Este fic participa en el reto trimestral: "Mitos y leyendas".

N/A: Segundo fic colaborativo con mi amigo Oikawa Kane. Optamos por la demonología, usando de inspiración la leyenda de Abrahel y el pastor. Los personajes no nos pertenecen y los nombres que les pusimos son de nuestra invención, salvo el de Nyo Ucrania que es de nuestra amiga Milly Loca.

Personajes utilizados: Serbia/Markus Brankovic, Nyo!Bulgaria/Rayna Petrova, Transilvania/Scorpius Lupei, Nyo!Ucrania/Vladimir Braginsky, Nyo!Rumania/Nicoleta Lupei.


Imagen Nocturna

Apenas en las primeras horas de la mañana, la sombra de una nube cubría por completo la ciudad mientras Vladimir Braginsky, un joven médico era escoltado al que sería su nuevo hogar. Se establecería en Siret, cerca de la frontera rumana con Ucrania. Cabalgaba acompañado de un noble transilvano, Scorpius Lupei, quien conocía bien el poblado, aun cuando este no fuera muy amistoso su ayuda le sirvió mucho, durante el camino le habló sobre la ciudad y como era la gente. Subían por una pequeña colina hacía el centro, el joven ucraniano observaba las casas y su arquitectura, llamando su atención algo bajo un singular rayo de luz, un edificio que sobrepasaba en altura las construcciones vecinas podía distinguir los detalles de aquella mansión, las torres, azoteas y ventanales refinados.

En ese instante creyó ver cómo en la terraza se deslizaba una esbelta silueta femenina, que brilló por un segundo y luego se apagó. No supo si fue una ilusión o algo real.

Cabalgaron por un rato más hasta que el hombre de cabello platinado se detuvo –Esta es la residencia que ocupara, doctor—

Ambos bajaron de su caballo, Vladimir esperó a que Scorpius abriera la puerta de la morada y le diera las llaves de esta.

—Mi sobrina lo atenderá hasta que se acostumbre, perdónela si es un poco torpe—expresó el hombre con bastante seriedad.

La casa era más que amplía para él solo, dos habitaciones y el resto de los cuartos necesarios para una vivienda. Un pequeño alboroto en la cocina llamó la atención de ambos, se dirigieron a aquel cuarto donde una joven acomodaba los cubiertos sobre la mesa. Vladimir supuso que se trataba de la sobrina de su acompañante.

—Nicoleta, este es el doctor Braginsky, ayúdalo con todo lo que puedas—pronunció Scorpius con cierta autoridad.

La chica hizo una pequeña reverencia –Me esforzaré en ello, tío. Es un placer tenerlo aquí, doctor—volvió a erguirse, dedicándole una sonrisa a ambos.

Vladimir pudo admirarla por unos segundos, era bella pero no necesariamente en el sentido clásico de la palabra, su tez era demasiado lívida y el color de sus ojos un tanto inusual ya que era de un tono casi rojo. –El placer es mío de gozar de su compañía, señorita— le devolvió la sonrisa, un poco cautivado por esa curiosa belleza.

—Debo arreglar algunos negocios aquí, luego de eso partiré a Transilvania así que me despido ahora porque dudo poder regresar más tarde— Scorpius estrechó la mano de Vladimir y le dio un seco abrazo a Nicoleta antes de salir de la casa.

—Gracias por todo—alcanzó a decirle el ucraniano.

Habiéndose quedado sólo con la chica, decidió instalarse mientras ella continuaba con lo suyo. Lo llamó después para la cena, otra doncella le acompañaba. Una chica de largo cabello azabache y ojos que asemejaban a las esmeraldas, su nombre era Rayna, y estaba al servicio de Nicoleta. Una verdadera belleza, sin embargo, era callada y seria.

Ambas fueron su compañía por un par de semanas. Su rutina con ambas era simple, ambas llegaban apenas se asomaba el sol y se iban al atardecer. Rayna hacia las compras necesarias y Nicoleta se encargaba de tener todo el orden dentro de la casa, algunas veces cuando ambos estaban desocupados se sentaban en el salón charlando sobre mutuos intereses y conociéndose mejor.

Ella le había revelado que tenía dos años viviendo en Siret, y que antes de eso estudiaba en un internado en Praga. Que le gustaban los relatos de misterio y bailar a veces, entre otros hábitos poco comunes en las señoritas de sociedad.

