Los nombres de los personajes de éste Fic no me pertenecen, son propiedad intelectual de Kioko Mizuki. Esta breve historia fue escrita sin fines de lucro, sólo por el gusto de escribir y compartir.
Al escribir este breve relato, me he inspirado escuchando a Stjepan Hauser, es un excelente músico que toca el Chelo, hago referencia en algunos párrafos a las piezas que me han ayudado a ambientar las escenas en mi mente. Si les interesa escucharlas, pueden buscar en el canal de videos. La parte subrayada es la que pueden copiar y pegar para que les aparezca tal cual el video.
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AL OTRO LADO DEL TIEMPO.
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-Que regrese... es lo que más deseo.
La anciana mujer levantó una ceja y con una mirada más incrédula que curiosa miró a la jovencita frente a ella.
-No creo que sepa lo que está pidiendo muchacha. A los muertos no se les molesta...
-Usted no sabe cuánto duele, ¡usted no entiende cómo muero un poco cada que pienso en que él no está aquí!... siento que el aire me falta, siento que mi vida ya no tiene ningún sentido. Todos los días lloro, cuando recuerdo su partida, cuando miro su jardín lleno de rosas... también está muriendo, como si quisieran irse con él, justo como yo me siento cuando recuerdo nuestros paseos a caballo, su risa, sus ojos... usted no entiende nada señora.
La mujer sentía pena por aquella hermosa jovencita de finos vestidos, de refinado andar y hablar. Una señorita así no debería tener esos deseos, esa obsesión por volver a ver a un fallecido.
-Con ese cuerpo y esa carita mi niña... no entiendo su desespero. Muchos caballeros podrían cortejarla, podría tener una vida llena de alegría chamaquita. Es usted rebonita, requete joven, y por lo que veo tiene harto dinero. Mire usted esas manos tan blancas, tan suavecitas... las imagino recibiendo regalos, atenciones, y no sosteniendo un libro de magia avanzada. No se meta en líos, no busque lo que no se le perdió. Deje al muchachito descansar en paz, hay cosas con las que no debemos averiguar nunca.
-No me iré de aquí hasta que me diga todo lo que debo hacer.
-¡Qué se le va a hacer entonces!... Debió usted quererlo mucho.
-Con toda mi alma y si se pudiera más, más todavía podría quererlo...
-Mire, no hay resultados garantizados, pero recuerde bien lo que le voy a decir, esto es peligroso, muy peligroso y nada bueno lo que trata de hacer.
-No importan los riesgos, lo quiero de vuelta... alguien ya ha podido hacerlo, de no ser así, no existiría esta serie de pasos escritos aquí.
-Tampoco le cuentan qué consecuencias tuvieron que enfrentar. No hay garantía en que él vuelva. Entienda que se está metiendo con la parte más oscura del libro que tiene en sus manos. ¡Está jugando con fuego!
-Haga lo que le digo, que para eso le he pagado. Se supone que usted sabe todo esto, ¡ande explíqueme!
-Nunca lo he hecho, así de vieja como me ve, siempre he tenido el respeto por los del otro lado. Mi abuela es la que sí conoció de todo eso y por lo que ella me enseñó yo le explicaré a usted. Es a partir de esta página, mire, ponga atención. Si usted continúa a partir de aquí será bajo su propio riesgo, yo ya cumplí con advertirle. La magia no es un juego, a veces es imposible revertirse. Yo creí que usted venía con pesares del corazón, que sufría por algún joven buen mozo, ya me imaginaba haciendo mis brebajes para un buen amarre, hasta había mirado cuánta miel me quedaba en el anaquel ese de ahí... pero cuando la oí decir de su amor por el difunto... ay nomás me acuerdo y los pelos se me crispan. Que ese joven ya no respire desde hace meses eso es otra cosa...
-Para usted es fácil decirlo. No creo que sepa lo que es perder un gran amor.
