Esclavo.

Cap 1

La conquista del reino de los Tao By: Jul Tao

Un joven corría por el bosque que antes fuera de su reino, el príncipe de aquel lugar era perseguido por los invasores como un esclavo.

El joven Tao, de a penas 15 años de edad, era hasta ese día, un muchacho soberbio, culto, arrogante, sarcástico y cruel, para con sus súbditos y esclavos y dentro de su familia el tesoro de sus ahora difuntas madre y hermana, y el juguete de su padre. Ninguna de ambas mujeres habían podido salvar a su pequeño del peligro mas grande, su padre, el rey Tao, que utilizaba a su hijo para dos cosas: la primera era para gobernar al reino a su gusto mediante él, puesto que En Tao ya debió haberse retirado, y su hijo heredado la tierra, mas como aun este no estaba casado seguía siendo el príncipe, él debía gobernar, pero su padre en una jugada sucia lo hacía aún.

La segunda cosa para la cual utilizaba a su hijo era la más sucia y dolorosa, para la cama.

Se debía a que Len Tao fue educado en las artes gran parte de su vida, desde sus 4 años hasta sus 14 años, en ese tiempo no volvió a ver a su familia, mas que algunas veces a su madre y hermana, esos 10 años convirtieron a ese niño en un chico bello en todo sentido de palabra, como fue criado en inteligencia y muy poco en batallas, su contextura era delgada, su piel era sumamente blanca y suave que invitaba a acariciar o a lastimar, sus labios delgados eran tan insinuantes y su rostro era hermoso, sus cabellos negros resaltaban aún más la palidez de su tez, pero lo mas hermoso eran sus ojos, fieros, indiferentes, hechizantes.

Cuando Len Tao volvió al castillo par así terminar su entrenamiento en el arte de la guerra su padre al verlo empezó a desearlo cada vez mas, hasta que una semana después de la vuelta del heredero lo hizo suyo a la fuerza, sin que nadie pudiera hacer nada.

La noche antes del ataque al castillo la rutina se repetía:

Len pensaba apoyado en la ventana del pasillo que daba a las habitaciones reales y escuchó unos pasos acercarse, supo quien era, otra vez sería la distracción nocturna de su padre. Y sintió unas manos que lo agarraban fuertemente por la cintura y una caderas huesudas chocar con las suyas por atrás, una respiración excitada empezó a calentar su oído y una áspera y ansiosa lengua lamió este de una manera que lo ponía nervioso y lo asqueaba y escuchó la risa gustosa de En. Fuertemente las manos del hombre lo voltearon y estas mismas agarraron con saña sus muñecas mientras los carnosos labios lo besaban y la áspera lengua que antes estaba en su oído se adentraba en su boca tan salvajemente que le dolía . Poco a poco el rey fue yendo hacia una de las puertas, la que daba a su habitación y con agilidad la abrió y tiró al muchacho torpemente dentro al suelo cerca del borde de la cama y cerró con rapidez la puerta asegurándola por dentro.

Len pese a todo el año en el que cada noche era ultrajado aún no llegaba a acostumbrarse, aún sentía miedo, asco. Se sentía como una maldita prostituta , que sólo servía para ello, odiaba a su padre y sabía ya que era inútil resistirse, pues era peor. Cada noche tenía que abrir las piernas para que ese demonio satisfaga su lujuria.

-No me mires así Len- Le decía mientras se acercaba con esa mirada libidinosa. Len en un acto reflejo de su cuerpo quiso retroceder, mas se topó con la cama – No me gusta que me mires con rencor- Y se fue acercando más, Len sólo deseó que todo terminara rápido.

Lejos de la habitación, el rey de una tierra conquistadora que estaba en guerra por la tierra de los Tao preparaba ya su última y más certera invasión . Su rey era el Gran Hao Asakura, cuyo hermano Yoh, celebraría pronto la boda con Anna Kyoyamada, al ser rechazada por Hao cuando su familia se la ofreció. Y su amigo de mas confianza y el general de su ejército, casi tan poderoso como el rey era Horokeu Usui, un hombre maduro, fuerte e inteligente, pero sobretodo astuto, tenía planeado quedarse con el trono, y lo haría. Él sería el que invadiría el reino Tao al día siguiente junto a sus hombres. Mataría a todo hombre y mujer de la familia real, y los súbditos y sirvientes junto a la tierra serían parte del reino Asakura, pero tenía la estricta orden de capturar con vida al príncipe casi rey , Tao Len y llevarlo donde Hao.

