Nota del autor: este fanfic es secuela de "El castigo", el cual se puede leer en mi perfil también. Existe un one-shot intermedio, "La cabaña".
—Señorita Granger, aquí tiene el informe que pidió.
Había hablado Travis, uno de los miembros del departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas. Hermione había solicitado una revisión de aquellos casos que estaban abiertos. Durante los dos años, con su colaboración desde que entró a trabajar en el Ministerio de Magia, la sociedad mágica había empezado a tomar conciencia sobre los actos de los magos sobre el resto de criaturas mágicas. Próximamente se debatiría en un pleno sobre los derechos de los elfos domésticos y ella quería estar bien preparada, con el apoyo de los informes de las declaraciones de varios testigos de algunos crueles actos contra ellos, así como contaba con la aparición de la profesora McGonagall para explicar los cambios que poco a poco iban introduciendo para los que trabajaban en el colegio Hogwarts.
—Muchas gracias. ¿Tomamos un café? Aún no he desayunado —propuso la castaña. Necesitaba desperezarse un poco, había dedicado la mayor parte de la noche a pensar en aquellos informes.
—Por supuesto —sonrió Travis.
Fuera de la oficina, Travis era el mejor confidente que tenía Hermione. Eso sin contar a Ginny, pero esta pasaba la mayor parte del tiempo entrenando al quidditch, y eso cuando no estaba de viaje por algún partido importante, por lo cual Hermione había recurrido sabiamente a conocer gente en la oficina con quien poder hablar. Y lo había conseguido. Travis era bueno como subalterno, pero mejor como amigo.
—¿Te importa si le digo a Harry que se tome algo con nosotros? —preguntó la chica.
—En... En absoluto —dijo Travis, aunque un tanto incómodo.
Cualquiera se hubiera imaginado que Travis tenía ciertas intenciones para con la castaña, pero ella tenía unas sospechas muy diferentes. Sabía que Travis era un gran admirador de Harry. Demasiado admirador para su pensamiento. Sin embargo, consideraba que no debía entrometerse si este no había mencionado nada. Harry no dejaba de ser un buen amigo, y también le gustaba disfrutar de su compañía.
Tomaron el ascensor para ir a la planta de los aurores. Y apenas llegaron, un fuerte griterío se podía escuchar desde su posición. Las voces no eran en absoluto calmadas, y era muy difícil entender algo. La castaña y su compañero se acercaron. Intuitivamente, Hermione llevó una mano al bolsillo de la túnica donde guardaba la varita.
La captura de los últimos reductos de mortífagos por Reino Unido se había estirado durante cuatro años, y aún así parecía no acabar nunca. Quedaban aún varios acólitos del Señor Tenebroso intentando algún alzamiento contra las comunidades mágica y no mágica. Futiles en su mayoría. Al ser atrapados la mayoría habían intentado escapar del Ministerio. Y todos ellos ahora ocupaban sus respectivas celdas en Azkabán.
—¿Qué está pasando? —preguntó Hermione al llegar. En la sala se encontraban cuatro personas. Harry, Kingsley, Marina (una auror muy diestra en duelos), y en el suelo un hombre con muy mal aspecto. La túnica raída, el pelo enmarañado le cubría la cara, aunque se le podía ver una descuidada barba. Por el contexto, debía estar aturdido.
—Nos llegó una notificación de Castelobruxo el otro día —explicó Marina con su rápido tono de voz—. Denunciaron que un profesor que trabajaba para ellos, de nacionalidad británica, había cometido una fuerte negligencia, pero que no habían podido despedirlo porque ese mismo día desapareció.
—Marina y Paul salieron de inmediato —explicó Harry—. Les ha bastado dos días para encontrarlo. Sin embargo, algo le tiene alterado, así que le hemos tenido que aturdir. Dos veces.
—He oído gritos —inquirió Hermione—. ¿Qué más ha ocurrido?