Vladimir empezó a disfrutar de su singular compañía, Nicoleta era quien se quedaba la mayor parte del tiempo con él. Claro, tomando ciertos límites; ella nunca entraba en su consultorio ni salía de la casa mismo tiempo que él, a decir verdad, ella rara vez salía de casa a plena luz del día.

Todos los días ambas se marchaban cuando ya no había rastro de luz en el cielo, un carruaje las recogía y Rayna se adelantaba a la dama, cubriendo el rostro de Nicoleta con un velo negro. Al principio, sus despedidas eran cortas y formales, pero, mientras los días pasaban y su vínculo se volvía más fuerte ambos se quedaban en el umbral extendiendo el tiempo de su compañía. Hubo un par de veces en que Vlad le insistía quedarse a cenar hasta tarde, las mismas en las que ella se negó.

Quiso tentar su suerte aquel día lluvioso, cuando cayó el atardecer el clima se mantuvo igual y no había rastro de que fuera a pasar. El carruaje pasó tan puntual como siempre, pero la lluvia dificulto un poco que los caballos se quedaran quietos y que Rayna pudiera pasar sin hundirse en el lodo. –Puede quedarse aquí esta noche, dudo que la lluvia las deje avanzar mucho y no quiero que atrape un resfriado—

—La señorita no puede quedarse—Rayna respondió por ella, quitándose su abrigo y usándolo para cubrir el camino para que Nicoleta pudiera pasar.

—Esta bien si tu regresas a casa, Rayna. No quisiera arriesgarme con este clima— Nicoleta no se movió de su lugar. Dirigiéndole una mirada severa a su dama de compañía, Rayna no emitió ninguna queja, pero en su rostro se dibujaba una mueca de disgusto.

Ella se marchó sola de regreso a su hogar.

Vlad le dedicó una sonrisa a Nicoleta, guiándola hasta la mesa para que pudieran cenar y entrar en calor con la chimenea encendida. Estaban los dos frente a frente mientras cenaban, había un cálido ambiente dentro de la casa, aunque afuera se vivía una tempestad.

Continuaron con su charla de la tarde, le había contado un poco de su natal Ucrania y otro poco de su familia —Creo que es la primera vez que conversamos sin la señorita Rayna presente—

—Así es, a veces me molesta un poco que este todo el tiempo sobre mi… pero lo entiendo, es su "trabajo" aunque a veces llegue a ser asfixiante— admitió –Insiste en que debemos estar en casa antes del anochecer o nos puede pasar algo malo, ya sabes dicen que las criaturas malignas pasean libremente por la noche—rio por lo último.

—No sabía que fueras supersticiosa y creyeras en esas cosas— dejó ese comentario al aire.

—Desde que era niña me han interesado, leía sobre brujas, fantasmas, vampiros y demonios—comentó sonriendo levemente –Nunca les tuve miedo, no hasta que llegué a este sitio—

La miró curioso –¿Qué pasa aquí?—

—Nada, sólo una historia que descubrí hace poco, sobre una demonio que responde al nombre de Abrahel, adopta la forma de una mujer bellísima que puede cautivar a cualquier hombre, una mujer al gusto de su presa. Hace apenas un siglo apareció en Belgrado, donde sedujo a un joven pastor y a cambio de sus favores sexuales, riqueza y el poder seducir, él le entregó su alma; para mantenerla a su lado le entregaba continuamente a jóvenes doncellas para robarles y absorber su vida— Nicoleta parecía intranquila al relatarlo –Y se alimenta de la sangre de los hombres que el pastor le presente—

—¿Y crees que eso sea real?—le cuestionó al verla casi temblando.

—No importa lo que yo crea— Nicoleta se levantaba de la mesa. La miró dirigirse al dormitorio de huéspedes con el deseo de dormir –Me importa más que llegues a recordar la historia… buenas noches—

Vladimir no lo pensó dos veces y se interpuso en su camino, un poco apenado por mostrarse así de desesperado –La noche aún es joven, ¿quisieras bailar conmigo?—le ofreció su mano como todo un caballero.

