Sabía que se trataba de un reflejo proyectado por ese majestuoso espejo.
Uno creado con bordes decorados en oro puro y piedras preciosas.
Chizuru tocaba con sus dedos el rostro de su "otro yo".
Le daba miedo saber que no sentía la superficie lisa, sino una que tenía cierto parecido a la de la piel humana.
Ésa no era su otra mitad.
Aquello que mostraba el cristal no era nadie más que ella.
Siempre fue ella.
No importaba si el espejo era cruel y distorsionaba sus divinos cabellos haciéndolos ver más cortos: Justo como los de su hermana Maki.
No importaba si el espejo era cruel y distorsionaba su cara de muñeca haciendo que sus ojos parpadearan o su boca emanara sonrisas cuando Chizuru no movía ningún músculo.
Entonces la realidad siempre estuvo frente a ella.
Todo ese tiempo fue una estúpida.
Ella...
El reflejo.
Chizuru se dió cuenta que ella siempre fue el reflejo.
La sacerdotisa siempre imitó los movimientos, ella nunca los hacía.
El mundo colapsó a su alrededor.
Despertó en medio de la noche pegando un grito tan grande que las aves que estaban alrededor de su templo empezaron a volar.
En frente de ella estaba el espejo.
Chizuru alzó su mano y levantó cuatro dedos.
El reflejo levantó los cinco.