—Acabo de aturdirlo de nuevo —aclaró Kingsley—. Creo que no sabe ni dónde está. Ha intentado echar mano de su varita, pero la tenía en su baúl —el mago señaló un cofre abierto en la sala—. Discutíamos sobre si deberíamos llevar a este hombre a San Mungo, o encerrarle de forma preventiva.
—Ha sido denunciado por nuestros colegas de Brasil, si no haces nada con eso generarás un conflicto internacional —le recordó Marina—. Tenemos que encerrarlo.
—Tampoco sabemos lo que ha hecho —recordó Harry—. Tal vez convendría que le revisaran en San Mungo, puede tener algo serio.
—¿Podemos intentar hablar con él? —propuso Travis—. Ha sido traído alterado, no debe saber ni donde está.
—Lo veo sensato —asintió Hermione—. Permitidme. Rennervate —pronunció, apuntando al hombre con la varita.
Este abrió los ojos en seguida. Su primera reacción fue retroceder en el suelo hasta tocar la pared. Apoyó las manos en el suelo. Respiraba fuerte. Se puso de pie poco a poco. Harry, Kingsley y Marina alzaron la varita. Hermione, por el contrario, bajó la suya.
—¿Dónde estoy? —preguntó el desconocido.
—En el Ministerio de Magia británico —explicó Harry, intentando no sonar amenazador—. ¿Puede decirnos su nombre?
—Me llamo Hercule Holmes —respondió este.
—¿Y qué es lo que le ocurrió? —preguntó Kingsley.
—He estado... unos tres años fuera del país —dijo Holmes—. Me fui de viaje al continente americano, he estado allí todo este tiempo. En septiempre de este año empecé este último curso a trabajar para la escuela Castelobruxo —narró—. Iba a estar durante tres años.
—Pero desapareció de allí —recalcó Marina—. Le encontramos hace unas horas perdido por la selva amazónica.
—No estaba perdido —rebatió Holmes—. No sé si conocen Castelobruxo, son especialistas en Herbología... Unas noches tuve una fuerte discusión con el profesor que impartía esa materia. No... no me siento especialmente orgulloso del espectáculo que montamos... volví a mi dormitorio después de cenar... y entonces fui víctima de una fuerte alucinación. No recuerdo nada que tuviera sentido. Me hablaban los objetos más inanimados, me perseguían...
Harry, Marina y Kingsley se miraron entre sí. La historia podía ser cierta o no, pero en cualquier caso no era para tomarlo a risa. Kingsley se disculpó, con la intención de viajar esa misma noche a Brasil y averiguar algo más, delegando en Harry la decisión sobre qué hacer con ese hombre. Travis, haciendo gala de sus conocimientos de idiomas, se fue tras Kingsley para hacer las veces de intérprete. Marina y Harry se quedaron aguardando, mientras Holmes se limitaba a mirar hacia la nada, apoyado en la pared. El chico que vivió miró a su amiga.
Pero esta parecía haber visto a un fantasma. Hermione no se lo podía creer. Bajo aquel aspecto tan desaliñado se encontraba Holmes. Su Holmes. El director que se había ocupado de Hogwarts durante su último año en la escuela. El hombre con quien había pasado muchos momentos a solas. Quien se había marchado prácticamente sin decirle nada, había regresado, y estaba allí, enfrente de ella. En el peor estado posible.
—Yo no me creo su historia. Ha podido tomar poción multijugos. Tenemos que asegurarnos de que es quien dice ser, y que lo que nos cuenta es cierto —dijo Marina.
—No hay poción multijugos que dure tanto —señaló Harry—. Por lo menos se ha calmado. Pero no tengo claro si habría que llevarle al hospital o en una celda del Tribunal, al menos hasta que Kingsley regrese...
—Se viene conmigo.
Hermione había hablado. Miraba a Holmes muy seria. Por primera vez, este reparó en la presencia de la chica. Y a pesar de que su cara estaba bastante tapada, no se le escapó que el hombre sonreía. Pero ella no le devolvió el gesto.