La joven dudó al principio, sin embargo, al ver la tierna mirada de Vlad no pudo negarse. Sujetó su mano mientras él colocaba la pieza, rodeó su cintura y comenzaron a bailar al ritmo de aquella tonada lenta. Bailaban alrededor del pequeño espacio que les permitía el salón de la casa, intentando no chocar con los muebles o lastimarse con las pequeñas torpezas del otro. Aunque eso lejos de molestarles les hizo disfrutar más de ese momento.

La música siguió, acercándose a su final. Ambos detuvieron su danza, mirándose fijamente. Todo a su alrededor parecía haberse apagado de repente, y en ese sombrío fondo sólo destacaba el cuerpo del otro. Ambos estarían mintiendo si negaban lo que estaban experimentando, era como si una llama se encendiera en cada uno, algo que nunca habían experimentado; sus rostros se fueron acercando hasta que sus labios se encontraron, dejando que el fuego dentro de ellos se propagara por todo su cuerpo. Un deseo que habían mantenido reprimido hasta esa noche ya había cedido y aquel beso había sellado todo. Vladimir suspiraba ante el roce de sus labios…

Observó el reflejo de ambos en el ventanal y le pareció ver una silueta femenina que se tornaba oscura, como un par de brillantes ojos color sangre seguían todos sus movimientos. Cerró los ojos y al volver a abrirlos la silueta había desaparecido, en su lugar estaba el reflejo de la dama que tenía entre sus brazos.

Nicoleta lo apartó un poco, se cubría los labios con la mano derecha, dándose cuenta de la falta que había cometido.

—¿Estas bien…?—miró pasmado el adorno en su mano ¿cómo no lo había notado antes? En uno de sus dedos descansaba un anillo. Estaba casada.

—Si, estoy bien… lo siento, creo que ya debería ir a dormir—respondió, no lo dejó replicarle y se fue a encerrar al cuarto de visitas. Dejando a Vladimir inquieto por lo que había descubierto y por lo que había visto.


Apenas pudo conciliar el sueño, la mayor parte de la noche se quedó pensando en lo que había pasado con Nicoleta, y cuando fue a desayunar con ella, esta parecía ya recuperada volvió a su humor de siempre, pero no tocó el tema. Rayna no había llegado ese día, así que le tocaría a él hacer las compras, así que fue al mercado y aprovechó para distraerse un poco.

Vladimir siguió su camino de regreso a casa, notando algo interesante en el trayecto. Aquella mansión que había llamado su atención cuando llegó y por la que siempre pasaba y notaba carente de vida ahora parecía todo lo contrario; vio un par de carrozas estacionadas en su entrada y a algunos pajes acarreando cajas y valijas dentro de la casa. No era el único curioso alrededor de la propiedad, había varias personas cuchicheando cerca de él, algunos estaban asustados.

Una mujer de edad madura lo abordo, pidiéndole una consulta rápida por su dolor de espalda. Vladimir le pidió que lo siguiera hasta el consultorio.

Luego de revisarla y decirle que lo mejor era que reposara quiso indagar un poco sobre los misterios del pueblo, sobre todo esa mansión que le había llamado la atención desde el principio. –¿A quien pertenece esa mansión de aspecto sombrío?—

—Es la antigua casa que el conde Scorpius le regaló al esposo de su sobrina; allí suceden cosas espantosas—explicó la mujer –El hombre que ahí vive fue muy querido en sus tierras, pero ella… su mujer es una gula, una mujer vampiro, pero todos aquí creemos que se trata de Belcebú en persona…—

Antes de que la mujer terminara su frase, se escuchó el sonido de porcelana rompiéndose detrás de la puerta del consultorio. Vlad se levantó y abrió la puerta, encontrando a Nicoleta recogiendo los pedazos de la taza que había roto.

La mujer se levantó al reconocerla y quiso salir lo más rápido posible –¡Saqué a ese demonio de aquí!—

Al ucraniano no le podía importar menos las palabras esa mujer, así que se arrodillo para ayudar a Nicoleta, notando que se había cortado un poco –Permíteme ayudar— sin dejarla protestar la llevó dentro del consultorio para limpiarle la herida y vendarla.

Nicoleta no quiso pronunciar palabra alguna, pero daba a entender que se sentía avergonzada por lo que acababa de suceder.

—No me voy a enojar contigo por lo de la taza… ni por lo que esa mujer dijo—le hizo saber, terminando de vendarla.

—Las personas le tienen miedo a lo que no conocen, es normal.

Vladimir sostuvo su mano con delicadeza, ambos quedándose en silencio por algunos segundos.