-Porque me mira vieja y con mis ropas pobres no crea que no lo sé. Grandes amores de mi vida se me han ido. Mis hijos, que se me fueron cuando niños y no por eso me puse a brujearlos o quererlos traer de regreso. Con ese amor y esa ilusión con que usted acaricia las hojas de ese libro, debiera acariciar y valorar su tranquilidad, no lo haga... no necesita de todo esto.
-No vine a que trate de persuadirme señora... sólo dígame: ¿está segura que volveré a verlo?
-Por lo que sé, sólo en sueños... cuando se trate de él, será en sueños...
-¿Y si llego a verlo de carne y hueso?
-Jajajajaja... criatura, eso no sucederá, pero si llegara a pasar, si llegara a mirarlo en el día o en la noche, mientras usted esté despierta...
-¿Ahí que pasa?...
-Ahí si habrá menudo lío, eso no será bueno niña. Y tal vez yo no pueda ayudarle, le digo que nunca hice nada de esto. Yo, me santiguaría y correría a pedir ayuda a un sacerdote. Por lo que mi abuela decía, cuando eso llega a pasar, se debe a que el difunto se está aferrando de nueva cuenta a esta vida. Es muy difícil después alejarlos.
-Correré el riesgo. Quiero verlo de nuevo, aunque sea sólo en mis sueños.
-Que Dios y las ánimas la protejan pues... fíjese bien, va a decir todo esto, lo que está en letra grande. Tomará la fotografía de él, ¿la trae con usted?
-Sí, tome... es él.
La adivina sintió de pronto un estremecimiento recorrerla de pies a cabeza. ¡Ese rostro! esos ojos... en ese momento lo recordó todo. Era el mismo jovencito que había acudido con aquella niña pecosa. Ella había visto su suerte... qué lastima. Entonces en realidad había ocurrido lo que las cartas le habían mostrado meses atrás.
-¿Qué le pasa señora?
-Nada, nada... entonces toma usted la fotografía y le pondrá encima la tierra del campo santo, debe ser del sepulcro de él y sólo de él, después la limpia con su mano izquierda y repite tres veces lo que dice aquí...
-¿Todo esto?
-Sí, todo. Luego va a besar la fotografía y con todas su fuerzas le va a hablar. Dígale que vuelva, que lo extraña, pase la fotografía tres veces sobre su cabeza de usted, como si quisiera impregnarse con ella. Ahí es cuando él entrará con fuerza en sus sueños.
-¿Es todo?
-Aquí dice... fíjese bien, dice que sólo es por un tiempo. Antes de tres meses deberá regresar al campo santo y sepultar la fotografía en el sepulcro del joven. Ya no la tome de regreso. Despídase. Entonces habrá tenido suficiente tiempo para decirle en sueños todo lo que no pudo decirle en vida.
-Bien, me voy. Gracias señora.
-No se olvide de sepultar la fotografía antes de tres meses...
-¿Y qué si no lo hago?
-No sé... aquí no dice que pasa. Pero podría meterse en problemas, no se arriesgue...
-Para ser una hechicera es usted bastante miedosa, ¿no cree?
La joven colocó la imagen sonriente de aquél ángel entre las páginas que ocuparía para su propósito y se fue de ahí caminando con el libro abrazado a su pecho. La adivina sólo la vio alejarse deseándole la mejor de las suertes, un viento frío repentinamente sopló detrás de la jovencita, copos de nieve comenzaron a caer anunciando la llegada del invierno.
-Un par de días más madre, quiero estar más tiempo en Lakewood antes de partir a Londres...
-Eres necia Eliza, ¿a qué quieres quedarte en Lakewood? No hay tiempo ya, en unos días más partirán a Londres con los Cornwell. Olvídate ya de eso.
-Sólo un día madre, por favor... no pido más ¿quién sabe hasta cuando veré el jardín de rosas de Anthony otra vez?... tú mejor que nadie sabe cuanta falta me hace, cuanto le extraño. Hazlo por mí madre, te ruego, quedémonos sólo un día, sólo eso te pido...