—Hermione, este hombre...
—Es un conocido mío —afirmó Hermione—. Respondo por cualquier acto que pueda hacer mientras dure este problema.
Marina parecía a punto de replicar pero Harry negó con la cabeza. A regañadientes, aceptó las palabras de su amiga. Pensó en sacar los admonitores, pero ella le detuvo.
—Avísame si ocurre cualquier cosa —pidió Harry.
—No te preocupes. Voy a hacer que descanse. Mañana me aseguraré de que habla con Kingsley, en cuanto regrese del viaje —dijo la castaña—. Holmes, ¿puede con su baúl?
El mago tomó la varita con suavidad, cerró su equipaje, y con un movimiento de varita aligeró todo el peso. Lo tomó de la mano como si fuera una liviana bolsa, y siguió a Hermione hacia los ascensores mientras guardaba la varita en su túnica. Ni al hombre ni a la castaña se les escapó que Harry y Marina observaban sus pasos. Tomaron el ascensor y subieron al vestíbulo sin decir una sola palabra. Allí ella le tomó de la mano que tenía libre, y Holmes sintió un fuerte tirón. Un segundo más tarde, se encontraba en una estancia que no conocía.
Era una modesta sala de estar. La componía una mesa bajita, un sofá de aspecto cómodo, un mueble sobre el cual reposaba un televisor del mundo muggle, y una librería. A pesar de reconocer perfectamente que estaban en el Londres no mágico por las calles que podía ver por la ventana, no se le escapó el detalle que esa librería estaba hechizada y almacenaba más libros de los que serían posibles en realidad.
—Muchas gracias, señorita Granger.
Si no hubiera tenido tanto pelo cubriéndole el rostro, la bofetada de Hermione le habría dolido más. La joven estaba temblando. No eran nervios. Era enfado. Mucho enfado con la persona que tenía delante. Era extraño. No recordaba haber sentido ira con él. Pero verle aparecer sin previo aviso había encendido su furia.
—Tres años fuera... y ni una sola carta —le reprendió—. Pensé que sabría de usted... Que al menos me escribiría de vez en cuando.
—Señorita Granger...
—Le escribí —le recordó ella—. Yo sí le escribí, Holmes. Las primeras navidades que estuvo usted fuera. Pero la lechuza volvió sin respuesta.
Holmes no parecía capaz de sostenerle la mirada. La chica sintió la tentación de arrancarle los mechones que le cubrían la cara. Quería una explicación seria por parte de su ex-profesor. "No sólo fue tu profesor", se recordó a si misma. "Cállate", pensó de nuevo, aunque el motivo de su enfado era ese claramente.
—¿No va a decir nada? —preguntó.
—Señorita Granger, voy a responderle. Pero me temo que no estoy en mi mejor momento. ¿Me permitiría entrar un momento al servicio?
Hermione pensó en volver a abofetearlo. Pero le indicó la puerta por la que podía ir al baño. Holmes se dirigió allí con el baúl aún en las manos y cerró la puerta tras él. La castaña realizó un conjuro de alarma y a continuación fue a cambiarse ella de ropa. Cuando estaba en el Ministerio trabajando se ponía la túnica reglamentaria, pero al salir le gustaba vestir con pantalón tejano y camisetas. Eligió ambas prendas al azar, y tras cerrar la puerta de su dormitorio con un hechizo, volvió a su sala de estar, donde aguardó a Holmes.
Este salió finalmente. Ahora recordaba más a su antiguo aspecto. El pelo lo volvía a llevar corto, aunque aún estaba un poco alborotado. Se había afeitado la barba, aunque aún se veía un poco de sombra de la misma. La ropa que llevaba puesta había sido sustituida por una más en condiciones. Un pantalón negro y una sudadera de color azul. Tenía mejor aspecto, aunque a Hermione no se le escapó que alguna suave arruga adornaba el rostro de aquel hombre.
—Gracias. Necesitaba lavarme un poco. No he tenido...