—Él suele hacer fiestas cuando regresa de sus viajes, habrá una esta noche—pronunció la rumana.

—Entiendo…

—Me gustaría que asistieras— aquella petición lo sorprendió; ella lo miró casi suplicante –Estaría bien tener a alguien conocido ahí—

Vladimir lo pensó un poco, hace mucho que no iba a alguna fiesta e internamente sólo deseaba pasar tiempo con ella, y en aquel sitio estaría su esposo… sabía que se metería en terreno peligroso si asistía, y a pesar de eso terminó por acceder. –Está bien, estaré ahí—le sonrió, acariciando un poco su mano –Nos veremos esta noche—


Los pajes desempacaban todo lo que había traído de su viaje. El hombre caminaba por todo su despacho, adornándolo con los pequeños tesoros que había traído consigo. Como un espejo con un marco de plata, observó su reflejo por un buen rato, peinando con sus dedos su cabello castaño arrancándose una que otra cana que encontraba, las únicas muestras de su edad, pero en sus ojos oliva aún podía brillar la juventud que aparentaba, al igual que en su piel no había ni una arruga que lo delatara. Markus Brankovic aún se veía como un apuesto joven en sus veintes.

La joven Rayna entró sin previo aviso, pero a él no le importo en lo más mínimo. –¿Dónde está ella?—

—No tarda en regresar, ya he enviado a un carruaje por ella—expresó la búlgara acercándose a él –¿El viaje fue satisfactorio?—

—Más de lo que te imaginas, casi lo olvido, ve preparando el "salón especial" conocí a un grupo de doncellas macedonias, vendrán esta noche y ellas se merecen la mejor de las experiencias—decía con una amplia sonrisa.

—Entendido señor, pediré que lo arreglen para su velada—Rayna hizo el mismo gesto con algo de coquetería –Pero a usted, si ha olvidado hacer algo—

Le entregó en sus manos una pequeña vela recién encendida –Gracias, preciosa… no sé qué haría sin ti—Markus le sonrió mientras la veía salir del despacho cerrando la puerta.

En su despacho había un pequeño mueble que mantenía bajo llave, y al abrirlo se revelaba su secreto más grande. Frente a él se extendía un altar adornado con símbolos extraños y pequeñas ofrendas, en lo alto del mismo estaba escrito en un idioma antiguo aquel nombre: Abrahel.

Dejó la vela sobre el altar, hundiéndose en su adoración, agradeciéndole todo lo que había hecho por él desde que la conoció. Ya no recordaba cuanto tiempo había pasado desde la primera vez –Es quien despierta en mi esta pasión, que bien podría consumar mi perdición—susurraba –Pues ella es la imagen del gran pecado—

Sintió como esa oscura presencia femenina lo acariciaba, la figura de la fémina formándose frente a él –Espero perdones como me seduce otra mujer—

En su mente apareció la imagen de la mujer que vivía bajo su mismo techo, quien parecía seducirlo con su mera presencia, pero jamás había llegado a tocar –Roto en dos, me siento dividido, a las dos les puedo dar amor ¿cómo romper en dos mi corazón?—

Tomó su anillo de matrimonio, el cual dejaba en el altar siempre que salía de viaje –Con una el bien y con la otra el mal, voy del Edén a lo más infernal. Una es legal hasta el fin y la otra es un fin sólo carnal— colocó la joya en su dedo, lo tendría que lucir durante la fiesta para desviar apariencias –Las dos pueden darme amor, creo que no hago ningún mal ¿Qué culpa tengo yo?… si una es miel, la otra es la hiel; si una es fiel, la otra en infiel… una es a quien todo se lo juré, la otra es por quien yo perjuré—

La presencia oscura que lo abrazaba se dispersó cuando la puerta volvió a abrirse; Markus tuvo que cerrar el altar de golpe mientras esa mujer se acercaba –¿Dónde estabas, Nicoleta?— preguntó severamente.