Esa noche fue difícil escabullirse de la mansión de los Leagan, un par de guardias seguían despiertos haciendo un rondín y Eliza no debía ser descubierta. Nunca había salido de noche por el bosque, nunca había salido a caminar por el bosque de hecho, todo el tiempo como la niña mimada que era, había paseado en automóvil por sus caminos, alguna vez galopó con Anthony por esos lugares, pero la perspectiva que ofrecía el bosque con la luz del sol era completamente diferente a internarse en él en la penumbra de la noche. Sólo la luna iluminaba sus pasos. El deseo, la ilusión de lograr su cometido era esta vez más fuerte que su miedo a lo desconocido, a la soledad, a invocar la presencia de un muerto, en el cementerio mismo.
Esperó a que el guardia del campo santo se alejara de la entrada. La enorme reja tenía un cerrojo, pero la delgadez de su cuerpo le permitió entrar por entre los barrotes, no sin antes desgarrar un poco sus ropas por el óxido que en forma de laminillas se adhería a las rejas.
Caminó despacio, de repente se tropezaba con alguna lápida, con alguna raíz de algún árbol, pero con todo y eso se levantaba, sacudía sus ropas y volvía a tomar ese libro, con el aprecio con que se toma la esperanza, con el agradecimiento con que se toma un artefacto que le haría recuperar lo más preciado que había perdido.
No fue difícil llegar hasta la tumba de Anthony, muchas veces había llegado hasta ahí, había pasado horas enteras hablándole, como si tuviera la certeza de que él le escuchaba. Entonces, encontrándose ya al pie del sepulcro, temblaba más por el miedo que por el aire helado que golpeaba su rostro y penetraba hasta sus pulmones. Sentía las manos entumecidas y con torpeza tomó el libro entre sus manos para abrirlo donde la hechicera le hubiese indicado aquél día. La luz de la luna llena iluminaba con luz triste y azulosa el lugar. Ése había sido uno de los requisitos que el escrito pedía celosamente, la luna llena brillando en todo su esplendor. La hora era otro de los pedimentos... debería ser pasada la media noche. A pesar de que siempre hacía partícipe a Neal en sus descabelladas ocurrencias y fechorías, ésta vez haciendo uso de un valor que no poseía pero se obligó a cargar con ella, acudió sola. No quería que nadie se enterase de lo que tramaba...
Vistiendo un atuendo de luto, llevando un par de botones de rosa "Dulce Candy" que alcanzó a encontrar en el jardín de Anthony (pues la gran mayoría habían perdido sus pétalos a causa del frío a principios del duro invierno en Lakewood) y portando celosamente el retrato que conservaba de él, procedió a hacer lo que se le había indicado.
-Deseo que vuelvas Anthony... te extraño, me haces mucha falta. Debiste quedarte conmigo, debiste... debiste ser sólo mío. Ahora te has ido, pero estoy aquí por ti, vine por ti, porque deseo que te quedes en mis sueños, que vivas conmigo mejores cosas que las que viviste con ella, deseo que me beses, que me acompañes, deseo...
De pronto tuvo la idea y así lo dijo:
-Deseo que estés conmigo y que nunca más te vayas de mi lado.
Miró hacia los lados como cuidando que nadie escuchara su petición, tal vez al considerarla impropia...
-Deseo que me devores en cada beso, me acaricies, me abraces. Deseo ser tu mujer desde esta noche y para siempre. Nunca debiste fijarte en ella, fui yo tu único y verdadero amor Anthony Brower Andley, ahora acéptalo, ella no es quien está aquí, soy yo y con esto te demuestro mi verdadero amor por ti... Regresa a mí amor de mi vida, vuelve a mí, regresa a la mujer que más te amó y te espera todavía en esta vida. Te esperaré en mis sueños, en cada noche de luna llena como ésta. Regresa siempre Anthony... nunca debiste marcharte y dejarme tan sola.
