Los personajes y el universo en que se desarrolla esta historia son propiedad intelectual de J. K. Rowling
FORMAS DE TORTURA
Dedicado a Lunitadiciembre, con todo mi cariño. Además, en los últimos días he tenido el lujazo de conocerte un poquito más, así que me hace especial ilusión regalarte este fic, también en señal de agradecimiento por tu apoyo en el AI secreto ;). Espero que disfrutes tu regalo de reyes. ¡Feliz Navidad y próspero año nuevo!
I.
Por diversión
La mañana era heladora, húmeda y sombría. El cielo estaba totalmente sepultado por las nubes; había llovido la noche anterior y la hierba estaba embarrada. Unas botas viejas chapotearon en el lodo bajo los árboles...
—Linda, bonita, preciosa culebrita, ven con Morfin, ven con él. Sí, ven con Morfin... preciosa culebrita... Serpiente bonita... ven con él.
El reptil paladeaba el aire con su lengua viperina mientras se deslizaba sinuosa y lentamente desde los arbustos, atrapado en aquella melodía sibilante de notas agudas. A tan solo dos centímetros escasos de los pies del propietario de la voz misteriosa, el cuchillo cayó sobre su cabeza y el filo la partió en dos de manera bestial. Un amago de risa enfermiza vibró en la garganta de Morfin, como siempre que sentía aquel regocijo malsano que le producía la sola idea de matar.
Tomó el cuerpo escamoso de la víbora entre sus manos y lo hizo pasar entre sus dedos para impregnarse del hedor de la sangre. Un escalofrío le recorrió la espalda y sus hombros se convulsionaron en el momento en que se le escapó una risita maliciosa y siseante entre los dientes incisivos. Jadeó y en torno a su boca se formó una pequeña nube de bao cuando, bajo aquella mata de pelo enmarañado, largo y sucio, en que se confundían los colores de la tierra y el musgo, sus diminutos ojos negros brillaron de emoción al concebir un plan pérfido y astuto. Así pues, volvió a entrar en casa, no con ánimo de refugiarse del frío del invierno, sino conforme al artificio de sus propósitos. Husmeó el minúsculo recibidor para captar la esencia que más le desagradaba de su casa y, contra todo pronóstico, a sus labios afloró una sonrisa insidiosa. Fue a la cocina, con el cuchillo en una mano y la serpiente en la otra y la vio mirando por la ventana, sin percatarse siquiera de su presencia. Maldita traidora. Se acercó a ella desde atrás, sin apenas hacer ruido y con expresión taimada, le colocó la sierpe muerta en la garganta.
Merope se estremeció de asco al notar el contacto de la sangre y las escamas contra la piel, pero no se atrevió a moverse un ápice, muda de terror ante la mera sombra de su hermano acechándola.
—¿Qué miras, puta asquerosa? ¿A él otra vez? —susurró en su oído.
Morfin la abrazó desde atrás de forma brusca y, divertido, paseó la barbilla por el cuello de Merope. El cuchillo se lo colocó en el vientre y ella se mordió un labio, pero no contestó a la provocación.
—Ese sucio muggle —Morfin se rió—. Mugriento muggle. ¿Te parece guapo, Merope? ¿Te parece... atractivo?
Merope se contrajo en un espasmo involuntario y él soltó la serpiente sobre la clavícula de su hermana para, primero, tirar hacia atrás de la fina cadena de plata que rodeaba su cuello hasta comenzar a ahogarla. Ella boqueó. Instantáneamente, Merope se llevó las manos al guardapelo que colgaba de la cadena e intentó quitárselo, casi sin aire. Él no se lo permitió, soltó la cadena y le tiró entonces con fuerza del pelo oscuro y grasiento. Merope gritó.
—¡Contesta! —Morfin volvió a tirar, con saña y la serpiente cayó al suelo—. ¡Contesta, zorra, contesta!
Merope hizo un puchero y asintió con la cabeza; los ojos se le anegaron en lágrimas. Morfin torció la nariz para expresar su desagrado.
—Algo tendremos que hacer para que veas lo mugriento que es. ¿No te parece, malasangre?