La rumana caminó hacía él sin temor alguno –Ya sabes, haciendo el favor que mi tío me pidió—

Bufó –Ya veo, haciéndole compañía a aquel sujeto, su casa debe ser un buen sitio para pasar el rato—la tomó de las mejillas apretándola un poco –Dime ¿Ya has pasado por su cama?—

Lo apartó de un empujón –¿Crees que soy de tu calaña, Markus?—

Él levantó los hombros –Es lo que siempre he querido saber, querida. Si eres igual a mí—su mano se deslizó sobre la espalda de su mujer causando que se estremeciera –Tal vez debamos poner en práctica aquel dicho "la única forma de deshacerse de la tentación es sucumbir ante ella"—

Nicoleta volvió a alejarse de él –Sucumbir te llevará a la ruina, ya te lo he advertido… pero sólo escuchas lo que quieres, haz tu fiesta diviértete con cuanta mujer desees, pero a mi no me vuelves a tocar—amenazó dando media vuelta para salir de aquella habitación.

—Eres un asco de esposa, Nicoleta.

—Y tu una imitación de hombre, Markus—no quiso continuar discutiendo con él. Regresó a su habitación, la propia, hacía ya mucho tiempo que no compartía el lecho con el serbio. Comenzó a prepararse para la velada, siendo su único consuelo que Vladimir asistiría.


La mansión carente de vida se teñía de luces aquella noche, carrozas aparcaban a lo largo de la calle y varios ojos curiosos se asomaban por las ventanas vecinas. Vladimir al principio había dudado en acudir, pero cargaba en su consciencia lo que le había prometido a Nicoleta y eso fue lo que lo animó. Se había puesto un traje de gala que guardó desde su llegada a Siret para no desentonar entre el resto de los asistentes; los pajes que lo recibieron ya sabían que era invitado de su señora y lo dejaron pasar.

El interior de la mansión desentonaba con el exterior, por dentro estaba llena de vida y de colores mientras que por fuera era gris y sombría. Observó a varias parejas bailar, a otros hombres beber en algún rincón del salón y a un grupo de chicas extranjeras siendo guiadas hacía otra habitación, pero no había rastro de la mujer que buscaba.

—Es un honor tenerlo aquí—lo abordó una voz conocida. Rayna vestía como otra invitada más, no como una sirviente. La búlgara le había traído una copa de vino especialmente a él.

—Le prometí a ella que vendría—bebió un poco –Por cierto ¿Dónde está?—

—Sólo espere, pronto se reunirá con usted—respondió esbozando una leve sonrisa.

La fiesta siguió a su ritmo, la música inundaba el lugar al igual que las risas de los asistentes, la mayoría de estos eran gente importante de la ciudad junto a sus parejas o algunos familiares. Luego de un rato todas las miradas se centraban en un punto, el anfitrión de la fiesta hacía acto de presencia acompañado de su esposa.

—Agradezco mucho que nos acompañen, disfruten de la fiesta y de la hospitalidad de mi casa como les plazca—habló Markus con un tono más que enérgico –Y claro, hago una invitación a todo quien desee disfrutar un rato de las bellas joyas que traje de Macedonia—

Se escucharon varios vitorees de jóvenes invitados, que intentaban acercarse al anfitrión, pero se detenían al ver a su esposa, Nicoleta. Parecía una reina con el tocado en su cabello, llevaba un vestido de terciopelo rojo con pedrería y los hombros descubiertos. Vlad jamás la había visto vestida de esa forma tan llamativa, pero supuso que era el protocolo que debía seguir dentro de su casa.

Observó a Markus, un hombre que podía cautivar al más frío de los especímenes admitía que tenía su encanto al notar la naturalidad con la que desenvolvía con todos los invitados, como reía con ellos. Él no soltaba a Nicoleta, pero ella no pronunciaba palabra alguna, o bien, él no se lo permitía; parecía más que ella fuese un adorno más para su imagen.

—¿Cuánto tiempo llevan juntos?—le preguntó a Rayna.

—Dos desdichados años, los mismos que llevamos viviendo aquí—respondió la búlgara llenando de nuevo la copa del ucraniano –No hay que ser muy observador para notar lo infeliz que es ¿cierto?—

Vlad lo siguió con la mirada, en un punto en el que ambos se vieron por algunos segundos antes de que Markus la obligara a ponerle atención nuevamente. Rayna le confesó todo respecto a su relación sin habérselo pedido: –Es una verdad universal que una joven heredera necesita un esposo… aun cuando este no sea de su agrado—

La velada continuó, siendo bastante aburrida para Vlad, Rayna se mantuvo con él, siempre manteniendo su copa llena, aunque el bebiera muy poco. Se había distraído por un momento y ya no volvió a ver a Nicoleta, sólo a Markus que se dirigía a una habitación con un grupo de invitados.

