Un nuevo día simboliza una nueva tortura para mí. Como todas las mañanas debo levantarme a la misma hora. Mover ligeramente mis manos mientras meciéndome a mí mismo me canto una canción que siempre consigue tranquilizarme.

La única que siempre había conseguido cuidarme había sido mi madre pero llevaba mucho tiempo sin verla, exactamente después de cumplir los siete años. Papá se había olvidado de mi tarta y salieron juntos a comprarla pero no podían dejarme solo por lo que la abuela Elein se había quedado a mi cargo.

- Serán tan solo quince minutos –susurró mi madre antes de dejar un pequeño beso en mi cabello.

Aún espero que pasen esos quince minutos. Mi madre es la única que me quiere, que no me grita y que sabe lo que necesito cuando no sé decirlo. No sé porqué decidieron que me mudase con mi abuela, puede que mi madre se cansase de mí, pero yo no pierdo la esperanza, ella llegará. Lo sé.

Mi abuelo Joseph tampoco aparece ya por casa. Elein siempre se emociona cuando habla de él por lo que casi no me cuenta historias, se pasa el tiempo suspirando mientras mira las fotografías de mi abuelo de joven.

Muchos podrían pensar que están muertos, excepto yo. Sé que nadie que me quiera puede morirse porque mi madre me dijo cuando era pequeño: "siempre que alguien ama, tiene una misión en la vida". A mí me querían, por lo que no pueden haberse marchado, no al menos sin despedirse.

Elein aún duerme. Es raro en ella despertarse tan tarde. Normalmente está en pie antes de que el gallo se atreva a cantar. Siempre saluda al sol antes de que amanezca.

Camino hasta la habitación de mi abuela mientras retuerzo suavemente mis dedos. Tengo hambre y si no se ha levantado no sé cómo prepararme el desayuno. Golpeo la puerta con mis nudillos tal y como me enseñó papá. La abu no me responde. Vuelvo a llamar y después abro la puerta.

Una vez dentro observo que la abuela, más pálida que de costumbre, no respira sobre la cama. ¿Qué le pasa a mi abu?