Entonces realizó el ritual de la fotografía, la embadurnó con la tierra del cementerio, la frotó en su cabeza, no tres, muchas veces. Incluso guardó en un morral un puñado de esa misma tierra por si algo fallaba, por si era necesario repetir el hechizo y ella se encontraba en Chicago o en Londres, después de todo no estarían mucho tiempo en Lakewood. Y quizás necesitaría mas de esa tierra para reforzar el "llamado"...
Una figura espigada la observaba de pie mientras ella hacía sus extraños encantamientos, finalmente había escuchado su llamado, había acudido hasta el cementerio donde sus restos estaban depositados, se recargó en la elegante lápida de mármol con su nombre grabado en letras de oro, mientras aquella lunática terminaba con aquél teatro. Se preguntaba porqué lo había llamado de esa forma si él nunca se había ido en realidad, bastaba con que pensara en él, en las cosas buenas que habían compartido para hacerse presente a su lado. Así lo había venido haciendo con Candy, con Stear, Archie, con aquél pariente desconocido que más tarde le fue revelado había sido hermano de su madre, con la tía Elroy y con su padre. Había llegado desde el Hogar de Pony, que es donde estaba acompañando a Candy. Escuchó entonces la voz chillona y mimada del llamado de Eliza, al principio no quiso hacer caso, pero una fuerza extraña lo jaló como metal al imán y se encontró de pronto en el cementerio. Observó atento como aquella frotaba su fotografía llena de tierra alrededor de su cabeza y le pareció absurdo todo aquello. Notó indignado la forma en que aquella había cortado los botones de la "Dulce Candy" y se llenó de nuevo de esa ira contenida que sin saber cómo, seguía sintiendo al ver la forma en que habían sido arrancadas las florecillas de sus tallos.
Escuchó todo lo que su "prima" pedía, le parecía absurdo, obsceno, ridículo. ¿Qué tanto tramaba esa chica?. La miró con tristeza, con cierta pena y aunque deseaba dejarla sola con sus locuras, en un momento tuvo compasión de ella y prefirió acompañarla hasta su casa. Desde el otro lado creía que de alguna manera podía cuidarla.
Eliza se retiró de ahí mas satisfecha que nerviosa. Aplaudiéndose y elogiándose por tremenda inteligencia poseída por ella. Se creía previsora y astuta. Se sentía en verdad realizada, fuerte, enamorada y nerviosa... ella había pedido convertirse en su mujer.
Una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro.
-Seré tu mujer desde ahora ahora y para siempre Anthony...
Esa noche llegó Eliza tiritando de frío a la mansión de sus padres, uno de los guardias la vio acercarse y sostuvo fuerte la correa del can que ladraba amenazante a la oscura figura detrás de la jovencita pálida y entumecida por las bajas temperaturas a su regreso.
-¡Señorita Eliza! ¡Qué hace usted afuera a estas horas de la madrugada!
-Le ordeno que no diga nada a mi madre, necesitaba tomar un poco de aire fresco...
-Pero señorita, ¿a estas horas?
-No podía dormir, necesitaba despejarme, le exijo total discreción de su parte.
El guardia se quedó extrañado mirando la debilucha figura alejarse temblando, con sus ropas semi rasgadas y aferrando entre los brazos aquél viejo y pesado libro.
Eliza cayó rendida al contacto con la calidez de su cama y sus suaves edredones. No le importó llevar entre sus rizos tierra del sepulcro de Anthony, tomó la fotografía y fuerte la apretó contra su pecho...
"Deseo que vuelvas Anthony... te extraño, en verdad muero por verte, te extraño...
La silueta azulosa de Anthony al pie de la cama de Eliza se iluminaba con la luz clara y fuerte de la luna que entraba por los altos ventanales de la habitación. El jovencito la miraba sereno, con tristeza pensaba en todo lo que ella había pedido, jamás podría corresponderle. Ni aún estando muerto podía acercarse a ella, para él siempre sería sólo Candy...
