Capítulo Único.
No es que Gray, la quisiera, no, no es que Juvia le gustara o algo parecido.
Tampoco es que podía quedarse haciendo como que veía al infinito cuando realmente era Juvia a la que se antojaba aparecer en las nubes, y bueno, no tenía nada de malo observar las nubes…unas tres horas.
Y no es que le fastidie que Lyon la moleste, no, es que Juvia es Juvia y se merece algo más que ese patético cabeza helada. Y no, tampoco estaba ciego, ni sordo, Juvia al parecer le tenía una devoción casi insana, y él le había repetido hasta el cansancio que toda esa alocada atención le ponía de los nervios.
¿Este era el significado de amar? Un solitario como él no tendría exactamente la respuesta. Y era demasiado obvio lo que obtendría de todos: una exclamación aguda y preguntas sobre bodas que bien deseaba evitar.
Una parte de él rechazaba cualquier tipo de acercamiento con cualquier persona, y entonces, ¿Qué hacía ahora pensando sobre esto? La respuesta era bastante simple.
En sus manos tenía un pequeño y brillante anillo con minúsculos diamantes ensartados en él. Nada anormal.
¿Pero qué hacía Gray con un anillo de esos?
Le escocieron las mejillas al imaginarlo, no porque sienta mariposas en el estómago y toda esa palabrería que el cabeza de flama acostumbra a hacer sentir a Lucy. ¿Qué cómo él lo sabe? No era un secreto de Estado de todas formas, todo el gremio lo sabía.
Aniversario de nada importante, era una fecha común y corriente, era de esos días donde un pandemonio en el gremio era tan normal como los gemelos de Gajeel y Levy correteando por allí, siendo vigilados muy de cerca por Wendy y Romeo.
Rodó los ojos, jugueteando con el anillo. Imaginando qué pasaría.
Se permitió soñar despierto, aunque no con flores y miel como ciertas compañeras de gremio, pero sí con un futuro extravagante que no duró más de cinco minutos hasta que se lo sacó de la cabeza.
Y entonces, ella llegó.
Y no es como esa novelas de Lucy donde dicen que cuando uno está enamorado sólo ve estrellitas y cosas esas con la persona amada. Es que Juvia ya emitía esa aura de ángeles que él nunca reconocería.
Porque claro, no es que eso signifique que se haya enamorado de Juvia.
Y esas miradas…
Juvia tenía esa clase de miradas, que pareciera que lo ven por dentro y lo hacen sentir incómodo al tanto de tragar duro y desviar la mirada.
Y eso no significa que su belleza lo fascine o esas monerías, sólo era que Juvia era bastante… ¿Agradable a la vista?
Porque Gray nunca admitiría que Juvia era hermosa, demasiado.
Suspiró profundo, tenía esa innata capacidad en los hombres de perderse en sus pensamientos, pero demasiado profundo.
¿Estaba mirando a Juvia otra vez?
Sacudiéndose la cabeza de ideas raras, se levantó. Porque había que hacerlo, sino, para qué todo el drama este.
Caminando lentamente hasta ella, la miró directo a los ojos, al tanto depositaba la pequeña joya en sus pequeñas manos.
Y el silencio se hizo eco en sus oídos, las miradas de todo el gremio clavadas en su espalda y en este instante bien que eso le podría valer nada,
Juvia tenía una de esas miradas.
No pronunció ni una sola palabra, no había ninguna que pudiera expresar a cabalidad todo eso que hacía prisa por salírsele del pecho.
Pero tenía esa extraña sensación de que ella era la única mujer a la que le entregaría su pieza personal de hielo palpitante, al que tan ostentosamente llamaba corazón.