Empezó a sentir un extraño mareo, estuvo a punto de caer de no ser por Rayna –Tal vez necesite un poco de aire fresco, siga aquel pasillo y encontrara la salida al balcón—

Vlad agradeció las indicaciones y como pudo fue avanzando por aquel pasillo. Tropezando una vez y empujando un poco una puerta, detrás de esta pudo escuchar risas entre gemidos y jadeos. Temió de lo que iba a encontrarse al levantar la mirada, una escena digna de cualquier novela prohibida. Una orgía donde participaban las chicas que había visto al inicio de la fiesta junto con otros invitados, Markus estaba ahí también.

Tuvo que cubrirse la boca y retroceder para seguir su camino, sin poder creer lo que había visto… la cólera lo invadió un poco, lo que la gente decía era cierto: en esa casa sucedían cosas espantosas, pero no causa de un demonio sino por culpa de Markus, y quien se llevaba la mala fama era su esposa.

Llegó a la que creyó era la salida que le indicó Rayna, pero se llevó otra sorpresa. Se quedó petrificado en el umbral, aquella era la habitación de Nicoleta y ella se encontraba dándole la espalda, al parecer no se había percatado de su presencia. Su única ropa era un camisón de una tela tan fina que traicionaba la silueta de su cuerpo; la escuchó jadear, ella estaba llorando.

—Un solo momento bastó, observé tus ojos y me perdí, en un instante ocurrió tu beso fugaz que mi corazón hechizó, me esclavizó—acariciaba sus labios, recordando vivamente el beso que Vlad le había obsequiado –No quiero morir sin haberte amado por completo—

Vladimir cerró la puerta detrás suyo, el ruido que causó llamó la atención de la chica quien al verlo casi se desmaya. No tuvo tiempo ni de preguntarle que hacía en ese sitio, él ya la tenía en sus brazos sin querer soltarla. El mareo disminuyó, el escucharla confesar eso había sido más que suficiente para que mandara su cordura al mismo infierno.

Ella no luchaba por apartarlo sino todo lo contrario, quería permanecer en sus brazos.

La observó por un momento, su pálido rostro estaba por completo sonrojado, como avergonzada de estar tan poco vestida. Con cierta timidez se acercó al rostro del ucraniano casi sintiendo su respiración –Vlad dime la verdad ¿tú me amas?—

Sonrió, respondiéndole con un beso –Con locura—no lo pensó dos veces y con delicadeza la recostó en la cama colocándose sobre ella. No sabía si era efecto del vino o de su propia convicción, pero se había convencido de que la quería sólo para él.

Nicoleta se lo permitió, feliz de que compartieran el mismo sentir. Deshizo su peinado con solo quitar una peineta adornada de rubíes.

Acariciaba las zonas sensibles de su cuerpo, jadeando ante cada roce; terminó por quitarle lo que le sobraba de ropa, admirando su desnudez antes de tomar su ser por completo.

Tuvo que sofocar aquel grito de dolor cuando algo dentro de ella se rompió, en las sábanas había quedado la evidencia de que era la primera vez que se entregaba a un hombre. Vlad disponía de su cuerpo de forma gentil, sujetando sus caderas para ayudarla a moverse.

Siguieron con aquel vaivén pasional, disfrutando de aquel momento de entrega mutuo sin importarles lo que estuviera sucediendo a su alrededor.


En una habitación cercana, donde antes se gozaba de los placeres libertinos, a altas horas de la noche lo único que se vivía allí era el terror.

Varias voces en agonía cuyos gritos no podían ser escuchados y luchando por salir.

Markus estaba de pie en medio de la habitación, entregando aquellos tributos al demonio al que servía. La sangre corrió por el suelo, siendo la marca que concluía la velada y la influencia en esa casa de la Reina de los Súcubos:

Abrahel


Cuando recuperó la conciencia estaba sobre su propia cama, al principio creyó que toda la velada había sido un sueño y que nunca había salido de casa, pero no fue así, la prueba era que en una de sus manos descansaba la peineta que su amada había usado. Y su cuerpo aún sentía vivamente como se había entregado a ella.

