-Fantasma, ¿comprendes la misión que te ha sido encomendada?

Saga tardó en responder.

Estaba ante el trono de Hades y un velo lo separaba de la figura sentada en el trono. Más que meditar en la orden recibida (un trato que le había sido propuesto sin darle opción de rechazarlo), se preguntó a quién pretendían engañar con ese juego tan burdo. Él era un experto en ilusiones y no necesitó siquiera encender su cosmos para saber que aquello (fuese lo que fuese) que ocupaba el trono no era el dios Hades.

Ni siquiera era un ser vivo.

¿Tal vez un maniquí?

Cierto, había un cosmos rodeando aquella figura, pero no provenía de la figura. Era apenas lo indispensable como para a engañar a alguien que no conociera bien cómo funcionan las ilusiones.

O que fuera muy, pero muy poco inteligente.

-Entiendo lo que quieren de mí. Lo que no entiendo es cómo esperan que lo lleve a cabo.

-Se te está dando una oportunidad de vengarte de Atenea –dijo el Juez que estaba frente a él, a una respetable distancia del trono, el velo y el… maniquí. Sí, tenía que ser un maniquí.

O quizá una estatua.

Era el juez de Wyvern. Radamanthys, si no recordaba mal. ¿No era uno de los hijos de Zeus y Europa? Había esperado que hablara con acento griego, pero se expresaba con un acento que le recordaba más bien a… ¿cómo era que se llamaba ese actor? ¿Alan Rickman?

Pero estaba divagando y eso no era bueno. Su alma había sido forzada a animar ese cuerpo que en teoría era nuevo, pero en la realidad era solo una construcción de ceniza, huesos viejos y quién sabe qué más porquerías. No hacía falta que le dijeran que esa falsa vida era solo temporal: su alma podía sentir ese cuerpo deteriorándose a su alrededor.

-Acompáñame –ordenó el Juez-. Me encargaré de que recibas el resto de las instrucciones.

Lo siguió por los laberínticos pasillos del palacio. Todo estaba en penumbras, apenas iluminado por velas y antorchas. Otra señal más de que el dios estaba ausente. ¿A quién estarían tratando de engañar? Cualquiera que hubiese estudiado a los dioses sabría que uno de esos seres desplegaba suficiente energía como para mantener iluminado cualquier reino mítico.

En un saloncito privado, Radamanthys le ofreció asiento y sirvió para él una taza de té. Saga se quedó contemplando la taza en sus manos con algo de sorpresa. Earl grey preparado correctamente. Alguien había hecho la tarea al menos en lo que concernía al Caballero de Géminis.

Si el Juez de Wyvern conocía ese detalle de los gustos de su enemigo, ¿era posible que al mismo tiempo lo mantuvieran engañado con respecto al maniquí que ocupaba el trono?

Lo contempló mientras servía whisky en un vaso y bebía un trago. El silencio se alargó, incómodo y molesto.

-¿El resto de las instrucciones? –preguntó Saga.

-Todavía no has aceptado la misión.

-¿Tengo opción de negarme?

-No, en realidad no.

-Entonces, ¿qué caso tiene…?

-No es lo mismo obedecer que aceptar obedecer.

-Supongo que no. ¿Qué sucederá si digo "no estoy de acuerdo"?

-Tengo entendido que eres un estudioso. Dirigiste a los tuyos durante quince años.

-¿Y?

-Habrás investigado a los otros dioses aunque solo fuera para conocer las fortalezas y debilidades de posibles enemigos.

-Hum –Saga evitó responder bebiendo un sorbo de té. Aquella no era una pregunta, sino una afirmación.

-¿Has escuchado sobre la técnica "Marioneta Cósmica" de la que se enorgullece tanto el Juez de Grifo?

-La Estrella Celestial de la Nobleza la utilizaría contra mí sin pensarlo dos veces –la suya tampoco fue una pregunta y Radamanthys no se molestó en asentir.