-Eliza... perdóname. No puedo corresponder a tus deseos, no hagas más rituales extraños. Aprovecha tu vida, vive tu vida. Recuerda los buenos momentos que tuvimos juntos y sigue adelante, no te aferres a alguien que ya se ha ido. Te llevo en mi corazón, aunque no de la forma en que tu quisieras. Adiós Eliza.
La joven frunció el ceño, parecía haber escuchado el mensaje, su reacción aún estando dormida había hecho notorio su desacuerdo. En uno de sus involuntarios movimientos la durmiente soltó de sus manos la fotografía, era el momento indicado, lo único por lo que esperaba el jovencito en ese lugar. Anthony tomó aquella imagen entre sus manos, ya empezaba a dominar el arte de levantar y mover objetos. De desaparecer objetos y aparecerlos en otro lugar, atravesando otras dimensiones, otros tiempos...
Utilizó mucha de su energía para lograrlo, desde luego llegar hasta Chicago no era cosa fácil, mucho menos transportando materia física del mundo de los vivos, pero después de mucho esfuerzo logró abrir esa pequeña caja blanca. Estaba ya preparada junto al equipaje que llevarían a Londres. Muchas fotografías de la hermosa actriz llenaban la colección de sus queridos primos, tomó algunas de ellas para verlas de cerca, recordó con nostalgia cómo se escapaban a las funciones teatrales que la actriz ofrecía en Chicago, mientras él prefería quedarse en Lakewood. Sonrió con gusto al verlos dormir tan plácidamente, deseó de nuevo con un atisbo de tristeza estar vivo para poder acompañarlos en el largo viaje por mar, pero no podía dejarla, no a ella. La estaría acompañando ahora más que nunca. Sabía que Candy no sería capaz de realizar conjuro alguno, ningún hechizo a media noche en el cementerio para llamarlo como Eliza lo había hecho, en cambio, ella le demostraba su devoción, su amor, de otra manera, todos los días, cada mañana y cada noche elevaba una oración al cielo, en cada pensamiento le demostraba cuanto dolía no tenerlo más, en cada plegaria rogaba por su descanso, por que encontrara luz y paz a donde su alma estuviera.
-Sí, también te extraño Candy, me haces falta. Debí quedarme contigo, de eso estoy seguro, ser sólo tuyo. Ahora me he ido, pero sigo aquí por ti, me quedaré en tus sueños, con suerte lograré besarte en alguno de ellos. No te prometo nunca irme de tu lado, tal vez alguna vez aunque no lo quiera tenga que hacerlo. Aún así serás siempre mi primer, único y verdadero amor. Regresaré a ti cada vez que me sea permitido. Regresaré cada vez que así lo desees mi dulce y preciosa Candy...
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Con la poca energía que le quedaba había regresado desde Chicago al hogar de Pony, se asomó por la ventana de la habitación de ella, le causó una infinita ternura mirarla, la luz de la luna iluminaba también su rostro, la placidez de su sueño. Las cobijas le quedaban ya pequeñas, sus pies estaban descubiertos. Atravesó entonces la madera de las paredes y se acercó a ella con la intención de cubrir sus menudos pies, acarició despacio los rizos dorados de la que en vida fuera su mejor amiga, su gran amor. Besó su frente y se sentó a su lado, curiosamente el suave colchón donde descansaba su amada se sumió con su peso después de que él se acomodara junto a ella. Un nudo se formó en su garganta de ángel, no sabía que podía llorar estando muerto pero lo hizo cuando se percató de unas lágrimas corriendo por las mejillas sonrosadas de la pecosa...
-Anthony... te amo...
-También te amo, con toda mi alma Candy...
Poco a poco un ligero sopor lo fue invadiendo hasta que se perdió una vez más en el sueño eterno. Despertaría cada vez que ella le llamara, cada vez que escuchara de su boca y sólo de su boca pronunciar su nombre.
-¿Y Le has contado a él alguna vez?
-Sólo algunas cosas Patty. Esta es la primera vez que le contaré a alguien todo lo que sucedió en realidad, por primera vez abriré mi corazón y mi memoria aún a riesgo de que pudieras pensar que estoy loca...
