"Eres perfecto seas como seas" Sin duda esas eran las palabras que Jehan mejor recordaba entre las millares que había escuchado a lo largo de toda su vida. Su padre se las repitió de forma constante durante toda su vida, casi como si ya supiese que iba a ser "raro". Y acertó, para la sociedad era raro, estaba entre dos caminos y nunca optó por tomar ninguno, le gustaba ser así.
En ese momento estaba frente a la tumba de aquel que le había repetido esas palabras una y otra vez, aquel que le había enseñado todo. Nunca llegó a conocer a su madre por culpa de su nacimiento, pero su padre jamás le echó nada en cara. Él fue siempre su única familia y sabía que jamás podría haber pedido nada mejor.
Su padre le enseñó todo lo que sabía, le enseñó a apreciar la naturaleza, a ver la belleza en las flores, a amar a todos los seres vivos más incluso que a sí mismo. Le enseñó que no había nada malo, le enseñó a ver la belleza en todo y en todos.
Ahora él estaba ahí, completamente solo, un año después de que las Moiras decidiesen arrancarle su ser más querido. En las manos llevaba unas hermosas margaritas y amapolas, para su familia, toda muerta ya, era algo sumamente significativo y hermoso.
—Decías que tú y mamá erais como amapolas y margaritas —Dijo con dificultad y voz triste, casi incapaz de decir aquellas palabras—, que ella era como una amapola con su hermoso vestido rojo de amor y tú una margarita simplona que junto a su lado se sentía enorme y hermosa…
Sin decir nada más limpió los restos de las anteriores flores, ya marchitas, y colocó en recambio las nuevas. Lágrimas luchaban por hacer presencia, por derramarse, pero Jehan las contuvo en una muestra de fuerza. No podía volver a romper su promesa: no podía volver a llorar por su padre, hacía años que se lo había prometido.
Sonrió de forma medio amarga, intentando darse así mismo ánimos, y dejó una pequeña flor de papel con un poema en su interior. Un poema que dejaba salir todos los sentimientos de un joven hacia su ser preciado, su padre.
—Os echo de menos… a ambos.