apenas le resultara doloroso.


Y hasta aquí el prólogo de la historia. El fin tendrá varios capítulos y actualizaré todos los miércoles y sábados. Aclarar que ha sido escrito para mi Amiga Invisible, que no es otra que Silvers Astoria Malfoy, para la actividad organizada por el foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Espero que os guste a todos, claro que sí, pero especialmente a ella porque me ha tocado ser su Reina Maga. A ver si logro que empieces el año con buen pie. Además, quiero dar las gracias a Sorg-esp por echarme una mano con esta historia. Gracias, gracias.

Besetes para todos y ya sabéis lo que hay que hacer para dejar vuestras opiniones: se rellena el cuadrado de ahí abajo, se le da a enviar y ya tenemos nuestro comentario recién servido.