No necesitaba que le describiera el escenario. Con su cosmos reducido a casi nada mientras estuviera atrapado en ese puñado de tierra y ceniza, no le serviría de nada oponer resistencia. Si la Marioneta Cósmica fuera al menos una técnica mental, podría intentar oponer su voluntad, pero era algo físico… Y los otros… se suponía que debía reclutar a Shion, Máscara Mortal, Shura, Afrodita y Kamus. Si los otros también eran sometidos a la Marioneta Cósmica…

-Acepto la misión –declaró. Su mente ya estaba trazando planes. Tenían mucho menos poder que cuando vivían, los demás Caballeros deberían poder derrotarlos fácilmente y Atenea…

Entonces levantó la mirada de la taza de té, vio la expresión de Wyvern y comprendió que acababa de cometer un error.

Había aceptado con demasiada facilidad.

-¿A quién pretendes engañar? –preguntó Radamanthys, con voz calmada.

Saga se irguió más todavía de lo que ya estaba, su espalda se mantenía recta como una tabla, la taza de té no tembló en sus manos.

-A nadie. Un Juez sabe aplicar la lógica. Por lo tanto, debes ser capaz de darte cuenta de que yo no tengo ninguna venganza pendiente en contra de Atenea. Morí por ella, morí en sus brazos y mi alma recibió consuelo por parte de ella en mis últimos segundos de agonía. ¿Por qué iba a querer vengarme? Y los otros Caballeros, ellos murieron con honor, algunos luchando por ella y otros contra ella, pero sus muertes fueron nobles –eso no era del todo cierto, pero no era momento para detenerse en detalles-. ¿De quién fue la absurda idea de enviar en contra de Atenea a seis Caballeros que se mantendrán leales a su diosa más allá de la tumba?

Una sonrisa casi imperceptible apareció en los labios de Radamanthys.

-Es un alivio saber que no eres un completo idiota.

El Juez se puso de pie, dejó el vaso en la mesa más cercana y Saga comprendió que la entrevista había terminado. Apuró el té (probablemente sería la última vez que tendría la oportunidad de saborear algo así) y se levantó él también.

-Es una trampa –afirmó-. Nos enviarán allá solo para asegurarse de que Atenea se apresure a atacar primero, y entonces la estarán esperando.

Radamanthys se acercó a él.

-Sí, es una trampa –admitió, sin el menor rastro de sarcasmo en su voz-. No es honorable y no estoy de acuerdo, pero es lo que se hará, con tu colaboración o sin ella.

-¿Por qué me lo adviertes?

-Porque sería un deshonor no hacerlo. Estoy aquí para servir a Hades y lo haré, aunque eso implique recurrir a este plan ridículo, pero eso no significa que deba estar contento con las decisiones que se están tomando estos días.

-¿De quién fue la idea?

-Ya sabes demasiado, fantasma.

Saga apretó los labios. Cierto, decirle más sería pasar de los límites de la cortesía para adentrarse en una traición.

-Comprendo.

-Es una lástima que nos conociéramos así –comentó Radamanthys, sorprendiéndolo por completo.

Era curioso estar de acuerdo con el Juez.

Mientras reunía a los otros cinco (fue realmente difícil convencer a Shura; Máscara Mortal y Afrodita se ofendieron terriblemente con el papel que tendrían que interpretar, Saga pasaría el resto de la eternidad compensándolos, si eso llegaba a ser posible; enfrentar a Shion era una de sus pesadillas personales…) , su mente no dejaba de trazar planes.

Encontrarían la manera de que los otros comprendieran que estaban siendo forzados a atacar el Santuario. Quizá lograrían que los otros los destruyeran antes de pasar de la Primera Casa.

Y si los Hados eran tan inmisericordes como para permitir que llegaran hasta Atenea, la diosa de la Sabiduría, que había visto su alma antes de morir, sabría que todo era una trampa…

…A menos que caminar directamente hacia la trampa fuera precisamente su estrategia.

Esa fue la última idea que se le ocurrió cuando las manos de ella se cerraron sobre las suyas, obligándolo (con una fuerza que debería ser imposible en una niña de trece años) a clavarle en el cuello el cuchillo para el sacrificio.