En un acto reflejo inevitable, ella sacudió la cabeza, pero eso solo satisfizo más a Morfin. Se desprendió de ella de un empujón, con tal fuerza que ella trastabilló y cayó al suelo. Merope se encogió sobre sí misma y sin apartar la vista de su hermano, con los ojos abiertos de par en par, empezó a recular, arrastrándose hacia atrás, asustada. Él no le dedicó ni un minuto más de atención, recogió la serpiente del suelo y salió de la cocina a grandes zancadas con un solo pensamiento en mente. Antes de abandonar la propiedad de los Gaunt, clavó la víbora en la puerta con el cuchillo, consciente de que con el solo ruido al crujir la madera, torturaría aunque fuera un poquito más a aquella squib inútil.
Tom se despertó sobresaltado.
Estaba sudando a raudales y su respiración era entrecortada... Había tenido un mal sueño del que ya no podía acordarse. «Solo eso, un mal sueño»,se dijo mentalmente mientras retiraba el edredón hacia un lado y sacaba las piernas de la cama para enfundar sus pies en una desgastadas zapatillas de felpa.
La habitación estaba en penumbra porque aún era temprano; ni siquiera había salido el sol. Las cortinas, seguían corridas; sin embargo, la ventana estaba abierta de par en par, así que entraba una corriente de aire bastante desagradable y podía escucharse el ulular de un maldito búho que, probablemente, hubiera perturbado su descanso. Con todo, como no recordaba haber dejado las compuertas abiertas, supuso que habría sido un despiste de alguna de las doncellas y se dijo para sí lo que había escuchado decir a sus padres tantas veces: «Desgraciadamente, el servicio en Inglaterra ya no es lo que era».
Tom se restregó los ojos y se masajeó la cara antes de terminar de incorporarse del todo, con los hombros y la espalda todavía encogidos hacia delante. Entonces, tuvo la inquietante sensación de que alguien, a su espalda, lo observaba. Lentamente, giró el cuello por encima del hombro... No, no había nadie.
Por supuesto que no. ¿Quién iba a estar espiando a las cinco de la mañana en su alcoba privada? Nadie. Nadie en absoluto. Se levantó por fin y se acercó a la ventana para cerrarla y, en el momento en que hubo deslizado el pestillo y dejaron de oírse los intermitentes lamentos de aquella siniestra ave nocturna, un escalofrío le recorrió la columna vertebral... La habitación no había quedado en silencio. A los oídos de Tom llegaba con perfecta claridad una respiración pesada y bucal; pudo percibir el inconfundible sonido de un rechinar de muelas en una boca pastosa y un gruñido gutural que le obligó a ponerse en guardia. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron, pero no le sirvió de nada.
Ni siquiera vio al intruso porque este ni siquiera le dejó darse la vuelta para mirarlo a los ojos, cosa que no habría hecho porque de él se había apoderado un terror paralizante, vestigio de su última pesadilla. Antes de retorcerse de dolor en el suelo, le pareció sentir un mordisco en el tobillo. Después, un siseo que le hubiera puesto los pelos de punta de no ser porque parecía que era lo único que detenía el tormento antes del siguiente mordisco. Lo escuchó, por lo menos, diez veces más mientras sentía que algo ardiente recorría su cuerpo. Se extendía, se propagaba como un veneno, a velocidad vertiginosa. Jamás había experimentado nada parecido, pero la agonía era tal, que incluso llegó a desear la muerte, cosa que nunca se le había pasado por la cabeza a Tom Riddle; se profesaba demasiada devoción como para haber concebido antes un mundo en que él no existiera. No obstante, durante el brevísimo lapso de tiempo en que aquel calvario cesaba, después del segundo mordisco, el tercero, el cuarto... la parte de su cerebro que siempre buscaba culpables para todas sus molestias, faltas o equivocaciones... exigía saber: «¿Quién?»
Y ese alguien, llegado el momento, le tomó del cuello y lo alzó para ponerlo a la altura de sus ojos. Tom se ahogaba entre aquella mano firme y sucia, y aún así, pudo verlo y reconocerlo: no era otro que aquel pobretón harapiento, el extraño hijo de Gaunt.
—Obliviate.
Tom perdió el conocimiento por tercera vez en lo que iba de noche y Morfin lo acostó en la cama de mala manera, esta vez sin taparle. Abrió la ventana con un hechizo que no le hizo falta pronunciar y con una sonrisa estúpida y complaciente y los ojos entrecerrados se fue a esconder de nuevo en el armario. En realidad, el maleficio había hecho efecto hacía más de una hora y aquel muggle se llevaría una sorpresa al mirar su reflejo en el espejo al día siguiente, pero era demasiado divertido como para dejarlo ahí. Morfin clavó los ojos en el cuerpo maltrecho de Riddle y se relamió el labio inferior.
Otra vez.