Sintió un agudo dolor en el antebrazo, tenía una pequeña perforación como si le hubieran pinchado varias veces con un alfiler. No quiso levantarse en un buen rato, no había nadie más que él en la casa y sabía la razón.

En su cómoda habían dejado una nota bastante clara "Nicoleta ya no volverá— Markus B."

Una parte de él se sentía culpable por la falta que había cometido con Nicoleta, pero en su mayoría se sentía triste porque los habían separado tan fácil.


Los días pasaron…

Aquella noche volvió a llover violentamente, los rayos caían y en la oscuridad de la noche los cuervos graznaban posándose sobre las ventanas de la mansión, donde el olor a sangre era potente. Escuchando la discusión que estaba ocurriendo ahí dentro, las maldiciones y amenazas que se lanzaba la pareja hasta que se escuchó un grito desgarrador.

—¡Pagaras por tus delitos!

Silencio

¿Por qué todo se había quedado en silencio tan de repente? ¿Por qué la casa estaba a oscuras a excepción del despacho? Markus sostenía el abrecartas aún, cuya punta ya estaba torcida y ensangrentada, el hombre estaba helado mirando hacía el suelo, sus ojos estaban postrados sobre el cuerpo agonizante de su esposa. Tenía una herida en el cuello que no paraba de sangrar.

Asustado dejó caer el arma blanca, causando un ruido sordo contra la alfombra.

La cabeza empezó a dolerle por la desesperación y el estrés.

¿Qué has hecho, desdichado?

Ahora buscaba desesperadamente entre su altar aquella insignia, grabado en ella el símbolo que representaba a su señora –Abrahel…—clamaba –Abrahel, ayúdame—

Te estoy escuchando.

—Ayúdame… ella no puede morir, si lo hace estaré perdido—Markus temblaba como nunca lo había hecho en su presencia.

Desde hace mucho la reina de los súcubos conoce la naturaleza humana, sus pecados más grandes son la avaricia y la lujuria, ambas van de la mano con la ambición y aquel joven poseía todas ellas, un hombre cuya alma fue muy fácil de robar. El serbio en su juventud estaba obsesionado con la riqueza, pero no podía tenerla debido a que en su juventud había sido pastor forzado por las reglas que su cargo tenía.

En una expedición encontró la insignia de Abrahel y le invocó. Aquel ser hermoso lo sedujo por completo, dio la espalda a sus creencias, abandono su trabajo y se entregó a ella, desde ese momento su existencia le perteneció, y ella le concedió sus deseos terrenales: dinero y una esposa.

Deseos que ahora estaban siendo tirados por la borda, había derrochado el dinero en sus viajes y su esposa ahora estaba cerca de la muerte.

—¡Abrahel!

La silueta oscura que hasta el momento lo había observado se materializó, tomando la forma humana que había adoptado desde hacía dos años. Su boca estaba manchada de sangre aún fresca, observando la escena con decepción.

—Señor, pida a sus sirvientes que preparen el carruaje mientras yo me encargo de esto—un par de filosos colmillos se asomaron por su boca.

Markus se arrodilló a su lado, besando su hombro –Gracias…pero ¿por qué dejaste que ese hombre la hiciera suya?—

—Ella nunca iba a ser tuya… y bien sabes, que a mi de nada me sirve una doncella virgen— sin más clavó sus colmillos en el cuello de la rumana, marcándola con su veneno y sintiendo como esta temblaba de miedo hasta que cayó inconsciente.

El serbio se puso de pie dispuesto a cumplir las ordenes de la mujer demonio.

Habiéndose quedado sola, Abrahel se apartó del cuello de Nicoleta –Menos mal que seguías viva, no sé que te hubiese pasado si te regresaba de la muerte… tu me serás más útil que Markus, querida—


Aquella noche llamaron violentamente a la puerta de Vlad, y al abrir se encontró con Rayna más que afligida, le dijo que su señora estaba grave y que necesitaba de él urgentemente.

—¿Qué?—su rostro había palidecido. Maldecía internamente todos esos días que le prohibieron verla, así que no lo dudó ni un segundo y siguió a la chica. Subió al caballo en el que había llegado dejando que la búlgara lo guiara por el oscuro camino.

Pasaron de largo la mansión y se dirigieron al bosque, usando la poca luz que emitía la linterna de la chica logró divisar entre los árboles una cabaña.

Sin saber que lo habían conducido a una verdadera pesadilla.


Continuará…