El camino de ida y vuelta era muy largo y cansador, tomaba al menos 5 semanas de viaje ir de un reino a otro, ahora se encontraban cerca y ocultos para atacar a la mañana siguiente. Horo comandaría todo mientras por el otro lado Hao regresaría a sus posesiones. Luego la gente de Tao se quedaría en el reino con el coronel mas confiable de Horo, Pino, mientras la mayor parte de soldados, los heridos y el joven Tao, volverían al reino para dar el informe y entregar al chico.

-Dime Hao, ¿cómo identificaré al Tao o cualquiera de mis hombres lo hará, sabes bien que es capaz de esconderse entre la multitud- Preguntaba Horo, que estaba sentado tomando un vaso de licor mirando a Hao, que se encontraba de espaldas a este mirando el mapa de sus conquistas y de sus técnicas.

-Todos los que pertenecen a la familia real, sin excepción, llevan una pequeña marca tatuada desde muy temprana edad, en la espalda baja con la letra que simboliza al camino en chino - Respondió.

-Bueno, pero quisiera saber, ¿ para qué quieres con vida al mocoso ese?-

Asakura sonrió de manera imperceptible para Horo que no veía su rostro.

-Me interesa, quiero que sea la vergüenza y la verdad de su pueblo, que todos ellos recuerden que hasta sus reyes son mandados y me sirven a mí. Es decir, lo quiero como un signo de poder, como el trofeo de mi conquista-

-Ya veo. ¿Y qué trabajo le darás? Te preparará el baño o acaso remendara tus telas- Se hizo la burla el general.

-No, Horo-Horo. Él será mío. Entenderás a que me refiero cuando lo veas- Horokeu alzó una ceja, pues no entendía el tono de voz con que se lo había dicho y se dispuso a irse de la carpa. -Puedes disponer de él mientras lo traes a mí- Dijo por último, aquella madrugada se dispusieron a partir los que combatirían.

Esa noche antes de la invasión en el palacio de los Tao, en la habitación del rey, éste aún sin ropa dentro de las cobijas revisaba unos papeles después de haber disfrutado 4 horas de su hijo, de diferentes maneras, mientras el pequeño sufría.

-Vete a tu habitación, no necesito nada más de ti- Le ordenó y el de ojos dorados empezó a vestirse lentamente, le dolía su cuerpo y su alma, salió después de unos minutos cabizbajo, sin decir nada y con la boca temblando se dirigió a dormir.

A la mañana siguiente Len despertó era ya tarde, se vistió, preocupado por la guerra que tenían su país por lo que sería su tierra, aunque no sabía cuando intentarían entrar al palacio el chico de ojos dorados confiaba en los soldados del ejército ya que eran los mas fuertes del mundo, sin presumir.

Pero luego de cambiarse y salir de su cuarto se encontró con la horrenda realidad, ¿cómo no lo había oído, ni visto? El palacio estaba casi intacto, pero en las afueras de él, vistos a través de las ventanas ardían las llamas que rodeaban el palacio que pronto lo quemarían también, incinerando el cuerpo del tan famoso ejército. Len empezó a correr para salvarse del fuego logrando salir de allí, mas en el portón encontró tiradas y muertas a las mujeres que más había amado, Jun su hermana y Lan su madre.

Se detuvo un momento cuando sentía que su corazón se aceleraba y un odio fuerte nacía en su interior, después un miedo terrible lo hizo mover las piernas y correr más rápido, sentía impotencia, rabia y dolor, una sed de venganza inimaginable. Corrió hacia la ciudad, y al ver a los soldados de Asakura se escondió en un callejón. Caminó por este lentamente, entre el barro y la suciedad temeroso aún de lo que podía encontrar, el olor a muerte invadió sus sentidos, era repugnante, cerca de allí un campesino víctima se pudría y las ratas lo rodeaban. Len se acercó y sin mucho asco se puso la ropa del muerto, al saber que estaba en peligro con las ropas reales, ahora parecía uno más del montón.

Se dirigió a la plaza donde mucha gente se reunía a ver algo que parecía interesante, no entendía de que trataba y poco a poco se abrió paso y vió como el gran y poderoso En Tao yacía colgado del mástil de la bandera de su dominio. Y Len sonrió, al fin se libró de aquel monstruo, lo embargó un placer increíble, nefasto y malévolo, una tosca y burla sonrisa bailó por sus labios en una mueca de satisfacción.

