Desperté, seguía con cansancio, desayune, y fui a ver a mi dos amigos, Harry y Ron. Estábamos en La Sala Común platicando sobre las estupideces que hacia Malfoy. Estúpido Malfoy, pensé. Era un cerdo narcisista, egocéntrico y no paraba de hablar de la raza superior y todo eso, me alteraba. Tranquila Herm, piensa en otra cosa.

En ese momento llego Snape y me dijo que luego de clases fuera a su despacho. Me pregunte que habría hecho.

Terminada la clase de pociones, caminando por el pasillo me encontré con el maldito hurón.

Rata de biblioteca ¿A dónde vas?

No es de tu incumbencia, Malfoy.

Seguí caminando y para mi sorpresa él seguía caminando a mi lado sin hablar. Que fastidio, pensé.

Llegue al lugar donde se encontraba el profesor, entre y el también.

¿Qué haces Malfoy?

A mí también me mandaron a llamar.

Qué extraño!

Señorita Granger, Señor Malfoy tomen asiento.

Me sente y Draco hizo lo mismo.

La luz matinal es algo tan malo para mis ojos, pensé. Me despabile y fui a desayunar, en el Gran Comedor, se encontraban Pansy, Blaise y Theodore.

A Parkinson le parecía atractivo, pero ella a mí no. Yo estaba esperando a la mujer indicada.

Preferí dejar de pensar y comencé a comer. Tenía mucha hambre. Ellos hablaban sobre el estúpido trió dorado. Malditos embusteros, siempre habían sido los preferidos del director y eso me saca de mis casillas. Intercambiamos varias opiniones y en eso llego el profesor Snape con el motivo de que yo tenía que ir a su oficina al terminar mis clases.

Llegada la tarde con el propósito de ir con Snape, logre entender que también iba a verlo la asquerosa sangre sucia, Granger. Intercambiamos algunas palabras y llegamos con el profesor.

Nos indico que nos sentáramos. Que querría decirnos, llegaba a ser un reto o algo por el estilo y mi padre se enteraría.

La Granger iba con sus libros en el regazo, supongo que luego de estar aquí se iría a la biblioteca. Típico de ella. Llevaba el odioso uniforme de Gryffindor y tenia sujetado el pelo con una hebilla con perlas y por supuesto tenia ese perfume de vainilla que era común en ella y era lo único que rescataba de su aspecto.