—Siéntate —ordenó Hermione. No se había dado cuenta de que había cambiado el uso del "usted". Holmes no rechistó. Se limitó a sentarse en al sofá. Contempló cómo Hermione también se sentaba. Estaba muy seria—. Cuéntamelo.
—¿Qué quiere que le cuente?
—La verdad. Qué es lo que pasó en Castelobruxo. Dónde has estado todo este tiempo. Por qué no me has escrito —insistió.
—Se lo he contado —aseguró Holmes. Su voz sonaba un poco ronca—. Lo que ocurrió en Castelobruxo es verdad. Tuve una fuerte diferencia de opiniones con el profesor Costa. Estoy seguro de que, de alguna forma, me intoxicó. Por eso me pasó lo que me pasó —dijo en tono amargo—. No me imaginé lo peligroso que podía ser discutir con él...
—Pero según han dicho, estaban a punto de despedirte...
—Estamos hoy a 16, ¿verdad? Joder... —dijo Holmes—. Pues sí, el día que desaparecí, mientras atardecía... Tuvimos un acalorado debate. Es una persona de pensamiento... clásico —añadió tras medir sus palabras—. Ambos perdimos los papeles. Sacamos las varitas. Y... reconozco que él no lanzó ningún hechizo.
Hermione le escuchó, sorprendida por la historia de Holmes. Pudo leer el cansancio y el arrepentimiento en su cara. Aunque no era suficiente para relajar su enfado. Ese hombre llevaba tanto tiempo fuera que no sabía por dónde seguir preguntando. Quería saberlo todo. ¿Pero eso le haría algún bien?
—¿Y has estado todo este tiempo en América?
—Sí. No es un continente pequeño. Cuarenta y dos kilómetros cuadrados y medio. Difícil visitarlo en un día —añadió, pero se dio cuenta que no era buena idea bromear con Hermione—. He estado viajando de constante. Bueno, gran parte. Me quedé en algunos sitios durante un tiempo, conociendo diferentes costumbres. Ha estado bien.
La castaña seguía sin estar convencida con todo lo que escuchaba. Tan bien estaba que había incluso firmado por quedarse un largo tiempo más. ¿Acaso había decidido no regresar?
—Pero no quiero aburrirla ahora con mis viajes. ¿Qué tal le va todo, señorita Granger? Trabaja ahora en el Ministerio, ¿no?
—No —atajó Hermione—. No tienes ningún derecho a preguntar por mi vida. No después de no haber contactado conmigo. ¡¿Por qué no me escribiste?! —saltó de pronto.
—No puedo responderle…
—Dímelo, Holmes… me habías prometido hablarme de sus viajes. Pensé que podríamos ser amigos. Y sin embargo decides no ponerte en contacto conmigo en todo este tiempo. Quiero saberlo. ¿Por qué no me has escrito?
—Señorita Granger, me encantaría seguir hablando con usted, pero… como comprenderá, estoy agotado. Si no le importa, me gustaría ir a descansar a mi casa.
—¡¿Qué?! —se escandalizó ella.
—Mañana me presentaré en el Ministerio a primera hora de la mañana para aclararlo todo con el ministro. Agradezco que me haya ayudado —dijo este, con su suave tono de voz y poniéndose en pie—. Ha sido un placer volver a verla.
Rodeó el sofá y tomó su baúl. Hizo un gesto de despedida con la mano. Pero antes de llegar a Desaparecerse, Hermione había reaccionado y se había aferrado al cuello de su sudadera. Estuvo a punto de caerse sobre él al Aparecerse. Sintió el cuerpo de Holmes sujetándola. Apartó todo pensamiento, y se apartó de él, enfadada. Miró alrededor. Una calle de bonitas y acogedoras casas individuales se extendía ante ellos. Holmes empezó a caminar.
—Saint Anthony's Ave… —dijo Hermione—. ¿Vives aquí?
—Sí, aquí es —respondió Holmes—. ¿Tanto se sorprende?