-¡Por fín alguien lo mató!-Decía un súbdito a otro a su lado.

-Ahora no tendremos que servir más a es rey corrupto-Festejaba el otro.

-Si, espero que el nuevo sea alguien mejor. Después de todo tampoco me gustaría estar al mando del "señorito"- Se burló.

-Espero que lo hayan matado también y a toda su familia, eso malditos que mientras estaban con sus lujos y sus fiestas nosotros nos moríamos de hambre- Y ambos hombres se fueron dejando a Len con una culpa por su pueblo y por su familia. Su padre era un idiota-según él- pero su madre y su hermana eran unas personas maravillosas, pero la gente tenía razón, habían sido una familia del demonio, como había escuchado decir un poco antes de ver a su difunto padre.

Después vio alrededor esperando encontrar alguna cosa, y lo encontró, el general de Asakura venía sobre un caballo con todas sus tropas por detrás, pronto se armó un revuelto entre la gente mientras las tropas los arrinconaban en la plaza.

-General Horokeu- Llamó un coronel en voz grave. Mientras este miraba a la población de manera despótica.

Cerca de él estaba Len, no muy lejos, escuchaba atentamente lo que le decía al hombre de pelo extrañamente azul, que era el general.

-No lo encontramos señor, al parecer escapó- Horo se mostró molesto y pensativo.

-Alguna pista de su paradero- Preguntó

-Sus hombres encontraron esto, señor-Le mostró la túnica real que antes se hubiera puesto Len, por lo que este supo que lo buscaban, el pánico se demostraba en su mirada.

-Ya veo-

-Fue hallado al lado de un campesino muerto, señor, que no llevaba su ropa- Los ojos de Horo se iluminaron con una idea-

-Coronel Pino, separe a hombres y mujeres, los niños que aparenten ser menores de diez con las mujeres-

-Si señor- Y comenzó la clasificación, Len en vano trató de huir, los tenían acorralados. Observaba fijamente al general, y tenían un rencor por sus hermanas y un odio natural que le provocaba, no iba a dejar que ese tonto le mandara nunca.

Una vez dividida la gente volvió a decir Horo:

-Ahora divida de los hombres: a los ancianos, adultos y jóvenes mayores de los 10 hasta los que parezcan de menos de 30 años- Se volvió a dividir a la gente y los ancianos y adultos fueron puestos a lado de las mujeres y los niños.

Len aún se encontraba desarmado, y planeaba su huída, descuidaría a los hombres y por el barrio de las cuevas, que era como un laberinto que él conocía a la perfección saldría al bosque y se perdería entre su espesura, iría por el este hasta el reino de su Tío y allí se quedaría. La parte más difícil sería la huída pero él sabría como hacerlo.

Horokeu filo a los muchachos y uno por uno los hizo sacar sus ropas que cubrían su espalda y revisaba con sus propios ojos y manos si tenía la marca real. Iban pasando y cada vez se acercaban más a Len, él preparó mentalmente su escape.

-Tú- Gritó el coronel y lo empujó hacia el general-Quítate la ropa de la cintura para arriba- Len miró desafiante al coronel y luego, sin obedecer, al general.

-Anda niño no tenemos todo el día- Dijo Horo mientras lo miraba asombrado, era realmente hermoso, pensaba que si quizás este no era el príncipe entonces se lo quedaría como su esclavo, su sola mirada provocaban pensamientos impuros y deseos peligrosos.

Len aún no se sacaba nada y se mantenía firme con los brazos cruzados mirando burlonamente a dicho peli-azulado.

-¡Demonios!-Gritó el general y con una mano agarró su ropa, que consistía sólo de una camisa y con la otra lo empujó rasgando la vestimenta en la espalda. Y se vió la marca de la monarquía.

Len luego esquivando a los soldados que aún miraban la marca dio práctica a su plan.

-Atrápenlo idiotas- Gritó el general a lo que varios de los soldados lo siguieron por el barrio de las cavernas. Len siguió corriendo hacia el bosque y en esta persecución es donde nos quedamos al principio de la narración.

Estaba apunto de cumplir con su objetivo cuando la vista se le nubló y la cabeza le empezó a dar vueltas y tropezando dio contra el suelo y se desmayó.

Los soldados lo llevaron donde el general, que después de dar todas las órdenes volvió al campamento con el muchacho, partirían de ahí a unos cuantos días más de vuelta llevando el informe y al bello príncipe.