-No podría pensarlo, antes que cualquier cosa eres mi amiga, te quiero, te conozco, no mientes y si tengo la fortuna de escuchar tus secretos, créeme Candy, no voy a juzgarte. ¿No le has contado siquiera a Annie?
-A nadie Patty... y no es que no tenga confianza en Annie, sólo que tú eres distinta. En nadie confío como en ti, por eso sólo a ti podría platicarte todo esto. además... sabes por qué lo hago ¿no es así?
-Candy...
-Sólo abre tu mente y tu corazón, si algo de lo que voy a contarte te sirve, habré cumplido con mi propósito.
Los ojos de Patty comenzaban a nublarse con sus lágrimas.
-Te escucho Candy...
-Podría definir lo que me sucedió como un milagro, como un regalo que tuve el privilegio de recibir... todo fue tan vívido, tan claro... de alguna forma tenía que guardar mis memorias. No podría escribirlo Patty, ¿te imaginas si Terry llegara a encontrar lo que voy a contarte?
-Tienes razón Candy, hay situaciones que es preferible nunca se sepan... yo no diré una sola palabra de lo que tú me cuentes... a nadie.
Sin duda lo que me sucedió había sido algo muy importante para mí; contárselo a mi gran amiga ahora que mis memorias eran tan recientes era lo mejor que podía hacer para no pasar por alto algún detalle. Con el paso del tiempo, llegaría seguramente el olvido si es que tenía la fortuna de alcanzar una edad avanzada algún día. La primera vez que lo volví a ver fue en mis sueños... tal vez un poco después de haber ingresado al San Pablo.
-Vamos Anthony... ¡hasta llegar a la meta!
-Ya estoy cansado Candy... corres muy rápido.
Me decía mientras detenía la carrera y agitado se sostenía con sus manos de sus rodillas, como recuperando el aliento.
-Eres fuerte, te vi en el rodeo, anda, ¡no seas un llorón! Todos los niños te han dejado atrás...
-Candy... sólo vine un momento, ya es tiempo de volver...
-¿Volver? ¿tan pronto? ¡no ha pasado mucho tiempo!, además, prometiste que vendríamos juntos... ¡aquí estamos! ¡por favor no te vayas todavía Anthony!
-¡Vamos Candy te quedarás atrás!
Y siguió corriendo mientras yo emprendía la carrera sin poder alcanzarlo, vi como se alejaba hasta que se perdía del otro lado de la colina, recuerdo sus pantalones color blanco, su camisa también blanca que brillaba como la seda, usaba tirantes en sus pantalones y mientras corría se acomodaba uno de ellos que se empeñaba en bajar por su hombro... escuchaba sus carcajadas y sus pisadas en los pastos crecidos y casi secos de la Colina de Pony, era otoño, el viento movía las ramas de los árboles y desprendía las hojas secas, algunas de ellas chocaban con mi rostro.
-¡Eres un tramposo! ¡Ven aquí! ¡Anthony, esperaaaa!
Me encontré de nuevo con el eco de su voz y su risa repitiéndose en mi mente, aún podía ver sus ojos azules, su figura completa se desvanecía poco a poco como bruma frente a mí. Me incorporé en la cama con el rostro perlado de sudor, todavía levantaba mis manos queriendo alcanzarlo. Mi corazón latía rápidamente y no pude evitar las lágrimas.
-Ven aquí, Anthony... tramposo...
Murmuré entre sollozos al recordar las risas de los niños mezclarse con su risa, ese día lo había seguido por la colina de Pony, por fin habíamos ido juntos. Su sonrisa era tan franca, tan bella y tan real como meses atrás, cuando estaba vivo. Sus ojos cristalinos y azules me miraron atentos esa tarde, su cabello volaba con la carrera y el viento. Tomó mi mano cuando fingí cansarme para que me ayudara a seguir corriendo...
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CONTINUARÁ...