—La verdad, me doy cuenta de que sé muy poco de usted —replicó ella, con cierto enfado.
—¿Por qué me ha seguido? —preguntó Holmes. No sonaba enfadado o molesto.
—Porque voy a venir mañana por la mañana a por ti, Holmes —respondió la chica—. Además, está muy feo que tú sepas dónde vivo pero yo no sepa dónde vives tú. ¿Es aquí?
Se habían detenido ante la casita que más aspecto de cuidada tenía. Extraño si tenía en cuenta que su dueño llevaba tres años fuera. Pero en efecto, Holmes sacó una llave de su pantalón y abrió sin dificultad. Dejó la puerta abierta, dejando entrar a su antigua alumna. Ella pasó detrás de él.
—Está todo muy limpio —comentó Hermione—. Resulta muy difícil de creer que realmente hayas estado usted fuera...
—Mi hermana se ha ocupado de cuidar la casa en mi ausencia —explicó Holmes—. Es la única persona con quien he mantenido el contacto en mi ausencia. Se ha asegurado de mantenerlo todo limpio. Quizá debí haberle comprado un recuerdo de mis viajes. Y avisarla de que estoy de vuelta.
—¿Tienes una hermana?
—Sí. Es una de las pocioneras más distinguidas de la Rimbombante Sociedad de Amigos de las Pociones. Y quien más me ha recordado que conviene tener los pies en la Tierra. Deberé hacerle caso algún día… —comentó Holmes más para él que para ella.
La casa de Holmes resultaba acogedora. La planta baja estaba formada por un salón con vistas por un ventanal a la calle, un baño, una cocina... aunque Hermione sabía que mirando desde la calle, el tamaño que tenían esas estancias no se correspondían con la realidad, resultando más amplios y acogedores.
—Holmes… ¿por qué no…?
—Señorita Granger —Holmes interrumpió—, le doy permiso para venir mañana por la mañana. Si quiere, se puede Aparecer en esta casa para buscarme, y prenderle fuego a todo si no me encuentra dentro —dijo Holmes—. Pero en serio… Estoy muy cansado. Me gustaría retirarme a descansar.
—Vendré —aseguró ella—. A las siete de la mañana. Espero que estés vestido. Y espero no arrepentirme de responder por ti ante el Departamento de Aurores.
—No lo hará, señorita Granger —aseguró él, mientras agitaba su varita. Se abrió el baúl y la ropa empezó a levitar escaleras arriba.
—Hasta mañana entonces, Holmes.
—Hasta mañana.
Hermione salió de la casa. Miró a través de la ventana. Como si no se lo esperase. Estaba conjurada. No podía ver a Holmes a través del cristal. Se aseguró de que no hubiera muggles en la zona, y en ese momento se Desapareció.
Volvía a estar en su piso. Se fijó en la repisa de la ventana. Una lechuza del Ministerio. Abrió la nota mientras acariciaba el plumaje del animal. Respondió rápidamente que se tenía que tomar el resto del día libre, asegurando que en cualquier caso estaría todo preparado para el pleno. Vio al ave alejarse en vuelo, y por fin pudo tumbarse en el sofá.
Habían sido muchas emociones en muy poco tiempo. Holmes había aparecido en sus sueños algunas noches en aquel tiempo. Cada vez con algo menos de frecuencia. Pero ahora no era un sueño, había regresado. Había tocado su mano, percibido su aroma cuando se habían aparecido en su calle. Se recriminó a si misma su inocencia. Ya había caído una vez en los encantos de aquel hombre. No se podía permitir volver a caer. "¿Pero acaso saliste la vez anterior?"
¡Hola a todo el mundo! Prometí una continuación de "El castigo" y aquí está. Soy consciente, no ha habido nada subido de tono en este capítulo, pero era obvio que no sería tan sencillo, ¿verdad? ;)
honter11: Siempre procuro responder a las reviews. Me anoto las ideas que me das para esos fandoms ;)
Esta segunda parte no ha hecho más que empezar :)
